lunes, 26 de junio de 2017

Comer para no morir

Jorge Faljo

Comer para no morir es el título en español de un libro del Dr. Michael Greger, un famoso especialista en nutrición norteamericano. Lo leí en inglés (How not to die) porque no se consigue en México y traído de España cuesta casi cuatro veces más que comprado en Estados Unidos. Una lástima, porque es un libro magnífico. Usualmente no escribiría sobre nutrición pero este libro va más allá de ese tema.

Sobre una sólida base científica el libro no solo es convincente sobre la importancia de una nutrición que puede prevenir y aliviar enfermedades. También, sin ser su propósito central, el libro constituye una denuncia demoledora sobre las causas de la mala salud de la población norteamericana, derivada en gran medida de la colusión de intereses de un sistema de salud al que no le interesa prevenir y realmente curar, sino conservar pacientes como consumidores permanentes de fármacos y servicios médicos y hospitalarios.

A partir de lo que en cada punto parecerían observaciones secundarias a los consejos de salud, y casi sin querer, el libro es también una denuncia de la colusión entre los intereses de las grandes productoras de fármacos, las asociaciones médicas profesionales, el sistema hospitalario y las instituciones públicas que deberían velar por la salud de la población norteamericana.

Recordemos que la salud de los norteamericanos es mala. Dos de cada tres tienen sobrepeso y la obesidad ha crecido de un 13 por ciento en 1962 a más de la tercera parte de la población adulta y de prácticamente cero al 17 por ciento de menores de edad en 2008.

De acuerdo al Dr. Greger esto incide en que los norteamericanos tengan mucho mayores porcentajes de ataques cardiacos, enfermedades pulmonares, diabetes, cáncer, presión alta y enfermedades crónicas en general que la población de países que todavía siguen dietas tradicionales, bajas en el consumo de azucares, grasas y derivados animales. La comparación histórica señala que el cambio a una dieta industrial moderna tiene repercusiones muy negativas para la salud.

Algunos elementos señalados en el libro me han resultado particularmente impactantes. Los enunciaré de manera sintética.

Para Greger “la ganadería industrial moderna ha acabado con los herbívoros. La producción avícola y ganadera en gran escala se basa ahora en incluir los desechos de todo tipo generados en los mataderos como parte de los forrajes con que alimenta a los animales que consumimos. Esto causa una acumulación progresiva de substancias tóxicas y degenerativas en las carnes blancas y rojas, y también en la leche y huevos que consumimos. La enfermedad de las “vacas locas”, que infectó a toda una generación de británicos, pero “solo” mato a varios centenares, tuvo su origen en la dieta caníbal del ganado vacuno.

Cuando Oprah Winfrey, una popular conductora de un programa de televisión se enteró de la forma de alimentar a los animales que comemos dijo que “jamás volvería a comer una hamburguesa”. Y fue demandada legalmente en base a una ley que hace ilegal dar a entender injustamente que un alimento perecedero no es seguro para el consumo humano. Tuvo que gastar una pequeña fortuna a lo largo de cinco años para finalmente ser declarada inocente. Ganó, pero al mismo tiempo el poder de la industria de la carne demostró su poder. Ahora esa misma industria promueve una ley que prohíba tomar fotos y videos de sus procesos.

“La asistencia sanitaria es, realmente (dice Greger), la tercera causa de muerte en Estados Unidos.” La suma de infecciones hospitalarias (muchas porque los doctores no se lavan las manos), los efectos secundarios de los fármacos, los errores médicos y el exceso de procedimientos innecesarios lleva el número de muertes anuales a rozar las 300 mil.

En Estados Unidos se aplican muchos más procedimientos caros que en países con mejor sistema de salud. Una tomografía computarizada es equivalente a 300 placas de rayos X. Se recomiendan incluso en casos triviales y sin informar adecuadamente a los pacientes. Son de particular riesgo para los niños y en general originan unos 25 mil casos adicionales de cáncer al año.

Otro procedimiento de alto riesgo son las colonoscopías; tan traumáticas que los pacientes reciben amnésicos para que se olviden del proceso. Son la gallina de los huevos de oro que hacen que un gastroenterólogo gane medio millón de dólares al año. Aparte de que muchas son innecesarias en Estados Unidos cuestan miles de dólares mientras en otros países solo centenares. La causa es que el precio estándar de este y otros procedimientos es fijado en sesiones secretas de la Asociación Médica Americana.

Una de las facetas del sistema es un sistema de referencias en que un médico remite a su paciente con otro doctor o especialista y es recompensado mediante una comisión. Un estudio del gobierno norteamericano concluye que sin comisiones habría un millón menos de referencias innecesarias al año.

Para Greger uno de los grandes obstáculos para que la población adopte una alimentación sana es que desconoce la verdadera, y muy baja efectividad de los tratamientos médicos y hospitalarios en el caso particular de las enfermedades crónicas. Cada año se prescribe un promedio de 13 recetas por adulto o niño en los Estados Unidos pero esos miles de millones de pastillas no mejoran la salud promedio. Se oculta la verdad a la población.

Desalentar el uso de fármacos no sería bueno para la minoría a la que si le sirven. Sin embargo conocer la verdad llevaría a muchos a procurarse una dieta saludable junto al uso de las medicinas y eso sería mucho más efectivo. Al grado de que esta opción le permite a muchos detener el avance de sus enfermedades crónicas y en otros casos un verdadero alivio.

Se puede aprender más sobre estos asuntos tecleando greger en internet, lamentablemente solo en inglés.

Concluyo señalando que Estados Unidos era el país de la OCDE con mayor porcentaje de obesidad hasta que México lo sobrepasó en 2013. Con un sistema público de salud en deterioro y otro sistema privado dominado por el afán de ganancia y alimentado desde el sector público mediante el pago de seguros privados a sus funcionarios privilegiados.

Eso en lugar de promover estilos de vida saludables para todos.

sábado, 17 de junio de 2017

Los celos comerciales gringos

Jorge Faljo

La renegociación del TLCAN inicia el próximo 16 de agosto. Desde el lado norteamericano le calculan un año al proceso; del lado mexicano la intención es terminar este año… y cantar victoria. Tal vez como en la renegociación del azúcar de hace unos días.

El secretario de economía, Ildefonso Guajardo declaró ante Bloomberg, un medio financiero prestigiado, que en el momento en que Estados Unidos proponga imponer aranceles se levanta de la mesa. Daría por muerta la renegociación del TLCAN. Más adelante explicó que México cuenta con un Plan B, si falla la renegociación del TLCAN regresaríamos al marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en el que México tendría tarifas aceptables para exportarle a Estados Unidos. Por ejemplo, se podría seguir exportando automóviles con un impuesto de únicamente 2.5 por ciento.

Sin embargo esta idea de refugiarnos en la OMC parece basada en una lectura parcial del malestar norteamericano. Wilbur Ross, el actual secretario de comercio de los Estados Unidos atribuye el bajo crecimiento norteamericano a haber firmado malos tratados comerciales; incluye al TLCAN y a la OMC.

Por su parte Ross considera que la OMC da un trato desigual al sistema fiscal norteamericano. La causa es que cuenta con 164 miembros y opera en un sistema de “un país un voto” en el que Albania (Ross la usa de ejemplo) tiene los mismos derechos que la mayor economía del mundo. Dice que los Estados Unidos han hecho mal al subordinar su soberanía de ese modo. Y añade: “Bajo las actuales reglas la OMC permite que (otros países) instrumenten tarifas disimuladas que obstruyen las exportaciones norteamericanas y subsidios disimulados para penetrar el mercado de los Estados Unidos”.

Su crítica es que la OMC acepta que los países que tienen un sistema de IVA le ponen un arancel disimulado a las importaciones norteamericanas (en el caso de México es de 16 por ciento) y, además, exentan de impuestos a sus exportaciones. Estados Unidos que no tiene ese sistema se encuentra en desventaja, dice Ross.

Hay un tinte de paranoia en estas declaraciones; Trump continuamente declara que México, China y el resto del mundo se han aprovechado de su país. En realidad han sido las grandes corporaciones gringas las que decidieron convertirse en meras marcas y distribuidoras comerciales comprándoles a los verdaderos productores ubicados en otros países.

El caso es que los gringos declaran que van a cambiar este estado de cosas y su primer paso es modificar la relación comercial con México. Luego, tal vez, la emprenderán con otros países. Hace un par de semanas Trump declaró que Alemania era “mala” porque tenía un fuerte superávit con Estados Unidos y lo corregiría.

Sin embargo todo sigue siendo impredecible porque algunas declaraciones y posibles acciones parecen originarse en berrinches, pueden depender de la situación de los negocios de la familia Trump en diversos países y últimamente hasta se encuentra en tela de juicio la continuidad de la administración norteamericana. Entretanto tenemos que esperar lo mejor pero prepararnos para lo peor. Y esto parece ser la mala suerte de que los grandes cambios comerciales que anuncian empezarán por México.

Para nosotros el problema es que, a diferencia de China, que tiene superávit con todo el mundo, la economía mexicana no es realmente competitiva fuera de la relación automovilística con los Estados Unidos. Tenemos importantes déficits con China, Japón, Corea, Taiwán, Malasia, Alemania, Italia y prácticamente todos los demás países con los que comerciamos. Lo que da idea de que nuestra competitividad selectiva es más bien artificiosa y dependiente de decisiones externas. Creímos que bastaba ponernos de tapete, sin instrumentar una política industrial y de fortalecimiento del mercado interno. Ahora todo está en juego.

Corremos el riesgo de confundir los medios con el fin cuando creemos que los Estados Unidos quieren renegociar el TLCAN, o las reglas de la OMC. No es así. Su objetivo explícito es abatir el déficit comercial de cerca de 500 mil millones de dólares que tienen con todo el mundo.

Este pasado 14 de abril Ross declaró “los juegos se acabaron y el tratamiento inapropiado a los Estados Unidos no seguirá siendo tolerado (…) trabajamos para establecer un comercio libre y justo a la vez. No tengo duda de que lograremos rebalancear el comercio en favor de los trabajadores y negocios norteamericanos.”

Tal vez la reciente renegociación del comercio del azúcar de idea del método. Amenazaron fuerte con imponer aranceles a todas las importaciones de azúcar mexicana y consiguieron que México limitara la proporción de azúcar refinada dentro del total de sus exportaciones. De este modo protegieron la operación y los empleos industriales en sus propios ingenios.

Para el comercio global con México Ross ofrece una salida. El 31 de mayo pasado declaró que su objetivo central al renegociar el TLCAN era reducir el déficit comercial y que había muchas maneras de hacerlo; señaló que la forma más fácil era que México y Canadá reorienten compras que ya hacen en otros países en favor de productos norteamericanos.

Lo que propone es que México compre menos a los países con los que tiene déficits para darle preferencia a los productos norteamericanos. Lo que quieren es que nosotros cambiemos las reglas comerciales con los demás. México tendrá que repudiar su discurso cotidiano de amor al libre comercio para imponer aranceles o cuotas a las importaciones de Asia y Europa. Este fuerte revire será el precio a pagar para que los Estados Unidos no nos obstaculicen nuestras exportaciones.

Más allá de la mera apariencia lo que está en juego no es de manera principal la renegociación del TLCAN; este podría modificarse poco y de manera amigable si entendemos que los gringos son celosos y no aceptan que preferimos a otros…proveedores.

domingo, 11 de junio de 2017

Trump pide lealtad a la mexicana

Jorge Faljo

En las últimas semanas el presidente Trump, la clase política y los medios norteamericanos nos han brindado todo un gran espectáculo, del que podríamos resaltar el interés enorme que suscita en la población norteamericana y mundial. Un espectáculo que se desarrolla de manera vertiginosa; prácticamente no pasa día en el que los twits de Trump, o nuevas revelaciones sobre una posible (y sin comprobar) colusión de su equipo con Rusia o el intento de interferir en estas investigaciones, no generen sorpresa o fascinación.

Un espectáculo insólito con gran atractivo mediático, tan rico en detalles que resulta imposible presentarlo adecuadamente en un espacio breve. En lo personal le he dado seguimiento durante una o dos horas al día viendo sus programas de noticias y análisis político, sin excluir a sus ingeniosos comediantes políticos. Estos últimos no solo en la cresta de la información de último momentos sino del filoso sarcasmo que revela con precisión y pocas palabras lo que está en juego.

Y lo que está en juego, para nuestra sorpresa, se acerca peligrosamente a la posibilidad de que Trump termine por ser echado de la presidencia norteamericana en un proceso que en inglés se conoce por “impeachment”.

Me parece que los mexicanos deberíamos darle mucho mayor seguimiento a ese proceso. No por mero entretenimientos sino porque para nosotros debería ser motivo de reflexión e incluso de aprendizaje. Es como una tragedia griega no solo por su complejidad sino porque revela una cultura radicalmente diferente a la nuestra.

Para empezar encontramos una enorme fuerza en los medios; el derecho a informar, a investigar y a presionar al poder político es incuestionable. Y lo hacen desde la diversidad. No es que sean muchas las cadenas informativas; lo importante es que tienen enfoques y filiaciones políticas diversas. Y además todas ellas están en algún grado comprometidas con la presentación de puntos de vista plurales.

Además está el rico filón de los comentaristas y comediantes políticos que verdaderamente no tienen pelos en la lengua y se atreven a decir, y burlarse, de las limitaciones de su presidente. Aquí pensaríamos que se trata de insolencia; allá es parte natural de la exigencia de rendición de cuentas de un servidor de la nación.

Este viernes pasado el presidente Trump se vio obligado por la tradición a dar una conferencia de prensa conjunta con el presidente de Rumanía de visita en el país. Estaba en su poder limitar el número de preguntas y de periodistas que podrían hacerlas. Pero era muy claro que no habría preguntas a modo. A lo largo del día los medios fueron decantando cuales eran las preguntas más importantes, y ciertamente difíciles, que se le deberían hacer. La oportunidad era limitada y me pareció impresionante como se construyó un consenso sobre la base de que sería inaceptable hacerle preguntas de lucimiento.

Así que al momento de la verdad Trump no tuvo más remedio que seleccionar periodistas serios que le preguntaron donde más dolía. ¿Se graban las conversaciones en sus oficinas? Dado que declaró que el exdirector del FBI, Comey, había mentido, ¿estaba dispuesto a declarar bajo juramento? Ambas preguntas con enormes implicaciones judiciales; es decir que le ponen la soga al cuello y ciertamente no le gustaron.

Dijo que lo de las grabaciones lo aclararía más tarde; pero ya hay comisiones investigadoras en el senado que le están solicitando que, si hay grabaciones, las entregue. Y aceptó ante los medios declarar bajo juramento. Si lo llega a hacer tiene que estar consciente de que la menor mentirilla sería delito.

Lo segundo que quiero destacar en este breve espacio. Es que Trump está en graves problemas porque se sospecha, o se puede interpretar, que le pidió a Comey, su subordinado, que abandonara la investigación sobre nexos de un miembro de su equipo con agentes rusos. En una de esas conversaciones Trump le pidió lealtad al director del FBI; este contestó que lo que podría ofrecerle era honestidad. Posteriormente fue despedido aparentemente por su negativa a abandonar la investigación.

Lo que llama la atención es que en la cultura política norteamericana la petición de lealtad es muy inapropiada; prácticamente una solicitud de corrupción. No es un caso aislado; enfrentados a circunstancias similares la explicación que dan los funcionarios es que ellos al tomar posesión del puesto juran cumplir con la constitución y de ninguna manera esto es compatible con lealtades personales.

Trump contaba con el poder para despedir a Comey sin que fuera cuestionado; era su derecho. Lo que no debió hacer es decirle como hacer su trabajo; mucho menos si estaba investigando algo del interés personal del presidente y su equipo. Por esto último Trump se acerca peligrosamente a ser echado de la presidencia.

En contraste aquí en México creamos instituciones supuestamente ciudadanizadas sin embargo no logran escapar a las influencias de los poderes políticos. Allá los muy altos funcionarios, incluso los del poder ejecutivo, se encuentran altamente ciudadanizados. Saben que su lealtad es hacia la constitución y las instituciones y no hacia una persona; aunque sea el jefe. En Estados Unidos se lleva a cabo un combate rudo contra el culto a la personalidad.

De casualidad leí la declaración de despedida de Castillejos a la Consejería jurídica de la presidencia. En ella se dice que el presidente valora profundamente la lealtad personal e institucional que este demostró. ¿Es que en México si son compatibles esas dos lealtades?

Finalmente y como mera anécdota les cuento que entré a la página de la presidencia de la república para ver, y comparar la entrevista a los medios del presidente Peña y la canciller Merkel en comparación con la similar ocurrida en Estados Unidos. Hubo carnita en las palabras de la canciller visitante al ofrecer su apoyo a México para la promoción del estado de derecho, castigar a los culpables de desapariciones y proteger a los periodistas.

Pero en el video ocurrió un descuido, lo dicho en alemán se tradujo al español y fue posible entender a la Merkel y algunas preguntas interesantes para el Presidente de México. Pero el sonido continuó con la traducción y lo que se habló en español solo se escuchó traducido al alemán. Así que al presidente no le entendí.

sábado, 3 de junio de 2017

Proteccionismo

Jorge Faljo

El último reporte del Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero –CESF-, entidad oficial encabezada por la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, está dedicado a los riesgos que corre la economía mexicana en este 2017. Se trata del análisis de las eventualidades que se espera que no ocurran pero que no se pueden ignorar. Las proyecciones del comportamiento económico no pueden basarse en mera inercia y buenos deseos cuando vivimos en un planeta convulsionado y un país globalizado y neoliberal al exceso.

De acuerdo al CESF los riesgos principales son seis y aquí trataremos de darle un vistazo al más importante.

Se trata del riesgo de un mayor proteccionismo global. Lo primero que hay que decir es que la economía global no recupera un ritmo de crecimiento parecido al de antes de la Gran Recesión del 2008. Nos encontramos en una especie de semi estancamiento asociado a la debilidad de la demanda. En las últimas décadas el incremento de la producción fue alto pero el de los salarios e impuestos fue negativo; así que sobra producto y falta poder de compra. Esto se solucionó temporalmente al generar capacidad de compra mediante el crédito a los gobiernos, a las clases medias y a los países en desarrollo. Pero el endeudamiento ya dejó de crear demanda y se ha convertido en un lastre adicional que disminuye el consumo.

Lo peor es que el comercio internacional crece todavía menos; desde hace un par de años se mueve por abajo del incremento de la producción global. Ahora lo que crece más son los mercados internos.

Para la economía mexicana el bajo crecimiento de la producción y el comercio mundiales traba los resultados de una estrategia de privilegios excesivos a la atracción de capitales y a los sectores exportadores.

Esto, que de por sí es malo, empeora notablemente cuando nuestro principal socio comercial, al que se dirige más del 80 por ciento de nuestras exportaciones, decide que ha sido estafado por la globalización y anuncia que abandona el libre comercio para exigir un comercio justo con el resto del mundo.

Hay que recordar que fueron las transnacionales norteamericanas las que decidieron dejar de producir en los Estados Unidos para ubicar sus plantas en subsidiarias o maquiladoras externas, por ejemplo en China y México, para pagar menos de la décima parte de los salarios que pagaban dentro de su país. Convirtieron a su propio país en un consumidor de importaciones baratas pero que no generan empleo interno. Contra eso se rebeló el pueblo norteamericano en las pasadas elecciones presidenciales; eligió a un candidato impresentable, absurdo y mentiroso que prometió arrasar con la globalización. Y lo está haciendo; de la peor manera posible.

La nueva estrategia comercial anunciada, a gritos escandalosos, por los Estados Unidos es acabar con el déficit comercial que tiene con el resto del mundo, en particular con China, Alemania y México. Ahora exige un comercio equilibrado en el que los dólares que pagan se usen por esos tres países para comprar productos norteamericanos. De ese modo se crearían empleos dentro de Estados Unidos.

México tiene un superávit de más de 122 mil millones de dólares con los Estados Unidos y esos dólares que ganamos al venderles más de lo que les compramos los empleamos para comprar insumos y bienes de consumo en el sureste asiático y en Europa. Nuestro modelo económico se acopló a los intereses de las transnacionales y nos convertimos en un país puente para las importaciones norteamericanas.

Es una estrategia moribunda por las dificultades de la producción y el comercio mundial que pueden ser agravadas rápidamente por la exigencia de un intercambio equilibrado con los Estados Unidos. Lo que acabaría con nuestro superávit y con la posibilidad de seguir siendo los grandes clientes de China, Corea, Japón, Taiwán y Europa. Dejar de ser país puente será un cambio traumático.

Esto nos obligaría a buscar alternativas y estas existen. Empezaríamos por recordar que mucho de lo que ahora importamos puede ser producido internamente; lo hacíamos antes cuando teníamos una industria en ascenso y sector agropecuario vigoroso, ambos orientados a la producción para el consumo interno.

Lo podíamos hacer porque éramos proteccionistas. Sin embargo nos doblegamos al interés transnacional y nos convertimos en títeres de la inversión extranjera como sinónimo de modernización. Demonizamos a los productores nacionales y a buena parte de ellos los destruimos, era el costo de regalarles el mercado interno a las transnacionales. La estrategia empobreció a mexicanos y norteamericanos y sus promesas resultaron falsas.

Cierto que el proteccionismo norteamericano representa un grave riesgo para México. Empeoraría lo que ya ocurre. Hay que enfrentarlo diseñando un gran plan B, la estrategia alternativa para recuperar un crecimiento profundo y no un mero maquillaje de modernización en medio del empobrecimiento general.

La nueva estrategia tendrá que basarse en el fortalecimiento del mercado interno; es decir centrar el crecimiento en producir para nosotros y orientar los ingresos a consumir lo hecho en México.

Nos es realmente una opción. Es solo cuestión de tiempo para que el riesgo se materialice. La globalización ha fracasado; tratemos de diseñar un proteccionismo inteligente. De todos modos tarde que temprano nos veremos obligados a hacerlo.