Jorge Faljo
La lucha electoral por la presidencia norteamericana entre Mitt Romney y Barack Obama transcurre en varios planos a la vez. Se lucha en el plano cultural y de valores en, por ejemplo, el derecho de la mujer a decidir sobre abortar (los republicanos plantean prohibirlo); la defensa ante el terrorismo, en primer plano por los ataques recientes a sus embajadas; la ayuda médica en momentos en que aumenta la población desprotegida; o el nebuloso tema de la fidelidad a valores “americanos” como el esfuerzo personal, el trabajo honesto y la autosuficiencia. Puntos que con frecuencia se plantean como contrarios a la asistencia social y a la equidad (cada quien tiene lo que se merece dirían los republicanos, mientras los demócratas tienden un poco más a la “compasión”).
El conflicto ideológico norteamericano es a la vez atrayente y desconcertante, dadas las fuertes diferencias culturales que nos separan de nuestros vecinos. Creo que en ambos lados de la frontera nuestra historia y cultura nos forma y nos da un matiz distintivo incluso donde se supone que habría igualdad.
Llama la atención las características personales de los dos candidatos; uno de ellos heredero de una fortuna, el otro formado por su esfuerzo personal. Pero es sobre todo curioso que ambos provengan de minorías que se podrían considerar extrañas y alejadas de la mayoría blanca cristiana.
En una nación profundamente religiosa de mayoría blanca, anglosajona, evangélica y católica, con un fuerte “cinturón bíblico” cercano al fanatismo, ninguno de los dos candidatos encaja en ese perfil. La religión de uno de ellos no cree en un dios único, eterno y poderoso, sino en una sucesión de seres superiores de distintos rangos que surgen y desaparecen, sin que ninguno sea realmente muy poderoso. El otro candidato es negro, con un nombre fuera de lo común y de padre musulmán.
Lo desconcertante, que no critico sino que considero positivo, es que estos candidatos provenientes de minorías adaptadas al “sueño americano” lo representan adecuadamente.
Estados Unidos todavía no logra levantarse de la crisis. Se habla de una generación perdida debido al retroceso en bienestar. Por cuarto año consecutivo la mediana de ingresos de los hogares norteamericanos se redujo. Mediana es el que la mitad de la población se encuentra por arriba y la otra mitad por abajo. Ese nivel se redujo en un 8.9 por ciento de 1999 al 2011. Hoy en día se encuentra al nivel de 1995.
El salario mínimo norteamericano y los sueldos promedio de los trabajadores industriales son hoy en día muy inferiores, en términos reales, a los de hace cuarenta años. Se han perdido más de dos millones de empleos industriales y miles de empresas se han relocalizado, sobre todo en China, y otras miles han quebrado debido a las importaciones provenientes de este último país.
Últimamente ha surgido en la disputa electoral un tema de fondo; el de la posible reindustrialización de Norteamérica. Se habla de defender el empleo y la industria, sin que en realidad ninguno de los dos candidatos se atreva a hacer propuestas de fondo. Y la situación requiere cambios substanciales.
En un listado de países de acuerdo a su balanza de cuenta corriente resulta que China ocupa el primer lugar con un superávit de 280.6 miles de millones de dólares. Recordemos que este superávit se forma por exportar mucho más de lo que importa y por las ganancias de sus capitales en el exterior. Este país exporta, es decir presta, estos enormes capitales, sobre todo a los Estados Unidos.
Pero China no presta para que otros inviertan y produzcan, presta para que otros le compren y ella se convierta en la gran productora. Mediante este financiamiento al consumo de los más ricos y una estrategia de moneda muy barata ha logrado una dinámica de crecimiento acelerado que la convierte en potencia mundial. Sobre todo es importante que ha elevado notablemente el nivel de vida de su población.
Por otro lado Estados Unidos ocupa en la misma lista el lugar 192, el último, con un déficit en cuenta corriente de 600 mil millones de dólares al año. Este país se ha convertido en el gran importador del planeta, el gran receptor de capitales externos, sobre todo chinos, y de esta manera destruye su propio aparato industrial, el empleo interno y empobrece a su población.
¿Cuánto tiempo más puede prolongarse esta situación?
Cada uno de los dos candidatos presidenciales norteamericanos ha planteado alguna estrategia de contención del desequilibrio comercial con China.
Obama acaba de demandar a China ante la Organización Mundial del Comercio por subsidiar a su industria automotriz de exportación. Esto se suma a otra demanda relacionada con las tarifas de importación que China le impuso a los autos de origen norteamericano. Las batallas en torno al comercio automovilístico entre Estados Unidos y China llevan casi una década y estas nuevas demandas no parecen destinadas a lograr cambios substanciales ni rápidos.
China es una hábil negociante; las demandas pueden tardar años en resolverse y después ¿quién le quita lo bailado?
Romney acusa a Obama de mostrarse débil hacia China y Obama revira que el otro se ha beneficiado directamente, en su riqueza personal, de la reubicación de empresas de propiedad norteamericana en aquel país.
La estrategia que propone Romney es amenazar con promover ante su propio congreso que China sea formalmente considerada como una nación que manipula el valor de su moneda para mantenerla permanentemente devaluada. Se apoya en estudios oficiales que indican que la moneda china se encuentra subvaluada en un 25 por ciento. Otros estudios calculan la subvaluación del Yuan en un 40 por ciento.
Sin embargo el conflicto real, de fondo, no es externo sino que ocurre dentro de los mismos Estados Unidos. De un lado se encuentran los grandes beneficiarios de la situación actual que son el capital financiero, las grandes empresas que han relocalizado sus plantas en China para disminuir sus costos y ahora tienen grandes ganancias y los importadores en general.
Del otro lado se encuentra el aparato productivo que todavía logra sobrevivir dentro de Estados Unidos y sus trabajadores.
La lucha es entonces entre el capital financiero y los importadores que sostienen la bandera del libre comercio y libre mercado como los grandes dioses de la modernidad y del otro los trabajadores y empresarios productivos internos que no logran oponerse a la entrada de los capitales y mercaderías chinas. Eso sería tanto como controlar los flujos financieros y establecer un intercambio comercial administrado.
Agitar banderas, tener un gran poderío militar, creer en los valores del “sueño americano” pueden ser buenos pero no crean empleos o dan de comer. Es en el plano de las grandes definiciones de estrategia económica donde habrá de decidirse el bienestar de los norteamericanos. Y en mi opinión se acerca la hora de que se planteen el cambio de rumbo.
Esto es muy importante para nosotros los mexicanos porque nuestro propio modelo económico es una caricatura del norteamericano y nuestra clase política imita sus estrategias de atracción de capitales externos, venta o destrucción de empresas nacionales y apertura a las importaciones aunque tengamos un importante déficit comercial (sobre todo con China) y de cuenta corriente. Nuestros resultados son como los norteamericanos y no como los chinos. Ojalá y nuestros primos del norte cambien de rumbo y nos den el buen ejemplo.
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