sábado, 21 de octubre de 2023

Gaza; voces semitas contra el genocidio palestino

Jorge Faljo

La franja de Gaza es un estrecho terreno ubicado al sur de Israel, de solo 365 kilómetros cuadrados, algo más que la extensión de la delegación Tlalpan en la ciudad de México. Es uno de los espacios más densamente poblados del planeta y sus habitantes son en su mayoría refugiados desplazados de los crecientes territorios ocupados por Israel.

Israel sostiene, como una de sus leyes más importantes, el derecho al retorno de todos aquellos que tienen antepasados judíos. Bajo el supuesto de que hace miles de años sus antepasados habitaron en el actual territorio de Israel todos los judíos de hoy en día pueden emigrar a Israel y obtener residencia y naturalización inmediata, además de asesoramiento y asistencia financiera. La definición de judío es bastante abierta, incluye a todos los que tengan un abuelo judío, de los cuatro posibles, a sus hijos, nietos y sus respectivas parejas, sean judíos o no. Bajo tal definición más de 1.3 millones de ciudadanos ex soviéticos emigraron a Israel. La mayoría de estos inmigrantes no son reconocidos como judíos desde la perspectiva religiosa ortodoxa, pero si desde la perspectiva legal.

La entrada masiva y naturalización de estos inmigrantes, los ex soviéticos y muchos otros, permitió alterar la estructura demográfica del país en favor de la población judía y sustentar una estrategia de colonización que implica la desposesión de viviendas, tierras y derechos de agua de la población palestina. Esta estrategia se ha ejercido durante décadas en un contexto de violencia recurrente.

Desde 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas ha emitido resoluciones en favor de la creación de dos estados soberanos, Israel y Palestina, basados en la distribución territorial previa a 1967. La resolución de 2013 fue aprobada por 165 países, con seis abstenciones y el voto en contra de Israel y Estados Unidos. En ella se incluía el derecho de los palestinos expulsados en la guerra de 1967 a regresar a sus hogares o a obtener una compensación. Hay cerca de 6 millones de refugiados palestinos en su mayoría instalados en campos precarios en Líbano, Jordania, Siria, Cisjordania y Gaza.  

Israel se autodefine como un estado judío y por ello en el pasado simuló aceptar la idea de la convivencia de dos estados, uno judío y otro palestino. Sin embargo, el asunto de los refugiados parece irresoluble. El regreso de millones de palestinos implicaría ceder los territorios conquistados ilegalmente. Para los palestinos no hay posibilidad de una resolución pacífica duradera si no se resuelve el asunto de los millones que hoy en día viven a merced de la caridad internacional.

Volvamos al presente.

Gaza ha estado bajo asedio en los últimos 17 años; 2.3 millones de gentes viven en una jaula en lo que es casi un experimento en seres humanos, y esta terrible experiencia crea todo tipo de mutaciones. Una de estas mutaciones fue el atroz ataque a asentamientos y pueblos israelitas. Nada justifica lo bárbaro del ataque, pero al mismo tiempo tenemos que entender que el cerco no podía ser eterno. Este fue un muy, muy, sangriento recordatorio de que el cerco, la ocupación y el apartheid no pueden durar por siempre sin que Israel tenga que pagar un alto precio.

Lo anterior fue la explicación del periodista israelí Gideon Levy al ser entrevistado sobre lo ocurrido en la madrugada del ocho de octubre pasado. Ese día alrededor de 200 milicianos del grupo político Hamas atravesó lo que se consideraba el cerco impenetrable de Gaza y atacó a los participantes en un festival musical juvenil, así como a pobladores de los alrededores, prácticamente todos civiles sin armas. El ataque fue brutal; más de mil 400 personas, de todas las condiciones de edad y genero fueron asesinadas. Alrededor de otras 200 personas fueron llevadas a Gaza en condición de rehenes.

Gideon Levy es un periodista connotado, ganador de premios internacionales prestigiosos. Su respuesta destaca por ubicar el ataque del grupo Hamas en un contexto histórico y no, como lo hacen muchos otros, como un hecho aislado, que surge de la nada. Al día siguiente del ataque publicó un artículo donde ahonda en su consideración de que Israel no puede tener prisioneros a más de dos millones de pobladores sin pagar un precio cruel. Critica la arrogancia del gobierno israelí que sistemáticamente ha rechazado todo intento de solución diplomática a un conflicto que lleva ya 75 años. Con precisión señala la miríada de arrestos infundados, asesinatos, robo de tierras, disparos y protección militar a los particularmente brutales colonizadores israelíes que invaden las tierras de los palestinos. 

En su editorial del 9 de octubre el periódico Haaretz, el más antiguo y uno de los tres más importantes del país, afirmó que el primer ministro (Netanyahu), no identificó los peligros a los que estaba llevando a Israel al establecer un gobierno de anexión y desposesión. Netanyahu, añadió Haaretz, adoptó una política exterior que ignoraba abiertamente la existencia y los derechos de los palestinos.

De esas declaraciones a la fecha la situación ha empeorado de manera abismal. El gobierno del primer ministro Netanyahu ha declarado un cerco total a Gaza cortando incluso los suministros de agua, alimentos, combustibles y medicinas al territorio. Recién aceptó la entrada de ayuda humanitaria por la puerta fronteriza con Egipto. Pero es una medida cosmética irrelevante. Una vez reparado el camino destruido por Israel podrán entrar apenas 20 de los cientos de camiones con ayuda humanitaria que están en espera del lado egipcio. Pero se estableció la condición de que la distribución de la ayuda no quede en manos de Hamas, sino de organizaciones cristianas que representan al uno por ciento de la población.

Entretanto continúan los bombardeos por tierra que, de acuerdo con la revista The Economist, ya han destruido o dañado 11 mil edificios, incluyendo viviendas, hospitales, escuelas e infraestructura de la ciudad. Miles de palestinos, buena parte de ellos niños, han muerto en los ataques, en parte por la falsa suposición de la población de que los hospitales, escuelas y templos serían respetados. No es así.

Al mismo tiempo Israel exige que la población abandone el sector norte bajo la amenaza de, además de los bombardeos, una invasión por tierra. Más de un millón ya se ha desplazado, pero otros no pueden hacerlo o se niegan debido a la experiencia histórica de que evacuar un territorio significa perderlo para siempre. 

Miles de manifestaciones en todo el mundo protestan contra el genocidio anti palestino en marcha. De ellas conviene destacar las más insólitas: las protestas de judíos dentro y fuera de Israel en contra de la política criminal de su actual primer ministro. Numerosos intelectuales judíos de alto calibre se manifiestan en contra en los medios; numerosas organizaciones judías protestan incluso dentro del capitolio norteamericano. Para ellos el “nunca más” de otro genocidio no se limita a impedirlo contra los judíos, sino a que no ocurra contra ninguna otra población.

El trece de octubre la revista Actualidades Judías (JewishCurrents), publicó el artículo de un reconocido experto israelita en genocidio moderno, Raz Segal, donde sostiene que Israel ha sido explicito en sus intenciones en Gaza y estas constituyen un claro ejemplo de genocidio. La orden de desalojo, el arrojar más de seis mil bombas en pocos días, incluyendo bombas de fosforo, la destrucción tanto de las zonas a desalojar como de los corredores y las zonas de destino, el bloqueo a la entrada de alimentos, agua, medicinas y combustibles, todo apunta no a un ataque a los militantes de Hamas sino al genocidio de toda la población de Gaza. Es un proceso explicito, abierto, sin vergüenza alguna; y los que lo observan en todo el mundo fallan en su responsabilidad en detenerlo, afirma Raz Segal.

Que lo digan judíos de todo el mundo, lo mejor de la conciencia de este pueblo, es lo único que podrá evitar en el futuro confundir a los asesinos de uno y otro lado con todo un pueblo, sea el judío o el palestino. Ojalá y todos los Israelíes se miren a sí mismos.