Faljoritmo
Jorge Faljo
Las fiestas decembrinas nos han dado algunos días de ilusión. Pero hemos de regresar a la realidad de un pueblo que en su mayoría apenas logra llegar al fin de la quincena, empobrecido, temeroso de las violencias criminal y oficial y, en muchos casos doliente de sus muertos y desaparecidos. No es el regreso a la realidad fantasiosa de hace unos meses sino a la que se abrió paso a empellones en nuestras conciencias en las últimas semanas.
A lo largo del año nos enteramos que somos el país de América Latina con los peores salarios, con la mayor inequidad, el de mayor fracaso en disminución de la pobreza y el hambre. Los dos últimos años, los primeros de esta administración federal, fueron mediocres en lo económico y se marcaron por retrocesos en la capacidad del estado para enfrentar la violencia criminal. Se profundizó el esquema que desde la reforma administrativa panista significó darle la espalda a las organizaciones, comunidades y barrios. El gasto público, más los medios y la violencia como meros mecanismos de control.
Los medios privados que son en realidad oficiales, televisión y radio, sostienen que Ayotzinapa fue un caso aislado y está resuelto. No entienden que para la mayoría lo ocurrido a los muchachos es no solo el símbolo del fracaso en la lucha contra el crimen sino, mucho peor, del outsourcing de la guerra sucia que ejercen algunos niveles del estado para enfrentar algo que les resulta peor que el crimen: grupos sociales excluidos que les piden rendir cuentas.
Por eso es que Ayotzinapa es mucho más que 49 ausentes, relativamente pocos en una guerra que lleva decenas de miles de desaparecidos. Es la gota que derrama el vaso, el símbolo de la exclusión tajante de lo rural, lo campesino y lo indígena; es la peor muestra del abandono de las responsabilidades públicas, en particular en un estado, Guerrero en el que el 17 por ciento de los mayores de quince años son analfabetos. Es la lucha contra los que aún creen importante la educación como vía de superación personal.
No regresaremos a la situación previa a Ayotzinapa y tampoco a la anterior a la licitación del tren rápido, la casa blanca de las lomas, la casita de Malinalco y la exoneración de Raúl Salinas. Símbolos todos del descredito en la justicia, de corrupción e impunidad.
En el pasado se han enfrentado crisis similares con programas sociales, carreteras, promesas, maquillaje e imponiendo el olvido social. Ahora no es tan fácil; en la mente colectiva se han ido sumando todos estos asuntos para construir una sola idea. Que el equipo gobernante no funcionaba bien cuando parecía suficiente dejarse llevar por la corriente y hacer negocios. Ahora estamos ante el fracaso de las expectativas generadas por las reformas laboral, fiscal, educativa, energética. Se impone gobernar de otra manera y no hay señales de que este equipo pueda hacerlo.
Desde todas partes se exige un golpe de timón; unos lo entienden como un cambio de gabinete; otros lo pensamos como algo que debe ir mucho más allá. No es solo cosa de reponer fusibles quemados sino de cambios de fondo orientados por grandes propósitos claramente delineados y decisión para cumplirlos.
Hay incluso espacio para el optimismo; si es que nuestros dirigentes se dan cuenta de la necesidad imperiosa de transformarse para transformar al país.
Será esencial recuperar la credibilidad; ajustar el discurso a los hechos y a las reales intenciones y, sobre todo, actuar de manera tal que efectivamente se haga lo que se propone.
En la perspectiva económica y social el cambio necesario apunta a destapar un fuerte potencial de crecimiento y empleo haciendo uso de capacidades instaladas ya existentes; de uso del potencial agrícola y pecuario en manos campesinas e indígenas; de reactivación de talleres, pequeñas y medianas industrias orilladas al cierre o a operar a solo una porción de su potencial.
Reactivar la economía haciendo uso eficiente de recursos existentes no demandaría atraer capitales externos ni tecnologías de punta; sería una estrategia anti monopólica y altamente generadora de empleo. Implica en cambio favorecer la producción interna mediante el control de importaciones. El objetivo general sería contar un superávit en cuenta corriente; lo que es lo mismo que equilibrar lo que se recibe por exportaciones con lo que se gasta en importaciones más el pago de intereses.
Un elemento clave será reconquistar la seguridad alimentaria del país con apoyos decididos a la producción campesina y del sector social. Es parte de lo comprometido oficialmente pero que tiende a quedarse en palabrería demagógica; igual que la política industrial, el derecho a la alimentación; o la creación de empleos. No hay política industrial que valga si no equilibramos el comercio con China.
Tocar tierra y crecer haciendo buen uso de nuestros recursos y capacidades requiere abandonar las fantasías de modernización importada tipo trenes bala, aeropuertos grandiosos o concesiones enormes a empresas transnacionales.
Lo que se propone implica un cambio de la mentalidad de modernización importada, y a crédito, para ejercer las capacidades del México profundo. Implica repensar décadas de adoctrinamiento neoliberal y de abandono de la solidaridad interna. Lo que solo puede hacerse abriendo paso a las voces de las mayorías en los medios de comunicación. Necesitamos escuchar a los de abajo no como enemigos sino como aquellos de los que pueden salir respuestas, y con los que habrá que negociar en este difícil 2015.
Seamos conscientes de que este país podría quebrarse si permanece la exclusión, la inequidad y la ruptura de la confianza en nuestros dirigentes. Habrá que fortalecernos como nación sobre la base de la solidaridad, la depuración de la clase política, la reafirmación democrática y un modelo económico incluyente, sustentado en la eficiencia y la equidad.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
lunes, 29 de diciembre de 2014
lunes, 15 de diciembre de 2014
Diques de saliva
Faljoritmo
Jorge Faljo
“Banco de México manifestó que el cambio de administración de ninguna manera provocará riesgos cambiarios, por fuga de capitales o por otros aspectos, porque la situación es de calma en los mercados financieros… Se siente una mayor confianza en el futuro del país”. Esta nota apareció en el periódico El Financiero el 30 de noviembre de 1994. Unos pocos días después ocurrió una tremenda devaluación.
De esto me acordaba hace apenas unos días cuando, en el mismo periódico, leía que tras la decisión de intervenir en el mercado cambiario “durante la actividad de este martes la paridad peso/ dólar se ha estabilizado manifestó el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens”. No sé si se estabilizó el martes; en todo caso sería por apenas unas horas porque el resto de la semana continuó la baja del peso.
En la misma declaración Carstens dijo que a los niveles actuales (los 14.47 pesos por dólar de ese momento) el peso está subvaluado y abundó “yo si vería hacia adelante que el peso se pudiera fortalecer” para ello “lo que tenemos que hacer es simplemente quitarle las asperezas al mercado”. Sencillo, ¿no?
Pues no. Tanto en 1994 como ahora las declaraciones del Banco de México no parecen inspiradas en los hechos sino en sus objetivos; lo que quiere conseguir. Y lo que desea es, obviamente, calmar la inquietud, conseguir que los grandes inversionistas y los de a pie no cambien sus pesos a dólares. Lo cual parece que funciona con los de a pie, pero no con los grandes capitales.
Me parece que este estilo de declaraciones corresponde a una corriente de pensamiento que bien a bien no sé cómo llamar. Tal vez voluntarismo, pensamiento positivo, o buena vibra. La idea de fondo es que las buenas vibras triunfan sobre la realidad. Si todos pensamos positivamente no habrá devaluación, crisis o accidentes. O, tal vez, se piensa que lo mejor de no pensar negativamente es que “ojos que no ven corazón que no siente”. Lo cual está muy bien en la sesión de yoga pero tal vez no sea lo mejor para gobernar la economía o el país.
El pensamiento “buena vibra” funciona un rato pero tarde o temprano aprendemos a desconfiar de lo que dicen nuestros altos funcionarios. Se suponía que los “fundamentales” de la economía eran sólidos y que todo marchaba sobre ruedas. Que íbamos a crecer y se iba a crear empleo; que en el campo se podría vivir con dignidad; que se estaba ganando la lucha contra el crimen.
Cuando se trata de modificar la realidad con castillos en el aire, o de contener la fuga de capitales con diques de saliva, lo más probable es que el problema de fondo sea la impotencia de quien lo propone. Tal vez no se puede o no se quiere hacer otra cosa.
Se ha abandonado la idea de que el gobierno puede y debe incidir sobre lo importante para nuestra sociedad. Hace décadas que parece haber llegado a la conclusión de que esa tarea corresponde al “mercado”, es decir a las decisiones particulares de los agentes privados, en particular los poderosos; o al exterior.
Con ello ha abandonado el cumplimiento de responsabilidades esenciales: conducir el desarrollo económico y social; promover en serio el empleo y la equidad; crear un contexto donde se puedan ejercer las capacidades productivas de la mayoría; brindar seguridad a los ciudadanos.
El nuevo presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González Pérez acaba de declarar que no hay manera de recuperar la engañosa normalidad que teníamos antes de Iguala o Tlataya, porque “era anómala, estaba sentada en parte en la simulación, la ausencia de información pertinente, la desidia, la indolencia y la falta de responsabilidad pública de quienes propiciaron ese estado de cosas”. No podía ser más claridoso.
No he cambiado el tema de este artículo; creo que sus palabras señalan la urgencia de abandonar la filosofía de la buena vibra para encarar nuestra dura realidad. Son aplicables a todo el actuar público: la conducción de la política macroeconómica, la operación de la administración pública en sus distintos niveles y, por supuesto, la seguridad de los ciudadanos.
En la declaración del “ombudsman” señala la necesidad de conjugar tres dimensiones: ejercicio pleno de las libertades y derechos; la construcción de un piso común de satisfactores materiales y culturales que propicie la inclusión social y el fortalecimiento de un Estado de Derecho que en verdad sea digno de ese nombre.
No juega a construir castillos en el aire; nos señala un plan de acción que incluye lo económico y nos recuerda las responsabilidades del Estado, las que, creo yo, se han abandonado por falta de comprensión y sentido de responsabilidad pública.
Me parece verdadera indolencia que nuestras más altas autoridades financieras se dediquen a intentar predecir lo que va a ocurrir (y que no le atinen), en lugar de plantearnos objetivos precisos para regular de manera efectiva los vaivenes de la economía y conseguir el bienestar de los mexicanos.
En este contexto de crisis que no solo viene de fuera, sino que nos pusimos de pechito, debemos evitar regresar a la engañosa realidad previa y abrir paso a la discusión de fondo sobre cómo recuperar la conducción de este barco a la deriva.
Jorge Faljo
“Banco de México manifestó que el cambio de administración de ninguna manera provocará riesgos cambiarios, por fuga de capitales o por otros aspectos, porque la situación es de calma en los mercados financieros… Se siente una mayor confianza en el futuro del país”. Esta nota apareció en el periódico El Financiero el 30 de noviembre de 1994. Unos pocos días después ocurrió una tremenda devaluación.
De esto me acordaba hace apenas unos días cuando, en el mismo periódico, leía que tras la decisión de intervenir en el mercado cambiario “durante la actividad de este martes la paridad peso/ dólar se ha estabilizado manifestó el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens”. No sé si se estabilizó el martes; en todo caso sería por apenas unas horas porque el resto de la semana continuó la baja del peso.
En la misma declaración Carstens dijo que a los niveles actuales (los 14.47 pesos por dólar de ese momento) el peso está subvaluado y abundó “yo si vería hacia adelante que el peso se pudiera fortalecer” para ello “lo que tenemos que hacer es simplemente quitarle las asperezas al mercado”. Sencillo, ¿no?
Pues no. Tanto en 1994 como ahora las declaraciones del Banco de México no parecen inspiradas en los hechos sino en sus objetivos; lo que quiere conseguir. Y lo que desea es, obviamente, calmar la inquietud, conseguir que los grandes inversionistas y los de a pie no cambien sus pesos a dólares. Lo cual parece que funciona con los de a pie, pero no con los grandes capitales.
Me parece que este estilo de declaraciones corresponde a una corriente de pensamiento que bien a bien no sé cómo llamar. Tal vez voluntarismo, pensamiento positivo, o buena vibra. La idea de fondo es que las buenas vibras triunfan sobre la realidad. Si todos pensamos positivamente no habrá devaluación, crisis o accidentes. O, tal vez, se piensa que lo mejor de no pensar negativamente es que “ojos que no ven corazón que no siente”. Lo cual está muy bien en la sesión de yoga pero tal vez no sea lo mejor para gobernar la economía o el país.
El pensamiento “buena vibra” funciona un rato pero tarde o temprano aprendemos a desconfiar de lo que dicen nuestros altos funcionarios. Se suponía que los “fundamentales” de la economía eran sólidos y que todo marchaba sobre ruedas. Que íbamos a crecer y se iba a crear empleo; que en el campo se podría vivir con dignidad; que se estaba ganando la lucha contra el crimen.
Cuando se trata de modificar la realidad con castillos en el aire, o de contener la fuga de capitales con diques de saliva, lo más probable es que el problema de fondo sea la impotencia de quien lo propone. Tal vez no se puede o no se quiere hacer otra cosa.
Se ha abandonado la idea de que el gobierno puede y debe incidir sobre lo importante para nuestra sociedad. Hace décadas que parece haber llegado a la conclusión de que esa tarea corresponde al “mercado”, es decir a las decisiones particulares de los agentes privados, en particular los poderosos; o al exterior.
Con ello ha abandonado el cumplimiento de responsabilidades esenciales: conducir el desarrollo económico y social; promover en serio el empleo y la equidad; crear un contexto donde se puedan ejercer las capacidades productivas de la mayoría; brindar seguridad a los ciudadanos.
El nuevo presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González Pérez acaba de declarar que no hay manera de recuperar la engañosa normalidad que teníamos antes de Iguala o Tlataya, porque “era anómala, estaba sentada en parte en la simulación, la ausencia de información pertinente, la desidia, la indolencia y la falta de responsabilidad pública de quienes propiciaron ese estado de cosas”. No podía ser más claridoso.
No he cambiado el tema de este artículo; creo que sus palabras señalan la urgencia de abandonar la filosofía de la buena vibra para encarar nuestra dura realidad. Son aplicables a todo el actuar público: la conducción de la política macroeconómica, la operación de la administración pública en sus distintos niveles y, por supuesto, la seguridad de los ciudadanos.
En la declaración del “ombudsman” señala la necesidad de conjugar tres dimensiones: ejercicio pleno de las libertades y derechos; la construcción de un piso común de satisfactores materiales y culturales que propicie la inclusión social y el fortalecimiento de un Estado de Derecho que en verdad sea digno de ese nombre.
No juega a construir castillos en el aire; nos señala un plan de acción que incluye lo económico y nos recuerda las responsabilidades del Estado, las que, creo yo, se han abandonado por falta de comprensión y sentido de responsabilidad pública.
Me parece verdadera indolencia que nuestras más altas autoridades financieras se dediquen a intentar predecir lo que va a ocurrir (y que no le atinen), en lugar de plantearnos objetivos precisos para regular de manera efectiva los vaivenes de la economía y conseguir el bienestar de los mexicanos.
En este contexto de crisis que no solo viene de fuera, sino que nos pusimos de pechito, debemos evitar regresar a la engañosa realidad previa y abrir paso a la discusión de fondo sobre cómo recuperar la conducción de este barco a la deriva.
lunes, 8 de diciembre de 2014
El espejismo importado
Jorge Faljo
Faljoritmo
Nos encontramos al final de un ciclo económico que termina de la misma manera en que empezó, con el país en crisis. Se trata de un periodo cuya reseña podríamos iniciar hace unos 35 años.
Tras varias décadas de crecimiento sostenido, sin contratiempos mayores y a un buen ritmo, de alrededor de seis por ciento anual, la población había alcanzado el máximo nivel de bienestar e ingreso de nuestra historia. Esto era en 1978.
No ocurría por casualidad: existía una política de desarrollo rural que incluía al sector campesino e indígena y que era respaldada por una fuerte institucionalidad y empresas del estado que participaban en la comercialización de granos, el crédito agropecuario, la producción y distribución de insumos y la atención a sectores particulares como café, tabaco, zonas áridas.
Había también una estrategia de crecimiento industrial basada en la sustitución de importaciones y en la protección, financiamiento y apoyos a la producción interna. Se había llevado la educación básica al campo y el estado alentaba la formación masiva, prácticamente gratuita, hasta el nivel universitario.
Hacia 1970 el país tenía autosuficiencia alimentaria, en la producción de acero y en la mayor parte del consumo doméstico. Sus importaciones eran sobre todo de maquinaria y equipos para la producción interna.
Imposible decir que todo era defendible. Hacia fines de los años sesenta el modelo parecía agotarse. La conducción política era autoritaria, con duras expresiones de violencia del estado; y sobre extendido en su participación en la economía. En buena parte por la adquisición de empresas privadas en quiebra con objetivos de salvaguardar empleos. Lo cual implicaba aceptar condiciones particulares de baja productividad. La confrontación entre el estado populista y el gran empresariado cada vez más poderoso daba pie a un ambiente de tensión sociopolítica constante.
No obstante el fortalecimiento del mercado interno, es decir el incremento de los ingresos de la población, actuaba como un potente motor del crecimiento de la producción. Se había configurado una extensa clase de pequeños y medianos empresarios en vías de aprendizaje.
Luego nos ocurrió lo que terminó siendo una desgracia: se descubrieron vastas reservas petroleras en momentos en los que el petróleo se encontraba a buen precio. A fines de los años setenta el país se endeudó para explotarlas y para entrar en lo que podríamos llamar la estrategia de modernización importada.
Los altos precios del petróleo nos convirtieron en nuevos ricos convencidos de que nuestro problema era administrar la abundancia. No nos dimos cuenta de que el sistema financiero mundial y la lógica del mercado impulsaban decididamente la explotación de nuevos yacimientos, no solo en México sino en todo el mundo, hasta generar sobreproducción y, en 1981, una abrupta caída de precios.
Para ese momento era demasiado tarde. La riqueza del subsuelo, más el endeudamiento sustentado en ella, nos había traído abundancia de dólares baratos y nos metió en el camino de la dependencia de importaciones y el descuido de la producción interna. Peor aún; la nueva riqueza no era generada por todos, sino por unos pocos. Y sus beneficiarios eran también pocos, el gobierno, sus clientelas privilegiadas y sus funcionarios.
Hace 32 años la caída del petróleo nos sorprendió muy endeudados, tanto en el sector público como en el privado, y generó fuga de capitales. Así llegamos al famoso “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” del 1 de septiembre de 1982 y a la nacionalización de la banca. López Portillo dijo que él era “el responsable del timón, no de la tormenta”; mostrando así su total incomprensión de lo ocurrido.
La crisis obligaba a una estrategia de estabilización y nuevos equilibrios interno y externo. Pero no se intentó conseguirlo mediante la reactivación de la producción interna, sino con un apretón de cinturón; se redujo el consumo de la población y del Estado. El resultado fue que de 1983 a 1988 el país creció al 0.1 por ciento anual, con altísima inflación y se redujo el ingreso de la población a un ritmo de menos 5 por ciento anual.
La destrucción del mercado interno se acompañó por la destrucción del sector social de la economía y otros segmentos productivos. Un ejemplo aislado: de acuerdo a cifras oficiales de 1982 a 1991 el país perdió 13.9 millones de reses; 7.8 millones de cerdos; 3.5 millones de cabras y 2.7 millones de borregos. La pérdida fue mucho mayor en el sector social puesto que estas cifras consideran incrementos en el sector más moderno. En 1992 se dejaron de producir estas “feas” estadísticas como parte del maquillaje modernizador.
Lo mismo ocurrió en buena parte de la manufactura y en general en toda la producción convencional. Parecía que la salida de la crisis requería destruir construido en los anteriores 40 años. Habría sido posible evitarlo pero la ideología de la modernización importada hacía despreciable la producción y el consumo mayoritarios.
La administración de Salinas de Gortari se decidió por una estrategia favorable al capital privado y a la inversión externa. Sus ejes fueron el remate de activos del aparato productivo de la nación a los amigos, la atracción de inversión externa y la substitución de la regulación económica por la operación sin cortapisas del mercado.
Se remataron las empresas públicas, telefonía, mineras, bodegas rurales, empresas de fertilizantes, petroquímica y de todo tipo. Peor, se cambió el sentido de la función pública; CONASUPO haciendo importaciones, por medio de agentes privados, altamente destructivas de la producción interna. Por ejemplo llevando arroz filipino de segunda clase para competir con el excelente arroz del estado de Morelos.
Incluso se cambió la legislación agraria para impulsar la privatización de la propiedad social. Solo que el 95 por ciento de ejidatarios y comuneros se opusieron.
Se aprovechó el abaratamiento brutal de la mano de obra ocurrido en los años anteriores como sustento de la competitividad exportadora al mismo tiempo que se abría la puerta a las importaciones indiscriminadas.
Si sabemos sumar dos más dos lo que eso significa es que se configuró una vía de crecimiento maquilador. No me refiero a las maquiladoras formales; sino a que todo el aparato productivo exportador se orientó al re-empacamiento de importaciones.
El resultado es que el indudable auge exportador inaugurado con el tratado de libre comercio no se convirtió en impulsor de la producción interna. Es por ello que, a pesar de la imagen exportadora, en los hechos la economía nacional ha sido por décadas fundamentalmente importadora.
La venta del aparato productivo y financiero, tanto el del estado como el privado, atrajo grandes inversiones externas (y desinversiones internas) en un proceso que más tarde el Plan Nacional de Desarrollo de Zedillo definió como de substitución de la producción convencional.
La venta país asociada a la atracción de capital especulativo volvió a crear abundancia de dólares y reafirmó nuestra condición de importadores. Lo cual se tradujo en adicción a los dólares para cubrir, o provocar, una avalancha de importaciones. Esto se convirtió en política permanente del modelo y llevó a la desnacionalización del sector bancario, la producción de acero, las cerveceras y tequileras, la minería, las cadenas comerciales, la petroquímica, electrodomésticos. De 1988 en adelante casi como regla general solo hubo tres opciones: desnacionalizar, monopolizar o quebrar.
Regreso a la secuencia histórica: 1994 se caracterizó por la inquietud política, social y financiera que llevó a una nueva fuga masiva de capitales financieros hacia finales de ese año y a una fuerte devaluación del peso.
No obstante y de manera paradójica la devaluación se tradujo, a contrapelo de las intenciones de la clase dirigente, en una fuerte competitividad del aparato productivo. De 1994 a 1996, en solo dos años, las exportaciones manufactureras se incrementaron en un 80 por ciento. Algo absolutamente sorprendente si no se entiende que el aparato productivo convencional aprovechó con gran agilidad y eficacia el encarecimiento de las importaciones para substituirlas. Y lo hizo en condiciones muy adversas: ausencia de financiamiento externo e interno; sin inversiones nuevas y en un contexto de dislocamiento masivo de cadenas productivas. Pero pudo, gracias a la debilidad de la moneda, emplear las capacidades instaladas existentes.
Lamentablemente este crecimiento no fue aprovechado para el fortalecimiento del mercado interno. Por lo contrario, se redujo el gasto público y los ingresos salariales. Se pudo crecer hacia afuera pero la política pública impidió hacerlo hacia adentro.
Zedillo faltó a una promesa fundamental de su Plan Nacional de Desarrollo: mantener una paridad competitiva. A resultas de la crisis se siguió una estrategia de salvamento corrupto de grandes deudas privadas, pero no de defensa del patrimonio familiar. Por ello las empresas orientadas al mercado interno no tuvieron un comportamiento similar a las exportadoras.
Prevaleció el interés financiero, el de la bolsa de valores, y como parte de la estrategia de recuperación se mantuvo la apertura indiscriminada al financiamiento externo: el especulativo y el de inversión substitutiva del capital nacional. A estas entradas se sumaron las remesas de trabajadores en crecimiento y el dinero criminal. El país volvió a inundarse de dólares baratos.
Pero en la medida en que el peso se fortalecía se perdía la ventaja competitiva y se reducía el ritmo de crecimiento. Es decir que la recuperación de la crisis se dio como regreso al modelo de modernización importada.
Se perdió la oportunidad de sostener la competitividad ganada en 1995 y 1996 al no proteger el mercado interno y la producción convencional.
A cambio de ello Fox pudo presumir que la bolsa de valores de México era la que daba mayores ganancias en el mundo; era la beneficiaria de las entradas de capital especulativo internacional que tanto daño hacían al aparato productivo. En contraste continuaba la inutilización de la producción histórica: el sector social del campo y la ciudad; la industria textil, de electrodomésticos, muebles y de hecho todo lo demás.
Impera, desde la época de Salinas y hasta la fecha, una visión de que la economía está compuesta por pedazos disfuncionales en los que una parte puede crecer y ser saludable mientras otras se deterioran sin mayor problema. Algo así como celebrar el tener bien los pies aunque se este pudriendo el hígado.
La estrategia de economía maquiladora solo podía avanzar mediante la continuación del empobrecimiento de la mano de obra para compensar el fortalecimiento del peso. Se apostó a construir una modernidad importada substitutiva, y no aliada, a la producción histórica. Así que nos modernizamos, pero crecer, lo que se dice crecer, no lo logramos. Una modernidad de pocos basada en el empobrecimiento mayoritario.
La crisis norteamericana del 2008 y las crisis europeas de deuda soberana mostraron la fragilidad del modelo y empezó, a fines del 2008, a gestarse una nueva fuga de capitales. Sin embargo se le pudo atajar con éxito mediante la firme promesa de que Banxico estaba dispuesto no solo a emplear las reservas internacionales, sino a endeudar al país (el famoso blindaje), para cubrir cualquier demanda eventual de dólares. Para ello teníamos el apoyo total del Fondo Monetario Internacional y el Tesoro Norteamericano.
La estrategia funcionó, se calmó el desasosiego de los grandes inversionistas. Visto en otra óptica, en 2009 se desaprovechó la oportunidad para establecer una paridad competitiva que permitiera reactivar la producción interna y elevar los ingresos de la población.
Insisto en lo fundamental: se puede competir con una moneda débil (como China) y elevar los salarios porque en ese caso el incremento de la demanda se asocia a la producción interna. Pero si se tiene una moneda fuerte la elevación salarial se traduce en consumo importado y no en reactivación interna, lo que eleva la fragilidad financiera del modelo. En China, por ejemplo, no puede devaluarse la moneda porque crece aceleradamente gracias a una moneda que ya está permanentemente devaluada.
El blindaje y una buena internacional de promoción del país nos volvieron a dar a partir del 2009 varios años de fuerte atracción de capital especulativo, de grandes ganancias en la bolsa de valores y de venta país. Al reverso de esta moneda continuó la destrucción del aparato productivo convencional, el desempleo y el empobrecimiento.
A principios del 2013 publiqué (Faljo, “El error de diciembre”, en internet) que la nueva administración desaprovechó la oportunidad de cambiar de rumbo económico restableciendo una paridad competitiva. Afirmaba que en lugar de una devaluación administrada, lo más probable es que a lo largo de este sexenio ocurriera una devaluación sin control.Sostener la paridad sobrevaluada requiere ingresos crecientes de capital especulativo y de venta de empresas; lo cual por varios años ha sido posible debido a que los Estados Unidos han seguido una estrategia de abundante creación de dólares.
Al momento de entrar la nueva administración del Presidente Peña la perspectiva de un desequilibrio financiero se justificaba por la caída de la producción petrolera, estancamiento de las remesas, una posible reducción de las exportaciones ilegales y bajo crecimiento mundial.
Contrario a aquella predicción la estrategia de reformas estructurales, un nuevo empuje a la desnacionalización del aparato productivo, le dio un aire al modelo mediante la atracción de grandes volúmenes de capital especulativo en 2013 y 2014. Solo que estos capitales han llegado bajo la promesa implícita de que más adelante se haría efectivas las grandes inversiones para extraer la gran riqueza energética y recuperar altos niveles de exportación de petróleo.
Sin embargo, en otra vuelta de tornillo, esta administración no previó que los altos precios de los energéticos sumados al desarrollo de nuevas tecnologías, habrían de impulsar el aprovechamiento de nuevos yacimientos.
Los Estados Unidos en los últimos años elevaron su producción en más de cuatro millones de barriles de petróleo al día gracias a las nuevas tecnologías. Solo que esta carrera desbocada para producir más resultó suicida; numerosas empresas se endeudaron para extraer el petróleo y la reducción de precios ahora pone en riesgo su capacidad para pagarle al sistema bancario.
Así que a las debilidades existentes hace un par de años se suman ahora la reducción de la creación de dólares en los Estados Unidos, una nueva imagen internacional de inseguridad, de debilidad del estado de derecho y el derrumbe de la ilusión energética. Se agota el petróleo convencional en México y no resultan tan convenientes la extracción en mares profundos o las técnicas de fracturación del subsuelo.
La situación obliga a un replanteamiento de la estrategia de país; no porque lo pidan en las calles los chavos que exigen ser incluidos en vez de asesinados, sino porque lo imponen los intereses geoestratégicos de Arabia Saudita y los Estados Unidos.
Enfrentamos una disyuntiva en la que ninguna opción es buena para todos.
La peor opción sería, de nueva cuenta, amarrarse el cinturón, el gobierno, las empresas, las clases medias y los trabajadores. Reducir el consumo y golpear el mercado interno y la producción histórica; como en los periodos de De la Madrid; Salinas, Zedillo, Fox, Calderón. ¿Cuando no?
Solo que hemos llegado al fondo del barril en cuanto a deterioro del ingreso de las mayorías. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social –CONEVAL- el 54 por ciento de los trabajadores asalariados no pueden pagarse una canasta básica de consumo alimentario. Y el Centro de Estudios Estratégicos del Sector Privado afirma que en los últimos siete años se han perdido un millón 800 mil empleos que pagaban más de cinco salarios mínimos.
La reforma laboral legalizó no solo la tercerización del empleo sino que en la práctica abrió paso al empleo seudo formal, sin prestaciones ni seguridad alguna, bajo una careta de modernización. A cambio de ello no cumplió lo ofrecido: crear empleo en abundancia.
Habría que preguntarse si en las actuales condiciones de deterioro del ingreso e inquietud social será posible plantearse un nuevo apretón de cinturones. Creo que no.
En caso de que en 2015 siga avanzando la devaluación, como es probable, la única salida posible para evitar una explosión social será un nuevo proyecto de nación que defienda el consumo mayoritario mediante la reactivación de las capacidades productivas que hasta ahora hemos despreciado.
Ojalá y este régimen entienda que su reciente ilusión energética y el espejismo de la modernización importada se han hecho humo. Solo queda la reintegración acelerada de la producción y el consumo bajo una formula sencilla: producir todo lo que somos capaces y consumir prioritariamente lo que nosotros producimos. Emplear los dólares escasos para importaciones estratégicas y no para garantizar la toma de utilidades financieras.
La ventaja que podemos aprovechar en tiempos difíciles será la existencia de grandes capacidades productivas instaladas que, como gran parte de la población, se encuentran subempleadas. Habría que, con mayor determinación, incrementar la producción como en el 94 – 96 incluso en condiciones de ausencia de inversión y crédito.
Ese es el camino de un posible Proyecto Nacional sustentado en un empresariado con incentivos para ser nacionalista y productivo; un sector social en reactivación y un Estado fuerte, muy fuerte. No es una revolución; es el viejo proyecto constitucional.
Faljoritmo
Nos encontramos al final de un ciclo económico que termina de la misma manera en que empezó, con el país en crisis. Se trata de un periodo cuya reseña podríamos iniciar hace unos 35 años.
Tras varias décadas de crecimiento sostenido, sin contratiempos mayores y a un buen ritmo, de alrededor de seis por ciento anual, la población había alcanzado el máximo nivel de bienestar e ingreso de nuestra historia. Esto era en 1978.
No ocurría por casualidad: existía una política de desarrollo rural que incluía al sector campesino e indígena y que era respaldada por una fuerte institucionalidad y empresas del estado que participaban en la comercialización de granos, el crédito agropecuario, la producción y distribución de insumos y la atención a sectores particulares como café, tabaco, zonas áridas.
Había también una estrategia de crecimiento industrial basada en la sustitución de importaciones y en la protección, financiamiento y apoyos a la producción interna. Se había llevado la educación básica al campo y el estado alentaba la formación masiva, prácticamente gratuita, hasta el nivel universitario.
Hacia 1970 el país tenía autosuficiencia alimentaria, en la producción de acero y en la mayor parte del consumo doméstico. Sus importaciones eran sobre todo de maquinaria y equipos para la producción interna.
Imposible decir que todo era defendible. Hacia fines de los años sesenta el modelo parecía agotarse. La conducción política era autoritaria, con duras expresiones de violencia del estado; y sobre extendido en su participación en la economía. En buena parte por la adquisición de empresas privadas en quiebra con objetivos de salvaguardar empleos. Lo cual implicaba aceptar condiciones particulares de baja productividad. La confrontación entre el estado populista y el gran empresariado cada vez más poderoso daba pie a un ambiente de tensión sociopolítica constante.
No obstante el fortalecimiento del mercado interno, es decir el incremento de los ingresos de la población, actuaba como un potente motor del crecimiento de la producción. Se había configurado una extensa clase de pequeños y medianos empresarios en vías de aprendizaje.
Luego nos ocurrió lo que terminó siendo una desgracia: se descubrieron vastas reservas petroleras en momentos en los que el petróleo se encontraba a buen precio. A fines de los años setenta el país se endeudó para explotarlas y para entrar en lo que podríamos llamar la estrategia de modernización importada.
Los altos precios del petróleo nos convirtieron en nuevos ricos convencidos de que nuestro problema era administrar la abundancia. No nos dimos cuenta de que el sistema financiero mundial y la lógica del mercado impulsaban decididamente la explotación de nuevos yacimientos, no solo en México sino en todo el mundo, hasta generar sobreproducción y, en 1981, una abrupta caída de precios.
Para ese momento era demasiado tarde. La riqueza del subsuelo, más el endeudamiento sustentado en ella, nos había traído abundancia de dólares baratos y nos metió en el camino de la dependencia de importaciones y el descuido de la producción interna. Peor aún; la nueva riqueza no era generada por todos, sino por unos pocos. Y sus beneficiarios eran también pocos, el gobierno, sus clientelas privilegiadas y sus funcionarios.
Hace 32 años la caída del petróleo nos sorprendió muy endeudados, tanto en el sector público como en el privado, y generó fuga de capitales. Así llegamos al famoso “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” del 1 de septiembre de 1982 y a la nacionalización de la banca. López Portillo dijo que él era “el responsable del timón, no de la tormenta”; mostrando así su total incomprensión de lo ocurrido.
La crisis obligaba a una estrategia de estabilización y nuevos equilibrios interno y externo. Pero no se intentó conseguirlo mediante la reactivación de la producción interna, sino con un apretón de cinturón; se redujo el consumo de la población y del Estado. El resultado fue que de 1983 a 1988 el país creció al 0.1 por ciento anual, con altísima inflación y se redujo el ingreso de la población a un ritmo de menos 5 por ciento anual.
La destrucción del mercado interno se acompañó por la destrucción del sector social de la economía y otros segmentos productivos. Un ejemplo aislado: de acuerdo a cifras oficiales de 1982 a 1991 el país perdió 13.9 millones de reses; 7.8 millones de cerdos; 3.5 millones de cabras y 2.7 millones de borregos. La pérdida fue mucho mayor en el sector social puesto que estas cifras consideran incrementos en el sector más moderno. En 1992 se dejaron de producir estas “feas” estadísticas como parte del maquillaje modernizador.
Lo mismo ocurrió en buena parte de la manufactura y en general en toda la producción convencional. Parecía que la salida de la crisis requería destruir construido en los anteriores 40 años. Habría sido posible evitarlo pero la ideología de la modernización importada hacía despreciable la producción y el consumo mayoritarios.
La administración de Salinas de Gortari se decidió por una estrategia favorable al capital privado y a la inversión externa. Sus ejes fueron el remate de activos del aparato productivo de la nación a los amigos, la atracción de inversión externa y la substitución de la regulación económica por la operación sin cortapisas del mercado.
Se remataron las empresas públicas, telefonía, mineras, bodegas rurales, empresas de fertilizantes, petroquímica y de todo tipo. Peor, se cambió el sentido de la función pública; CONASUPO haciendo importaciones, por medio de agentes privados, altamente destructivas de la producción interna. Por ejemplo llevando arroz filipino de segunda clase para competir con el excelente arroz del estado de Morelos.
Incluso se cambió la legislación agraria para impulsar la privatización de la propiedad social. Solo que el 95 por ciento de ejidatarios y comuneros se opusieron.
Se aprovechó el abaratamiento brutal de la mano de obra ocurrido en los años anteriores como sustento de la competitividad exportadora al mismo tiempo que se abría la puerta a las importaciones indiscriminadas.
Si sabemos sumar dos más dos lo que eso significa es que se configuró una vía de crecimiento maquilador. No me refiero a las maquiladoras formales; sino a que todo el aparato productivo exportador se orientó al re-empacamiento de importaciones.
El resultado es que el indudable auge exportador inaugurado con el tratado de libre comercio no se convirtió en impulsor de la producción interna. Es por ello que, a pesar de la imagen exportadora, en los hechos la economía nacional ha sido por décadas fundamentalmente importadora.
La venta del aparato productivo y financiero, tanto el del estado como el privado, atrajo grandes inversiones externas (y desinversiones internas) en un proceso que más tarde el Plan Nacional de Desarrollo de Zedillo definió como de substitución de la producción convencional.
La venta país asociada a la atracción de capital especulativo volvió a crear abundancia de dólares y reafirmó nuestra condición de importadores. Lo cual se tradujo en adicción a los dólares para cubrir, o provocar, una avalancha de importaciones. Esto se convirtió en política permanente del modelo y llevó a la desnacionalización del sector bancario, la producción de acero, las cerveceras y tequileras, la minería, las cadenas comerciales, la petroquímica, electrodomésticos. De 1988 en adelante casi como regla general solo hubo tres opciones: desnacionalizar, monopolizar o quebrar.
Regreso a la secuencia histórica: 1994 se caracterizó por la inquietud política, social y financiera que llevó a una nueva fuga masiva de capitales financieros hacia finales de ese año y a una fuerte devaluación del peso.
No obstante y de manera paradójica la devaluación se tradujo, a contrapelo de las intenciones de la clase dirigente, en una fuerte competitividad del aparato productivo. De 1994 a 1996, en solo dos años, las exportaciones manufactureras se incrementaron en un 80 por ciento. Algo absolutamente sorprendente si no se entiende que el aparato productivo convencional aprovechó con gran agilidad y eficacia el encarecimiento de las importaciones para substituirlas. Y lo hizo en condiciones muy adversas: ausencia de financiamiento externo e interno; sin inversiones nuevas y en un contexto de dislocamiento masivo de cadenas productivas. Pero pudo, gracias a la debilidad de la moneda, emplear las capacidades instaladas existentes.
Lamentablemente este crecimiento no fue aprovechado para el fortalecimiento del mercado interno. Por lo contrario, se redujo el gasto público y los ingresos salariales. Se pudo crecer hacia afuera pero la política pública impidió hacerlo hacia adentro.
Zedillo faltó a una promesa fundamental de su Plan Nacional de Desarrollo: mantener una paridad competitiva. A resultas de la crisis se siguió una estrategia de salvamento corrupto de grandes deudas privadas, pero no de defensa del patrimonio familiar. Por ello las empresas orientadas al mercado interno no tuvieron un comportamiento similar a las exportadoras.
Prevaleció el interés financiero, el de la bolsa de valores, y como parte de la estrategia de recuperación se mantuvo la apertura indiscriminada al financiamiento externo: el especulativo y el de inversión substitutiva del capital nacional. A estas entradas se sumaron las remesas de trabajadores en crecimiento y el dinero criminal. El país volvió a inundarse de dólares baratos.
Pero en la medida en que el peso se fortalecía se perdía la ventaja competitiva y se reducía el ritmo de crecimiento. Es decir que la recuperación de la crisis se dio como regreso al modelo de modernización importada.
Se perdió la oportunidad de sostener la competitividad ganada en 1995 y 1996 al no proteger el mercado interno y la producción convencional.
A cambio de ello Fox pudo presumir que la bolsa de valores de México era la que daba mayores ganancias en el mundo; era la beneficiaria de las entradas de capital especulativo internacional que tanto daño hacían al aparato productivo. En contraste continuaba la inutilización de la producción histórica: el sector social del campo y la ciudad; la industria textil, de electrodomésticos, muebles y de hecho todo lo demás.
Impera, desde la época de Salinas y hasta la fecha, una visión de que la economía está compuesta por pedazos disfuncionales en los que una parte puede crecer y ser saludable mientras otras se deterioran sin mayor problema. Algo así como celebrar el tener bien los pies aunque se este pudriendo el hígado.
La estrategia de economía maquiladora solo podía avanzar mediante la continuación del empobrecimiento de la mano de obra para compensar el fortalecimiento del peso. Se apostó a construir una modernidad importada substitutiva, y no aliada, a la producción histórica. Así que nos modernizamos, pero crecer, lo que se dice crecer, no lo logramos. Una modernidad de pocos basada en el empobrecimiento mayoritario.
La crisis norteamericana del 2008 y las crisis europeas de deuda soberana mostraron la fragilidad del modelo y empezó, a fines del 2008, a gestarse una nueva fuga de capitales. Sin embargo se le pudo atajar con éxito mediante la firme promesa de que Banxico estaba dispuesto no solo a emplear las reservas internacionales, sino a endeudar al país (el famoso blindaje), para cubrir cualquier demanda eventual de dólares. Para ello teníamos el apoyo total del Fondo Monetario Internacional y el Tesoro Norteamericano.
La estrategia funcionó, se calmó el desasosiego de los grandes inversionistas. Visto en otra óptica, en 2009 se desaprovechó la oportunidad para establecer una paridad competitiva que permitiera reactivar la producción interna y elevar los ingresos de la población.
Insisto en lo fundamental: se puede competir con una moneda débil (como China) y elevar los salarios porque en ese caso el incremento de la demanda se asocia a la producción interna. Pero si se tiene una moneda fuerte la elevación salarial se traduce en consumo importado y no en reactivación interna, lo que eleva la fragilidad financiera del modelo. En China, por ejemplo, no puede devaluarse la moneda porque crece aceleradamente gracias a una moneda que ya está permanentemente devaluada.
El blindaje y una buena internacional de promoción del país nos volvieron a dar a partir del 2009 varios años de fuerte atracción de capital especulativo, de grandes ganancias en la bolsa de valores y de venta país. Al reverso de esta moneda continuó la destrucción del aparato productivo convencional, el desempleo y el empobrecimiento.
A principios del 2013 publiqué (Faljo, “El error de diciembre”, en internet) que la nueva administración desaprovechó la oportunidad de cambiar de rumbo económico restableciendo una paridad competitiva. Afirmaba que en lugar de una devaluación administrada, lo más probable es que a lo largo de este sexenio ocurriera una devaluación sin control.Sostener la paridad sobrevaluada requiere ingresos crecientes de capital especulativo y de venta de empresas; lo cual por varios años ha sido posible debido a que los Estados Unidos han seguido una estrategia de abundante creación de dólares.
Al momento de entrar la nueva administración del Presidente Peña la perspectiva de un desequilibrio financiero se justificaba por la caída de la producción petrolera, estancamiento de las remesas, una posible reducción de las exportaciones ilegales y bajo crecimiento mundial.
Contrario a aquella predicción la estrategia de reformas estructurales, un nuevo empuje a la desnacionalización del aparato productivo, le dio un aire al modelo mediante la atracción de grandes volúmenes de capital especulativo en 2013 y 2014. Solo que estos capitales han llegado bajo la promesa implícita de que más adelante se haría efectivas las grandes inversiones para extraer la gran riqueza energética y recuperar altos niveles de exportación de petróleo.
Sin embargo, en otra vuelta de tornillo, esta administración no previó que los altos precios de los energéticos sumados al desarrollo de nuevas tecnologías, habrían de impulsar el aprovechamiento de nuevos yacimientos.
Los Estados Unidos en los últimos años elevaron su producción en más de cuatro millones de barriles de petróleo al día gracias a las nuevas tecnologías. Solo que esta carrera desbocada para producir más resultó suicida; numerosas empresas se endeudaron para extraer el petróleo y la reducción de precios ahora pone en riesgo su capacidad para pagarle al sistema bancario.
Así que a las debilidades existentes hace un par de años se suman ahora la reducción de la creación de dólares en los Estados Unidos, una nueva imagen internacional de inseguridad, de debilidad del estado de derecho y el derrumbe de la ilusión energética. Se agota el petróleo convencional en México y no resultan tan convenientes la extracción en mares profundos o las técnicas de fracturación del subsuelo.
La situación obliga a un replanteamiento de la estrategia de país; no porque lo pidan en las calles los chavos que exigen ser incluidos en vez de asesinados, sino porque lo imponen los intereses geoestratégicos de Arabia Saudita y los Estados Unidos.
Enfrentamos una disyuntiva en la que ninguna opción es buena para todos.
La peor opción sería, de nueva cuenta, amarrarse el cinturón, el gobierno, las empresas, las clases medias y los trabajadores. Reducir el consumo y golpear el mercado interno y la producción histórica; como en los periodos de De la Madrid; Salinas, Zedillo, Fox, Calderón. ¿Cuando no?
Solo que hemos llegado al fondo del barril en cuanto a deterioro del ingreso de las mayorías. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social –CONEVAL- el 54 por ciento de los trabajadores asalariados no pueden pagarse una canasta básica de consumo alimentario. Y el Centro de Estudios Estratégicos del Sector Privado afirma que en los últimos siete años se han perdido un millón 800 mil empleos que pagaban más de cinco salarios mínimos.
La reforma laboral legalizó no solo la tercerización del empleo sino que en la práctica abrió paso al empleo seudo formal, sin prestaciones ni seguridad alguna, bajo una careta de modernización. A cambio de ello no cumplió lo ofrecido: crear empleo en abundancia.
Habría que preguntarse si en las actuales condiciones de deterioro del ingreso e inquietud social será posible plantearse un nuevo apretón de cinturones. Creo que no.
En caso de que en 2015 siga avanzando la devaluación, como es probable, la única salida posible para evitar una explosión social será un nuevo proyecto de nación que defienda el consumo mayoritario mediante la reactivación de las capacidades productivas que hasta ahora hemos despreciado.
Ojalá y este régimen entienda que su reciente ilusión energética y el espejismo de la modernización importada se han hecho humo. Solo queda la reintegración acelerada de la producción y el consumo bajo una formula sencilla: producir todo lo que somos capaces y consumir prioritariamente lo que nosotros producimos. Emplear los dólares escasos para importaciones estratégicas y no para garantizar la toma de utilidades financieras.
La ventaja que podemos aprovechar en tiempos difíciles será la existencia de grandes capacidades productivas instaladas que, como gran parte de la población, se encuentran subempleadas. Habría que, con mayor determinación, incrementar la producción como en el 94 – 96 incluso en condiciones de ausencia de inversión y crédito.
Ese es el camino de un posible Proyecto Nacional sustentado en un empresariado con incentivos para ser nacionalista y productivo; un sector social en reactivación y un Estado fuerte, muy fuerte. No es una revolución; es el viejo proyecto constitucional.
lunes, 1 de diciembre de 2014
Derrumbe de ilusiones
Faljoritmo
Jorge Faljo
En los últimos cinco meses ha caído en más de un treinta y cinco por ciento el precio del petróleo en el mundo. La mezcla mexicana bajó de más de 100 a menos de 70 dólares. Con ello se abre un boquete abajo de la línea de flotación de la estrategia financiera del régimen.
La baja de los energéticos no ocurre de un día para otro. La nueva tecnología del “fracking” permite extraer petróleo y gas de zonas que antes se consideraban inaprovechables. Se basa en inyectar agua y minerales en el subsuelo a muy alta presión para fracturarlos. Por esas rupturas y por la presión a que se ven sometidos se obliga a salir a los aceites y gases incrustrados en algunos suelos.
Es un método muy criticado porque emplea gran cantidad de agua y porque la fracturación del subsuelo, sumada a lo que se les inyecta, contamina los mantos freáticos y puede provocar temblores. Inglaterra suspendió el fracking después de varios temblores; Alemania, Bulgaria, Francia, Polonia, y la mayor parte de Europa lo prohíben para evitar la contaminación del agua del subsuelo. También se ha prohibido en algunos municipios de los Estados Unidos.
No obstante, el hecho es que con las nuevas tecnologías se incrementó fuertemente la producción de energéticos de norteamericanos y canadienses. Lo cual al principio no causó sobreproducción debido a la reducción de las exportaciones de Libia e Irak y al crecimiento de la demanda en China. Pero ahora que los primeros regresan a exportar y que todo el planeta enfrenta una desaceleración económica, el petróleo abunda.
Lo previsible es que si no se reduce la producción el precio seguirá cayendo hasta los 60 o los 50 dólares.
México y Rusia fueron a la reciente reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y se sumaron a Venezuela y Ecuador para impulsar acuerdos para controlar la oferta y defender los precios.
Los grandes productores del mundo son Arabia, los Estados Unidos y Rusia. No obstantes sus condiciones son muy distintas. Estados Unidos no exporta petróleo crudo. Rusia, un gran exportador, tiene gran necesidad de ese ingreso. Arabia, un exportador similar a Rusia, tiene fuertes reservas financieras y bien puede soportar una baja de precios o una reducción de producción.
Así que en la reunión de países exportadores todo dependía de Arabia, y se negó a bajar su producción. Dijo que el mercado se estabilizaría por sí solo. Con lo que dio a entender que no hará nada y los bajos precios van para largo.
Para entender su posición y muy posiblemente la de su gran aliado y protector, los Estados Unidos, es necesario superponer la visión geopolítica a este asunto.
Pero antes conviene recordar algo. Las caídas del precio del petróleo orquestadas por Ronald Reagan (Presidente de los Estados Unidos de 1981 a 1989) y Arabia en 1981 y 1986 fueron decisivas en el colapso de la Unión Soviética.
Tal es la razón por la que diversos analistas se preguntan si la historia se repite. Rusia dice que hay un complot entre Arabia y los Estados Unidos para bajar los precios. Eso no se puede demostrar; pero no cabe duda que la baja de precios los fortalece o, por lo menos debilita fuertemente a sus rivales.
Las ventajas son en primer lugar para los Estados Unidos y Europa: la baja de los energéticos abaratará el transporte de mercancías y personas, favorecerá el aumento del consumo y le va muy bien a la imagen de sus gobiernos. A Arabia le interesa debilitar la producción norteamericana de petróleo y continuar siendo su proveedor estratégico, así sea a un precio mucho más bajo. Esto les da la seguridad de que se mantendría una alianza política y militar que ha sido fundamental para la supervivencia de su monarquia fundamentalista.
Por otro lado Rusia, Irán (y su protegida Siria), Venezuela y Ecuador serán golpeados muy duramente. Podría llevar incluso a la desestabilización de algunos gobiernos.
México también sufrirá las consecuencias. Se acaba la fantasía de un repunte económico basado en la producción energética. Tal expectativa atrajo un gran flujo de capital volátil y ha contribuido a una aparente fortaleza del peso que no tiene bases en la economía real.
El derrumbe de las fantasías es positivo en algunos casos. El presidente de México se ha visto forzado a plantear la reconstrucción del estado de derecho. Espero que pronto consulte fuera de su equipo acerca de alternativas para reconstruir la economía nacional.
Jorge Faljo
En los últimos cinco meses ha caído en más de un treinta y cinco por ciento el precio del petróleo en el mundo. La mezcla mexicana bajó de más de 100 a menos de 70 dólares. Con ello se abre un boquete abajo de la línea de flotación de la estrategia financiera del régimen.
La baja de los energéticos no ocurre de un día para otro. La nueva tecnología del “fracking” permite extraer petróleo y gas de zonas que antes se consideraban inaprovechables. Se basa en inyectar agua y minerales en el subsuelo a muy alta presión para fracturarlos. Por esas rupturas y por la presión a que se ven sometidos se obliga a salir a los aceites y gases incrustrados en algunos suelos.
Es un método muy criticado porque emplea gran cantidad de agua y porque la fracturación del subsuelo, sumada a lo que se les inyecta, contamina los mantos freáticos y puede provocar temblores. Inglaterra suspendió el fracking después de varios temblores; Alemania, Bulgaria, Francia, Polonia, y la mayor parte de Europa lo prohíben para evitar la contaminación del agua del subsuelo. También se ha prohibido en algunos municipios de los Estados Unidos.
No obstante, el hecho es que con las nuevas tecnologías se incrementó fuertemente la producción de energéticos de norteamericanos y canadienses. Lo cual al principio no causó sobreproducción debido a la reducción de las exportaciones de Libia e Irak y al crecimiento de la demanda en China. Pero ahora que los primeros regresan a exportar y que todo el planeta enfrenta una desaceleración económica, el petróleo abunda.
Lo previsible es que si no se reduce la producción el precio seguirá cayendo hasta los 60 o los 50 dólares.
México y Rusia fueron a la reciente reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y se sumaron a Venezuela y Ecuador para impulsar acuerdos para controlar la oferta y defender los precios.
Los grandes productores del mundo son Arabia, los Estados Unidos y Rusia. No obstantes sus condiciones son muy distintas. Estados Unidos no exporta petróleo crudo. Rusia, un gran exportador, tiene gran necesidad de ese ingreso. Arabia, un exportador similar a Rusia, tiene fuertes reservas financieras y bien puede soportar una baja de precios o una reducción de producción.
Así que en la reunión de países exportadores todo dependía de Arabia, y se negó a bajar su producción. Dijo que el mercado se estabilizaría por sí solo. Con lo que dio a entender que no hará nada y los bajos precios van para largo.
Para entender su posición y muy posiblemente la de su gran aliado y protector, los Estados Unidos, es necesario superponer la visión geopolítica a este asunto.
Pero antes conviene recordar algo. Las caídas del precio del petróleo orquestadas por Ronald Reagan (Presidente de los Estados Unidos de 1981 a 1989) y Arabia en 1981 y 1986 fueron decisivas en el colapso de la Unión Soviética.
Tal es la razón por la que diversos analistas se preguntan si la historia se repite. Rusia dice que hay un complot entre Arabia y los Estados Unidos para bajar los precios. Eso no se puede demostrar; pero no cabe duda que la baja de precios los fortalece o, por lo menos debilita fuertemente a sus rivales.
Las ventajas son en primer lugar para los Estados Unidos y Europa: la baja de los energéticos abaratará el transporte de mercancías y personas, favorecerá el aumento del consumo y le va muy bien a la imagen de sus gobiernos. A Arabia le interesa debilitar la producción norteamericana de petróleo y continuar siendo su proveedor estratégico, así sea a un precio mucho más bajo. Esto les da la seguridad de que se mantendría una alianza política y militar que ha sido fundamental para la supervivencia de su monarquia fundamentalista.
Por otro lado Rusia, Irán (y su protegida Siria), Venezuela y Ecuador serán golpeados muy duramente. Podría llevar incluso a la desestabilización de algunos gobiernos.
México también sufrirá las consecuencias. Se acaba la fantasía de un repunte económico basado en la producción energética. Tal expectativa atrajo un gran flujo de capital volátil y ha contribuido a una aparente fortaleza del peso que no tiene bases en la economía real.
El derrumbe de las fantasías es positivo en algunos casos. El presidente de México se ha visto forzado a plantear la reconstrucción del estado de derecho. Espero que pronto consulte fuera de su equipo acerca de alternativas para reconstruir la economía nacional.
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