viernes, 20 de enero de 2012

El Impuesto Tobin

El Impuesto Tobin
Jorge Faljo
Hoy en día los grandes capitales, gigantescas “masas” de docenas o cientos de miles de millones de dólares, se mueven de una inversión a otra constantemente y casi a la velocidad de la luz. Cuando menos a la velocidad que se lo permite el manejo de la información digital. Basta un teclazo en una computadora para vender o comprar bonos, acciones, divisas de cualquier país, contratos a futuro de mercancías que todavía no existen (granos, algodón, metales, petróleo) o hacer una gran diversidad de “apuestas”, también llamadas “seguros”, acerca del precio de equis o ye, e incluso sobre las posibilidades de incumplimiento de contratos.
Los capitales no solo se mueven de un lado a otro a extrema velocidad sino que apoyados por computadoras y modelos matemáticos deciden sobre compras y ventas en busca de ganancias instantáneas. Un movimiento que podría parecer insignificante en el precio de un activo (acción, bono, divisas o lo que sea) puede hacer que las computadoras desencadenen la venta o la compra de decenas de miles de millones de dólares. Por lo menos en un par de ocasiones han ocurrido fuertes caídas en los precios de las acciones en grandes bolsas de valores, y enormes pérdidas, que solo han podido ser explicadas por algún defecto del modelo matemático que desencadenó una espiral de ventas de pánico, si es que las computadoras pueden sentir pánico.
Sin embargo incluso una ganancia muy pequeña, dólar por dólar, puede ser significativa por dos razones. Una es que los movimientos son de miles de millones de dólares y la otra es que esa ganancia, centavera o mayor, ocurre en un instante y deja a los capitales listos para obtener otra en el siguiente instante. Los grandes, verdaderamente grandes capitales del planeta, no obtienen sus ganancias de la producción sino de la especulación financiera digitalizada.
Uno de los impactos de esta situación es que el capital financiero acentúa la volatilidad de precios de la economía real. Si, por ejemplo, se anuncia una importante pérdida de la cosecha de cereales en, digamos Rusia o Argentina, lo previsible es que los precios de los granos suban. Lo que hacen los inversionistas financieros es adquirir contratos de compra futura de granos; su demanda no se origina en necesidades de consumo sino en aprovechar la oportunidad de ganancia. Una alta demanda especulativa puede elevar los precios de los granos de manera desproporcionada. La estampida de capitales a favor o en contra de un activo puede alterar fuertemente el precio de los productos, de las acciones de las empresas e incluso de las monedas de los países.
James Tobin, un renombrado economista, expuso en 1972 que los movimientos masivos de capitales entre monedas y países eran de tal magnitud que los gobiernos y las economías nacionales no eran capaces de ajustarse a sus impactos sin grandes sacrificios en términos de producción, empleo e inflación. Ante tal situación propuso un impuesto a las transacciones financieras con el propósito de “arrojar algo de arena en el engranaje de los excesivamente eficientes mercados financieros”, eficiencia que ha aumentado notablemente en los últimos cuarenta años.
En 1981 Tobin recibió el premio Nobel de economía pero su propuesta nunca se ha instrumentado por el supuesto de que el país que lo haga sería “castigado” por la huida masiva de capital financiero.
El impuesto a las transacciones financieras, ampliamente conocido como tasa Tobin, no es un impuesto a la ganancia o al patrimonio. Lo que grava es la compra de activos financieros, en particular el cambio de una moneda a otra. Un razonamiento a favor es que si usted o yo tenemos que pagar impuestos por comprar un auto o una televisión, ¿porqué los grandes inversionistas no han de pagar impuestos por comprar activos financieros con propósitos especulativos?  
Tal impuesto sería un gravamen porcentual bajo; digamos entre una y cinco decimas del uno por ciento. Si un inversionista financiero compra acciones, divisas u otros activos por un millón de dólares pagaría entre mil y cinco mil dólares. Visto así es un impuesto ridículamente bajo. Sin embargo los grandes capitales especulativos se oponen por dos razones principales. Una es que un décimo de punto porcentual en una transacción (suponga 10 mil  millones de dólares en movimiento, pagarían 10 millones de dólares) se sumaría a otro décimo en la siguiente transacción. La segunda razón y más importante es que temen la creación de un precedente.
Me parece que si usted o yo invertimos en la bolsa o compramos dólares pagar un centavo por cada diez dólares, o un dólar por la compra de mil, es un impuesto bajo porque lo que haríamos sería una inversión relativamente estable. Pero un gran fondo de inversión con transacciones computarizadas y modelos matemáticos en búsqueda permanente de inversiones instantáneas podría estar haciendo diez transacciones diarias, o 100 mensuales. En cuyo caso el impuesto se vuelve alto hasta obligar al inversionista a restringir la velocidad de sus movimientos especulativos y orientarlos hacia expectativas de ganancia menos centaveras.
La idea de un impuesto a las transacciones financieras es vieja y ha sido presentada en numerosos foros internacionales; siempre sin llegar a su aplicación concreta debido al temor a las reacciones del gran capital.  A lo largo de su historia se presentó como una bandera de las izquierdas, combatida por la derecha asociada a los intereses de la ganancia financiera.
Ahora la crisis de la globalización ha vuelto al mundo de cabeza en muchos aspectos y el impuesto a las transacciones financieras se pone de nuevo a discusión por nada menos que los principales dirigentes de los países que comparten el euro como moneda común. Ángela Merkel, canciller alemana, como Nicolás Sarkozy, presidente francés, están de acuerdo, en principio, en establecer un impuesto de ese tipo. Existen sin embargo diferencias de fondo sobre la manera de instrumentarlo: sea como una medida de conjunto de toda Europa o país por país. Inglaterra, un importante centro mundial de transacciones financieras, establece una condición imposible: que se adopte a nivel mundial.
Nicolás Sarkozy ha dado la sorpresa al considerar la posibilidad de instrumentarlo en Francia como un ejemplo que después seguirían otros países. La decisión se tomaría a fines de enero después de pláticas con otros dirigentes europeos. La propuesta del presidente francés tiene claras implicaciones políticas. El busca la reelección el próximo 22 de abril y 6 de mayo (hay dos vueltas electorales). Al retomar una propuesta de izquierda ha conseguido desbalancear a sus contrincantes.
El impuesto a las transacciones financieras ya no es visto como mera arena en el engranaje especulativo, sino como una real fuente de ingresos fiscales en un país agobiado, como toda Europa, por sus deudas, la necesidad de mayores ingresos fiscales y una población enojada por la reducción del gasto social, el deterioro de la calidad de los servicios públicos, la caída de los ingresos reales y el incremento de impuestos. La única salida para un presidente de derecha a punto de enfrentarse al voto ciudadano parece ser esta propuesta de un impuesto al capital financiero. Esperemos que sus consideraciones sean permanentes, más allá de la mera urgencia electoral.
México es un país destacado en el plano internacional por sus muy bajos impuestos; incluso ha sido comparado con paraísos fiscales tipo Islas Caimán. Pero lo cierto es que el bajo nivel impositivo general se debe a los bajos impuestos a los grandes consorcios productivos y los nulos impuestos a la ganancia financiera, al gran patrimonio, a las grandes herencias y, por supuesto a las transacciones financieras. Los trabajadores, consumidores y la mayoría ciudadana pagan tarifas e impuestos elevados.
Ángel Gurría, como presidente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –OCDE-, nos acaba de recordar la urgente necesidad de una reforma fiscal en México. Necesitamos un estado que funcione, que invierta lo necesario para proporcionar buenos servicios públicos, que sea un activo agente dinamizador de la economía y garante del bienestar social. Se requieren nuevas fuentes de ingreso y para ello es indispensable afectar lo que hasta ahora ha sido  privilegiado. 

martes, 10 de enero de 2012

Guerras cambiarias


Guerras cambiarias
Jorge Faljo
El departamento del tesoro norteamericano acaba de criticar severamente las políticas monetarias de tres países debido a que se orientan al debilitamiento, es decir al abaratamiento, de sus monedas. La critica lleva incluso al planteamiento de orientaciones alternativas en las estrategias económicas de China, Corea del Sur y Japón.
El reporte de diciembre pasado sobre tasas de cambio señala una encarecimiento relativo del renminbi, la moneda china, que se traduce en un menor superávit comercial; es decir en menores exportaciones y mayores compras. Lo que sin duda conviene a los Estados Unidos en sus propios esfuerzos por dinamizar su aparato productivo exportándole a China y limitando la competencia externa dentro de su mercado.
A pesar de ello el Tesoro norteamericano sostiene que el fortalecimiento de la moneda china sigue siendo insuficiente. Algunos cálculos oficiales norteamericanos sitúan el renminbi como un 25 por ciento más barato de lo que debería estar. Por otro lado las organizaciones industriales norteamericanas consideran esta subvaluación cercana al 40 por ciento.
La disputa entre estas dos potencias debido a la paridad cambiaria es bastante vieja. China ha ido fortaleciendo su moneda muy poco a poco pero continúa siendo el centro de un fuerte desequilibrio comercial mundial que, por cierto le resulta muy conveniente. Es claro que su papel como potencia exportadora, con un acelerado crecimiento industrial, fuerte creación de empleos, y rápida elevación de salarios se sustenta en lo barato, lo “débil” de su moneda. Es como competir otorgando un descuento de 40 por ciento en todo lo que vende.
La crítica norteamericana no se limita al gigante oriental. Se extiende a los esfuerzos de Japón y de Corea por impedir el encarecimiento de sus respectivas monedas. Desde la perspectiva norteamericana las tres monedas deben fortalecerse, hacerse más caras, para disminuir sus exportaciones y aumentar sus compras a los Estados Unidos. El reporte del Tesoro norteamericano los exhorta a incrementar su consumo interno y no sus exportaciones como eje de su futuro crecimiento.
En un planeta crecientemente ahogado por la sobreproducción invendible (por eso cierran las empresas y se deja de crear empleo), el gran tema es cuales economías lograrán preservar sus empresas y cuales las dejarán quebrar. Un factor decisivo es la relación cambiaria entre las distintas monedas; las monedas caras disminuyen la capacidad de exportación de un país y lo convierten en comprador de productos importados. Por lo contrario, se impulsa la producción, el empleo y el crecimiento internos de todo un país cuando este tiene una moneda barata.
Es muy claro el interés norteamericano. Presiona a los demás para que tengan monedas fuertes porque de esa manera consigue una debilidad relativa para su propia moneda. Cuando los demás, en este caso China, Japón y Corea, encarecen su producción los consumidores norteamericanos se orientan a comprar productos nacionales.
México se ve incluso más afectado que los Estados Unidos por la política China debido a que seguimos la política contraria. Nos empecinamos en una moneda “fuerte”, sobrevaluada, que dificulta enormemente a las empresas mexicanas el competir en el mercado internacional e incluso en el mercado interno.
Es difícil competir con monedas que podrían considerarse en situación de equilibrio; Pero realmente es imposible competir con una moneda subvaluada como la de China porque en este caso al encarecimiento de nuestra producción se suma el abaratamiento de la de ellos. Podría ejemplificarse de la siguiente manera: un producto que China vende con 25 por ciento de descuento (por lo menos) México lo vende con 25 por ciento de sobreprecio en función de las paridades de ambas monedas.
En estas condiciones no es sorprendente que nos veamos invadidos de productos chinos y que ellos generen empleo y eleven salarios mientras que nosotros no, ni en cuenta.

domingo, 8 de enero de 2012

2012: Perspectiva Mundial

2012: Perspectiva Mundial
Jorge Faljo

Nuestro saludo tradicional para estas fechas es feliz navidad y prospero año nuevo. Pasar bien la navidad y el fin del año es algo que depende sobre todo de nosotros. Por otra parte la segunda parte del saludo, aquello de tener prospero año nuevo depende cada vez menos de nosotros y más del resto de la economía nacional e incluso mundial.  
La dirigencia financiera del país no ha dudado en advertirnos del riesgo creciente que presenta la economía mundial para México; han llegado a mencionar incluso la posibilidad (que no probabilidad) de un evento catastrófico de consecuencias imprevisibles. Conviene el optimismo, y también tratar de entender de qué riesgos hablan para, tal vez, como sociedad prepararnos para lo que pudiera ocurrir.  
La economía mundial enfrenta una alta incertidumbre financiera. Por muchos años Europa construyó un buen mercado común que incluía no solo la libre circulación de bienes, sino mucho más importante, de los trabajadores y sus familias. Hace 10 años 300 millones de europeos decidieron adoptar una moneda común, el euro, en lo que fue un punto culminante del acercamiento entre pueblos y culturas; de construcción de una gran economía y de lo que se pensó era una garantía para la paz, la convivencia social y el bienestar generalizado.
Lamentablemente el enorme experimento fracasó y hoy las grandes interrogantes son si esa unión se disolverá de manera ordenada o en medio de un caos de graves consecuencias mundiales. Es muy probable que en el 2012 seamos testigos de transformaciones de gran magnitud; la probabilidad de que no sean buenas es muy alta, pero también es posible que las mayorías hagan oír su voz y consigan empezar a revertir las tendencias autodestructivas y priorizando el interés social.
Para empezar lo que se asoma es el fantasma de la insolvencia de los gobiernos europeos. El Fondo Monetario Internacional acaba de señalar que pese a los préstamos de salvamento otorgados a Grecia y la quita del 50 por ciento de la deuda griega no cree que este país pueda pagar. Sobre todo porque a pesar de incrementar los impuestos y reducir el gasto social el gobierno no puede extraer mucho de empresas al punto de la quiebra y de una población ya muy enojada.
La quita de la deuda griega ha asustado a los inversionistas financieros que nunca habrían imaginado tener ese nivel de pérdida. Creían que un país europeo sería apoyado por los demás todo lo que fuera necesario para pagar el 100 por ciento de sus deudas. Ahora que se ha roto esa creencia los inversionistas desconfían de todos los gobiernos. Su desconfianza se asocia a lo que algunos llaman contabilidad creativa que disimuló el endeudamiento griego. Lo mismo ocurría en España, según el nuevo gobierno.
Imagine que cada mes usted paga parte de lo que debe en su tarjeta de crédito pero también vuelve a endeudarse un poco más hasta que en algún momento llega al tope de su crédito. Así están los países europeos; se han endeudado al tope y en cada renovación de deuda los prestamistas elevan sus tasas de interés. Un país que podía pagar tasas de interés del 3 o 4 por ciento ahora tiene que pagar el 6 o 7 por ciento. (Mucho más en el caso griego).  
Para enfrentar la situación los gobiernos europeos están elevando impuestos, disminuyendo sus ayudas a grupos vulnerables, prolongando la edad de jubilación, elevando tarifas por servicios públicos (electricidad, agua, transporte), y disminuyendo el gasto público con importantes deterioros en los sistemas de salud, educación, mantenimiento de infraestructura y otros. El golpe al consumo disminuye las ventas y las empresas, en feroz competencia, tratan de incrementar su rentabilidad por la vía del despido de trabajadores y la disminución salarial. Lo que alimenta la espiral negativa de reducción del consumo y quiebra de empresas.
El primer ministro de Bélgica habla de la destrucción de sectores enteros de la economía real. En Inglaterra quiebran comercios, en España disminuye la venta de autos, baja la producción industrial alemana. No son sino ejemplos entre la multitud de señales negativas.
Nunca como ahora se habían enfrentado los intereses del capital financiero con los de la empresa productiva, los trabajadores y la sociedad. La disyuntiva es dramática; para pagar hay que apretarse el cinturón gobiernos y familias, reducir el consumo, la producción y el empleo; abandonar las responsabilidades sociales del sector público. Por lo contrario, continuar por la senda del incremento de la producción y el bienestar requeriría reducir drásticamente la ganancia financiera, empezando por quitas significativas de las deudas.
Mientras que las pérdidas de los capitales financieros impactan a una pequeñísima minoría, el deterioro de la economía real pega a toda la población de Europa y de hecho, del mundo. No se puede evadir esta reflexión porque la falta de empleos y perspectivas, sobre todo para una juventud educada y con ganas de trabajar, está alimentando una creciente rebeldía social.
Algo que hay que subrayar es que para la mayor parte de los grandes capitalistas la fuente de ganancias ya no se encuentra en la producción sino en sus préstamos a particulares y gobiernos. Los intereses del capital financiero se han apoderado de buena parte del planeta.
México ha instrumentado una política que ha generado ganancias que sobresalen a nivel mundial para el capital financiero. El reverso de la moneda ha sido la enorme destrucción de empresas y puestos de trabajo que es característica de nuestro modelo económico y de la operación de la economía globalizada. Lamentablemente el 2012 parece anunciarnos más de lo mismo. Existe una mala perspectiva mundial y sin embargo el nivel de vulnerabilidad de cada país es muy diferente, depende de su propia estrategia económica. Para nosotros los canales de transmisión de la vulnerabilidad son muy fuertes.
El país se encuentra “cargado” de capitales volátiles atraídos por condiciones de privilegio (ni siquiera pagan impuestos) cuya entrada del 2009 a mediados del 2011 infló las ganancias de la bolsa de valores y revaluó el peso. De su comportamiento no regulado depende en gran medida el bienestar de todos los demás. Un riesgo importante es que el gobierno mexicano agote las reservas y se endeude para no pagar ahora el costo de sus políticas previas. Existe un fuerte interés político en posponer una mayor devaluación.
De acuerdo al Fondo Monetario Internacional la crisis financiera europea podría contagiarnos a través de la banca “mexicana” de propiedad europea que se eleva a un 40 por ciento en el caso de México. Esa desnacionalización podríamos terminar pagándola muy cara.
Los riesgos de la economía real son también grandes. Se está reduciendo la demanda de productos mexicanos en el exterior y se están creando fuertes volúmenes de sobreproducción industrial invendible en Europa y los Estados Unidos. China se verá obligada a reducir sus ventas en aquellos espacios y muy probablemente recurra, como otros, al dumping. Es decir que el mercado nacional puede ser invadido de mercancías baratas, subvaluadas, generando una gran destrucción de empresas y empleos.
Termino contando que recién hablaba con un amigo argentino que me presumía la política de reindustrialización de su país por la vía de la substitución de importaciones. Sobre esto espero documentarme un poco más. Pero lo indudable es que proteccionismo, reindustrialización y substitución de importaciones son allá parte del vocabulario normal mientras que aquí se encuentran satanizados.
Ojalá y el 2012 sea el año del cambio de estrategia económica en México. Necesitamos crecer apoyados en una moneda competitiva, una estrategia de reindustrialización definida, una política social que sea a la vez impulsora de la pequeña y micro producción, una decidida protección al empresariado productivo rural y urbano y, obviamente de los trabajadores.  O seguiremos en retroceso. 


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