domingo, 24 de enero de 2016

Estrategia industrial: crecer sin destruir

Jorge Faljo

De acuerdo a datos de la Encuesta Industrial Mensual -EIM- del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, en el sector Textil, de Prendas de Vestir y Cuero, había en 1995 un total de mil 298 empresas que generaban el grueso de la producción manufacturera de estos rubros. Cierto que había muchas más empresas de menor tamaño, pero la Encuesta Industrial Mensual -EIM- capta solo las de mayor tamaño de modo que se cubra por lo menos el 80 por ciento de la producción y a estas, las más importantes, se les da un seguimiento anual.

Para el año 2008 las empresas de esta clasificación industrial se habían reducido a menos de la mitad, a tan solo 611. Un número menor que seguía abarcando por lo menos el 80 por ciento de la producción nacional. Lo que denota un importante proceso de concentración sin duda asociado tanto a avances tecnológicos como a mayores escalas de producción.

Pero lo que importa resaltar es que, de acuerdo a la metodología de la EIM, al menos 687 empresas habían dejado de existir, despedido a sus obreros y cerrado sus puertas. Digo por lo menos porque la EIM no nos informaba sobre el número de empresas nuevas que entraban a su base de datos y habría que suponer que en ese periodo se crearon y entraron al grupo encuestado algún número de ellas.

Vamos a suponer que para el 2008 había 150 nuevas empresas que no eran parte de las consideradas en 1995 y que substituyeron un número similar de las que salieron. Esto significaría que las empresas que desaparecieron entre 1995 y 2008 no fueron 687 sino (687 más 150) 837. Lo que nos llevaría a considerar que el 64 por ciento de las mayores empresas textiles de 1995 habían sucumbido trece años más tarde. Es también una suposición razonable, apoyada por abundante información no sistematizada, que la mortandad de las empresas más pequeñas, las no incluidas en la EIM, fue mucho mayor.

Elegí uno de los nueve rubros de la clasificación industrial pero aclaro que el comportamiento es similar en todos ellos. En el caso de Productos Metálicos, Maquinaria y Equipos la EIM registra mil 505 empresas en 1995 y 929 en 2008; 774 menos aunque, como ya dije, los datos no nos permiten conocer el número exacto, sin duda mayor, de empresas destruidas que eran parte del grupo original. Para el total de la industria manufacturera del país la EIM captaba seis mil 797 empresas en 1995 y solo cuatro mil 352 en 2008.

Con esta encuesta el INEGI proporcionaba información parcial pero muy útil. Hablo en pasado porque lamentablemente dejó de hacerlo después del 2008.

La destrucción de la manufactura nacional no se limita al periodo señalado; se asocia a la privatización de las empresas públicas y a la campaña de ataques al empresariado nacional orientado al mercado interno que caracteriza al giro neoliberal de los primeros años noventa. Por otro lado es un proceso que persiste hasta el presente en el que, aún sin estadísticas precisas, la información puntual de cierres de empresas es como una lluvia constante.

Ahora la situación puede agravarse. Una respuesta neoliberal convencional es que en esta coyuntura el estado y los ciudadanos deben amarrarse el cinturón. Otros pensamos que, por el contrario, este es el momento de buscar una alternativa distinta al dogmatismo religiosamente neoliberal. Ello depende en buena manera de tener un diagnóstico correcto de la situación.

Miles de empresas han cerrado por la falta de crecimiento del mercado interno. Los ingresos reales de la gran mayoría de los trabajadores de la ciudad y el campo se han reducido a tan solo la cuarta parte o menos de lo que eran en 1978. Es un contexto en el que el incremento de la producción debido a la creación de una nueva empresa, o al mejoramiento de una que ya existía, no se asocia a un incremento de la demanda sino que compite por la que ya existía. De hecho es típico que una empresa nueva desplace a otras y con ello haya una pérdida neta de empleos e ingresos de la población.

La debilidad del mercado provoca que si unos producen más otros tengan que producir menos, es decir que sean expulsados del mercado. Lo que se genera es un fenómeno de substitución de empresas, líneas de producción y tecnologías que pueden crear una fachada de modernidad de un lado y que por otro agravan el problema de la insuficiencia de demanda. Este es el principal lastre al crecimiento de la economía nacional. Cada empresa hace lo que es mejor para sí misma, pero entre todas ahorcan a su mercado y en muchos casos a sí mismas.

Un problema de fondo es la llamada enfermedad holandesa, recientemente citada por el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens. Es un diagnóstico atinado, con la lucidez de sus presentaciones e inglés, para expertos, y no la superficialidad de las que hace en español. El punto se refiere a la entrada de capitales externos que provocaron el abaratamiento excesivo del dólar y por tanto la entrada de importaciones substitutivas de la producción interna. La combinación de dólares baratos con insuficiente capacidad de compra de la población se tradujo en quiebras de empresas al grado de que podemos hablar de desindustrialización.

A pesar de las afirmaciones reiteradas por años sobre la supuesta firmeza y estabilidad de las finanzas nacionales, esta dependía, sobre todo en los últimos años, de la entrada de capitales volátiles. Ahora, frente a la escasez de dólares, y su encarecimiento, debemos pensar en revertir el rumbo: substituir importaciones con producción interna. Conviene diseñar una política de reactivación productiva conducida por el estado de manera tal que ciertamente evite abusos posibles pero que no por ello abandone el objetivo substancial: sostener y elevar los niveles de vida de la población en base a la producción y el trabajo de los mexicanos.

Sostengo que esto es posible porque, corrigiéndome, buena parte de las empresas y capacidades productivas que han dejado de operar no han sido realmente destruidas, sino simplemente inutilizadas. Es decir que una porción importante de ellas se pueden reactivar a muy bajo costo en términos de nueva inversión y créditos que en adelante habrán de escasear aún más que de costumbre.

Lo importante será realinear cuidadosamente la estrategia de reactivación productiva con la de recuperación salarial generando empleo, bienestar y evadiendo el fantasma de la inflación.

domingo, 17 de enero de 2016

Estrategias rurales; la buena y la mala.

Faljoritmo

Jorge Faljo

El sector agropecuario fue la columna vertebral del “milagro mexicano” del siglo pasado. Un largo periodo caracterizado por el alto crecimiento económico, con notables avances en el bienestar de la población.

De 1940 a 1954 la tasa de crecimiento del sector industrial fue de 6.6 por ciento anual; subió al 7.4 por ciento entre 1955 y 1961 y se elevó aún más, al 9.7 por ciento de promedio anual de 1962 a 1970. Tres décadas de crecimiento espectacular que fueron posibles gracias al no menos intenso desarrollo rural que lo sustentaba.

En 1940 la superficie cosechada fue de 5.9 millones de hectáreas y en 1956 ascendió a 14.6 millones de hectáreas. El reparto agrario, acompañado de una estrategia amplia de soporte institucional, logró hacer producir en manos campesinas una vasta superficie anteriormente ociosa. Ocurrió elevando al mismo tiempo la productividad. La producción media de maíz, el principal alimento de la población, subió de 602 kg por hectárea a principios de los años cuarenta a 1,153 kg. a finales de los sesenta. De hecho toda la producción de temporal duplicó sus rendimientos.

Lo más relevante del desarrollo rural fueron sus impactos en el bienestar de la población y en las exportaciones. El consumo de maíz creció de 100.7 kilos por persona en 1940 a 171.3 kg en 1970; el de frijol se elevó de 7.2 a 18.5 kg. en los mismos años. Hubo, en paralelo, importantes incrementos en el hato ganadero (gallinas, cabras, cerdos, vacas) en manos de la población campesina. Se pasó del hambre crónica a una relativa abundancia generalizada.

En ese mismo periodo pasamos de ser importadores de maíz a fuertes exportadores de este grano y otros más.

Fue la capacidad de la agricultura para conseguir dólares, para elevar notablemente la nutrición en el campo y las ciudades y, no menos importante, para darle un fuerte sustento social, lo que permitió la industrialización acelerada. Hasta que más adelante, en los años sesenta se pasó a exprimir a los productores, se estancan los precios de garantía, los apoyos se hacen selectivos y favorables solo a la agricultura comercial.

A partir de 1965 se reduce la producción de maíz y la de frijol a partir de 1970. La superficie cosechada de maíz baja de 13.2 a solo 9.6 millones de hectáreas entre 1966 y 1975. La sobrevaluación de la moneda y la caída de la rentabilidad agropecuaria nos convierten en fuertes importadores de alimentos.

La pérdida de bienestar y del financiamiento en dólares terminan por hacer sucumbir la estrategia, excepto por unos breves años en los que las exportaciones petroleras y el endeudamiento basado en ellas nos hizo creer que había llegado la abundancia. Solo que la abundancia previa, basada en el trabajo campesino había sido generalizada, y la petrolera fue altamente selectiva en sus beneficiarios.

En las últimas tres décadas México ha destacado por su amplio gasto público en desarrollo rural, y por sus malos resultados. El problema es que la efectividad del gasto no es un asunto cuantitativo sino eminentemente cualitativo.

Los apoyos institucionales que crearon la época de oro de la agricultura y el bienestar rurales se caracterizaron por su incidencia masiva, generalizada, mediante esquemas de regulación del mercado y de contacto directo con las organizaciones de productores, el sector social de la producción y las comunidades.

Un fuerte aparato público (Conasupo, Almacenes Nacionales de Depósito, Banco Nacional de Crédito Ejidal, Banco Agrícola, Banco Agropecuario, asi como Fertilizantes Mexicanos, Productora Nacional de Semillas, Alimentos balanceados mexicanos, Tabamex, Instituto mexicano del café y otras instituciones) incidía en el mercado como soporte financiero, comercial y regulador del margen de ganancia de los intermediarios privados en la compra venta de granos, semillas, fertilizantes e insumos químicos, crédito y servicios productivos, incluyendo los de desarrollo y difusión tecnológica.

Sin embargo, desde el predominio de la ideología neoliberal la incidencia pública se caracteriza por lo contrario a la estrategia exitosa; se cuida de no competir con los intermediarios privados dejando así el establecimiento de precios y márgenes de ganancia a la libre operación del mercado. En las pocas áreas en las que aún opera, como el crédito, lo hace en una escala reducida y con apoyos selectivos, orientados a la producción comercial, los grandes productores y los cuates.

La estrategia de apoyos rurales se basa en reglas de operación difundidas por internet y mecanismos de selección impregnados de “cuatismo” nacional y local. SAGARPA, por ejemplo, publica que el año pasado repartió 7 mil tractores, apoyó proyectos productivos, amplió áreas de riego y demás. Pero todo son apoyos selectivos. Vista de otra manera su operación se ha basado en una definición de productores “con potencial” que justifica el darle la espalda a la mayoría, desde los productores de buen temporal, a los de zonas áridas (casi todo México. Sus apoyos son costosos, benefician a muy pocos y no crean condiciones de rentabilidad a la mayoría.

Es una estrategia en la que la distribución de los recursos es de acuerdo a la voluntad de los agentes privados encargados de promoverlos. Las evaluaciones de la FAO han sido claras en ese sentido; los programas públicos no llegan a los productores alejados de la carretera. Finalmente es una estrategia sumamente propensa a la corrupción y esto tal vez explica el atrincheramiento en su favor de la burocracia, los intermediarios privados, los vendedores comerciales e incluso los beneficiarios directos, únicos a los que se les da la oportunidad de evaluar los resultados.

Hemos entrado en un periodo de turbulencia financiera; el dólar caro puede alterar de manera importante las condiciones de producción agropecuaria en un país que ha descuidado la producción de insumos internos y en el que la organización comunitaria, del sector social y de los productores es considerada indeseable.

Es el momento de repensar si nos quedamos con una estrategia de desarrollo rural que ha fracasado en lo productivo, en lo social y en la gobernabilidad rural. Podríamos, en lugar de ello, actualizar la posibilidad de que el sector público, en alianza con los productores incida en la operación del mercado en los múltiples frentes que determinan la rentabilidad del sector. Lo que requeriría una diversidad de mecanismos apropiados a los distintos sectores, regiones y características de los productores.

domingo, 10 de enero de 2016

Préstamos baratos… y pagos caros

Jorge Faljo

Son los días en que todos nos deseamos lo mejor para el 2016. Excepto Christine Lagarde, la directora general del Fondo Monetario Internacional que aprovechó el último día del 2015 para decirnos que el crecimiento económico global será frustrante y desigual en este año que recién empieza.

Ella señala cuatro indicadores preocupantes: Uno es el alza de las tasas de interés en los Estados Unidos, otro es el menor crecimiento económico en China, el tercero es la considerable reducción del crecimiento del comercio internacional y el cuarto es la caída de los precios de las materias primas. No se trata realmente de novedades pero sí de la continuidad de tendencias que ya desde antes señalaban problemas.

La ahora llamada Gran Recesión fue una crisis que en los Estados Unidos duró oficialmente dos años, 2008 y 2009, pero de cuyos estragos en empleo y bienestar apenas se está recuperando. Una manera de enfrentarla fue creando enormes cantidades de dólares lo que permitió bajar la tasa de interés de base a un nivel de casi cero y así facilitar el desendeudamiento de la población, de las empresas y bajar los costos del gobierno. También se abarató el consumo a crédito (hipotecas, autos y tarjetas) y la inversión de las empresas. Por último muchos dólares salieron a otros países donde crearon demanda de productos norteamericanos.

Esta estrategia puso en manos de los bancos grandes cantidades de dinero que deseaban prestar; las bajas tasas de interés hicieron que también las empresas, gobiernos y consumidores desearan endeudarse en esa moneda. Ahora muchos analistas señalan que probablemente esto ha generado, otra vez, un sobreendeudamiento. Ahora la elevación de las tasas de interés, muy demandada por los dueños del dinero, se considera el retorno a la normalidad. Lagarde la considera necesaria pero advierte la necesidad de hacerlo de manera gradual y cuidadosa por el riesgo de que las empresas, países y clases medias que se endeudaron con entusiasmo a tasas muy bajas vayan a tener dificultades para pagar a tasas más altas.

Muchas empresas de países en desarrollo se endeudaron en dólares baratos y ahora tendrán que pagar con dólares caros. En una situación extrema podría ocurrir una incapacidad de pago que se extendiera como mancha de aceite hasta configurar una nueva crisis.

China no crece al ritmo acelerado a que estaba acostumbrada en los últimos veinte años porque sus ventas al resto del planeta se han visto reducidas; eso repercute en que también compra menos materias primas. Lo cual se recrudece porque sigue una activa estrategia económica de substitución de importaciones; quiere exportar más pero comprando cada vez menos insumos importados; eleva los salarios y el bienestar de su población, pero lo hace con mayor contenido de producción interna.

Tal estrategia sin duda le conviene a China… pero a nadie más, porque se basa en tener un enorme superávit comercial y en financiar a los demás. Dólares que entraban dólares que prestaba en una espiral ascendente que le permitió crecer aceleradamente por mucho tiempo (y hasta la fecha). Pero al mismo tiempo contribuyo al problema de fondo: si los otros países no pueden vender su producción a buen precio, y además llegaron a su limite de endeudamiento, entonces tienen que reducir su ritmo de compras en el exterior. Es la falta de dinamismo de esa demanda internacional lo que ahora hace que China se vea obligada a reducir el uso de capacidades instaladas y entre en una crisis de repercusiones internacionales.

No es únicamente el gigante oriental sino en todo el mundo que las capacidades instaladas operan a media marcha, o de plano dejan de operar. Esto ocurre de menera permanente a un ritmo lento que da impresión de normalidad; y también en oleadas de destrucción acelerada como en 2008 – 2009. La recomendación de cautela es precisamente por el temor de a una nueva crisis.

China es un termómetro de la economía mundial. No solo ella sino todo el comercio internacional está creciendo menos que la economía en su conjunto. Es un cambio importante: ya no es el comercio transnacional el que jala al crecimiento. Los aumentos de la producción de muchos países se están centrando más en respuesta a la evolución de los mercados internos.

La cuarta mala señal es, de acuerdo a Lagarde, la persistente caída de los precios de las materias primas. Incluyendo petróleo, acero y otros metales, cereales y productos agropecuarios. El motivo es de lo más elemental: no hay demanda.

De acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo la brecha creciente entre productividad y salarios que ocurre en todos los países del planeta implica que la población no tiene el dinero suficiente para comprar lo que se produce. La escasez de demanda se solucionó, para las transnacinales, mediante la destrucción de la competencia que significaba la pequeña y mediana industria y el apoderamiento de prácticamente todo el mercado global por empresas y franquicias gigantescas. Esta expansión arrasadora se ayudó mediante préstamos a los consumidores (población y gobiernos) para sostener el consumo sin pagar más salarios o impuestos. Sin embargo estas formas de enfrentar el problema de la escasez de demanda ya no dan para más.

Sostengo que hemos entrado a la fase final, de pataleo agónico, de la globalización. Una etapa peligrosa si nos aferramos a los falsos dogmas con los cuales se le impulsó. La única salida saludable para la sociedad mundial requiere dos cambios fundamentales. Fortalecer la demanda de la población ya no mediante el truco del endeudamiento sino mediante el incremento de los ingresos efectivos y, en el mismo sentido, reconfigurar el comercio mundial en favor del intercambio con reciprocidad y no con desequilibrios estructurales basados, también, en el endeudamiento de los países fundamentalmente compradores y en el doble negocio de los países predominantemente vendedores, prestar y vender.

lunes, 4 de enero de 2016

¡Ozú…que estamos atascados!

Faljoritmo

Jorge faljo

Las elecciones legislativas del pasado 20 de diciembre han dejado a España en una situación inédita de atascamiento político. Se renovaron los 350 diputados de su cámara baja (las Cortes) con una distribución política que hace parecer imposible la formación de un gobierno. España es una democracia parlamentaria en la que el presidente (el rey es una figura simbólica) debe estar respaldado por la mayoría de los diputados.

Esto funcionó sin problemas en los últimos 40 años en los que dos partidos dominaban el escenario y juntos obtenían más del 75 por ciento de los votos. El gobierno era, casi por turnos, del Partido Popular –PP-, de derecha neoliberal, o del Partido Socialista Obrero Español -PSOE-, que podría definirse como de izquierda light, o también neoliberal.

Pero en las últimas elecciones se rompió el bipartidismo con el ascenso de dos nuevos partidos políticos: Un partido se llama “Podemos”, de izquierda anti neoliberal y el otro de nombre “Ciudadanos”, de posición centrista. Hay otros partidos regionales menores.

Resulta que el Partido Popular, en el gobierno, obtuvo su peor resultado en décadas. Sigue siendo el más votado debido a la división de la oposición, pero con solo 123 diputados ya no puede gobernar por sí solo. Su pésimo resultado se debe a varios escandalosos casos de corrupción y a una política de austeridad asociada al bajo crecimiento económico, un alto desempleo, superior al 21 por ciento, y al empobrecimiento generalizado de la población.

El segundo partido “histórico”, el PSOE, consiguió 90 diputados. Su votación fue también históricamente baja debido a que muchos de sus anteriores seguidores votaron ahora más hacia la izquierda. Ciudadanos, el nuevo partido centrista con 40 asientos, captó buena parte de los votos que perdió el PP y trata de ubicarse como fiel de la balanza al sostener que puede dialogar con los extremos.

Podemos es un partido muy joven, en veloz ascenso, que propone el fin de la austeridad, el derecho a la vivienda (en contra del desahucio de familias deudoras), el reforzamiento de las políticas sociales y mayor democracia es considerado el gran vencedor. Con 69 diputados fue el tercer partido más votado y se le considera el gran triunfador debido a que nación apenas en el 2014 y es la primera vez que participa en elecciones nacionales. Sus representantes se caracterizan por venir de diversas profesiones y no ser políticos profesionales.

La constitución española exige que para formar gobierno este cuente, en principio, con la mayoría absoluta de los diputados; es decir 176 sobre 350, y ningún partido los alcanza por sí solo. Lo cual obliga a negociar coaliciones. Nada fácil porque implica verdaderos compromisos y posiciones de gobierno.
Ahora estimado lector tome el ábaco y acompáñeme en las cuentas. Doy los números de diputados entre paréntesis.
El PP (123) reclama como partido mayoritario el derecho a intentar formar gobierno; le propuso alianza al PSOE (90) pero este respondió que el voto ciudadano pide un cambio de fondo y de ningún modo contempla esa alianza. Un acuerdo con el que se supone su rival lo desprestigiaría y acentuaría la debacle de ambos partidos.

La siguiente posibilidad es que el PSOE intente un acuerdo con Podemos (90 + 69 = 159) pero requiere sumar los otros 19 votos de los partidos independentistas de Cataluña y la región vasca para llegar a la mayoría. Sin embargo, los independentistas exigen un referéndum que podría abrir la puerta a la independencia de Cataluña. Podemos se ha comprometido a apoyarlos, aunque espera que la población vote en contra de la separación.

La tercera posibilidad de gobierno es una alianza entre el PP y Ciudadanos (123 + 40) que sumaría 163 votos. Eso le permitiría una mayoría relativa si los diputados del PSOE se abstienen de votar. Pero Ciudadanos declara que no se interesa en la coalición y toda abstención sería vista como complicidad.

En suma, la situación es muy compleja y no se vislumbra la manera en que se podría formar el nuevo gobierno. Si se consigue este sería muy débil debido a un complicado reparto de posiciones y a que cada una de sus iniciativas legales en las Cortes tendría que negociar coaliciones de coyuntura.

La Constitución española indica que si en el término de dos meses no se forma un gobierno de mayoría deberá convocarse a nuevas elecciones. Lo que no preocupa y hasta puede convenir a los partidos en ascenso, Podemos y Ciudadanos. Muchos esperan que en ese caso el PP y el PSOE pierdan votos. Tal vez así los ciudadanos españoles rompan el atasco que existe en este momento.

En cualquier caso estas elecciones marcaron una transición de fondo en España y el casi seguro abandono de las estrategias neoliberales extremas. Toda Europa observa la situación con enorme interés. Podemos cristaliza el paso del movimiento popular de los “indignados” a una representación institucional que ya consigue compromisos de gobierno a nivel de ciudades y regiones y, a partir de ahora, a nivel nacional.

A pesar de sus dificultades me gusta el sistema parlamentario español. El poder del congreso es real; opera como un verdadero espacio de debates y de construcción de acuerdos que obligan al ejecutivo y no al revés.

Un ejecutivo que, como nos pasa en México, gana todas las fichas por solo un pequeño margen, o incluso sin conseguir la mayoría de los votos, no es lo más cercano a la democracia. Es hora de que de este lado del mar abandonemos el facilón presidencialismo todopoderoso y lo cambiemos por un congreso fuerte, con una representación popular asociada a posiciones ideológicas de fondo y no a la mera pertenencia a grupos de interés. Hay que cambiar.

¿Qué tal convertirnos en una república parlamentaria?