domingo, 29 de marzo de 2015

A otra cosa mariposa

Jorge Faljo

La Secretaría de Hacienda ha anunciado que para el 2016 se diseñará un presupuesto “base cero”. Lo que significa es un presupuesto que no responde a inercias sino que se elabora sobre, digamos, una hoja de papel en blanco para expresar lo ideal y no lo que realmente existe.

Haga de cuenta que usted toma lápiz y papel y, según sus ingresos, empieza a decidir cuánto gastar en alimentos, en transporte, ropa, diversiones y demás. La palabra clave es “debería” porque ello significa que ya tiene en mente como deben ser las cosas. Lo cual podría ser diferente, o incluso estar bastante alejado de cómo es que realmente distribuye su dinero.

En este caso Hacienda emplea el término para advertirnos no solo de una redistribución del gasto, sino de un recorte severo. Ante ello muchos señalan que buena parte del gasto está comprometido y el porcentaje susceptible de modificación es bajo como para hablar de un presupuesto base cero. Pero otros se han entusiasmado con la idea e incluso hablan de modificaciones legales que le eliminen responsabilidades al Estado, tales como sus compromisos de gasto en educación, salud, programas sociales, relaciones laborales, pensiones y más. Es decir que desde el extremo neoliberal se aprestan a una reducción del gasto público fuertemente en contra del interés mayoritario.

Regresando al ejemplo hogareño si Ud. quisiera modificar a fondo su distribución del gasto no sería tan fácil e inmediato. Supongamos que decide que no más del 20 por ciento de su ingreso debe ir al alquiler de vivienda y no más del 15 a gastos escolares; entonces tal vez se vea obligado a buscar otro departamento y a cambiar a sus hijos de escuela.

Lo más saludable para reformar su presupuesto sería consultar a su mujer y a sus hijos, sobre todo si son adolescentes rebeldones. Es decir que diseñar un presupuesto base cero debe hacerse siempre de manera participativa, tomando en cuenta los diversos intereses y dispuesto a negociar. Hacerlo porque le bajaron el sueldo complica fuertemente la situación.

Elaborar el presupuesto público federal es responsabilidad de la Cámara de Diputados para, supuestamente, tomar en cuenta todos los intereses y equilibrarlos de acuerdo a su fuerza política. Esa es la teoría; la práctica nos señala que en realidad lo hace Hacienda y los diputados solo regatean ajustes menores.

Hacienda informa que el presupuesto lo hará con el apoyo del Banco Mundial. Conjuntamente definirán el presupuesto ideal y lo deberán someter a la aprobación de la Cámara de Diputados. Así que los resultados de las elecciones de junio próximo serán determinantes de lo fácil o problemático que será negociarlo. Lo más preocupante es que este gobierno no ha mostrado comprensión de los intereses mayoritarios sino que se guía por sus intereses de grupo y dogmas casi religiosos en su mala comprensión de la economía y la política.

El ajuste presupuestal incluye lo que amenaza ser un severo recorte de empleos. El subsecretario de Egresos de Hacienda, Fernando Galindo declaró que se debe redimensionar el tamaño del sector público para contar con un gobierno austero, que se apriete el cinturón y “que tenga las mínimas plazas indispensables para operar de manera eficiente”. ¿De qué tamaño es la pedrada?

Supongamos (es decir que invento) que se deshacen del 15 por ciento de los empleados públicos de los tres niveles de gobierno; eso significaría despedir a unas 350 mil personas. Eso en un país con un gran rezago en la creación de empleos.

Banco de México acaba de declarar que tenemos un débil desempeño económico por un menor dinamismo en las exportaciones y la debilidad del consumo. El problema no es producir, campo e industria están funcionando por debajo de sus capacidades instaladas y su potencial de crecimiento. El problema fuerte es el deterioro en las capacidades de compra a pesar de los avances tecnológicos y de productividad.

El gobierno es un consumidor clave en México. La experiencia reciente nos muestra que el rezago en el gasto, como en el 2013, le pega muy duro a todos sus proveedores y a la economía en general. Reducir su gasto será un golpe a la economía y despedir personal reducirá las capacidades de negociación de las clases medias. Lo que las empresas aprovecharán para apretar salarios. Hay que entender que golpear al consumo es golpear la producción y genera una espiral de deterioro.

La austeridad y el recorte de empleos son medidas simplemente reactivas. Lo peor es que están centradas en el gobierno, como diseñadas por un administrador de empresas. Es decir que les falta visión nacional y es en ese espacio donde es posible pensar en alternativas.

El problema coyuntural es la fuerte caída en la captación de dólares; lo que los elevará de precio todavía más. La estrategia neoliberal sería dejar que todo suba por igual. Una alternativa sería limitar la entrada de ciertos productos para ahorrar dólares en esos rubros y dejar que haya más dólares para lo que se considere más importante.

Por ejemplo, establecer aranceles a las importaciones de productos asiáticos, región con la que tenemos un enorme déficit comercial, tendría un triple efecto positivo. Ahorraría dólares para dedicarlos a otras prioridades. Crearía espacio de mercado para la producción interna mediante el aprovechamiento de capacidades instaladas. Sería una fuente importante de nuevos ingresos para el gobierno.

Una política industrial proteccionista generaría condiciones de rentabilidad que abriría una oportunidad para revertir el terrible deterioro salarial que ahoga el mercado interno. Podríamos entonces generar una espiral positiva de rentabilidad, producción y fortalecimiento del mercado interno.

Ante todo hay que reconocer que el dogma neoliberal no nos funcionó; así que a otra cosa mariposa.

lunes, 23 de marzo de 2015

De todo y nada

Faljoritmo

Jorge Faljo

Se aproxima la hora de entregar mi artículo semanal y aún no puedo definir el tema a tratar. El problema es que todos los asuntos a la vista me parecen temas muy sobados; no solo por los otros analistas sino por mí mismo.

Podría hablar del aumento del precio del huevo. Entonces hablaría de recuerdos de mis vacaciones en una pequeña ciudad de Jalisco hace algo más de 50 años. Vienen al caso porque entonces, uno o dos días a la semana sacábamos de sus jaulas a las encogidas gallinas de mi tía y las dejábamos moverse libremente durante unas horas. Luego en la tarde había que corretearlas para atrapar una por una y regresarlas a una jaula.

Eran algo más de 400 gallinas en el traspatio de una linda y vieja casa pueblerina, donde a un lado se encontraban las viejas letrinas de pozo donde daba miedo ir en la noche. Con esas gallinas todos los días se llenaba una caja de exactamente 360 huevos que ya traía la marca de la empresa distribuidora. Sobraban algunos huevos y no recuerdo que se hacía con ellos, tal vez venderlos directamente en el zaguán de la casa.

Unidades de producción así, informales, pequeñas, sobre todo para el abasto local, había decenas de miles en el país. Fueron destruidas y ahora cinco o seis empresas gigantescas, productoras y distribuidoras, dominan el mercado de lo que es la principal fuente de proteínas de los mexicanos. Las alzas de precios son recurrentes y para millones la solución solo puede ser recrear la producción y el empleo locales lo que no sería difícil de diseñar sobre la base de programas sociales enfocados en la comercialización dentro del sector social de la economía. Pero lo fácil, el enfoque moderno, es importar. Así fue como se destruyó el sector.

O podría escribir sobre la decisión, una de las pocas atinadas, de posponer el plan de desgravación de las importaciones de textiles y ropa. Un poco de control en las importaciones ha logrado disminuir la entrada de mercancía subvaluada y darle aire a la producción interna. A pesar de ello la producción de ropa en el 2014 se redujo en 2.1 por ciento. Pero no fue por mayores importaciones subvaluadas; sino simplemente porque la población se empobreció.

Otro tema posible pero sobado sería el del próximo encuentro entre Alex Tsipras el primer ministro de Grecia y Ángela Merkel, Canciller de Alemania. Hablaría de cómo Grecia se encuentra continuamente al borde de la quiebra si no le renuevan los préstamos para que siga pagando sus deudas. Deudas que adquirió por su déficit comercial con el resto de Europa y que apoyaron el desarrollo industrial de otros. Ese encuentro es otro de los pequeños triunfos que va consiguiendo Grecia en sus pasos para ablandar las condiciones de “austeridad” que le impone Europa.

La carta fuerte de negociación de Grecia es la posibilidad de que tenga que salir abruptamente del Euro en medio de una grave crisis que destruiría la credibilidad de la Unión Europea y generaría una crisis humanitaria. No sería lo mismo para Europa tratar de contener la migración de africanos en el mediterráneo que la de griegos ya dentro del continente. Una situación que podría ahondar diferencias políticas dentro de cada país europeo.

En este mundo de exclusión creciente la única carta de negociación que les va quedando a los marginados y empobrecidos de Grecia, del mundo y de México es su capacidad de estorbar. Cosa que los que aún no somos excluidos tendremos que aguantar, no sin enojos, cada día más.

Otro tema es el de los altibajos del dólar en un país, el nuestro, que decidió globalizarse más que los demás y fragilizar su producción, su empleo y sus finanzas colocándose de pechito ante los vendavales financieros donde los grandes jugadores buscan ganar miles de millones de dólares en instantes mediante el método de apretar las teclas correctas en las computadoras.

Juegos que pueden destruir empleos, empresas y sectores productivos también en segundos. Nosotros somos meros “daños colaterales” porque no me atrevo a llamarlo “fuego amigo.

Ni modo de volver a hablar de la ineficacia de los controles fiscales a las grandes fortunas y de cómo aquí, a diferencia de los Estados Unidos, Bélgica, España, Francia y demás, se decidió no investigar las fortunas ocultas que se descubrieron en Suiza.

Otro tema sería el artículo de la revista británica The Economist sobre el despido de Carmen Aristegui señalando el control político de la prensa en México y de cómo esto podría ser parte de los preparativos de control de información previos a las próximas elecciones. Una raya más al tigre del desprestigio internacional de este régimen y que posiblemente contribuye a explicar porque Peña Nieto regreso de su paseo en la carreta de oro de la reina de Inglaterra sin lograr concretar el anuncio de inversiones externas relevantes. La línea de crédito por mil millones de dólares para que les compremos fierros no llega ni a premio de consolación. Parece que 200 acompañantes y ponerse frac no basta.

Así que hoy no escribo de nada, les ruego paciencia y tal vez la semana que entra me regrese el entusiasmo; esa pequeña sensación de que vale la pena hacerlo porque así se da un pequeño empujoncito para mejorar el mundo. Lo que en mi actual estado de ánimo me parece presuntuoso.

domingo, 15 de marzo de 2015

Un país donde hay gobierno

Jorge Faljo

Faljoritmo

Ecuador acaba de sorprender a sus países vecinos, Colombia, Chile y Perú, imponiendo una sobretasa de aranceles a 2,800 productos que constituyen el 32 por ciento de sus importaciones. El incremento no es parejo sino que va del 5 al 45 por ciento según el tipo de mercancía y el gobierno señala que se trata de importaciones no esenciales y que la medida no habrá de impactar al grueso de las importaciones y al consumo mayoritario. Es decir que le pega sobre todo a los estratos de ingresos medios y superiores.

Las sobretasas son: los bienes de capital y materias primas no esenciales pagarán un cinco por ciento más de arancel; los bienes de “sensibilidad media”, un 15 por ciento. Todos los productos que contienen alcohol (licores, cerveza, vino), todo tipo de calzado, textiles y ropa, así como llantas, cerámica, partes electrónicas y refacciones para automotores pagarán un 25 por ciento más.

Finalmente la mayor sobretasa, la del 45 por ciento, se aplica a bienes de consumo como algunas frutas, carnes frías, alimentos procesados (salsas, mostaza, galletas, jugos), lácteos (quesos, leche en polvo, yogurt), adornos, aparatos musicales, electrónicos, televisores y motocicletas.

Las sobretasas no se aplican al 68 por ciento de las importaciones y se excluye explícitamente por ejemplo, a los aceites y harinas comestibles, el atún, los medicamentos, productos de higiene personal, herramientas manuales y artículos para la producción interna en las industrias de cuero, papel y textil.

Algunos aranceles y tasas han sido renegociados con los países vecinos para mantener, en lo posible, una buena relación comercial. No obstante para el gobierno de Ecuador el asunto de fondo es que la medida es indispensable para proteger su economía dolarizada. Hay que recordar que desde el año 2000 no cuenta con moneda propia; abandonó el sucre y decidió emplear el dólar en su interior. Lo más que hace es emitir lo que llamaríamos morralla, monedas de escaso valor. Pero los billetes que circulan son dólares y obviamente no está en libertad de imprimir los que necesita.

Tal situación le impone a Ecuador límites infranqueables; si entran menos dólares tendrá que amarrarse el cinturón y reducir sus importaciones. Justo es este el caso. Poco más de la mitad de sus ingresos de exportación se originaba en la venta de petróleo y la fuerte caída del precio significa una reducción de aproximadamente la cuarta parte de sus ingresos.

Hay un problema adicional; el dólar se ha encarecido frente a casi todas las monedas del mundo. Y eso significa que las mercancías ecuatorianas se encarecen y se hacen menos competitivas. Lo que también impacta su capacidad de exportación de productos no petroleros.

Con el incremento de aranceles el gobierno espera reducir las importaciones en 2,200 millones de dólares, lo suficiente para obtener un superávit en su balanza comercial. Un efecto adicional es que los aranceles le proporcionan ingresos al gobierno que los podrá emplear en programas que mitiguen el impacto y promuevan la producción para el mercado interno.

Ecuador se encuentra altamente globalizado y el impacto externo es inevitable. Sin embargo lo que muestran las decisiones de su gobierno es la posibilidad de no simplemente dejarse llevar, sino de manejar el impacto. Encarecer unas importaciones significa también proteger que no se encarezcan otras. Hacer que se gasten menos dólares en ropa importada o televisores significa que haya suficientes dólares para comprar, harina o medicinas.

Que va a ser golpeado es algo que conoce el gobierno: tendrá menos dólares. Pero por lo menos decide de cuales mercancías va a comprar menos; cuáles precios van a subir y cuales no; que grupos serán más afectados y que otros serán protegidos.

Eso es gobernar a diferencia de ir al garete de las condiciones que dicte el mercado; es decir los de mejores ingresos.

Por otra parte es cierto que el gobierno ecuatoriano tiene otras opciones para cubrir la baja de ingresos en dólares. Podría vender propiedades (subsuelo, playas, minería o alentar la venta de sus bancos, industrias, comercios); o podría endeudarse, lo que tarde o temprano llevaría a vender propiedades.

Sin embargo su elección es aguantar el golpe, encarecer las importaciones de manera selectiva y diferenciada y promover la substitución de importaciones al tiempo que defiende el mercado interno. Esto último es lo más interesante; impulsar la producción interna de lo que se va a dejar de comprar. Lo cual no es posible en muchas cosas, por ejemplo televisores; pero si se puede en otras, como textiles y ropa. Lo cual requiere defender la capacidad de compra de la mayoría.

En la última negociación salarial los trabajadores y los patrones no lograron ponerse de acuerdo; así que fue el gobierno el que decretó el monto del incremento, más cercano a la posición empresarial que a la de los trabajadores pero de cualquier manera superior a la inflación. Es interesante saber que el salario mínimo ecuatoriano es, para el 2015, de 354 dólares. Unos 5,400 pesos mexicanos; es decir que allá si alcanza para comer.

En los últimos años Ecuador ha mejorado el nivel de vida de su población, crece a un ritmo acelerado y tiene un gobierno con amplio apoyo popular. Pero es un país pequeño y sigue siendo pobre; así que sus noticias no llaman mucho la atención internacional. Aquí la retomo como un caso de política pública interesante; de un país donde hay gobierno.

Aquí estamos acostumbrados al no gobierno; a negar, como el avestruz, que pase nada, a echarle la culpa al exterior y a dejar que “las fuerzas del mercado” decidan que, cuando y como han de ocurrir las cosas. Yo preferiría un gobierno que gobierne; sobre todo cuando viene el golpe.

lunes, 9 de marzo de 2015

Regreso al futuro

Faljoritmo

Jorge Faljo

En esta semana el peso rebasó, a la baja, la paridad que tuvo al final de enero del 2009. Dicho de manera más sencilla; nunca el dólar había estado más caro para nosotros los mexicanos. No se trata, sin embargo, del regreso a una situación ya vivida. Sería demasiado simple creerlo y alentaría la falsa esperanza de que el peso se repondrá de esta caída.

La situación es muy diferente a la de hace seis años. En aquel entonces acababa de ocurrir la crisis financiera norteamericana que golpeó a las economías de todo el planeta y ese problema externo parecía explicación suficiente a nuestras dificultades.

Debido a la apertura de nuestra economía fuimos particularmente vulnerables a la crisis iniciada en los Estados Unidos y sufrimos una caída del 6.0 por ciento del PIB. Bueno, no tanto porque en 2013 el INEGI cambió la metodología del cálculo y resultó que en realidad solo se redujo en un 4.7 por ciento.

Lo que me recuerda una novela en la que el oficio de historiador consistía en reescribir y reinterpretar los hechos del pasado de acuerdo a lo más conveniente como experiencia y guía para el presente (pequeña disgresión que me dicta el inconsciente).

Aquel tropezón parecía explicable en primer lugar por el problema externo y en segundo, de manera más concreta, por el puñado de empresas mexicanas que se habían dedicado a la especulación financiera, habían perdido mucho dinero y desde fines del 2008 y a principios del 2009 compraban dólares en México para pagar sus deudas en los Estados Unidos.

De fines del 2008 a principios del 2009 Banco de México vendió unos 30 mil millones de dólares de reservas y a pesar de ello la presión de salida de capitales seguía devaluando al peso. Se empezaba a generalizar la inquietud y parecía iniciarse, como en las caricaturas, una bola de nieve que crecía en su descenso. Seguir vendiendo reservas contenía la devaluación pero incrementaba la inquietud y era a fin de cuentas contraproducente.

Cuando ya Calderón se resignaba a la devaluación y empezaba a señalar sus bondades resultó que Banco de México, el Fondo Monetario Internacional y el tesoro norteamericano instrumentaron una estrategia de generación de confianza. Los dos últimos le extendieron líneas de crédito a Banxico para emplearse en la defensa del peso, y este último ofreció endeudarse lo que fuera necesario para contar con los dólares que le fueran demandados. A esta estrategia se le llamó blindaje financiero.

Aparte de la seguridad de que habría dólares para cuando quisieran hacer su toma de ganancias (vulgo salida de capitales), se les ofreció a los inversionistas atractivas tasas de interés, ganancias en la bolsa libres de impuestos, efectivas protecciones legales y mucha vista gorda para transacciones dudosas. Se garantizó también que la moneda flotaría y se encarecería; es decir, libertad especulativa.

Tal conjunto de medidas, conocidas como blindaje financiero, tuvo éxito. Los años siguientes se caracterizaron por una fuerte entrada de capitales, el peso se encareció y la bolsa de valores destacó por su racha de ganancias.

Fueron también años de venta del país acelerada. Año tras año buena parte de los grandes empresarios mexicanos decidieron aprovechar el buen momento para vender sus empresas e internacionalizar su fortuna. Hicieron un gran negocio.

Así que el blindaje financiero nos trajo varios años de lo que pomposamente llaman estabilidad macroeconómica. Acompañado de un crecimiento económico cada vez más raquítico, sin generación de empleo, con empobrecimiento de las mayorías y con un atroz incremento de la violencia. Sería el equivalente a un “mal del puerco” originado en el buen comer grasa financiera improductiva.

Durante años nuestra clase política defendió esa artificiosa solidez macroeconómica como lo realmente importante; lo demás parecían problemas de nacos, muy por abajo de su campo de visión.

Hemos regresado a la paridad de principios del 2009 pero ahora en una situación radicalmente diferente. La imagen de la clase política mexicana se encuentra deteriorada; ya no parece capaz de garantizar las ganancias y seguridad de los grandes capitales en equilibrio con un clima de credibilidad interna en la autoridad y con paz social.

Ya no quedan muchos activos nacionales atractivos que vender. La última gran oferta era la propiedad del subsuelo a costa de los derechos de la propiedad social y de la nación. Pero el precio del petróleo se desplomó apachurrando fantasías al nivel de la revista ¡Hola!

No hay manera de hacer productivo al capital. El deterioro del mercado interno no hace atractiva la producción y durante años ha sido mejor negocio traer importaciones. Pese a ciertas ventajas naturales no hemos podido demostrar competitividad internacional, excepto en la maquila automovilística. Lo peor es que se han perdido las condiciones mínimas de seguridad personal incluso para hacer inversiones de medio pelo.

Así que no estamos como en el 2009; esta vez la devaluación va en serio. No la contendrán los viajes a Buckingham y más valdría pensar en decididos planes de contingencia para producir aquí lo que tendremos que dejar de comprar afuera. La solución no será el empobrecimiento desestabilizador sino un cambio de estrategia que ponga la prioridad en producir para nosotros mismos y en consumir lo que podemos producir; es decir, en reconstruir el mercado interno.

domingo, 1 de marzo de 2015

Palo dado…

Faljoritmo

Jorge Faljo

No le fue nada bien a México en las notas internacionales de los últimos días. Se publicó un correo personal del Papa, dirigido en confianza a un viejo amigo, en el que refiriéndose a la criminalidad en Argentina le decía: “Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”.

Ante la reacción de indignación de la cancillería mexicana Jorge Bergoglio dijo que no tenía la intención de ofender a México. Tal vez el Papa no consideró que su cuate aprovecharía el mensaje para advertir a sus compatriotas argentinos del riesgo en que están. Pero de que lo dijo, lo dijo. Y según el dicho los niños, los borrachos y el Papa siempre dicen la verdad (¿o no era así?).

Casi al mismo tiempo Alejandro González Iñárritu, al recibir en Hollywood el Oscar como director de la mejor película del 2014, convocó a las fuerzas celestiales para cambiar la situación en su país de origen. En uno de los foros más vistos del planeta, de resonancia mediática mundial, con 36 millones de telespectadores, dedicó el premio a sus compatriotas en México y dijo: “Rezo para que podamos encontrar y tener el gobierno que merecemos.”

La ceremonia de entrega de estos premios no es un lugar propicio para discursos políticos ni palabras altisonantes, pero rezar por un buen gobierno no les suena mal a los gringos y el mensaje fue breve pero clarísimo.

Donald Trump, uno de los milmillonarios más seguidos por la prensa mundial, indignado porque un mexicano (Iñárritu) fuera tan aclamado desfogó su rabia en su cuenta de Twitter diciendo que el sistema legal mexicano es corrupto y fue terminante al decir: “No hagan negocios en México.”

Hay que señalar que Trump no es cualquier magnate. Además de una fortuna de cuatro mil millones de dólares, tiene 2.8 millones de seguidores en Twitter; fue conductor de un “reality show” durante tres temporadas; ha escrito varios libros sobre cómo enriquecerse y ha comprado y organizado el concurso Miss Universo. Es decir que, a diferencia de otros súper ricos, a este le gusta mucho llamar la atención, y lo consigue.

De lo anterior concluyo que nuestro gobierno ya perdió la batalla mediática mundial. La imagen del país se ha desbarrancado en los últimos meses y esto último es parte de la andanada de cerezas que le caen a este pastel. Lejos están los momentos felices de la visita de los recién casados al Papa; de presumir la casa blanca en la revista emblemática de la nobleza española; de los premios internacionales, o de salir en la portada de la revista Time como el salvador de México.

Tan abismal perdida de “rating” indica que se perdió la guerra de las apariencias y ahora habrá, espero, que pensar en lo substancial. Un primer paso será escuchar en serio y con serenidad los mensajes del exterior.

Es cierto, lamentablemente, que la situación en “de terror”; es cierto que impera la corrupción y la impunidad; y es verdad que ya no se podrá depender de la entrada de capitales externos, del petróleo y de los migrantes para contar con los dólares que nos han permitido ser grandes consumidores de productos importados. No es solo un problema económico; todo apunta a una pérdida de legitimidad de las instituciones en más de un sentido: nuestras elites no saben gobernar, son autoritarias y no se les da la economía (solo las finanzas, que no es lo mismo).

Hay que cambiar de rumbo. Así que ¿por dónde empezar? Diría que por no jugar al avestruz, ni a la dignidad ofendida. Hay problemas muy serios que exigen solución real y no anuncios triunfales sobre, por ejemplo, los miles de comedores militares en los que no se puede comer en familia.

Son tantos los asuntos que es difícil seleccionar donde empezar. Como quiera que sea me brincan a la mente dos, fuertemente interrelacionados: democracia y mercado interno.

Hay un enorme monopolio del poder que no admite disidencia alguna y que nos debilita. No hay municipio libre, sindicatos independientes, comunidades y ejidos autogestionarios, o un congreso y una suprema corte eficaces para marcar límites al ejecutivo y a los poderes fácticos que lo respaldan. Todos estos espacios se han vertebrado y subordinado a un poder superior que no tiene respuestas adecuadas para todos los de abajo. No se permite la inteligencia, organización e iniciativas locales para resolver problemas locales. La toma de decisiones está muy lejos de los ciudadanos.

La democracia real se sustenta en la existencia de actores independientes, capaces de expresar su propia voz, sus intereses y negociarlos en un juego complejo de equilibrios entre todos ellos. Para ello se requiere que todos estos espacios rindan cuentas hacia abajo; hacia la ciudadanía.

Sin embargo hoy en día el gobierno le tiene más miedo a la sociedad organizada (que le pide cambios de fondo) que al crimen organizado (con el que con frecuencia entra en relaciones de complicidad). Lo que existe es una red de complicidades entre actores que se cubren las espaldas unos a otros y que garantiza la impunidad de todos.

Cambiar requiere una reconfiguración institucional de fondo que no se logrará en las siguientes elecciones. Pero servirán para marcar el distanciamiento entre la sociedad y el cuerpo político que dice representarla.

Lo segundo es rehabilitar el mercado interno como motor de una economía incluyente y con bienestar social. No crecemos porque la población se empobrece y ahora la situación empeorará por la enanización de un gobierno de por si pequeño y la disminución de la inversión externa. Más temprano que tarde los inversionistas empezarán a abandonar el barco.

Así que urge recrear las condiciones en las que el campo y la industria puedan producir a plena marcha; en primer lugar con las capacidades que ya tienen. Hay tierra que sembrar, maquinaria y equipos subutilizados y millones en busca de empleo productivo y digno.

Abandonemos la idea de que es imprescindible la inversión externa. Lo que necesitamos es recuperar el mercado nacional para centrar el esfuerzo en producir y consumir lo nuestro. Sobre esa base se puede si, conquistar mercados externos. Esa sería la cereza del pastel; primero hay que cocinar el pastel. Y para eso necesitamos tener el chef que nos merecemos.