domingo, 1 de marzo de 2015

Palo dado…

Faljoritmo

Jorge Faljo

No le fue nada bien a México en las notas internacionales de los últimos días. Se publicó un correo personal del Papa, dirigido en confianza a un viejo amigo, en el que refiriéndose a la criminalidad en Argentina le decía: “Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”.

Ante la reacción de indignación de la cancillería mexicana Jorge Bergoglio dijo que no tenía la intención de ofender a México. Tal vez el Papa no consideró que su cuate aprovecharía el mensaje para advertir a sus compatriotas argentinos del riesgo en que están. Pero de que lo dijo, lo dijo. Y según el dicho los niños, los borrachos y el Papa siempre dicen la verdad (¿o no era así?).

Casi al mismo tiempo Alejandro González Iñárritu, al recibir en Hollywood el Oscar como director de la mejor película del 2014, convocó a las fuerzas celestiales para cambiar la situación en su país de origen. En uno de los foros más vistos del planeta, de resonancia mediática mundial, con 36 millones de telespectadores, dedicó el premio a sus compatriotas en México y dijo: “Rezo para que podamos encontrar y tener el gobierno que merecemos.”

La ceremonia de entrega de estos premios no es un lugar propicio para discursos políticos ni palabras altisonantes, pero rezar por un buen gobierno no les suena mal a los gringos y el mensaje fue breve pero clarísimo.

Donald Trump, uno de los milmillonarios más seguidos por la prensa mundial, indignado porque un mexicano (Iñárritu) fuera tan aclamado desfogó su rabia en su cuenta de Twitter diciendo que el sistema legal mexicano es corrupto y fue terminante al decir: “No hagan negocios en México.”

Hay que señalar que Trump no es cualquier magnate. Además de una fortuna de cuatro mil millones de dólares, tiene 2.8 millones de seguidores en Twitter; fue conductor de un “reality show” durante tres temporadas; ha escrito varios libros sobre cómo enriquecerse y ha comprado y organizado el concurso Miss Universo. Es decir que, a diferencia de otros súper ricos, a este le gusta mucho llamar la atención, y lo consigue.

De lo anterior concluyo que nuestro gobierno ya perdió la batalla mediática mundial. La imagen del país se ha desbarrancado en los últimos meses y esto último es parte de la andanada de cerezas que le caen a este pastel. Lejos están los momentos felices de la visita de los recién casados al Papa; de presumir la casa blanca en la revista emblemática de la nobleza española; de los premios internacionales, o de salir en la portada de la revista Time como el salvador de México.

Tan abismal perdida de “rating” indica que se perdió la guerra de las apariencias y ahora habrá, espero, que pensar en lo substancial. Un primer paso será escuchar en serio y con serenidad los mensajes del exterior.

Es cierto, lamentablemente, que la situación en “de terror”; es cierto que impera la corrupción y la impunidad; y es verdad que ya no se podrá depender de la entrada de capitales externos, del petróleo y de los migrantes para contar con los dólares que nos han permitido ser grandes consumidores de productos importados. No es solo un problema económico; todo apunta a una pérdida de legitimidad de las instituciones en más de un sentido: nuestras elites no saben gobernar, son autoritarias y no se les da la economía (solo las finanzas, que no es lo mismo).

Hay que cambiar de rumbo. Así que ¿por dónde empezar? Diría que por no jugar al avestruz, ni a la dignidad ofendida. Hay problemas muy serios que exigen solución real y no anuncios triunfales sobre, por ejemplo, los miles de comedores militares en los que no se puede comer en familia.

Son tantos los asuntos que es difícil seleccionar donde empezar. Como quiera que sea me brincan a la mente dos, fuertemente interrelacionados: democracia y mercado interno.

Hay un enorme monopolio del poder que no admite disidencia alguna y que nos debilita. No hay municipio libre, sindicatos independientes, comunidades y ejidos autogestionarios, o un congreso y una suprema corte eficaces para marcar límites al ejecutivo y a los poderes fácticos que lo respaldan. Todos estos espacios se han vertebrado y subordinado a un poder superior que no tiene respuestas adecuadas para todos los de abajo. No se permite la inteligencia, organización e iniciativas locales para resolver problemas locales. La toma de decisiones está muy lejos de los ciudadanos.

La democracia real se sustenta en la existencia de actores independientes, capaces de expresar su propia voz, sus intereses y negociarlos en un juego complejo de equilibrios entre todos ellos. Para ello se requiere que todos estos espacios rindan cuentas hacia abajo; hacia la ciudadanía.

Sin embargo hoy en día el gobierno le tiene más miedo a la sociedad organizada (que le pide cambios de fondo) que al crimen organizado (con el que con frecuencia entra en relaciones de complicidad). Lo que existe es una red de complicidades entre actores que se cubren las espaldas unos a otros y que garantiza la impunidad de todos.

Cambiar requiere una reconfiguración institucional de fondo que no se logrará en las siguientes elecciones. Pero servirán para marcar el distanciamiento entre la sociedad y el cuerpo político que dice representarla.

Lo segundo es rehabilitar el mercado interno como motor de una economía incluyente y con bienestar social. No crecemos porque la población se empobrece y ahora la situación empeorará por la enanización de un gobierno de por si pequeño y la disminución de la inversión externa. Más temprano que tarde los inversionistas empezarán a abandonar el barco.

Así que urge recrear las condiciones en las que el campo y la industria puedan producir a plena marcha; en primer lugar con las capacidades que ya tienen. Hay tierra que sembrar, maquinaria y equipos subutilizados y millones en busca de empleo productivo y digno.

Abandonemos la idea de que es imprescindible la inversión externa. Lo que necesitamos es recuperar el mercado nacional para centrar el esfuerzo en producir y consumir lo nuestro. Sobre esa base se puede si, conquistar mercados externos. Esa sería la cereza del pastel; primero hay que cocinar el pastel. Y para eso necesitamos tener el chef que nos merecemos.

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