domingo, 26 de mayo de 2019

Acero, tomates y aguacates

Jorge Faljo

Estados Unidos, es decir Trump en este caso, eliminó los aranceles al acero y aluminio que le compran a México y a Canadá. Lo que me dio gusto por varios motivos. Uno es obvio; ya no se castigará la producción y los empleos de ese sector de la producción en México. Otro es que se abre el camino a la aprobación del nuevo tratado de libre comercio, el T-Mec (USMCA, en inglés). Un tercero es más personal; marcha exactamente en el rumbo que he estado anunciando como inevitable.

Sin embargo, hay algunos peros. Se levanta el arancel al acero mexicano, pero se puede reimponer en cualquier momento si ocurre un incremento de la exportación que ponga en riesgo un sector de la producción en los Estados Unidos. Existe una oportunidad para reemplazar acero chino tanto al interior de México como en nuestras exportaciones a Estados Unidos. Pero que tanto es eso posible habrá que negociarlo.

Cierto que se elimina un obstáculo a la ratificación del nuevo T-Mec. Pero no lo garantiza. El conflicto político entre los demócratas y un presidente que parece en la lógica de extender su autoridad de manera nunca antes vista se agudiza día a día y dificultará su aprobación. A más de que el mismo Trump amenaza hasta con la medida extrema de cerrar la frontera con México si este gobierno no detiene la avalancha migratoria que ya no es principalmente de mexicanos, sino de centroamericanos. Incluso firmado el nuevo tratado no habría garantía con Trump de que no se saque de la manga medidas proteccionistas originadas en motivos políticos.

No obstante, para el México sobre - globalizado que heredamos es mejor contar con un tratado que limite el alcance de los berrinches de Donald, o que el próximo habitante de la Casa Blanca si respete.

El que sea conveniente tener un tratado no quiere decir que el que se firmó sea el mejor posible. El T-Mec entrará en conflicto con objetivos centrales del Plan Nacional de Desarrollo. En el primero los gringos plantean incrementar sus importaciones agropecuarias; nuestro PND se propone conseguir la autosuficiencia alimentaria y elevar el bienestar rural. ¿Cuál prevalecerá?

La guerra comercial de Estados Unidos con China ya impacta las exportaciones agropecuarias norteamericanas. Los productores agropecuarios gringos reclaman que están siendo sacrificados. Para aliviar la situación Trump ofrece que adquirirá 16 mil millones de dólares de productos agropecuarios; los que, si no le vende a China, más adelante querrá vender a México.

Tendremos que ser firmes ante un reforzamiento del dumping agropecuario norteamericano que ningún gobierno mexicano ha enfrentado. Tal vez porque sacrificar a los campesinos (que antes podían emigrar) era parte del modelo económico de bajo precio de alimentos y salarios que favorecía a la industria.

Ahora es imprescindible impulsar la exportación de manufacturas de mayor contenido nacional y, al mismo tiempo, reactivar el campo. Nueva combinación que no será fácil negociar con Estados Unidos. Solo que le ofrezcamos comprarle más de las mercancías que le estamos comprando a China, con la que de cualquier manera tendremos que pelearnos.

Eliminar el arancel al acero no es señal de regreso al libre comercio. Más bien implica reconocer que para el equipo de Trump lo más conveniente es incluir a México y Canadá dentro de su esfera de protección. Una señal en ese sentido es que se eliminan los aranceles al acero y aluminio mexicanos bajo la condición de que no seamos puente de paso al acero chino. Lo que obliga al gobierno de México a establecer una barrera proteccionista contra el acero chino.

Otra señal es el arancel de 17.5 por ciento que Estados Unidos impuso el 7 de mayo a las importaciones de tomate mexicano. El motivo eran las quejas de los productores de Florida respecto a que los dañaban las importaciones de tomate mexicano por su cantidad y bajo precio.

Para una próxima ocasión, hago una propuesta heterodoxa. Ya que, desde el 6 de febrero, tres meses antes, se anunció que se impondría ese arancel, México habría podido adelantarse e imponer un impuesto a la exportación de tomate. El resultado para los productores de Florida habría sido el mismo; solo que los 350 millones de dólares en lugar de cobrarlos el gobierno gringo los cobraría el mexicano y podría destinarlo a apoyos al campo.

Cuando lo he mencionado antes algunos conocidos reaccionan en contra de otro impuesto. Solo que nuestros exportadores agropecuarios no pagan impuestos y en general se han visto favorecidos por la devaluación del peso de los últimos años. Si un fabricante de zapatos paga impuestos ¿porque el de tomate no? Pero aclaro, solo lo propongo para las exportaciones, y eso en algunos casos.

Y uno de esos casos es el aguacate, donde la producción se ha expandido en exceso y en detrimento ambiental, en buena medida por la ya mencionada devaluación. El caso es que el otro día me encontré el aguacate a 90 pesos el kilo y no puedo menos que echarle la culpa a que competimos con los consumidores norteamericanos. Planteado muy esquemáticamente: si se le pone un impuesto de 20 por ciento a la exportación de aguacate para el productor sería igual venderlo a 90 pesos en Estados Unidos o a 72 pesos en México. Igual sería rentable su producción; y no estaría mal que contribuyeran con un impuesto que, además de darle ingresos al gobierno serviría como un colchón de protección al consumidor nacional.

No es este el espacio adecuado para definir productos y porcentajes de impuesto a la exportación. Lo que debemos tener es el marco legal que permita hacerlo de acuerdo a distintas circunstancias.

Claro que eso de ponerle impuestos a la exportación lo prohíbe el T-Mec; pero también prohíbe otras cosas que hace Trump cuando tiene agruras.

Así que, si los demócratas exigen revisar el T-Mec, como es casi seguro, entonces esta administración debe también tener preparadas sus propuestas de afinación en defensa del campo y los consumidores mexicanos.

lunes, 20 de mayo de 2019

Guerras comerciales; fondo y forma

Jorge Faljo

El año 1973 fue un parteaguas en la historia del mundo. Durante décadas el ingreso de las familias norteamericanas creció al parejo de los incrementos en productividad. Así se consolidó una amplia y prospera clase media y una mejoría en el bienestar general.

Pero la tendencia cambio a principios de los setentas. En adelante la riqueza generada por los avances de la productividad sería acaparada por la minoría propietaria. En los siguientes cuarenta años el 90 por ciento de los trabajadores norteamericanos redujo su ingreso real y el salario mínimo real se redujo a la mitad. Para sostener su nivel de vida las familias tendrían que aportar más horas de trabajo; el de las mujeres y jóvenes.

Además, las elites consiguieron beneficiarse con fuertes reducciones a los impuestos que pagaban.

La brecha creciente entre la mayor productividad y el menor ingreso de los consumidores dificultaría a los grandes conglomerados vender la producción dentro de los Estados Unidos. Entonces exigieron un “libre mercado” global; es decir la apertura de los mercados periféricos.

Incluso, con sus ganancias en crecimiento, financiaron el cambio. Es decir que bajo múltiples mecanismos les prestaron a los posibles consumidores; prestamos formales a los gobiernos, flujos de capitales especulativos, inversión y compra de empresas.

La irrupción de las mercancías centrales destruyó gran parte de la base manufacturera incipiente de los países periféricos. A cambio se obtuvo una modernidad importada mediante el endeudamiento y la venta de bienes nacionales.

De ese modo los grandes capitales generados por el estancamiento salarial y la reducción de impuestos se emplearon en generar demanda. Se endeudó a los consumidores en lugar de elevar salarios; se endeudó a los gobiernos en lugar de pagar impuestos y se endeudó a los países periféricos en lugar de comprarles mercancías a precio justo. Todos se convirtieron en consumidores a crédito.

En el camino los grandes conglomerados encontraron que en condiciones de mercado globalizado podían relocalizar su producción hacia lugares que ofrecían bajos salarios, incentivos fiscales y de infraestructura (tipo zonas económicas especiales) y control social. Lo cual se tradujo en desindustrialización y deterioro laboral incluso dentro de los países sede de las grandes empresas.

El esquema funcionó con éxito…, hasta que se rebasaron los limites del endeudamiento razonable. La Gran Recesión del 2007 – 2011 lo hizo evidente. En ese periodo millones de norteamericanos perdieron sus empleos, sus hogares y sus ahorros. Los impactos de la disminución de la demanda se expandieron por todo el planeta, México incluido.

El hecho contundente es que el crédito dejó de funcionar como mecanismo de soporte de la demanda y revirtió su efecto. Familias y gobiernos entraron en modalidad de austeridad. Y con ello surgió un monstruo temible: la sobreproducción que hoy en día asola al planeta entero.

La única solución que ofrece el neoliberalismo ante su monstruo es la destrucción. Aceptar que sobran capacidades productivas y eliminar las sobrantes. Puede ser por la vía del cierre relativamente silencioso de empresas, o mediante estruendosas guerras comerciales en las que se decidirá en que países se recorta la producción y el empleo ya alcanzados.

China fue la gran ganadora de la globalización. No aceptó la entrada de capitales financieros especulativos y si las inversiones productivas con las que siguió una agresiva política de copia y apropiación de sus tecnologías.

Estados Unidos es el gran perdedor de la globalización. Se endeudó con China convirtiéndose en país cliente, deficitario, de su producción al tiempo que sus empresas relocalizaron la elaboración de sus productos fuera de su territorio.

Ahora dentro de Estados Unidos se enfrentan “nacionalistas” cercanos a Trump que desean cambiar la tendencia y “neoliberales” que piden la continuidad del modelo. Todo cambio de rumbo es traumático y el que propone Trump rompe las reglas del libre comercio y encarece substancialmente los bienes de consumo importados. De priorizar la libertad del consumidor se pasaría a proteger a sus productores.

Trump ha impuesto altos aranceles a la importación de 250 mil millones de dólares anuales de mercancías chinas y amenaza extenderlos al resto de las importaciones de ese país. China reviró con aranceles a 110 mil millones de dólares de importaciones de los Estados Unidos.

Trump exige reducir o eliminar el enorme déficit comercial norteamericano con China que el año pasado ascendió a 419 mil millones de dólares. Además le preocupa la calidad del intercambio. Mientras China le exporta productos de alta sofisticación tecnológica (computadoras, celulares, por ejemplo) se orienta a comprarle productos agropecuarios (cerdos, granos, por ejemplo).

En la lucha por el control de las tecnologías de punta Trump acaba de prohibir a las empresas norteamericanas que utilicen equipos de telecomunicaciones de compañías extranjeras.

Al encarecer o prohibir la entrada de mercancías importadas se busca que los consumidores prefieran productos nacionales y se aliente la inversión y la generación de empleos dentro de los Estados Unidos. En contraparte muchas empresas chinas perderán mercado y muy posiblemente tengan que reducir su producción, incluso quebrar.

Eso si no se llega a un arreglo. Porque Trump es impredecible y dentro de los Estados Unidos crece el descontento ante el aumento de precios de los productos importados y por la disminución de las compras chinas de productos agropecuarios. Para aliviar la presión el presidente norteamericano ofrece comprarles a los productores agropecuarios con ingresos generados por el cobro de aranceles.

Curiosamente para algunos sectores esa política es “socialista” porque limita la libertad de los consumidores y selecciona grupos que serán apoyados, como es el caso de los productores agropecuarios, en vez de abandonarlos a la suerte que les depare el mercado.

El fondo de este asunto es que la globalización ha entrado en fase autodestructiva y el “sálvese quien pueda” lleva al abandono de la ortodoxia neoliberal. De ahora en adelante los mercados serán cada vez más administrados por la intervención de los gobiernos. China ya lo hacía y de ahí parte de su gran éxito (además de ser prestamista).

México no podrá permanecer al margen del conflicto entre los Estados Unidos y China. Con el primero tenemos un superávit de 80 mil millones de dólares y con esos dólares financiamos el déficit con China que presenta una cifra similar.

Los Estados Unidos tendrán elecciones presidenciales el próximo año. Esto elevará el afán protagónico de Trump y será propenso a renovar sus amenazas y presiones sobre México.

No obstante; la situación presenta oportunidades. Nos libera de la ortodoxia y crea una ruta que parcialmente podría ser de acompañamiento a los Estados Unidos si reorientamos parte de nuestras compras a China en favor de los Estados Unidos. Eso disminuirá el superávit que tenemos con los Estados Unidos y que tanto le disgusta a Trump.

Otra parte, la más importante, será una estrategia de reactivación industrial para producir tanto para el mercado interno como para venderle a los Estados Unidos. En ambos casos en substitución de importaciones chinas.

El mundo cambia y nos obliga a transformarnos; estemos atentos a las oportunidades de fortalecimiento de la economía y del bienestar de la población que surgen del fracaso neoliberal.

lunes, 13 de mayo de 2019

Plan Nacional de Desarrollo; conectando puntos

Jorge Faljo

Abordo de nuevo el tema del PND. La semana pasada afirmé que entre el documento enviado a la Cámara de Diputados como Plan y lo enviado como anexo son en realidad dos planes incompatibles entre sí; elaborados por dos equipos distintos y no coordinados.

Ello ha dado lugar a dos posiciones que evitan hacer explicitas sus diferencias. De un lado los que consideran que el Plan es una mera introducción retórica al expresado en el anexo, el cual es el verdadero plan, ortodoxo y técnico. Y por otra parte existen los que simplemente deciden ignorar el anexo. Lo que en cierto modo resulta peor que criticarlo.

Aquí adopto la perspectiva de ignorar el anexo para analizar el Plan desde mi propuesta de siempre; la re-construcción de un sector social moderno.

Como todos los niños jugué a conectar los puntos numerados en un cuaderno para el entretenimiento infantil. Uno los unía con lápiz o pluma y al final se completaba una figura; fuera un león, un dragón, conejo o algo más.

El PND presenta una fuerte perspectiva social con numerosos puntos a los que les falta conectarse; si lo hacemos surge como evidente lo que podría ser la mayor transformación del país y tal vez la única manera realista para cumplir con sus propósitos de equidad, justicia social y bienestar.

Puntos a conectar:

El PND se asume como histórico porque expresa la decisión popular construir un nuevo pacto social. Una verdadera sublevación que conduce a un nuevo modelo de desarrollo en el que el objetivo de la política económica será generar bienestar para la población.

En adelante la conducción del país ya no estará en manos del mercado. El Estado recuperará su papel articulador de los propósitos nacionales y rector e impulsor del desarrollo.

Destacan en el PND las transferencias sociales y la generación de empleo: Programas y ayudas a adultos mayores; discapacitados; estudiantes; niños en pobreza extrema; productores agropecuarios; para damnificados y reconstrucción; para capacitación de jóvenes en empresas; créditos al micro comercio, caminos rurales (de concreto). Y seguro se me escapa alguno más.

Reciben transferencias sociales 14 millones de personas y la meta es de 22 millones; uno de cada dos hogares será beneficiado. Habrá un fuerte impulso a la demanda de bienes de consumo popular.

El PND también habla de no abandonar a comuneros, ejidatarios y pequeños propietarios. En ese sentido apunta el Programa de Producción para el Bienestar con apoyos a 2.8 millones de pequeños y medianos productores agropecuarios (entre ellos 657 mil indígenas); los programas para 420 mil cafetaleros y cañeros; los precios de garantía para maíz, frijol, trigo, arroz y leche en beneficio de dos millones de productores; los créditos a la palabra y la distribución de fertilizantes.
De acuerdo al PND el organismo Seguridad Alimentaria Mexicana –SEGALMEX- tendrá como funciones: coordinar la adquisición de productos agroalimentarios a precios de garantía; promover empresas asociadas a la comercialización de productos alimenticios y distribuir la canasta básica en regiones marginadas.

Se plantea un fuerte impulso a la demanda y a la producción y un organismo que operará en adquisición de productos y en distribuir la canasta básica; además de apoyar y apoyarse en empresas de comercialización.

Sin embargo, falta hacer explícitas dentro del plan las anteriores asociaciones entre demandas y ofertas creadas mediante transferencias. Que la demanda de 22 millones de beneficiados por los programas sociales se “amarre” a la oferta de los también millones de productores beneficiados. Que la canasta básica de SEGALMEX tenga origen en los productores beneficiados. Que el impulso a la producción se asocie a la organización de productores y consumidores para la comercialización.

La propuesta que pudiera complementar el Plan es construir un mercado específico para el intercambio de los productores y consumidores beneficiados por el PND. Para ello las transferencias sociales deberán distribuirse como derechos de compra en SEGALMEX, tiendas Diconsa y empresas comercializadoras aliadas. Es decir, como vales o cupones; que han sido instrumentos ya ampliamente utilizados en el sector privado.

Si el sistema de comercialización propuesto opera de ese modo, no solo fortalecería el intercambio local y regional, sino que hacia el exterior consolidaría las compras en el mercado nacional e incluso internacional.

Lo que se propone sería el mejor blindaje anti corrupción del gasto social. Es hacer operativa la democracia participativa.

Cuando unimos los puntos la imagen que surge del Plan es un grande y noble elefante; un Sector Social a la altura del gran diseño constitucional y del nuevo pacto social que se propone construir este gobierno.

Dice el PND que “el gobierno federal impulsará las modalidades de comercio justo y economía social y solidaria.” Si esto va en serio ya la hicimos.

lunes, 6 de mayo de 2019

Dos planes de desarrollo en conflicto

Jorge Faljo

Estaba cantado el tema de esta semana: el Plan Nacional de Desarrollo. Un documento de gran importancia en el que se plasmaría la visión y diagnóstico de la nueva administración federal sobre el país que llegaba a gobernar. De esta visión se desprenderían lineamientos de política y acciones que permitirían llegar a los grandes objetivos y metas a cumplir en el sexenio.

Dada la importancia de este documento que será el fundamento de la actuación pública federal de todo el sexenio esperaba una estrategia de difusión de mayor peso y que fuera el foco de una intensa discusión en los medios. El Plan está redactado de una manera novedosa, en un lenguaje llano, apto para una muy amplia difusión.

Sin embargo, lejos de divulgarlo, por lo menos durante un par de días no fue fácil localizarlo. Pareciera que de momento es mejor no atraer la atención sobre el Plan.

Porque parece que se elaboraron dos, en distintos equipos de trabajo y que, para darles gusto a todos, ambos se entregaron a la Cámara de Diputados. Uno como el Plan propiamente dicho y el otro como un anexo. Recapitulemos.

El martes 30 de abril, en la fecha límite, se entregó el PND a la Cámara de Diputados y aunque circuló de inmediato en redes sociales fue hasta el 3 de mayo que se publicó en la Gaceta Parlamentaria en forma de un doble documento. Uno de 64 páginas y con el nombre oficial de Plan Nacional de Desarrollo 2019 -2024 y el otro, de 228 páginas, presentado como Anexo XVIII-bis, aunque es el único anexo a la vista.

Solo que el XVIII-Bis no tiene las características de un anexo y a su interior se maneja como si fuera otro PND. Es evidente que fue elaborado con esa intención. Lo cual no es anormal; un documento complejo de esta naturaleza es producto de múltiples insumos.

Lo que si resulta inusual es que los dos documentos no son compatibles entre sí. El PND de 64 cuartillas es un manifiesto político contundente, que expresa de manera muy cercana el discurso de AMLO.

El segundo PND, de 228 páginas, fue escrito por un equipo de trabajo avezado en esos menesteres. Seguramente ubicado en el área de la Secretaría de Hacienda encargada, en el pasado, de elaborarlo. Un equipo que hace esfuerzos por adecuarse a los nuevos tiempos e ideas, pero que no abandona el estilo y las formas tecnocráticas convencionales

Por sus características diferenciadas en adelante me referiré al PND de AMLO y al PND de Hacienda.

El PND de AMLO retoma sus encabezados de los mensajes centrales del presidente; entre ellos: No al gobierno rico con pueblo pobre; El mercado no substituye al Estado; Por el bien de todos, primero los pobres; No dejar a nadie atrás, no dejar a nadie afuera; No puede haber paz sin justicia; El respeto al derecho ajeno es la paz; No más migración por hambre o por violencia.

Su lenguaje es claro, directo y contundente: El neoliberalismo desmanteló a los sectores público y social. Perpetuó la crisis del desarrollo estabilizador y fracasó en sus propios indicadores de crecimiento, deuda externa, poder adquisitivo del salario, pobreza y marginación.

En su perspectiva el mayor desastre fue la destrucción del contrato social, expresado en instituciones antidemocráticas y corrupción generalizada.

Lejos de resolver los conflictos entre los distintos sectores los ha llevado a peligrosos puntos de quiebre. La desigualdad se ha hecho extrema entre segmentos de la población, regiones y el campo y la ciudad.

La clave de un nuevo rumbo es separar al poder político del económico y recuperar la claridad del lenguaje. Este nuevo PND, el de AMLO, dice que será histórico porque abandona el lenguaje oscuro y tecnocrático que escondía los propósitos gubernamentales; ahora el poder público servirá al interés público y no a los intereses privados. Se cambiará el concepto mismo de desarrollo; el crecimiento económico no como objetivo en sí mismo; sino como medio para mejorar el bienestar de la población.

El otro PND, el de Hacienda, retoma elementos del anterior, en unos casos textualmente, en otros con modificaciones. Inicia con “Palabras del Presidente”, como para señalar el distinto origen. Ahí se le va un error pues las corta a medio párrafo y media oración. Es claro que no trata de ser un anexo sino un Plan con sus propios objetivos e indicadores. Los que no tienen relación alguna con los programas planteados en el PND de AMLO.

Los dos planes de desarrollo, o el PND de AMLO y el anexo XVIII-bis, de Hacienda, son no solo incompatibles, sino que se confrontan en su lenguaje, diagnóstico, propósitos y metas.

El asunto de fondo es que su existencia en paralelo no parece una mera falta de coordinación, sino que revela una distancia de fondo entre un grupo que podemos llamar “político” y otro que sería “tecnocrático”. La diferencia de mensajes está permitiendo distintas alineaciones en los medios y la burocracia entre aquellos que están con un PND que consideran “retórico”, es decir grandilocuente pero insustancial y otros con el PND “serio”.

Ambas propuestas llegaron a la Cámara de Diputados que tiene la facultad de revisar y aprobar el PND. Lo que espero es que en este proceso se clarifique la situación y apruebe solo uno de ellos, el oficial. Si aprueba este incluyendo lo que se presenta como anexo creará una confusión duradera de efectos imprevistos porque hará obligatorio el cumplimiento de la incongruencia.