domingo, 24 de abril de 2022

La guerra fría, encrucijada mortal

 Jorge Faljo

El documento Perspectiva de la Economía Mundial publicado por el Fondo Monetario Internacional -FMI-, este mes de abril plantea, en sus dos primeros renglones lo siguiente: 

“La guerra en Ucrania ha desatado una costosa crisis humanitaria que, sin una rápida y pacifica resolución, puede ser abrumadora.”

Que equivocado estaba porque primero pensé que este documento se sumaba a la avalancha repetitiva de los medios que nos muestran los horrores de la guerra en sus víctimas directas: muertos, heridos, falta de alimentos, agua y medicinas, y millones que lo han perdido todo.

Sin embargo, el FMI no se enfoca en que ocurre dentro de Ucrania sino en sus consecuencias externas: una previsible crisis humanitaria global que puede ser mucho peor. El costo de la guerra dice este organismo, se propagará hasta muy lejos, de hecho, a todo el mundo. La energía y los alimentos suben de precio y las cadenas productivas se dislocan. Los nuevos confinamientos en China empeoran la situación. Y como cereza de este amargo pastel está la previsible elevación de las tasas de interés por los bancos centrales para combatir la inflación, lo cual impactará la dinámica económica.

Una nueva paliza cuando todavía no nos recuperamos de los estragos de la pandemia.  

Estos azotes tendrán su impacto más severo en las poblaciones vulnerables de los países pobres cuyos gobiernos enfrentan dificultades financieras y para pagar sus deudas a tasas de interés mayores a las previstas.

El FMI pinta una perspectiva terrible pero realista y plantea lo obvio que muy pocos dicen: la mejor y única medida para evitar lo peor es la paz inmediata en la guerra que las grandes potencias libran en suelo ucraniano.  

Aunque no bastaría la paz por si sola, hay que hacer mucho más. La paz sería la precondición para permitir la salida de decenas de millones de toneladas de cereales varados en Ucrania y Rusia; además se requerirá reconstruir vías de transporte, el barrido de minas en mar y tierra, y apoyar la próxima siembra de granos en Ucrania y Rusia con financiamiento, maquinaria, agroquímicos, combustible, y el regreso de los trabajadores reclutados como milicianos para que vuelvan a participar en la producción.

Se requerirán esfuerzos internacionales enfocados en cambiar el gasto en armamentos por gastos para la paz en Ucrania, Rusia y el resto del mundo; para acelerar la producción, resolver los problemas de transporte y, en general, enfrentar la amenaza de desabastos estratégicos que podrían provocar la muerte de millones y el sufrimiento de gran parte de la humanidad. Algo peor, insisto, que lo muy malo que ya ocurre en Ucrania.

La guerra fría entre Estados Unidos y Rusia le impone un costo altísimo no solo al pueblo ucraniano sino a una humanidad excesivamente globalizada y, por tanto, muy vulnerable.

Urge un dialogo verdaderamente constructivo entre las partes en conflicto, Rusia, Ucrania, Estados Unidos y Europa, que tome en consideración los intereses vitales del resto de la humanidad.  

Sin embargo, no se ve un camino hacia lo que propone el FMI; que es una rápida y pacifica resolución.

Cuando se le preguntó a la vocera de Biden de que manera los Estados Unidos contribuyen al dialogo para la paz en Ucrania, la respuesta fue que se apoya el dialogo dándole armas a Ucrania para que de esa manera tenga mayor capacidad de negociación. Es la posición oficial norteamericana; o sea mera continuidad de la negativa a negociar con Rusia un estatus de neutralidad para Ucrania.

Curiosamente Noam Chomsky, un muy prestigiado intelectual, propone que Ucrania sea como México; un país dice, con alta capacidad para determinar su política interna y externa mientras no represente una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos.

Los medios nos bombardean no solo con imágenes dolorosas sino con el mensaje de que Rusia está perdiendo la guerra. Putin quería, dicen, conquistar toda Ucrania y no lo logró; quería tomar la capital Kiev, y no pudo; esperaba la rendición del gobierno ucraniano y no ocurrió. El método es sencillo, le adivinan el pensamiento a Putin para argumentar que fracasó.

El mensaje lo resume un reciente artículo del que posiblemente es el más importante periódico norteamericano, el New York Times: ¿Puede Ucrania seguir ganando la guerra? Un titulo absurdo sino es que risible. De esta manera se convence a la población norteamericana y europea de que no urge la paz dado que occidente va ganando la guerra.

Lo cierto es que Estados Unidos si está obteniendo importantes logros: toda Europa se ha alineado bajo su liderazgo y si se está debilitando la economía rusa. Tal vez por ello están empeñados en que se siga combatiendo hasta el último ucraniano.

Pero hay otras señales. En la reunión del G-20 de esta semana los representantes de los Estados Unidos, Inglaterra y Canadá se salieron de la reunión cuando habló el representante ruso.

Lo verdaderamente sorprendente es que el ministro de finanzas de Indonesia, Sri Muyani Indrawati, que presidia la reunión declaró que esa salida no fue una sorpresa y que no descarriló los objetivos de la reunión. Indonesia insiste en que todos los miembros del G20 están invitados a la próxima reunión de noviembre en Bali.

Putin considera la posibilidad de asistir y los buenos de esta película se manifiestan indignados por esa posibilidad. No parece que lo puedan impedir porque buena parte del G-20 y los países que representan a tres cuartas partes de la humanidad están alarmados por las consecuencias globales del conflicto y su interés es que haya un pronto acuerdo de paz.

Esa es ahora la prioridad del mundo para no seguir el camino a la hambruna.

domingo, 10 de abril de 2022

Los jaloneos por la inflación

 Jorge Faljo

Hace unos días unos pocos clientes de un supermercado de la ciudad de Shanghái, China, se dieron de golpes en un pleito por algunas verduras. Se habían detectado casos de Covid-19 en la ciudad y las autoridades, muy al estilo de ese país, acababan de decretar un confinamiento riguroso de la población durante varios días. Así que muchos corrieron a los supermercados a abastecerse de alimentos en previsión del encierro. Una nota peculiar dado que el pueblo chino tiende a comportarse de manera muy controlada, pero en este caso imperaba la prisa y el miedo.

Me viene a la mente la noticia en este momento porque me parece una buena representación de lo que ocurre cuando una mercancía no alcanza para todos los que la quieren, sobre todo si ese producto es verdaderamente necesario. Eso es más o menos lo que es la inflación: una situación en la que la demanda supera a la oferta y se crea un problema de distribución del bien escaso. Usualmente el problema no se resuelve a golpes, sino que el bien sube de precio y la gente debe pagar más si es que lo quiere comprar.

Solo que el dinero es otra manifestación del poder de algunos y de la debilidad de otros. Aquellos que tienen poder de compra, es decir dinero en el bolsillo, podrán pagar más por el bien escaso, mientras que otros posiblemente no puedan comprar todo lo que quieren o necesitan. Golpearse, ejercer el poder de los que tienen más dinero, o de plano el conflicto violento, son a final de cuentas mecanismos, unos peores que otros, de obtener lo que no alcanza para todos.

Lamentablemente este año y el siguiente estarán marcados por una inflación de lo peor. Ya vivimos una situación de elevación de precios que todos resentimos; lo grave es que va a empeorar y se convertirá en un monstruo que asolará al mundo generando hambrunas, empobrecimiento masivo y conflictos. Revisemos la situación en dos etapas; lo que ya ocurrió y la amenaza para un futuro a la vuelta de la esquina.

Los datos son duros. Basten algunos ejemplos. Según el Banco Mundial el precio del trigo subió de un promedio de 201.7 dólares la tonelada métrica-tm-, en 2019 a 315.2 dólares en 2021. Un incremento de 56 por ciento en dos años. El precio del maíz subió de 170.1 a 259.5 dólares la tm. Un incremento de 52 por ciento. Para el mismo periodo el precio de los fertilizantes se elevó en 62 por ciento.

Estos incrementos se debieron sobre todo a que la pandemia provocó confinamientos masivos en ciudades y puertos, con cierres de fábricas y comercios y ausentismo laboral en actividades clave. En suma, paralización de la producción con cuellos de botella en el sistema de distribución internacional, esencialmente naviero, y en las redes nacionales de transporte. Otro de sus impactos fue la multiplicación por cinco del costo del transporte naviero a granel, además de mayores tiempos de entrega.

Datos más actualizados indican un importante empeoramiento de la situación. Para efectos de comparación me referiré a las mismas mercancías.

Los precios mensuales promedio, de enero a marzo de este año, subieron en el caso del trigo, de 374.2 a 486.3 dólares la tonelada; un incremento de 30 por ciento en solo tres meses. El precio del maíz fue, en marzo de este año, un 21 por ciento superior al de enero. Los fertilizantes subieron de precio un 18 por ciento de enero a marzo.

Los promedios del año 2019 comparados con marzo de este año han subido 141% en el caso del trigo, 97% en el maíz y los fertilizantes se incrementaron un 192%.

Mención aparte merece el incremento de precios de los energéticos. El precio del gas natural en Europa subió de 4.80 dólares la unidad de medida internacional en 2019, a 28.26 en enero de este año y a 42.39 en el promedio de marzo. El precio se ha multiplicado casi por 9. Y recordemos que la subida de precio del petróleo se refleja en mayor costo de la gasolina y, en el caso de México, en menores ingresos para el gobierno.  

Estos aumentos de precios ocurren al mismo tiempo que se empobrece la mayor parte de la población del planeta.

Las consecuencias del conflicto en Ucrania y de las sanciones de la alianza occidental contra Rusia apenas se empiezan a reflejar. Ambos países tienen una enorme importancia como proveedores de alimentos en el mundo, sobre todo granos y aceite. Rusia es muy importante como exportadora de energéticos, sobre todo gas.

Ahora la guerra obstaculiza la salida de la producción de alimentos almacenada en ambos países y pone en duda la capacidad para las próximas siembras en Ucrania. De hecho, el alza de precios de la energía y de los fertilizantes provocará que las próximas siembras rindan menores cosechas y que estas salgan muy caras en todo el mundo.

Es decir que las fuertes elevaciones de precios mencionadas no han sido sino el calentamiento de motores de una montaña rusa altamente volátil. Hasta ahora la inflación ha reflejado sobre todo problemas de la mecánica de distribución; más adelante reflejará situaciones de grave desabasto.

Las Organización de las Naciones Unidas, la Organización para la Agricultura y la Alimentación, el Programa Mundial de Alimentos y otras agencias internacionales advierten que el desabasto e incremento de precios provocará hambrunas en las que pueden morir millones. Sobre todo, en los países más vulnerables como Afganistán y Yemen. También en los países del medio oriente, fuertes importadores de granos y aceites comestibles.

Más cerca de nosotros, en América Latina, llama la atención las protestas masivas en Perú por el aumento del costo de la vida, sobre todo de combustibles y alimentos. En la represión a los bloqueos de carreteras y manifestaciones han muerto varias personas; el gobierno estableció un toque de queda que quitó horas más tardes para tomar medidas de alivio social como el incremento en 10 por ciento del salario mínimo del país.

En Egipto y Líbano el alza de precios de los alimentos rebasa la capacidad de las finanzas públicas para seguirlos subsidiando y situaciones como esta han conducido en el pasado a protestas sociales que han llegado a tumbar sus gobiernos. En Tunes la distribución de pan se raciona a varias piezas por persona. En España una nueva reglamentación autoriza a que los comercios puedan limitar la venta por persona para enfrentar señales de compras adelantadas

Cuando veas las barbas de tu vecino cortar pon las tuyas a remojar. En México es muy posible que más adelante el gobierno tenga que optar entre subsidiar la gasolina, o tomar opción por los fertilizantes, o las tortillas.

No nos queda sino esperar lo mejor, pero hay que irnos preparando para lo peor.

domingo, 3 de abril de 2022

Desglobalización en marcha; riesgos y oportunidad

 Jorge Faljo

La globalización económica tuvo un serio tropezón en la Gran Recesión de 2008 disparada por la incapacidad de millones de familias norteamericanas para pagar sus deudas hipotecarias. Millones perdieron sus hogares y sus ahorros. El problema de fondo fue que durante décadas el notable crecimiento de las capacidades productivas no se vio acompañado de mayores ingresos de los hogares y de los gobiernos. En Estados Unidos el ingreso de los hogares se sostuvo gracias a la entrada masiva de las mujeres al trabajo.

La brecha creciente entre mayor producción y que la gente no tenía mayor capacidad de compra se resolvió empleando las enormes ganancias acumuladas en pocas manos para prestar, es decir endeudar, a las clases medias y a los gobiernos de todo el planeta.

En 2008 el esquema tronó ya que el endeudamiento revolvente ya no generaba nueva capacidad de demanda, sino que al exigir su pago reducía la demanda.

La estrategia empobreció a la mayoría de la población y concentró enormemente la producción y las riquezas. Buena parte de la población pasó a depender de transferencias sociales en casi todos los países del mundo.  

La escasez de demanda hizo subir las rivalidades comerciales entre países y obligó al abandono parcial del libre mercado para proteger industrias y empleos internos en los Estados Unidos y otros países.

Más adelante vendría la pandemia de Covid-19 que redujo el volumen del comercio internacional en 8 por ciento en 2020 sin que se haya recuperado plenamente en 2021. La pandemia dislocó las cadenas de producción y el transporte. La estrategia de confinamiento estricto en China disminuyó su producción industrial y la enfermedad disminuyó la capacidad operativa de los puertos y el transporte terrestre en casi todo el mundo.

Numerosos países descubrieron que dependían del comercio internacional para abastecerse lo mismo de mascarillas y jeringas que de partes electrónicas y componentes clave de su producción industrial. Con la globalización el intercambio productos terminados se había transformado en un complejo comercio de componentes parciales. La fabricación de un solo automóvil puede requerir miles de piezas producidas en centenares de fábricas de decenas de países.

La pandemia cimbró el comercio internacional e impulsó medidas de autosuficiencia en mercancías estratégicas.

La guerra en Ucrania le ha dado otro mazazo a la globalización. Las sanciones impuestas a Rusia, el congelamiento (apropiación) de 300 mil millones de dólares y euros de sus reservas internacionales y su exclusión parcial del sistema financiero global ha llevado a la suspensión de muchas de sus importaciones. Su respuesta refuerza lo que hizo tras las sanciones de 2014; volverse más autosuficiente.

Europa declara que lo más pronto posible dejará de depender de la compra de gas, energéticos, materias primas y productos agropecuarios rusos.

La guerra y las sanciones encarecen y obstaculizan las exportaciones rusas y ucranianas y amenazan generar una marejada de hambruna, en palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres. Es momento en que los países importadores de alimentos están profundamente consternados y diseñando estrategias para elevar su auto abasto.

La exigencia rusa de que se le pague el gas, y posiblemente más adelante otras mercancías, en rublos implica un cambio substancial en el sistema financiero global. El presidente Putin lo expone de esta manera: el sistema financiero se utiliza como arma y se han congelado los activos rusos en dólares y euros por lo que no tiene sentido aceptar esas divisas; cuando nos pagaron en euros y dólares y luego nos congelaron las reservas es como si hubiéramos suministrado prácticamente gratis el gas enviado a Europa.

El congelamiento de las reservas en dólares a Irán, Afganistán y ahora a Rusia genera desconfianza en el dólar. Tener reservas en dólares es ubicarse bajo la soberanía y las decisiones de los Estados Unidos.

India y Rusia están en dialogo para intercambiar en rupias y rublos. Como India le compra bastante más a Rusia este país va a tener un exceso de rupias cuya utilidad posible será comprarle más a India. China plantea pagar en yuanes las importaciones de petróleo de Arabia Saudita. Arabia usará esa moneda para incrementar sus importaciones chinas. En ambos casos la orientación es al fortalecimiento de la relación bilateral.

Cuando un país recibe un pago en dólares puede comprarle a cualquier otro país del mundo. Pero si recibe el pago en la moneda del país importador, solo la puede usar para comprarle al emisor de esa moneda. El uso de monedas nacionales amarra compras y ventas entre países.

Supongamos que México le paga a China con pesos; entonces China tendría que comprarle mucho más a México. Pero este es un sueño guajiro.  

De manera gradual las rivalidades comerciales, el dislocamiento de las cadenas de producción por la pandemia, el encarecimiento del transporte, la guerra en Ucrania, las sanciones a Rusia, y el abandono gradual del dólar para las transacciones comerciales internacionales nos han ido alejando del libre comercio. Ahora las decisiones comerciales de mayor envergadura priorizan consideraciones de seguridad nacional (económica, militar o alimentaria) que a su vez dependen del alineamiento geoestratégico de cada país.

Debemos, en México, estar atentos a los riesgos globales que surgen. El encarecimiento del transporte marítimo, de los energéticos, de los fertilizantes y de los cereales nos representa un alto riesgo alimentario y de empobrecimiento masivo. El regreso de China al confinamiento en grandes ciudades industriales como Shenzhen y Shanghái puede volver a generar desabastos industriales.

Hay riesgos y oportunidades. Es momento de plantearnos un impulso vigoroso a la producción alimentaria interna como eje del combate a la inflación y una integración industrial protegida, menos vulnerable a los vaivenes externos.