lunes, 22 de abril de 2013

Abeconomía japonesa

Abeconomía japonesa
Faljoritmo

Jorge Faljo

El pasado diciembre Shinzo Abe fue elegido primer ministro de Japón. Ese país es un archipiélago de más de 6 mil islas, la mayoría muy pequeñas. El conjunto de su territorio suma 378 mil kilómetros cuadrados, menos de la quinta parte de la superficie de México. Hoy en día cuenta con 128 millones de habitantes en un territorio relativamente pequeño y montañoso del que solo un 12 por ciento es tierra cultivable.

Tras su derrota en la segunda guerra mundial Japón se reorientó por la vía pacífica del crecimiento basado en el desarrollo tecnológico e industrial. Lo hizo con una estrategia de planeación y acuerdo con un pequeño grupo de conglomerados industriales. Hacia los años ochenta decir Japón y hablar de un milagro económico era lo mismo. Había pasado de ser un fabricante de imitaciones de mala calidad a convertirse en líder del avance tecnológico y de la producción de aparatos electrónicos.

Pero la base de su éxito económico fue el convertirse en una doble potencia: financiera y exportadora. Los dólares que recibía los empleaba en préstamos al exterior asociados a la venta de exportaciones. Japón es todavía el principal acreedor del mundo. Prestar a otros implicó crear escasez interna de dólares; sus habitantes compraban productos nacionales. Le sumó una política altamente proteccionista en rubros estratégicos; por ejemplo el alimentario. Su exportación de capitales mantuvo barata su moneda durante décadas y le dio la competitividad cambiaria necesaria para su expansión industrial.

No obstante, después de décadas de crecimiento acelerado, a principios de los noventas sufrió un fuerte descalabro económico. Su política de tasas de interés muy bajas, que habían sustentado un ritmo acelerado de inversión productiva, trascendió a promover una fuerte demanda inmobiliaria y del consumo en general. Hasta que, agotados los límites de endeudamiento de los consumidores, se desinfló la burbuja y cayeron los precios de las viviendas y el nivel de consumo.

A partir de entonces Japón entró en una etapa de lento crecimiento económico y de deflación. Es decir de lenta caída de los precios por falta de demanda. En 2010 le cedió a China el segundo sitio en la economía mundial.

Pero regresemos al momento actual. Shinzo Abe llegó dispuesto a instrumentar una estrategia económica novedosa, bautizada como abeconomía, que sacude a su país, parece empezar a despertarlo de su prolongado letargo y es objeto de la mayor atención mundial. El la llama de “Las Tres Flechas” en la medida en que conjunta estrategias de política monetaria, fiscal y de crecimiento. Hay un proverbio japonés que señala que se puede romper con la fuerza de la mano varias flechas si se las toma una por una; pero no si van juntas. Es decir que se trata de una estrategia invencible.

La primera flecha ha sido presionar al Banco Central del Japón crear mucho dinero y ponerlo en circulación de manera que se baja la tasa de interés a un rango incluso negativo. La abundancia de yenes debe estimular el consumo hasta conseguir una inflación de por lo menos dos por ciento. Esa es la meta.

Otros efectos de esta creación de dinero es abaratar el yen abundante; es decir devaluarlo. La moneda japonesa ya se ha devaluado en más de un veinte por ciento lo que hace más barata su producción industrial y eso la hace más competitiva en el plano internacional e interno. Obviamente le conviene pero algunos temen que otros países hagan lo mismo y se desate una guerra económica de devaluaciones competitivas.

La segunda flecha es elevar fuertemente el gasto gubernamental. El gobierno va a renovar su de por si buena infraestructura carretera, de transporte, de servicios públicos y todo lo que pueda. Y lo va a hacer endeudándose. La tercera flecha incluirá medidas de promoción de la inversión y el empleo. Aquí se ubica un exhorto a las empresas a elevar los salarios y bonos de sus trabajadores; lo que ya se plantean hacer.

Dije que Japón es el principal prestamista del mundo. Ahora diré que su gobierno es el más endeudado del mundo; debe un 240 por ciento del producto interno bruto. Mucho más que cualquier país europeo en crisis, o que los Estados Unidos. Lo ayuda que la deuda sea básicamente interna y que la tasa de interés que paga es casi cero, o incluso negativa.

Se trata ahora de reactivar el financiamiento como motor de la demanda. ¿Puede relanzarse el crecimiento con esa estrategia? Su Banco central está dispuesto a crear mucho dinero y prestarlo al gobierno. Eso mismo les da garantías a otros prestamistas. Los consumidores están reaccionando con un incremento de la confianza y de su gasto. Su gran aparato productivo se reactiva eficientemente.

A pesar de su éxito inicial no me parece que tenga mucho futuro renovar la estrategia de prestar para crear demanda. El sector privado japonés está sentado sobre gigantescas riquezas financieras inútiles. No invierte porque ya hay exceso de capacidad instalada; y si las presta gana poco y hasta puede perder con los endeudados vulnerables (como en Europa).

Me parece que para crecer de manera sostenida los súper ricos tendrán que compartir con su pueblo la riqueza que no usan. Es decir pagar mejores salarios e impuestos substanciales que reactiven permanentemente la demanda y la producción.

lunes, 15 de abril de 2013

China. Estrategia de globalización

China. Estrategia de globalización
Faljoritmo
Jorge Faljo

El reciente viaje del Presidente Peña Nieto al sureste asiático y su compromiso por estrechar los lazos de colaboración con esos países, en particular con China, es un buen motivo para tratar de entender mejor las bases de su acelerado crecimiento económico.

Hace cincuenta años China era un país azotado por la miseria y hambre. Había dejado atrás una cruenta guerra civil e internacional al mismo tiempo y todavía no encontraba el rumbo que le permitiera prosperar. Al inicio de la década de los años sesenta se calcula que murieron de hambre entre 20 y 40 millones de personas. Era uno de los países más pobres y tecnológicamente rezagados del planeta.

Ahora es la segunda potencia económica mundial y la primera en producción de manufacturas. Se ha convertido en la gran potencia exportadora de manufacturas del planeta al mismo tiempo que su población eleva rápidamente sus niveles de vida y de consumo. Esto se nota en el paso de cientos de millones de una dieta de granos a otra de carne. También engulle materias primas provenientes de todo el mundo. Estas dos últimas características se reflejan en incrementos de precios internacionales. Al transformarse a si misma, impacta al mundo. No podemos ignorarla.

China es el país más poblado. Cuenta con 1.35 mil millones de habitantes, el 19 por ciento de la población mundial. Su superficie es equivalente a la de los Estados Unidos, solo que con 4.4 veces más población.

La República Popular China, su nombre oficial, es uno de los pocos estados que aún presumen de ser comunistas. Sin embargo, aunque el partido comunista tiene las riendas del gobierno, su política económica no es ortodoxa ni para la izquierda ni para la derecha. Para unos es excesivamente capitalista; para otros sigue siendo una economía planificada. Es una especie de capitalismo regulado, orientado a la globalización acelerada pero fuertemente controlada.

Vale la pena resaltar que China es el país de mayor éxito en disminución de la pobreza. Gracias a este país las estadísticas indican la disminución de la miseria en el mundo. Sin embargo si borramos su contribución resulta que en el resto del planeta la pobreza ha aumentado.

En los últimos 25 años China creció a un promedio superior al nueve por ciento anual. La mayor tasa mundial de incremento acelerado y sostenido del planeta. Su población se ha beneficiado; el crecimiento salarial promedio ha sido del 11.8 por ciento en los últimos catorce años. Datos que me parecen particularmente interesante porque en México necesitaríamos elevar los salarios a ese ritmo y durante ese lapso para recuperar los niveles de ingreso que tenían los trabajadores mexicanos en 1979.

¿Cómo le hizo?

No cabe duda de que a un crecimiento económico tan acelerado han contribuido diversos factores. Sostengo no obstante que es posible identificar los principales y aquí me interesa destacar uno de ellos, el que creo más importante.

China les presta a los demás; no solo es un alto exportador de capitales, es el principal prestamista del planeta. Estados Unidos en particular se encuentra altamente endeudado con esta potencia emergente.

Pero, ¿es lógico que los pobres les presten a los ricos? Y más aún, ¿es ese un camino para salir de la pobreza? Las respuestas a las dos preguntas, aunque a primera vista pudieran parecer ilógicas es sí.

No estoy acusando a China de usurera; es más sostengo que para ese país los ingresos derivados de los intereses no son muy relevantes. Prestar a los demás es para ellos una estrategia de impulso a la producción en dos planos: fuerte conexión de la demanda y la oferta internas; Y la creación de demanda externa.

China, una potencia exportadora, emplea las ganancias en dólares de sus empresas para prestarle a otros países. Eso tiene dos efectos. Al sacar los dólares del mercado interno los hace inaccesibles a la gran mayoría de su población que de este modo no pueden consumir productos importados porque resultan demasiado caros. Esto se complementa al no permitir la entrada de capitales especulativos o el endeudamiento externo. Dentro del país hay una fuerte y calculada escasez de dólares.

Cierto que se acepta la inversión externa bajo dos condiciones: que sea productiva y que aporte avances tecnológicos en los que el país se encuentra rezagado.

Señalo en primer lugar que los dólares que entran al país se asocian a exportaciones e incremento de la producción, es decir generación de empleo. No se admite la especulación. En segundo lugar, y de igual importancia, esos dólares salen casi únicamente como compra de materias primas para su producción (no de manufacturas o bienes de consumo) y como préstamos para crear demanda externa.

Con la estrategia de escasez interna de dólares China logra que todo incremento de la demanda interna se convierta en consumo de productos nacionales y no de importados. Ese es el significado de tener una moneda débil que compra pocos dólares y que es altamente competitiva.

Nada ejemplificaría mejor la diferencia entre el modelo chino y el nuestro que vinieran a construirnos un tren bala ultramoderno. Para ello nos prestarán bastantes dólares y nosotros los pagaremos con materias primas. Aparte de eso exigirán la continuación y ampliación de nuestro gigantesco déficit comercial; nos venden unas doce veces más de lo que nos compran y esto es factor central de la destrucción de la manufactura mexicana.

Trenes ultramodernos nos harían sentir como un país de avanzada. Los podríamos llamar Potemkin, como los falsos pueblos prósperos que se construían a la orilla del río donde se paseaba la emperatriz de Rusia.

domingo, 7 de abril de 2013

Europa: raíces del odio

Europa: raíces del odio
Faljoritmo
Jorge Faljo

En octubre del año pasado la Unión Europea recibió el premio Nobel de la Paz. A la ceremonia acudieron sus más altos dirigentes y otros 21 jefes de estado. Entre ellos los de Alemania, Bélgica, España, Francia, Holanda y muchos más.

Hubo también importantes manifestaciones en contra de la entrega del premio. Tres premios Nobel de la Paz de años anteriores consideraron que Europa no era merecedora del galardón.

Tal vez quien mejor resumió la situación haya sido Elio di Rupo, el primer ministro de Bélgica. Dijo que el premio se concedía a la historia de la Unión, a la Europa de su fundación, a su espíritu original y a sus valores. Y aclaró, con duras palabras, “la Europa de hoy no merece laureles”.

Jagland, el presidente del comité noruego que entrega el Nobel había dicho en la ceremonia que “la paz no se puede dar por hecha” y que “conviene ganarla todos los días”.

Esto que ocurrió hace varios meses refleja bien la situación actual. Podría pensarse que entregar este premio en el 2012 es un llamado de atención para recuperar los valores de democracia y equidad, fundamentos de la paz, precisamente porque en estos tiempos parecen desmoronarse. Crecen los valores contrarios, inequidad y empobrecimiento, debilitamiento de la democracia y lo más preocupante, el odio.

Son ya cosa de todos los días las manifestaciones multitudinarias en las que en Nicosia (capital de Chipre), Atenas, Roma, Madrid, Lisboa o muchas otras ciudades, se queman banderas alemanas y nazis. También retratos de la canciller Merkel, muchas veces adornada con un bigotito hitleriano.

El malestar de hoy en día hace surgir recuerdos que son pesadillas. Grecia rememora el medio millón de gentes que murieron de hambre durante la ocupación alemana en la segunda guerra mundial y se pregunta ¿quién le debe a quién?

En España, Italia y Portugal crece la disputa política interna y una de sus banderas frecuentes es la acusación de que otros se doblegan ante las imposiciones del exterior. Lo cual en ocasiones sirve para distraer la atención de los errores internos o para dar a entender que tomaron duras medidas porque se vieron obligados desde afuera.

Lo que no se puede negar es que Europa se separa emocionalmente en un sur (España, Italia, Grecia y otros) que concentra su descontento en culpar a una Alemania exitosa pero imperialista.

En sentido inverso, desde el norte (Alemania, Holanda, Finlandia y otros) se acusa a los pueblos del sur de falta de disciplina, pocas ganas de trabajar, de despilfarro y un modo de vida desenfadado y sin previsión del futuro. Hay quienes dicen que un obrero alemán puede hacer el trabajo de tres españoles, o griegos o franceses.

Crecen los malentendidos. El problema del odio es que es muy simplista. Los pueblos del sur no ven la diferencia entre el gobierno y el pueblo alemán. Y es que la política alemana a los primeros que ha dañado es a sus propios ciudadanos.

Resulta que los trabajadores alemanes tienen uno de los menores niveles de bienestar de Europa. Mientras que el costo salarial medio de la Unión Europea creció en un 20 por ciento en los últimos ocho años; el de Alemania creció en solo un 7 por ciento. Es uno de los pocos países de Europa y de mundo donde no hay un salario mínimo legalmente obligatorio. Al mismo tiempo en este periodo Alemania redujo de manera importante los impuestos de los más ricos y de las empresas. Hoy en día es uno de los países europeos con mayor concentración de la riqueza.

El rezago en el ingreso de los trabajadores alemanes se ha traducido en un patrimonio familiar paradójicamente muy inferior al de la población de otros países en crisis. La mediana del patrimonio familiar en Francia es de 114 mil euros –me; en España es de 178 me. En Alemania es de tan solo 51 me. Peor aún, en su parte occidental es de 79 me mientras que en la zona oriental (anteriormente comunista) es de tan solo 21 me.

La potencia competitiva y exportadora alemana se ha basado en un fuerte control salarial y en el rezago del bienestar de su población. Hoy en día alrededor del 20 por ciento de sus trabajadores apenas ganan para sobrevivir con dificultades.

Esto sin duda genera malestar, incluso odio, de los alemanes hacia los ciudadanos de los países del sur de Europa que alcanzaron niveles de vida superiores a los de ellos mismos.

El trabajo esforzado y mal pagado de los alemanes enriqueció a sus grandes empresarios y banqueros y les permitió convertirse en prestamistas de los consumidores del sur, gobiernos y familias. La elite de Alemania, que no su pueblo, impuso una relación internacional desequilibrada en la que de un lado hubo prestamistas que gobernaban un pueblo muy trabajador y del otro consumidores endeudados que vivían la buena vida. Mientras les duró la capacidad de endeudamiento.

Tal esquema llega a su fin en medio del incremento del odio. La Europa equitativa y democrática fue socavada por la política económica alemana que primero golpeó a su propia población y ahora a la del resto del continente. Así que voy a hacer una propuesta utópica pero muy seria.

Propongo a los cientos de miles que queman banderas alemanas en los países del sur que cambien su mensaje. Les propongo que exijan que los trabajadores alemanes tengan un salario mínimo decente; que si son más productivos ganen más; que trabajen una semana de 25 o 30 horas; que puedan disfrutar de la enorme capacidad productiva que ellos mismos han creado y que merecen disfrutar. Que puedan vacacionar en el sur.

Sería un primer paso para componer este desastre. Eso, o disolver Europa.