domingo, 25 de enero de 2015

México, Riesgos

Faljoritmo

Jorge Faljo

Los riesgos principales para el 2015 son, para empezar, la continuación del estancamiento económico y la fuga de capitales. El primero, el estancamiento no es mera parálisis, sino activa destrucción de empresas medianas y pequeñas y de los empleos que genera este sector histórico, tradicional, de la economía. El segundo, la fuga de capitales tendría enormes consecuencias sobre todo porque obligaría a una devaluación del peso y elevaría el costo de todas las importaciones. Veamos cada uno de ellos con algo de mayor detalle.

Llevamos más de tres décadas de muy bajo crecimiento económico y escasa generación de empleos; al grado de que millones de mexicanos se han visto obligados a emigrar con grandes sufrimientos para sus familias. Lo peor es que la situación empeora.

El promedio de crecimiento del PIB en los tres años 2010 – 2012 fue de 4.4 por ciento. Esto que ya era malo empeoró en los dos primeros años de esta administración, 2013 y 2014 cuando el promedio fue inferior al 2 por ciento. Menos de la mitad que los tres años anteriores.

Lo peor es que es un estilo de crecimiento asociado a la concentración de la producción en grandes empresas. Pero el crecimiento del sector globalizado no contribuye al bienestar mayoritario. Al no expandirse el mercado, el poder adquisitivo de la población, lo que ocurre es que el crecimiento de un lado implica destrucción de otros.

Datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) revelan que entre 2010 y 2014 quebraron un millón 630 mil 415 unidades económicas, más de una tercera parte del total que existía en el país. El presidente de este organismo, Eduardo Sojo, declaró que esa mortandad de empresas que se presenta en todos los sectores de actividad es de llamar la atención y debería despertar la inquietud entre los encargados de diseñar las políticas públicas. He aquí, en esta ruta de autodestrucción, la raíz de la inequidad, el desempleo y el empobrecimiento.

La modernización e incremento de la producción de pocos empobrece a la mayoría. La Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio reporta que en el 2014 las ventas en tiendas comparables crecieron en un 1.3 por ciento. Muy por debajo de la inflación que fue de 4.08 por ciento. Lo que quiere decir que en realidad se redujo el consumo.

Sus ventas totales, incluyendo tiendas nuevas, crecieron en 5.4 por ciento. Lo que solo pudo haber sido a costa del cierre de miles de pequeños comercios.

Tenemos entonces que los peces grandes han crecido no porque todos prosperemos, sino porque se comen a los peces chicos. Pero es una estrategia que no puede durar mucho tiempo más; así sea tan solo porque hay cada vez menos peces chicos que comer. La población se empobrece y al mismo tiempo reorienta su consumo a favor de la gran producción, las importaciones y la gran comercialización. Lo que se traduce en la destrucción masiva de empresas que describen las cifras del INEGI.

Es una tendencia de larga duración, llevamos así más de treinta años y cada vuelta de tuerca nos hunde más y nos acercamos al límite insoportable. Se ha convertido al país en un polvorín en el que la criminalidad y el descontento social podrían llevarnos de las crisis de gobernabilidad locales, que ya existen, a otras de orden nacional.

Sobre este contexto se monta como segundo riesgo importante la llamada “reversión de flujos de capital”; que los inversionistas financieros (los no productivos) decidan hacer su “toma de ganancias”. Disfrutaron, con sus cientos de miles de millones de dólares, de este paraíso fiscal y de márgenes de ganancia superiores a los internacionales. Bien podrían en algún momento llegar a la conclusión de que la fiesta está por terminar e irse, con sus ganancias, sin esperarse a pagar la cuenta. Esa que la paguen los pobres.

Lo más probable es que el 2015 y el 2016 estén marcados por la devaluación, que puede ser lenta o abrupta y que podría generar varios problemas muy serios. Dada la dependencia alimentaria y de todo tipo de importaciones esto se traduciría en inflación. Debido al alto endeudamiento privado en dólares de las grandes empresas privadas (que los usaron sobre todo para especular en la bolsa) tendrán dificultades de pago y podrán ir a la quiebra o, más probable, se rematarán a sus acreedores; lo que implica otra oleada de desnacionalización del aparato productivo.

Bajo este marco lo central será la respuesta de esta administración ante la insoportable continuidad, o para enfrentar la devaluación y la reducción de ingresos. De persistir en una política neoliberal habrán de contribuir a sumar nuevos riesgos y peligros.

Uno de ellos sería simplemente reducir el gasto en lugar de instrumentar una política fiscal moderna que evite la evasión fiscal y obligue a contribuir a los poderosos. Recordemos que la captación fiscal en México, con petróleo incluido, es de solo el 19.5 por ciento, menos de la mitad de la media de la OCDE (a la que pertenecemos).

Otro riesgo sería combatir la inflación generada por el mayor precio del dólar impidiendo aumentos salariales. Amarrar el cinturón de las mayorías provocará mayor mortandad del empresariado nacional, excepto de los gigantes que ya son transnacionales.

Rescatar a los poderosos en problemas y pedir financiamiento externo nos llevaría a una amplia cesión de soberanía y a ceder ante exigencias de mayores reformas estructurales de tipo neoliberal. Una visión apocalíptica pues.

Existe otro camino; movilizar los recursos productivos existentes y reconstruir un mercado interno apto para el intercambio entre productores nacionales. Usar la inflación y la generación de dinero (como en Estados Unidos, Japón y ahora en Europa), para desendeudarnos y reconstruir un Estado sano. A esta opción no la podemos llamar riesgo, la debemos llamar oportunidad.

lunes, 19 de enero de 2015

Hakuna Matata

Faljoritmo
Jorge Faljo

Hakuna matata significa, en idioma swahili, no te angusties. Fue una canción de la película el Rey León que expresaba lo bueno de vivir sin preocuparse. No pasa nada, y si pasa ¿qué le vamos a hacer? El inconsciente es poderoso y recordé esa canción al leer las declaraciones de nuestra cúpula financiera y empresarial.

El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani, reveló que el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, les describió que la inflación va a ir a la baja y que esa institución ya está haciendo lo necesario para que no haya una salida importante de divisas y no se perjudique el país. “Lo necesario” son palabras poderosas y misteriosas que al parecer no necesitan explicarse a detalle. Hakuna matata, pues.

No se queda atrás el secretario de economía, Ildefonso Guajardo, cuando dice que la baja del precio internacional del petróleo en el desarrollo de las finanzas públicas del país “no es, bajo ninguna circunstancia, un tema a corregir” en 2015. Los ingresos públicos, dijo, se encuentran protegidos por la estrategia de coberturas.

Dos subsecretarios Hacienda explicaron que no se prevé un faltante de ingresos fiscales por la disminución del precio del crudo. Declararon que la reforma fiscal permitió compensar la baja de ingresos petroleros. En su caso esta baja de ingresos se compensaría con “otros ingresos” y, si esos otros llegaran a faltar, el recorte del gasto se definiría en el momento en que se presente. Es decir ¡no hay que adelantar vísperas!

Es difícil decir si esta estrategia hakuna matata es la real y no hay más de fondo, lo que debería darnos escalofríos, o si se trata de una manera de ganar tiempo generando confianza mientras se decide que hacer. Me parece difícil pensar que estos dirigentes no ven los problemas que se avecinan; creo mucho más probable que no sepan qué hacer, o que no se atrevan, todavía, a decir lo que serán decisiones difíciles.

En sentido contrario al no pasa nada creo que es el momento de un golpe de timón que nos prepare para no solo atenuar los impactos negativos posibles, sino para salir adelante con crecimiento y bienestar generalizados. Para ello convendría:

Adelantarnos a la posible fuga de capitales disminuyendo aceleradamente el déficit de cuenta corriente (déficit comercial más los pagos al exterior). Banco de México calcula este déficit en 34.4 mil millones de dólares para el 2015. En el pasado no fue problema financiarlo gracias a las fuertes entradas de capital volátil. No obstante si esas entradas disminuyen, o peor, se convierten en salidas, podríamos tener dificultades para hacer importaciones esenciales y tendríamos que ser, necesariamente selectivos. Lo que no se puede dejar en manos del mercado. Habría que dar preferencia al consumo básico, y a insumos productivos.

Otra prioridad, sobre todo para un país tan vulnerable y dependiente del comercio exterior es seguir pagando los intereses y repatriaciones de capital. Solo que procurando no seguir endeudándonos y eso implica depender menos de las importaciones. Aquí podemos producir de todo.

Hay que plantearnos convertir el déficit de cuenta corriente en superávit mediante una estrategia de substitución de importaciones. Eso sería revirar treinta años de endeudamiento, desnacionalización y abandono de los productores internos. Podría funcionar rápidamente debido a las vastas capacidades instaladas que no se emplean en la manufactura y en la producción agropecuaria; sobre todo en empresas medianas y pequeñas y en el sector social.

Disminuir de este modo nuestra vulnerabilidad es un requisito esencial de soberanía y de la posibilidad de cambiar en paz y con democracia.

Urge que el crecimiento del mercado interno sea el motor del fortalecimiento productivo. En 1976 la participación de los salarios en el PIB fue del 40.2%; en 2013 de sólo 27.4%. Por otra parte la media de la participación salarial en los países de la OCDE (los de mayor desarrollo) es del 55 por ciento. Es indudable que el mayor dinamismo económico se asocia al fortalecimiento de la demanda de la mayoría. Aquí se sometió a la población a un empobrecimiento que nos estancó y nos hundió en la violencia. En lugar de pensar en el largo plazo y el interés nacional ha predominado la rapiña de pocos.

Plantearnos la recuperación salarial es posible si se instrumenta de manera que el incremento de ingresos de la mayoría se destine a consumir lo que nosotros producimos en las regiones y el país. Habría que amarrar y equilibrar el incremento del consumo con el aumento de la producción derivada de la substitución de importaciones. Hay manera de hacerlo.

El Estado debe ser un factor de disminución de la inequidad y motor del desarrollo. Tenemos un paraíso fiscal para los más ricos y las empresas más grandes; nos distinguimos por una de las más bajas recaudaciones del planeta. La captación tributaria en México ronda el 19.5 por ciento (incluyendo petróleo); en Argentina y Brasil es del 37 por ciento. La media de la OCDE es del 40.5 por ciento. Hay mucha cancha para elevar los impuestos a la riqueza improductiva y la especulación. Y, sobre todo algo novedoso; combatir en serio la corrupción.

Enfrentar el riesgo de crisis mediante la puesta en marcha de las capacidades productivas que funcionan a medias y de los millones que quieren trabajo, requiere de un estado honesto que administre el comercio externo y regule la economía. El mercado no garantiza crecimiento, equidad y democracia, lo que nos hace falta.

El incremento salarial habrá de generar la demanda para la pequeña y mediana producción. Para empezar todo el gasto social (Prospera, tercera edad, apoyos nutricionales) que fortalece el consumo de más de seis millones de familias debe hacerse de modo que esa demanda sea abastecida con producción regional y nacional.

Afrontar la disminución de ingresos petroleros y la caída de la inversión externa mediante el incremento de la producción potencial ya existente debe ser nuestra alternativa. La otra opción sería aguantar otra oleada de empobrecimiento y de destrucción del aparato productivo no monopólico y no globalizado. Eso este país ya no lo resiste sin caer en nuevos abismos de violencia criminal y del Estado. Hay que agarrar el toro por los cuernos y afrontar los problemas como oportunidad de cambio.

lunes, 12 de enero de 2015

Europa, norte y sur, arriba y abajo

Faljoritmo
Jorge Faljo

Hace unas semanas los productores italianos de queso parmesano certificado decidieron retirar del mercado 90 mil ruedas de queso de 38 kilos cada una; es decir algo más de 3,400 toneladas de buen queso. El motivo fue que no había compradores; en los últimos seis años el gasto de los consumidores italiano se redujo en un 13 por ciento y, además andan a la caza de descuentos.

La situación afecta también a los productores de vinos, jamón y carnes frías y, en general a toda la industria alimenticia que ha sido una de las últimas en verse afectada por la crisis. Pero el hecho es que en este sector, del 2008 a la fecha, han cerrado sus puertas más del 12 por ciento de las empresas.

Es apenas una pequeña muestra de un inmenso proceso de destrucción de talleres y empresas productivas que asola a toda Europa. España, un país con buenas estadísticas, nos revela que entre el 2008 y el 2012 cerraron 227 mil 599 empresas de todo tipo. Peor le ha ido a Grecia con el cierre de cerca de 100 mil empresas. Son menos pero también se trata de una economía mucho más pequeña.

La información usual nos revela las estadísticas de desempleo, la baja de ingresos, el número de los sin techo, aquellos que tienen que recurrir a servicios asistenciales, cocinas económicas y otros para sobrevivir. Pero se habla mucho menos del fondo del asunto: la destrucción del aparato productivo.

No se destruyen todas las empresas al parejo. Es claro que hay sobrevivientes e incluso ejemplos de éxito. Triunfan las que logran vender en el mercado internacional, las tecnológicamente avanzadas que contratan menos personal, las que por su tamaño consiguen comprar las materias primas a menor precio, las bien conectadas con el gobierno.

Pero se destruyen masivamente las pequeñas y medianas empresas más creadoras de empleo y más orientadas a los consumidores nacionales. La destrucción en Europa de cientos de miles de empresas no se queda atrás de la ocurrida en México en los últimos treinta años. Aquí desaparecieron miles de empresas textiles y del vestido, de utensilios y electrodomésticos, del mueble, calzados, transformación alimenticia y todo tipo de manufacturas.

Si lo ocurrido en México pasara en Cuba o Venezuela el escandalo sería mayúsculo. Es la destrucción de toda una clase social; el pequeño y mediano empresariado.

No faltan los analistas que nos dicen que se trata de una depuración necesaria, que cierran las empresas poco competitivas y que la solución para ellas sería imitar a las exitosas que han encontrado el modo de vender en el exterior, sea Nueva York o Shanghái.

Algunos analistas neoliberales dicen que se trata de empresas poco competitivas y que la solución del problema sería imitar a las pocas que han encontrado el modo y los recursos para vender en el exterior, por ejemplo que se venda el jamón o el queso italiano en Nueva York. Es el rollo aquel de que “los no competitivos no sobrevivirán” para justificar la destrucción de la producción de los de abajo, de la producción empresarial que no obstante, por su cercanía con el mercado interno podríamos llamar popular.

Lo más paradójico y terrible del caso es que el problema se origina en buena medida en el endeudamiento de México, España, Grecia, Portugal y otros países más que reciben con entusiasmo a los capitales externos y emplean esos recursos para hacer importaciones que destruyen a sus propios productores. A este modelo se le llama modernización.

En contraparte, de hecho al unísono, los grandes inversionistas exigen apertura de los países subdesarrollados a sus capitales y mercancías. Las dos importaciones, de capital y mercancías, van juntas y son inseparables; nos prestan para que les compremos. Al mismo tiempo la elite interna en contubernio con el gobierno se vuelve importadora.

Se trata esencialmente del mismo mecanismo allá y aquí. En Europa Alemania le prestó ampliamente a Grecia y le exigió un mercado abierto a sus productos. Grecia se endeudó para comprarle a Alemania y sus políticos aceptaron la destrucción de los productores griegos.

Pero llegó un momento en que el endeudamiento era muy alto y el país tenía una economía semi destruida por lo que era imposible pagar. En el lenguaje neoliberal los griegos habían sido despilfarradores; se habían endeudado irresponsablemente. Entonces se les “rescató”, es decir que se les prestó más para que pudieran pagar a los bancos alemanes y seguir comprando. A cambio del favor se exigió que el gobierno se desmantelara; elevar impuestos y reducir programas sociales y, sobre todo, aunque pobres, seguir comprándole a Alemania.

Vivimos oleadas de crisis y en algún momento, tal vez pronto, nos volverá a tocar a nosotros. Nuestra elite financiera se ha esforzado en atraer capitales externos con gran éxito y esto es a final de cuentas deuda. Con ese dinero hemos comprado en el exterior a cambio de destruir el campo y la industria nacionales. No toda, solo la que más empleo crea, la que es propiedad de pequeños empresarios y la del sector social y la que produce para los mexicanos, no para Nueva York o Shanghái. Este es el despilfarro que habremos de pagar muy caro; cuando necesitemos que nos rescaten a cambio de continuar destruyéndonos.

Sin embargo en Grecia y España han surgido dos partidos políticos, Syriza y Podemos, que en muy breve tiempo se han colocado como punteros en las encuestas y que exigen acabar con la “austeridad”. Representan a la población que quiere trabajar, volver a poner en marcha a sus talleres y empresas cerrados, gobiernos fuertes, renacionalización de sectores productivos estratégicos y pagar sus deudas a base de exportaciones y en paralelo a la reconstrucción y crecimiento de sus países.

Es una propuesta inaceptable para los globalizados que lo que menos quieren es que los empobrecidos produzcan y mucho menos aceptan comprarles.

Estos partidos, Syriza y Podemos, ya no se pueden conceptualizar como simplemente de izquierda; son partidos de “abajo” en rebelión contra los de arriba.

domingo, 4 de enero de 2015

La visita incomoda

Faljoritmo

Jorge Faljo

La visita del presidente Enrique Peña Nieto a la casa blanca (la de Washington) este próximo 6 de enero, no será como su anterior viaje a los Estados Unidos.

Del 21 al 24 de septiembre pasados Peña Nieto realizó lo que parecía una gira triunfal. En esos días participó en los más destacados foros mundiales, incluyendo la asamblea general de las Naciones Unidas –NNUU-, y norteamericanos. Habló del cambio climático, los pueblos indígenas, los niños migrantes y, como muestra del nuevo papel de México en el planeta, ofreció la futura participación de nuestro país en misiones internacionales de paz de las NNUU. Habría “cascos azules” mexicanos.

La cereza en el pastel, es decir de estos discursos, fueron las transformaciones estructurales puestas en marcha por su administración. Eso, más que cualquier otra cosa, fue lo que le valió felicitaciones, aplausos de la elite mundial del poder y el dinero y varias distinciones. Entre ellas el “Premio al Estadista Internacional” y el “Premio al Ciudadano Global”.

Dos días después de su regreso a México, el 26 de septiembre ocurrió el desastre de Iguala, Guerrero, que cambió radicalmente la imagen de México y sus instituciones, ante sí mismo y ante el mundo. Después vino la brutal caída de los precios del petróleo mundial que ha cimbrado las expectativas de inversión externa e ingresos monumentales, expectativas generadas por la principal de las reformas; la energética.

Por ello, apenas poco más de tres meses después, la visita del próximo martes no es una continuación de aquella gira triunfal. El tono es otro, el país es otro y el presidente ya no es el mismo.

Esta vez viaja un presidente agobiado y profundamente debilitado por el destape de temas que con el apoyo de los medios se habían logrado barrer debajo de la alfombra: inseguridad general, violencia criminal e institucional contra la ciudadanía, colusión entre espacios de gobierno y criminalidad, corrupción impunidad, descredito de la clase política (funcionarios, partidos, congreso y suprema corte).
Lo peor es que los problemas parecen ir en crecimiento: del lado económico caída de los ingresos públicos, déficit comercial, ausencia de inversiones y salida, hasta el momento moderada, de capitales especulativos. Del lado político, incremento de las manifestaciones de hartazgo social y acciones directas de grupos sociales descontentos.

La visita a Obama es importante. Lo que ocurre en México es asunto de interés nacional para los Estados Unidos y, en sentido inverso se ha dicho que lo que para ellos es un catarrito para nosotros podría convertirse en pulmonía. Así que el cambio radical del contexto mexicano hace ineludible un encuentro en que se sintonicen estrategias o, por lo menos, cada parte sepa a qué atenerse respecto al otro.

Oficialmente la visita es para reafirmar el dialogo y la cooperación entre ambos países en temas de economía, seguridad y asuntos sociales. No sabremos el sentido específico y el detalle de esas platicas; pero podemos considerar que algunos asuntos no pueden faltar.

Peña Nieto va a requerir el apoyo norteamericano en lo que resta del sexenio para evitar o atenuar una crisis de salida de inversionistas que pudiera llevar a algo parecido a lo ocurrido a finales de 1994. A cambio de ello muy posiblemente se le recuerde, con tacto, en que esfera de influencia se mueve. Es decir que si quiere el apoyo norteamericano deberá abandonar los coqueteos con China, en particular en cuanto a inversiones energéticas y en grandes proyectos.

La seguridad se ubica ahora en el primer plano de las relaciones bilaterales; incluye temas tan graves como la infiltración del crimen en algunos niveles del funcionamiento del estado y en particular de las fuerzas públicas. Implica también definir cuál será la estrategia ante un posible incremento de las manifestaciones sociales: represión, o abrir espacios a la organización de base y al dialogo.

Este es un punto que interesa sobremanera a los norteamericanos y pienso, con optimismo, que Obama se inclinará por proponer el fortalecimiento del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos. Las razones para pensarlo así son principalmente dos. Una se refiere a la autoimagen norteamericana como una nación democrática y moral. Aunque esta imagen se ha deteriorado por varios escándalos recientes (torturas de la CIA, brutalidad policiaca) las instituciones norteamericanas parecen capaces de la autocrítica y hay esfuerzos internos para enderezar el camino. En este contexto sería inaceptable la alianza con gobiernos francamente represores.

Dicho de otro modo; el gobierno de Obama no puede criticar algunas medidas de fuerza en Venezuela o Cuba y parecer que las acepta en México. Sobre todo si en nuestro caso ellos colocan recursos públicos que serán supervisados por su congreso.

A lo anterior se suma una segunda razón, posiblemente mucho más importante, que los dos presidentes deberán tener en cuenta. Quieran o no habrá un testigo de gran importancia en este dialogo y sus resultados; se trata de la comunidad mexicana en los Estados Unidos. Un grupo de millones de votantes muy interesado en lo que ocurre en México y cuya participación en las próximas elecciones norteamericanas será decisiva para la suerte del partido demócrata.

Peña Nieto debe tener claro no solo lo que va a plantearle a Obama; debe considerar cual será la posición de nuestros expatriados. Esos, los expulsados por un modelo económico fracasado y cruel, serán decisivos para definir la visión norteamericana sobre México. Falta ver si Peña Nieto puede convertirlos en sus aliados, o si serán sus más feroces críticos.