sábado, 30 de julio de 2016

Hillary y el libre comercio

Jorge Faljo

Hillary Clinton ya es la candidata del partido demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. A diferencia de Trump que surgió de la nada y arrolló a sus rivales ella no llega como gran triunfadora. Tuvo dificultades para vencer a Bernie Sanders, su rival socialista. Ahora este último le ha dado su apoyo incondicional con el objetivo declarado de impedir que Trump llegue a la presidencia.

El partido demócrata está dividido; muchos seguidores de Sanders se sienten traicionados sobre todo ahora que se descubrió que la estructura partidaria no jugó limpio, sino que conspiró en contra del socialista.

Para ganar la presidencia Clinton requiere del apoyo de los seguidores de Sanders. Sin embargo, eligió como su candidato a la vicepresidencia a Tim Kaine, un hombre blanco, político tradicional centrista que compite con la imagen de Trump pero que no le asegura los votos de la juventud y la izquierda demócrata.

Según Michael Moore (“Cinco razones por las que Trump será presidente”), los seguidores de Sanders votarán por Clinton, pero sin entusiasmo, sin arrastrar a sus familias y amigos; tan solo por evitar un mal mayor. Eso no basta para ganar.

Clinton es vista con desconfianza, como una política demasiado asociada al gran poder económico, que se acercó a las posiciones de izquierda de Sanders, pero sin verdadera convicción ni real compromiso a futuro. Ahora ella ofrece que renegociará el TLC para asegurar la creación de empleos, muchos y bien pagados, para los norteamericanos. Sin embargo, no es lo suficientemente clara respecto al nuevo Acuerdo Transpacífico (TPP). Dice que no le gusta, pero no lo repudia en su totalidad, lo que hace pensar a muchos que, con algunos cambios, terminará por apoyarlo.

Estos serán los grandes temas de la campaña electoral norteamericana. La confiabilidad de Clinton y el repudio o enmienda de los acuerdos de libre comercio.
Del lado mexicano el Presidente Peña Nieto ha manifestado su disposición a modernizar el TLC mediante el impulso al Acuerdo Transpacífico. Plantea ampliar el libre comercio; justo lo que se rechaza del otro lado de la frontera. La aparente flexibilidad de México es de hecho incapacidad para reconocer, o incluso entender, el nuevo giro.

Aquí conviene repasar algo de historia. El avance tecnológico y la mayor productividad sustentaron durante buena parte del siglo pasado el aumento salarial generalizado y un mayor bienestar para las familias norteamericanas. En los años setenta la tendencia se alteró de manera drástica; los trabajadores dejaron de compartir los beneficios de la mayor productividad, porque su ingreso se quedó rezagado. Eso creo un desequilibrio en el mercado; crecía la oferta, pero no la demanda.

La “solución” de las grandes empresas al problema que ellas mismas crearon fue exigir la apertura de los mercados de los países periféricos. Al mismo tiempo destinaron sus enormes ganancias a financiar la demanda de su propio gobierno (a cambio de la disminución de impuestos), de sus trabajadores (endeudamiento de la clase media) y de los países en desarrollo (reconvertidos a clientes). Es decir que para vender endeudaron a todo su entorno.

El éxito del libre comercio abrió el paso a la globalización de la producción; las grandes empresas relocalizaron sus plantas productivas en el exterior y convirtieron a Estados Unidos en un país importador, altamente endeudado. Lo mismo hicieron en otros lados, como México.

Hubo millones de víctimas colaterales; al producir más y pagar menos las empresas exitosas “secaron” la demanda y destruyeron la competitividad de sus rivales, los productores menos avanzados dentro y fuera de los Estados Unidos. En México se destruyó a la producción manufacturera y agropecuaria orientadas al mercado interno.

Quiénes producen, y cómo se reparten los beneficios de la mayor productividad, son los verdaderos asuntos de fondo en la discusión del libre comercio. Limitar las importaciones de México les permitiría una reactivación industrial con un enfoque nacionalista estrecho que nos dejaría muy mal parados.

Lo que debemos proponer es fortalecer el TLC en contra y no a favor del Acuerdo Transpacífico. Lo que van a exigir Trump, o Clinton, es equilibrar el comercio. Puede ser por la vía de comprarnos menos (poniendo aranceles); pero también es posible si nosotros les compramos más. Este podría ser el eje de una transformación del TLC para beneficio mutuo.

Podemos convertirnos en clientes preferentes de las manufacturas norteamericanas si dejamos de preferir las importaciones chinas. En lugar de que los Estados Unidos nos impongan aranceles, nosotros se los ponemos a China.

A cambio pediríamos ser los proveedores de los Estados Unidos en sectores manufactureros ya existentes (automovilístico), e intensivos en mano de obra (textil, por ejemplo). Como parte de la renegociación pediríamos la libertad de proteger y desarrollar nuestro sector agropecuario, alimentario y de consumo básico y el desarrollo de algunos sectores de manufactura, sobre todo orientados a tecnologías apropiadas, industria rural y de pequeñas y medianas empresas.

Son propuestas vitales para el empleo y la gobernabilidad internas. Lo que también es un argumento convincente y preferible a que tengan que atrincherarse detrás de una muralla.

Si ambos, México y Estados Unidos, dejamos de ser clientes preferentes de China y el sureste asiático, podemos fortalecer el TLC en beneficio de ambas poblaciones. Es decir: TLC si, acuerdo Transpacífico no.

domingo, 24 de julio de 2016

¿Y si gana Trump?

Jorge Faljo

Donald Trump alcanzó, con notable éxito, su investidura como candidato del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos. Su triunfo no es un triunfo cualquiera; arrolló en su camino a otros 16 precandidatos representantes del “establishment” político y lo hizo con un estilo peculiar y desafiando valores tradicionales de la derecha ideológica norteamericana. Hace un año su candidatura era de chiste, todavía hace unas semanas se rumoraba la posibilidad de una jugada de las estructuras partidarias para arrebatarle la candidatura.

Su estilo es rudo, alejado de lo políticamente correcto y despojado de las buenas maneras, con un frecuente toque de hipocresía, que caracterizan a la élite política. Muchas de sus afirmaciones resultaron insultantes para las mujeres, las minorías raciales, los inmigrantes, sobre todo mexicanos, los musulmanes y otros. Lo paradójico es que este estilo le abrió el camino a la candidatura, primero porque acaparó la información política a un costo muy bajo. Segundo porque en ese estilo se vio representado una gran parte del electorado que se encuentra realmente encabronado por el deterioro de sus niveles de vida.

Es un hecho que la gran mayoría de los hogares norteamericanos han reducido sus ingresos por debajo de los niveles de hace 15 y 30 años. Eso a pesar de que la presión económica los hace trabajar horas extras y ha empujado para que más mujeres y adolescentes entren al mercado de trabajo. Es mucho más cara la educación universitaria y los egresados se encuentran con una carga de deuda prácticamente impagable con los bajos sueldos que les ofrece el mercado de trabajo.

Peor aún, el deterioro económico se traduce en un hecho casi inconcebible: la reducción de los niveles de salud y de la esperanza de vida de la población blanca sin estudios universitarios, mientras que otros grupos étnicos, al correr de los años, han mejorado en su bienestar.

Trump con su estilo grosero, fuertemente crítico, aunque vago y escaso de propuestas, supo acercarse a las víctimas del libre mercado y que exportó los empleos manufactureros al exterior. Que, además, hizo competir a los trabajadores norteamericanos de baja calificación con los expulsados por México y Centroamérica. Prisioneros de esta pinza y del retroceso democrático que colocó el sistema político en manos del gran dinero, los norteamericanos no pudieron enfrentar el deterioro salarial y el crecimiento extremo de la inequidad. Ahora los más golpeados se han rebelado siguiendo al peor de los líderes posibles. Un empresario depredador acostumbrado a la negociación ruda y al pragmatismo extremo, más que a principios y valores explícitos.

El hecho es que Trump puede llegar a la presidencia norteamericana. Las encuestas hablan de una ligera ventaja para Hillary Clinton. Pero este candidato ha superado las mayores adversidades y se caracteriza por una extraordinaria capacidad para sintonizarse con los descontentos; así que puede hacer los ajustes necesarios para la siguiente etapa.

Hay otro argumento, tal vez más importante, a favor de esta posibilidad. Y es que muchos no admiten que lo prefieren, pero que en la intimidad de la casilla votarán por él. Por ejemplo, en Inglaterra las encuestas no favorecían el Brexit, pero ganó. En México las encuestas no mostraban el descontento que se expresó el cinco de junio en las elecciones estatales. Ocurre que ante la intimidación mediática, el riesgo real o intuido, el sentirse en minoría, o incluso la vergüenza, muchos no revelan su verdadera preferencia. Sospecho que en los Estados Unidos hay muchos pro Trump de closet. Ya veremos.

El fracaso de la globalización neoliberal se han traducido en empobrecimiento generalizado a nivel planetario. Mientras se golpeaba a la población de los países periféricos, supuestamente en desarrollo, el problema no era reconocido. Ahora que la lumbre les llega a los aparejos a los países ricos su población exige cambios de fondo.

En los países con muchos trabajadores inmigrantes, como Europa central y los Estados Unidos, el enojo popular se orienta en contra de estos competidores por puestos de trabajo escasos. Situación que está siendo encauzada políticamente por la ultraderecha, tipo Trump.

Por otro lado, en países con bajo perfil de inmigrantes, como América Latina, España y Grecia, el descontento popular ha sido encauzado por partidos de izquierda neoliberal. Una izquierda que instrumenta políticas populistas de reparto del ingreso por la vía de programas sociales. Solo que estos programas en los hechos amarran el consumo popular a la producción globalizada y la distribución monopólica, con lo que destruyen la base productiva de pueblos y barrios y acrecientan la desigualdad y el empobrecimiento.

La población norteamericana se plantea una disyuntiva, la continuidad neoliberal o un pragmatismo sin principios que resulta amenazador hasta para sus aliados. La continuidad sería insoportable y enfrentaría cada vez más descontentos. Las soluciones que propone Trump dejarán muchos heridos en el camino.

Entre los heridos podríamos estar nosotros si no nos preparamos. Cuando en los años treinta los Estados Unidos expulsaron a cientos de miles de mexicanos, de este lado hubo una respuesta nacionalista y estabilizadora; Cárdenas aceleró el reparto agrario y creo un fuerte aparato institucional de apoyo al desarrollo rural. Eran otros tiempos pero siguen siendo un ejemplo.

Si Trump gana la presidencia norteamericana necesitaremos un cambio de timón en México. No bastará el populismo neoliberal que trata a docenas de millones como meros pobres y marginados. Platear una simple redistribución del ingreso en situación de estancamiento económico es inviable.

Requerimos repensar a los excluidos como población que puede producir lo que requieren en una estrategia de autosuficiencias crecientes de lo local, a lo regional, a lo nacional. Hay que construir un fuerte sector social de la economía con un aparato productivo fundado en la movilización de las capacidades de trabajo y producción que tiene en sus manos la población. De este modo podría construirse una fuerte gobernabilidad asociada a la seguridad, la paz, y la liberación del hambre y la pobreza. Solo así podrán convivir los ahora excluidos con los incluidos.

sábado, 16 de julio de 2016

Cómo mentir con estadísticas

Faljoritmo

Jorge Faljo

“Cómo mentir con estadísticas” es el nombre de un libro de divulgación que leí hace décadas y me resultó iluminador. No habla de México, sino de metodología estadística elemental. Tras este comercial, abordemos el tema.

En un año, el último con información estadística, los hogares más pobres del país elevaron en 33.6 por ciento sus ingresos. Es una noticia de la mayor importancia, que acaba de dar a conocer el Instituto Nacional de Estadística y Geografía –INEGI-, y que puede tener importantes repercusiones en la política de desarrollo social, laboral y económico en general. A este paso el problema de la pobreza en México estaría prácticamente solucionado para el final del sexenio.

¿Y cómo se consiguió este notable avance? Mediante la aplicación de lo mejor de la vieja tradición estadística: la manipulación metodológica. Por lo menos eso es lo que señala el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social –CONEVAL-,cuando señala que cualquier cambio para captar adecuadamente las variables económicas y sociales “debe ser realizado con transparencia y planeación, permitiendo generar certidumbre a los usuarios; sin embargo, este “no fue el proceso que siguió el INEGI en esta ocasión”.

CONEVAL abunda en que los cambios que hizo el INEGI carecen de documentos públicos de carácter técnico que los justifiquen; fueron su decisión exclusiva y al margen del convenio de colaboración con el primero.

Que se lo diga en la cara un organismo oficial a otro es un hecho inusitado que en este caso señala la profundidad de la discrepancia. Lo menos que puede decirse es que, independientemente de que toda estadística es una aproximación a la realidad, una de sus características de mayor importancia es su capacidad para medir tendencias. Esto se ha roto para dar lugar a la nueva metodología de la no transparencia.

En los últimos quince años el notorio estancamiento, o empeoramiento, de las condiciones de pobreza de la población mexicana ha contrastado con la eficaz reducción de la pobreza ocurrida en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y otros países. Cabría pensar que este terrible fracaso es lo que lleva a una modificación metodológica que permita taparle el ojo al macho.

No sería la primera vez. Recuerdo que en los años ochenta la información sobre el hato ganadero en manos campesinas reflejaba cifras terribles. Este se había disminuido en millones de reses, cerdos, cabras y aves. Los datos reflejaban una profunda crisis en el medio rural y, en particular el deterioro de las fuentes de alimentación de la población campesina.

Lo cual fue decisivo para un cambio “metodológico” al final de los años ochenta: se substituyó la información de hato ganadero por la de la producción de los nuevos y modernos rastros TIF (tipo inspección federal). Y claro, las nuevas cifras mostraban importantes incrementos en la producción de carne TIF, es decir no campesina. El cambio metodológico sustentó una reorientación de la política rural que se olvidó de los campesinos, del alivio a la pobreza y de lo que ahora es, de palabra al menos, un derecho humano básico, el de la alimentación.

En el mismo sentido puede apuntarse que hasta los primeros años de este siglo, la encuesta industrial mensual permitía, así fuera de manera imperfecta, darse cuenta de la quiebra de centenares de destacadas empresas industriales. Proteger el modelo de transnacionalización monopólica podría ser la causa del cambio metodológico del 2009 que ya no nos permitió enterarnos de los detalles de la desindustrialización en marcha.

Con estos antecedentes hay motivo para desconfiar. ¿Acaso este cambio metodológico está hecho a modo para cambiar la política social? Si así fuera la dirección a la que apunta es a seguirla debilitando.

Hay que señalar que la discrepancia, para decirlo suavecito, entre INEGI y CONEVAL, es un asunto mayor. El primero es una dependencia directa del ejecutivo en la que el presidente Peña nombró hace relativamente poco al nuevo titular que impulsa estos cambios. El segundo es un organismo público descentralizado con autonomía y capacidad técnica para generar información objetiva sobre la pobreza que permita mejorar la política social.

CONEVAL nació en 2004 por una decisión del legislativo originada en la desconfianza de la información oficial sobre aspectos sociales y de bienestar. Por ello nació con autonomía técnica. Se trató de un arreglo a medias en el que habrían de coexistir la entidad controlada por el ejecutivo y el nuevo organismo.

Lo que es indudable es que la generación de estadísticas es un elemento fundamental para saber cuáles son las tendencias de nuestra evolución en aspectos fundamentales del bienestar social, del empleo e ingresos, de escolaridad y acceso a servicios públicos, derechos humanos básicos, entre otros datos. Conocernos a detalle, objetivamente, debe ser la base del diseño de políticas y programas públicos que incidan y modifiquen la realidad económica y social.

La crítica al INEGI nos retrae a la situación previa al 2004; desconfianza de las cifras oficiales. Solucionarlo en serio requiere revisar un arreglo institucional que en el pasado, y el presente, nos deja en manos de intereses sesgados. Por México, lléguenle señores diputados.

domingo, 10 de julio de 2016

Zonas Económicas Especiales; una emboscada en el sur

Jorge Faljo

Mientras esperaba mi autobús vi un comercial sobre las zonas económicas especiales, ZEE. De acuerdo al mismo es una nueva estrategia para superar la existencia de dos Méxicos; es decir que llevará las oportunidades de desarrollo, prosperidad y bienestar a las regiones más pobres del país. Se trata, dijo el Presidente Peña, de saldar una deuda histórica con un proyecto de futuro.

Sin embargo, el diseño hace evidente la ignorancia en temas de combate a la pobreza o, de plano, otras intenciones que serían las de implantar en territorios delimitados una visión económica ortodoxa, empresarial, que en nada resultará favorable a los más pobres. Más bien ocurrirá lo contrario.

De acuerdo a la nueva ley la Secretaría de Hacienda -SHCP-, hará un Programa de Desarrollo en consulta con las entidades federativas y autoridades municipales y nombrará un Administrador Integral para cada ZEE. Este podrá ser una persona moral o física privada, (aquí la Ley presenta una discrepancia), o una empresa paraestatal. A su vez el Administrador Integral designado elaborará un Plan Maestro para su aprobación por la Secretaría.

La propuesta se basa en la concentración de recursos para algunas grandes empresas selectas. El gobierno federal aporta inmuebles federales (terrenos, infraestructura y similares) y renuncia a ingresos fiscales, aduaneros y económicos (con precios y tarifas especiales). Por su parte los gobiernos estatales y municipales se comprometen a aportes similares, además del financiamiento de obras públicas y el acceso prioritario a los servicios públicos. Todo para configurar lo que se llama una infraestructura competitiva que atraiga inversión privada. Incluso los programas de desarrollo social que fomenten actividades productivas deberán adecuarse a los requerimientos de las ZEE y de sus zonas de influencia.

En la práctica se han diseñado agujeros negros para chupar el máximo posible de recursos públicos y convertirlos en privilegios de las empresas autorizadas por la SHCP. Justo la estrategia que impulsó el notable crecimiento industrial de Querétaro… e hizo que la población votará por la oposición. Es la estrategia de concentrar el gasto en infraestructura y condonar ingresos públicos a cambio de escaparates de modernidad tecnológica de nivel mundial que reposan en un sindicalismo blanco y en el pago de salarios de tercer mundo para pocos trabajadores.

Las atribuciones de los Administradores nombrados por la SHCP, hasta por cuarenta años renovables, son impresionantes: Podrán construir, desarrollar, administrar y mantener las obras de infraestructura de la Zona y prestar los servicios asociados (electricidad, agua potable, drenaje, saneamiento de aguas residuales, telecomunicaciones y otros); adquirir los inmuebles necesarios, la titularidad de derechos y/o los permisos y autorizaciones necesarios; recibir los beneficios fiscales, facilidades e incentivos; asignar lotes a los inversionistas y recibir las contraprestaciones correspondientes (cobrar); formular las reglas de operación de la Zona; operar los servicios de vigilancia y control de accesos y tránsito de personas y bienes; contratar al personal y lo servicios necesarios; obtener fondos, créditos garantías y otros recursos financieros en el país o en el extranjero.

Se crea una zona de privilegio con mayores atribuciones y capacidades legales que las mismas entidades y municipios. Tres son preocupantes: se pueden endeudar en el extranjero en tanto que entidades y municipios lo tienen prohibido, se hacen cargo de la seguridad pública (una especie de guardias blancas); y se crea un marco normativo específico para la resolución de controversias en tribunales privados.

De este modo la actual administración de la SHCP se hace cargo directo de espacios de dominio territorial en los que coloca alfiles inamovibles, altamente blindados, cuya autoridad y capacidades sustituyen a las de los municipios y entidades. Todo ello sin consulta con sus supuestos beneficiarios, la población indígena, los grupos vulnerables, los pobres extremos; y sin un mínimo de análisis ventilado públicamente.

La propuesta es de tal importancia que debería ser sometida a un referéndum de la población de los municipios y entidades afectados, si no es que de todo el país. Esto me hace recordar que hace dos años más de cinco millones de mexicanos, con datos verificados formalmente, pidieron un referéndum sobre la reforma energética y la Suprema Corte, sumisa, lo negó con el vil pretexto de que eso afectaba el presupuesto público. Ahí fue donde este régimen rompió de manera brutal el dialogo con ciudadanos que fueron colocados en condición de súbditos.

Pero volviendo al tema, hay que subrayar la importancia de la infraestructura de las tres primeras ZEE. Una en el Corredor Industrial Inter-Océano del Istmo de Tehuantepec. Incluye un gasoducto transoceánico, la rehabilitación del ferrocarril del istmo y la carretera transitsmica. La segunda en Puerto Lázaro Cárdenas y municipios colindantes y la tercera en Puerto Chiapas con el gasoducto Salina Cruz- Puerto Chiapas.

O sea que la infraestructura que se transfiere no es menor, sino precisamente estratégica para el futuro de amplias regiones del sur del país. Y las ZEE amarran el futuro de la región a una estrategia en la que la voluntad popular no tendrá influencia. Aún y cuando en el futuro, como lo hizo el pasado cinco de junio, decida expresarse en contra del actual grupo gobernante y sus políticas.

En estas circunstancias lo importante es que las autoridades municipales sean muy transparentes precisamente en donde la SHCP no tiene intenciones de serlo. Esto incluye informar, dialogar y consultar a su propia población, en particular a pobres y vulnerables, en cuanto a las cesiones de ingresos, recursos y soberanía que les habrá de exigir el grupo de tecnócratas que pretende trascender en el tiempo.

Con las Zonas Económicas Especiales tendríamos tres Méxicos, el moderno del norte, el rezagado del sur y nuevas regiones privadas autónomas, con gobiernos autocráticos. Hipotecar el presente es malo; hacerlo con el futuro es falta de ética.

domingo, 3 de julio de 2016

Mi no comprende

Faljoritmo

Jorge Faljo

Banxico acaba de subir medio punto la tasa de interés de referencia como medida preventiva ante el riesgo de una inflación que proclama inexistente y con una argumentación que perfectamente habría sustentado la decisión contraria.

Su boletín del 30 de junio señala que: a) Es previsible que la inflación general anual se ubique en tres por ciento; dentro de su objetivo; b) en abril se acentuó la atonía industrial por el comportamiento adverso de las exportaciones manufactureras; c) la inversión sigue siendo débil; d) no hay presiones de la demanda sobre los precios.

La decisión se toma en un contexto de incremento del déficit comercial y de cuenta corriente. Financiar este último requerirá más de 34 mil millones de dólares de capitales externos este año. Subir la tasa de referencia facilita conseguirlos a costa de transferir ingresos de los bolsillos de los consumidores endeudados, los inversionistas productivos y el propio gobierno, en favor de los capitales financieros externos e internos. Su efecto inmediato ha sido el fortalecimiento del peso; justo cuando ya estaba en una recuperación temporal, sobre todo porque el Brexit no tuvo mayor impacto en nuestro caso y, también, al parecer, debido a la reconciliación entre el Presidente peña y el gran empresariado. Esto gracias a su veto a las declaraciones fiscal y patrimonial de los privados.

El espantapájaros del Brexit también sirvió para atribuir al exterior el nuevo recorte fiscal donde más duele, en gasto social, servicios de salud y gasto corriente. Un recorte a sabiendas de que se impactaría negativamente el crecimiento económico y el bienestar de millones.

Sumados el alza a la tasa de interés y el recorte presupuestal, se configura una política de austeridad ortodoxa del tipo que tanto daño ha hecho en Europa y que provoca el “malhumor” de su población.

Banxico sigue fiel a la línea de Hacienda de castigar el crecimiento económico y el empleo. No son es su responsabilidad ha señalado; pero incluso en la que es suya, contener la inflación, tiene ahora que torcer los argumentos para combatir una inflación que no existe debido, lamentablemente, a lo apretado del cinturón de las mayorías. Los datos oficiales indican que hay 28 millones con carencia alimentaria; más de 14 millones viven hacinados; y casi 22 millones sin acceso a servicios de salud, y otras lindezas.

El financiamiento volátil, cortoplacista, es parte de nuestra historia; una historia que nos convierte en consumidores preferentes de lo importado, que genera déficits crecientes, que deteriora nuestro propio aparato productivo y precariza nuestro empleo. Si crisis es oportunidad no la estamos aprovechando para virar hacia otra estrategia de desarrollo.

Lo que es preocupante porque los resultados de las elecciones del pasado cinco de junio; los crecientes jaloneos en torno a la reforma laboral del sector educativo; la protesta médica ante el deterioro de los servicios de salud (que parece la estrategia típica de deteriorar instituciones para después privatizarlas); la vista gorda ante los parches de blindaje que intentan los gobernadores salientes más desprestigiados; todos son desgarramientos de algunas costuras del tejido social.

Frente a la inquietud ciudadana es evidente la pérdida de la capacidad de convencer a propios y extraños. Por el contrario, el presidente Peña Nieto debería escuchar a su contraparte norteamericana cuando después de su perorata contra el populismo, Obama le aclara que a él le preocupa la gente; que quiere la igualdad de oportunidades y una educación decente para todos; que le preocupan los pobres sin oportunidades de progreso; que desea que los trabajadores tengan una voz colectiva en cada empresa y que su parte del ingreso sea justa; que los impuestos sean justos y que los que tienen más paguen más; que el sistema financiero este bien controlado, que sea transparente y que no haya unos cuantos que puedan evadir sus responsabilidades y el pago de impuestos colocando su dinero en cuentas en el extranjero. De lo que concluye que el mismo es un populista.

Según Obama no habría que llamar populista a alguien que nunca ha mostrado interés en el bienestar de los trabajadores. En cambio Bernie Sanders, por ejemplo, si merece ser llamado populista porque ha estado en numerosas trincheras del lado de la gente y con él comparte ideales y objetivos.

Así que si Peña quiso asustar a sus contrapartes con el fantasma del populismo habrá que cambiar de rollo. Obama acaba de transformarle el sentido de la palabra y hasta podría estar dando a entender que no verían mal a un auténtico populista en el poder. ¿O lo dijo con plena inocencia? En todo caso nuestro presidente ha quedado en la posición de “mi no comprende”.

Cambiando de tema puedo decir que ha sido impresionante el concierto de los poderes financieros del planeta para crear terrorismo mediático alrededor del Brexit. La idea de fondo es desprestigiar la toma de decisiones democráticas. Pero el terror que han creado no puede sino ser pasajero. Aquí el efecto fue sencillamente nulo; excepto que ha servido de pantalla para apretar tuercas pro austeridad y anti crecimiento.

Echarle la culpa de los problemas del planeta, y del país, al Brexit, es un tipo de terrorismo pasajero que debemos desenmascarar para no caer en esas trampas.