sábado, 30 de septiembre de 2017

Adobe o concreto

Jorge Faljo

Sigue siendo insuficiente la ayuda inmediata a los damnificados de los terremotos. En particular en las poblaciones del sureste donde aún no ha llegado la ayuda necesaria. No obstante ya se perfilan las posiciones encontradas en torno a la reconstrucción, que durará años y marcará el fin del sexenio.

En la ciudad de México la verificación del cumplimiento de las normas de construcción de los edificios derruidos, de los otros miles con algún daño, e incluso de los aparentemente intactos se perfila como lo fundamental. La razón es sencilla, queremos saber si la destrucción se originó en el incumplimiento de las normas, y si habitamos en lugares seguros.

Las irregularidades de la construcción del Colegio Rebsamen originaron la denuncia penal de la actual delegada de Tlalpan; podría ser la primera de una oleada que pondrá al descubierto las entrañas de la industria de la construcción y la capacidad del sistema de justicia. Antecedentes como el socavón del paso exprés contribuyen a la desconfianza ciudadana de lo que puede ser visto como una alianza corrupta entre algunas autoridades y constructores.

En otro espacio de la geografía nacional, el de un sureste terriblemente herido, la discusión sobre la estrategia de reconstrucción perfila un conflicto entre el adobe y el concreto.

Cuando el secretario de educación, Aurelio Nuño, se presentó en la histórica y muy dañada escuela Juchitán llevaba en la mano planos para su reconstrucción. Iba preparado para los aplausos. Pero su proyecto fue rechazado por la directora y los maestros que, le explicaron, no era conveniente construir un plantel de tres pisos en zona sísmica. Pretendió dirigirse a la población congregada pero la rechifla le impidió hablar. El mensaje fue contundente: la escuela debe ser reconstruida como estaba.

Francisco Toledo, el ilustre oaxaqueño famoso por su obra artística y por su activismo cívico, exigió que en la reconstrucción se respete la arquitectura, materiales y tradiciones culturales de la región. Fue la expresión de múltiples voces. De otro modo se atentaría contra los modos de vida locales y se crearía vivienda inapropiada, como ya sucedió ante otros desastres.

De hecho la construcción de vivienda en el país ha sido un ejercicio de despilfarro y mala planeación que se traduce en millones de viviendas inhabitables, con un costo gigantesco para los que las abandonan y para los que pagamos impuestos.

Peña Nieto entró al quite diciendo que “la caída de las viviendas se debió sobre todo a que están hechas de adobe y tienen escasa cimentación.” También hizo un llamado a las empresas constructoras, “las que han realizado importantes proyectos de construcción en el país” a solidarizarse y contribuir a la reconstrucción de viviendas.

No se hizo esperar la respuesta de cientos de redes, colectivos, organizaciones y conocedores del tema, muchos de ellos arquitectos e ingenieros, que firmaron el manifiesto del 15 de septiembre ¡Por el derecho a construir con tierra! Ahí se dirigen al presidente, y lo refutan, señalando múltiples ejemplos de buena construcción con materiales locales. Mejor que los centenares de escuelas de concreto derruidas y que las viviendas inhabitables promovidas por entidades públicas.

La discusión sobre si se reconstruye con adobe o concreto tiene un trasfondo que es muy importante revelar. Reconstruir de acuerdo a las tradiciones culturales y con materiales locales como adobe, bajareque, tejas, morillos, implica adaptarse a las condiciones climáticas de cada zona y movilizar la mano de obra local. Se trataría de una reconstrucción compenetrada con los requerimientos de cada familia y localidad.

Reconstruir con concreto es implantar los mismos diseños en todas partes, en un proceso altamente monopólico y concentrado en las empresas que, como dijo el presidente, han realizado los proyectos importantes de este sexenio. A muchos inquieta la noticia de que la constructora del paso exprés de Cuernavaca participará en la reconstrucción en Jojutla (¡imagínese!).

Mientras el adobe representa la movilización de materiales y mano de obra dispersa y local, la propuesta presidencial abre camino a una reconstrucción monopólica que puede ser un enorme negocio de fin de sexenio para los amigos de siempre.

La reconstrucción como negocio de cuates se manifiesta en la creación del fideicomiso “Fuerza México”. Creado por la elite empresarial se propone captar el grueso de las donaciones internas y externas para trabajar de manera coordinada con las autoridades federales. Con una fachada privada se convierte en una plataforma privilegiada por Hacienda para captar las donaciones.

Un tercer mecanismo, el de las zonas económicas especiales, ofrece colocar bajo administración privada infraestructura pública que sumada a exenciones de impuestos e inversiones externas crearía un escaparate exportador. De ese modo con un gran costo de recursos públicos se crearían unos cuantos miles de empleos en los próximos años. Eso sí se logran atraer inversiones chinas y de otros países.

Todo apunta a que la reconstrucción se diseña sin escuchar las voces de los afectados ni en cuanto a los materiales y manera de reconstruir, ni en el fideicomiso Fuerza México, ni en la administración de las zonas económicas especiales. Una reconstrucción integral requiere movilizar a las personas y recursos nativos de cada zona; no hacerlos a un lado.

El error de Aurelio fue ir a Juchitán para presentar su plan sin escuchar. Este error se reproduce en toda la respuesta gubernamental y puede crear las condiciones para otro sismo político que marcaría el fin del sexenio. Aún hay tiempo de otro diseño; uno sustentado en la capacidad de escuchar a la población y en abrir espacios a la participación social en el diseño de la reconstrucción.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Tarda en doler

Jorge Faljo

Bajamos lo más aprisa posible mientras las escaleras daban bandazos; atrás de mí una compañera del trabajo rezaba a gritos. Dos pisos interminables en los que el piso parecía esquivar los pies. En el primer tramo levanté un zapato de tacón y al siguiente, siempre en la escalera, encontré el segundo. Más tarde pensé que los había levantado porque eran peligrosos para todos los que bajábamos. Pero en realidad no sé si lo pensé; todo había sido instintivo.

Corrimos a los primeros gritos e instantes después sonó la alarma. Minutos más tarde lo lógico fue buscar a la dueña de los zapatos. Un par de damas descalzas me mostraron sus zapatos en las manos; la tercera, una dama joven, resultó ser la propietaria.

Al recorrer la explanada vi algunos compañeros, hombres y mujeres, que salieron bien aunque todos muy asustados, pero que solo minutos después empezaron a presentar fuertes ataques de angustia. Me recordó cuando uno sufre una fuerte herida y no la siente, debido a la excitación del momento, adrenalina, le dicen. También cuando fallece alguien muy querido, al principio uno se encuentra en un estado de incomprensión, de incredulidad. Son horas, o días, después que uno adquiere conciencia de lo ocurrido.

A veces tarda en doler. Así siento estos terremotos; así creo que los siente la sociedad; apenas empieza a doler.

La reacción humana, instintiva, es ayudarnos unos a otros. Resolver la emergencia inmediata, rescatar de entre los escombros a los más posibles, distribuir agua y comida. Que los evacuados encuentren albergue. El costo material y emocional es enorme.

El paso de la reacción inmediata a la reconstrucción bien pensada va a ser doloroso porque estas desgracias no ocurren en un cuerpo social sano, sino profundamente dañado por la corrupción, la inequidad y una estrategia económica que inutiliza las capacidades de la mayoría para colocarlos en la categoría de pobres inermes y necesitados.

Salir adelante va a requerir cambios de fondo, la sociedad lo sabe y lo empieza a exigir. Los daños del terremoto son también una radiografía de nuestros males.

Más de dos mil edificios están dañados en el centro del país; entre doscientos y quinientos deberán ser derruidos. De acuerdo a ingenieros expertos los edificios construidos de acuerdo a las normas posteriores al sismo de 1985 no debieron fallar. Los indicios de corrupción privada, solapada por corrupción pública, en la construcción son muchos. Sería el caso del colegio Rebsamen, un punto donde se concentró la desgracia con la muerte de 19 niños y seis adultos.

Una primera y fuerte exigencia social es determinar si los edificios caídos, los dañados, y en general los construidos en los últimos años cumplen plenamente el reglamento de construcción de 1985. De no ser así habría que castigar la corrupción que lo permitió. Si cumplen con las normas y se dañaron entonces estas necesitan ser revisadas.

El montaje televisivo de la niña inexistente nos recuerda que los medios están al servicio de sus “ratings” y sus ganancias y no al de la información objetiva y la reflexión experta. Desde la esfera mediática se lanzan ahora campañas contra partidos y representantes populares, que efectivamente deben ser revisados y corregidos para recrearlos como espacios democráticos. Pero la campaña privada es interesada; critica a los que no les dan moche y busca darse baños de pureza.

Nos deja estupefactos la rapiña de los gobiernos estatales, en particular el de Morelos, en su apropiamiento ilegal de las donaciones de la ciudadanía. Sobre todo cuando muchos buscamos canalizar nuestra ayuda precisamente fuera de los canales públicos y de algunas fundaciones privadas que buscan lavarle la cara a sus empresas mediáticas o financieras.

Para poner el dedo en la llaga tenemos que apuntar que vivimos en un paraíso fiscal corrupto donde los grandes consorcios y los milmillonarios pagan impuestos de risa. La captación fiscal en México es de bastante menos de la mitad que el promedio que captan los países de la OCDE. La riqueza petrolera permitía que los muy ricos no pagaran; ese modelo se acabó con la caída del precio del petróleo y la venta de garaje del patrimonio nacional.

Ahora esta desgracia en marcha obliga a repensar no en una solución basada en donativos, que son valiosos, sino en una verdadera contribución responsable de los grandes patrimonios privados.

La reconstrucción nacional es casi imposible en un país que acusó de paternalismo a su pequeña y mediana empresa, a su industria y a la producción agropecuaria destinada al consumo interno. Hubo que destruirla para darle campo libre, mercado libre digamos, a la producción transnacional.

El mundo ha cambiado y estos terremotos obligan a cuestionar la desintegración interna entre producción y consumo. ¿Vamos a reconstruir con herramientas y tornillos importados? ¿Con granos, incluyendo maíz transgénico, importados?

No, lo que se requiere es privilegiar el trabajo y la producción de los mexicanos. De la ingeniería del mercado transnacional debemos pasar a una estrategia de mercado interno donde la prioridad sea la eficiencia en la movilización de nuestras propias capacidades, que son muchas.

Bienvenido ahora el terremoto político que desde la movilización social empieza a cuestionar a la corrupción criminal, la ausencia de un estado paternalista y eficaz, la rapiña de algunos gobiernos estatales, los sesgos del monopolio mediático, la venta país, y el privilegio a lo importado sobre lo que podemos producir nosotros.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Más allá de la reconstrucción

Jorge Faljo

La impresión inmediata después del pasado terremoto fue, en la perspectiva de la Ciudad de México, de alivio y asombro. El movimiento parecía interminable y estuvo fuerte; fue un buen susto y para los que tenemos la suficiente edad la comparación con el temblor de 1985 era inevitable. En aquel entonces hubo miles de muertos y centenares de construcciones derruidas en la capital. Así que la pregunta del día siguiente era ¿Cómo es que la destrucción fue mínima? Parecía que no había pasado nada. Después veríamos lo equivocados que estábamos.

Aunque la capital se salvó del desastre este fue mayúsculo y concentrado en las zonas más vulnerables del país y de la sociedad mexicana: Chiapas y Oaxaca. Pronto empezaron a llegar noticias cada vez peores y que se iban acumulando. Casi cien muertos, ochenta mil casas con daños importantes, más de mil trescientos planteles escolares destruidos, daños a la infraestructura, a los lugares de trabajo, a centros de salud, edificios públicos y demás. Sin embargo día con día, conforme llegan noticias de los lugares más apartados se incrementan las cifras. Se habla de ocho cientos mil damnificados en Oaxaca y millón y medio en Chiapas.

Impresiona el video de una construcción de dos pisos que empieza a crujir y finalmente se desploma cuando a simple vista parecía en buen estado. Entonces la duda, ¿Cómo estarán las de a los lados? Son cientos de miles los que o no tienen casa o no se atreven a entrar a ellas por los daños evidentes. Les falta además agua, alimentos, artículos de limpieza, ropa y más.

Los canales para enviar ayuda son muchos y la ayuda surge de todos lados. Por mi parte preferí hacer un donativo a la cuenta de la Cruz Roja pensando que es uno de las instituciones más experimentadas en ayuda inmediata. Pero la respuesta ciudadana no basta.

Los damnificados y el resto del país esperamos que sea el gobierno, el federal y los estatales sobre todo, los que cumplan con su responsabilidad para con los mexicanos. Lo esperamos, pero no sabemos si podrán hacerlo en la magnitud y con la urgencia que impone la situación. No tenemos un gobierno cercano a la población, no es ágil en su actuación, y una y otra vez ha mostrado que más que apoyar desconfía de las organizaciones populares.

Peña Nieto pidió a los damnificados no permitir que alguien quiera lucrar con la emergencia, cabría suponer que no se refiere a la solidaridad de muchos, sino a las mañas de los funcionarios públicos. El Paso Express, Oderbrecht, los desvíos a través de universidades nos señalan no solo que la podredumbre existe, sino la terrible impunidad en que nos movemos. Pero tiene razón, solo la propia población vigilante puede hacer que la ayuda inmediata y la reconstrucción posterior sean efectivas.

La experiencia del temblor del 85 señala que el esfuerzo tendrá que ser notable y prolongado. No es admisible que estas heridas dejen una cicatriz permanente en un sureste que ya se caracteriza por la exclusión económica y social.

Lo que se requiere de inmediato es el abasto externo que proporcione a la población lo necesario para la supervivencia y para no sufrir más daños a su salud física y emocional. Esto es vital pero es solo el principio de la tarea.

Una siguiente etapa, que debe comenzar pronto pero durará más tiempo, es la reconstrucción. No se trata meramente de reponer infraestructura, construcciones y viviendas. De fijarse solo en las apariencias se podría caer en la tentación de una compostura implantada desde fuera y haciendo a un lado a la población. Sería la opción más atractiva para hacer del desastre un gran negocio, pero no reconstruiría las vidas y las comunidades.

Peña Nieto ofreció un programa de empleo temporal. Es una buena medida si se orienta a que la propia población organizada repare sus viviendas, la infraestructura, las escuelas, sus propios talleres y centros de trabajo. El bajo, aunque siempre lamentable número de muertos, apunta a la nobleza de los materiales locales, adobe por ejemplo, como elementos de construcción.

Entre la ayuda inmediata y la reconstrucción debe marcarse una diferencia fundamental. Lo inmediato viene de fuera. La reconstrucción debe enfatizar recuperar las capacidades locales para el mayor auto abasto posible de agua, alimentos, materiales de construcción, muebles y enseres del hogar, ropa y demás.

Hablamos del sureste, de la región del país que más ha sufrido los embates del modelo neoliberal en el que el país dejó de consumir lo propio para preferir lo importado. Donde el norte dejó de comprarle al sur. Donde la apertura de los mercados y las importaciones inutilizaron buena parte de la producción convencional, la del sector social, y la de la pequeña producción. Donde gran parte de la producción perdió su mercado.

Una reconstrucción importada, ajena a la población, es inviable y ahondaría el problema de la exclusión de fondo de la población. Por eso se requiere ir más allá de la reconstrucción para plantearla como un esfuerzo de inclusión social y productiva que, a menor costo, tenga efectos masivos y duraderos.

Tomemos por ejemplo la idea presidencial del empleo temporal. Será una manera inmediata de distribuir ingresos y capacidad de consumo. Ir más allá será que estos ingresos se asocien en lo posible, pero de manera creciente, al consumo de productos locales y regionales. Podría hacerse mediante cupones para el consumo en las tiendas Diconsa que, a su vez procurarían un máximo de adquisiciones provenientes de la producción popular local, regional y nacional. Eso haría que el empleo temporal en la reconstrucción genere empleo en otras actividades productivas.

La globalización ha inutilizado gran parte de las capacidades productivas populares debido a que creo un mercado basado en super tiendas en las que no tiene entrada la pequeña producción. Pero no olvidemos que los pueblos del sureste aún tienen la capacidad de producir prácticamente todo lo que necesitan para vivir bien. Recuperar y expandir esas capacidades como eje de la reconstrucción es sobre todo un asunto de crearles el mercado apropiado, donde puedan distribuir e intercambiar estos bienes.

Sería un error ver a los damnificados simplemente como pobres inertes a los que se ayuda convirtiéndolos en consumidores de productos externos. Eso crearía una dependencia permanente. Lo necesario es apoyarlos en toda su dignidad de productores capaces de generar en su conjunto casi toda la canasta de consumo que requieren. Esa reconstrucción es posible.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Clima; el calentamiento político

Jorge Faljo

Trump encabeza dentro de los Estados Unidos a los que niegan la existencia de un calentamiento global causado por la humanidad. Representa los intereses de las industrias que quieren explotar sin cortapisas ecológicas los depósitos de energéticos más contaminantes. Fomenta y se ampara en las creencias de un amplio sector de cristianos fundamentalistas convencidos de que el creador le regaló el planeta a la humanidad para hacer y deshacer a su antojo.

Una interpretación contraria a la del Papa católico que insta al cuidado de “la casa de todos”. Pero no es el punto entrar en una disquisición teológica, sino política.

El caso es que, como si la naturaleza quisiera cerrarle la bocota a Trump, apenas tres meses después de que anunció su salida del acuerdo de Paris sobre cambio climático mandó al huracán Harvey. Se le calificó como una tormenta sin precedente histórico; el de mayor intensidad, medido por la enorme cantidad de agua que se volcó sobre Houston y sus alrededores.

Apenas la población está regresando a sus hogares, calculando daños, apilando al frente alfombras, cortinas, muebles, colchones, que ahora son basura y pensando que hacer de sus vidas. Todavía no se conoce el costo total de la destrucción, que hasta ahora se calcula en más de 80 mil millones de dólares. La paralización industrial de la zona tendrá un impacto significativo en el crecimiento económico de todo el país este año.

Mientras en Texas todavía no se sale del lodazal, otro huracán, Irma, amenaza dañar a toda la península de Florida. Se trata del mayor y más peligroso huracán formado en el Atlántico del que se tenga registro histórico. Y detrás le sigue José que se encuentra en formación y todavía no se sabe qué impacto tendrá. Mientras tanto Katia golpea las costas de Veracruz.

Una de las consecuencias de esta oleada de desastres es el calentamiento de la discusión política sobre el clima. De un lado el equipo presidencial seleccionado por Trump niega vehementemente la existencia de cambio climático. Del otro lado se encuentra la mayoría de la comunidad científica, entre los cuales algunos cambian el concepto de cambio a desastre climático.

Kellyanne Connway, una asesora presidencial con frecuente presencia en los medios les dijo, molesta, a unos reporteros “estamos tratando de ayudar a la gente ¿y ustedes quieren discutir el calentamiento climático?”

No tan diferente de Scott Pruitt, que dirige la agencia norteamericana de protección ambiental cuando acusa a los medios de oportunismo porque, dice, no es el momento de debatir sobre las causas del desastre sino de concentrarse en las necesidades de los damnificados. En su opinión los científicos y especialistas del clima quieren “politizar” la tragedia.

La mayoría de los reporteros que cubren el tema de los huracanes han sido, hasta ahora, muy precavidos y no mencionan siquiera el calentamiento global o el cambio climático que, supuestamente, no existen. Estarían arriesgando sus carreras profesionales si lo hacen. Sin embargo poco a poco el tema se vuelve inevitable.

Sí con Harvey resultaba difícil evadir el fondo del problema, ahora con Katia, Irma y José apareciendo de manera simultánea en los mapas meteorológicos es prácticamente imposible. Pero el asunto no es sencillo; lo complican gigantescos intereses económicos en lucha.

En un platillo de la balanza se encuentra el costo enorme de la reconstrucción. En el otro se encuentra en tela de juicio todo un estilo de desarrollo urbano industrial basado en el uso de combustibles fósiles. Cambiarlo implicaría pérdidas enormes para la industria automovilística y habría que rediseñar desde el transporte hasta las mismas ciudades para hacerlas más amigables con el medio ambiente.

Pero en lo inmediato el eslabón más débil del sistema es la industria petrolera. Hace un par de años el gobernador del banco central de Inglaterra advirtió a las empresas financieras de reaseguramiento británicas, la famosa Lloyd´s de Londres, que fueran muy precavidas al asegurar a la industria petrolera porque ésta podría ser demandada como causante de gigantescos daños ambientales.

Aceptar que existe cambio climático conduce a señalar culpables. El uso de combustibles fósiles que devuelven en poco tiempo a la atmosfera el carbono que le tomó a la naturaleza millones de años enterrarlo en el subsuelo está poniendo en riesgo la viabilidad de la infraestructura, viviendas, ciudades y medios de vida de decenas o cientos de millones de habitantes del planeta. Caso Houston por ejemplo.

Hay indicios de que los grandes conglomerados petroleros tienen desde hace décadas estudios que relacionan a su industria con el calentamiento global; también de que han orquestado campañas de desinformación al respecto. Lo cual podría configurar, además de la propia actividad, las bases para demandas por miles de millones de dólares por parte de los dueños de propiedades dañadas, e incluso por ciudades y condados norteamericanos.

Así que lo prudente, en la perspectiva del gobierno norteamericano es negar totalmente la existencia misma del calentamiento global. Lo malo es que sin la participación de los Estados Unidos es muy difícil enfrentar el problema que casi todos los demás gobiernos del mundo reconocen como muy grave.

El golfo de México y partes del océano Atlántico se han calentado apenas un grado Celsius, y eso ya acrecienta la fuerza de los huracanes con impactos devastadores en las costas norteamericanas. Es probable que eso obligue a reconsiderar el costo de los seguros contra inundaciones y si eso ocurre haría económicamente inviable la reconstrucción en amplias zonas.

El dolor en los bolsillos puede hacer cambiar la opinión de muchos norteamericanos; los directamente afectados y los ciudadanos que pagan impuestos. La politización del desastre, de la reconstrucción y del cambio climático es inevitable.

México es un interesado de primera línea si el efecto ambiental va a ser que también suframos impactos más fuertes y frecuentes en las costas del golfo. Nuestro país firmó el acuerdo de Paris para frenar el calentamiento global. Es el momento oportuno para reafirmar esa posición; una declaración del presidente Peña Nieto sería muy oportuna en estos momentos.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Harvey; venganza de la naturaleza

Jorge Faljo

Houston y sus alrededores enfrentan con el huracán Harvey el peor desastre climático de la historia de los Estados Unidos. Peor que Katrina en Nueva Orleans. Con más de 100 mil casas destruidas y decenas de miles más dañadas, con cientos de miles de personas sin acceso a agua potable, con aguas negras y productos químicos contaminando lo inundado, será durante semanas, o meses, un grave problema humanitario.

Harvey obligará, esperemos, a repensar la existencia del cambio climático, que es negado por la elite gobernante republicana. Los obliga ya a enfrentar su hipocresía. Por ejemplo el hecho de que los senadores de Texas en su momento obstruyeron la ayuda a Nueva Orleans y ahora quieren, porque su población lo necesita, una ayuda federal aún mayor. Desde la ultra derecha se exige que toda ayuda a Texas salga de la disminución de otros gastos, al tiempo que se sigue pidiendo, con Trump a la cabeza, disminuir los impuestos a los mil millonarios.

Este desastre provocará fuertes confrontaciones políticas.

La fuerza de Harvey, medida no solo en velocidad del viento, sino en el volumen de agua arrojado, se debe en mucho al calentamiento del mar y el aire en el Golfo de México. La mayor evaporación y la humedad retenida en el aíre agigantan estos fenómenos naturales.

Sin embargo, Trump, los políticos y, los medios, dicen que se trata de un hecho sin precedentes pero lamentablemente no sacan la conclusión inevitable; se debe al cambio climático. O a lo que ya se empieza a llamar desastre climático.

La catástrofe no solo cayó del cielo sino que surge de la tierra misma. El puerto de Houston, el segundo en volumen de mercancías y el primero en comercio exterior, fue construido sobre un pantano, literalmente.

Una enorme planicie que desde fines de la década de 1830 empezó a ser desecada ampliando y desbrozando los arroyos naturales y construyendo canales. El diario de uno de los primeros habitantes habla de esa labor de negros y mexicanos con gran mortandad de los primeros que, además de pobres, eran esclavos.

Houston ha sufrido múltiples inundaciones y hoy en día cuenta con más de 4 mil kilómetros de canales, con múltiples diques y reservorios para controlar el agua. Pero en la medida en que se expande esta llamada “ciudad sin límites” crece el problema.

Con grandes apoyos gubernamentales a los desarrolladores privados se han urbanizado las praderas y pantanos que permitían que la tierra contuviera y absorbiera el agua de lluvia. Ahora toda la lluvia corre de inmediato a canales que se han quedado obsoletos en su capacidad, haciendo un montón de cuellos de botella.

Además, Houston se hunde. Desecar un pantano, extraerle agua para el consumo humano y no permitir su reposición hace que la tierra se contraiga. En algunos puntos la región se ha hundido hasta un metro; otros muchos barrios muestran hundimientos de 20, 30 o cuarenta centímetros. Lo que en una planicie inundable es suficiente para subir el riesgo. Además resulta que en los últimos 50 años el nivel del mar se ha elevado en 20 centímetros y es un proceso que se acelera.

Gran parte de la superficie habitacional se ha construido sobre la “planicie centenaria”, así llamada porque se calcula que tiene un uno por ciento de riesgo de inundarse cada año; es decir una vez cada 100 años. Sin embargo la ciudad ha tenido que redefinir y duplicar el tamaño de esta zona debido al hundimiento, al incremento de los flujos de agua y a la decadencia del sistema de desagüe.

Cierto que Harvey es algo excepcional; pero en este siglo van tres veces que Houston sufre inundaciones “centenarias”; es decir las que se supone que solo ocurren cada siglo.

El gran tema ahora es la modalidad de reconstrucción que ocurrirá después del desastre. Gran parte de la urbanización de mayor riesgo se pudo hacer gracias a fuertes subsidios gubernamentales a los desarrolladores privados y a los propietarios de viviendas.

La construcción de viviendas para renta de bajo costo ocurre gracias a los subsidios al pago de renta a la población pobre. Es un tipo de desarrollo habitacional que de manera “natural” elige terrenos baratos, de mayor riesgo climático y cercanos a las plantas petroquímicas. Mientras que los habitantes de barrios de alto ingreso cuentan con medios efectivos para impedir que a un lado se les construya vivienda popular.
Existe además un fuerte subsidio federal al aseguramiento contra inundaciones. Ya es un programa muy endeudado, que ahora tendrá un fuerte desembolso. Se menciona que podría dejar de asegurar zonas de inundación recurrente o elevar las primas pero esto pegaría a los desarrolladores de barrios y viviendas.

Por coincidencia, una semana antes de la llegada del Harvey Trump eliminó una orden presidencial de Obama que exigía que en la nueva construcción de infraestructura se tomaran en cuenta los riesgos de inundaciones y otros derivados del cambio climático. Lo que va a permitir una reconstrucción “simple”.

Así que se puede reconstruir para dejar como estaba y cruzar los dedos porque el cambio climático no exista. Se puede reconstruir ampliando el sistema de control de canales y reservorios, lo que implica expropiar e indemnizar a muchos propietarios. Al mismo tiempo habría que modificar el sistema de subsidios a la renta de vivienda para pobres y al aseguramiento contra inundaciones, lo que llevaría a enormes pérdidas económicas privadas. O, más allá de lo anterior, se puede reconstruir con altos estándares de protección ambiental.

Tal vez todavía predomine la estúpida negación del cambio climático y la repugnancia a gastar, sobre todo en beneficio de la población común y corriente.

Cierro diciendo que la gran catástrofe ambiental humanitaria del momento ocurre en Bangla Desh, donde la tercera parte del país está inundada, en India y en Nepal. Hay más de 24 millones de afectados, unos siete millones han perdido sus casas y miles han muerto. Como de costumbre, los que más sufren son los que menos contribuyen al cambio climático.