domingo, 27 de abril de 2014

Sin hambre... estilo europeo

Faljoritmo

Jorge Faljo

Llevamos en nuestro país décadas de subutilización de recursos productivos, incremento de la dependencia alimentaria, empobrecimiento, emigración, violencia creciente y abandono de las decisiones soberanas. Algunos creemos que ante las evidencias la actual administración ha entreabierto la puerta para revisar la política agropecuaria heredada. Por eso es importante y oportuno revisar una de las experiencias más exitosas a nivel mundial: la Política Agrícola Común de la Unión Europea – la PAC.

Surge después de la segunda guerra mundial y de un largo periodo de severa escasez de alimentos en Europa. Cuando Francia, Alemania del Oeste, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo decidieron fundar la Comunidad Económica Europea como un espacio de libre comercio interno encontraron que también deberían establecer políticas agropecuarias homogéneas. Paz, seguridad alimentaria y desarrollo económico eran los móviles fundamentales de ese acuerdo.

El diseño básico era promover el desarrollo industrial mediante la creación de un gran mercado común sin descuidar el fortalecimiento agropecuario. De esa manera saldrían ganando tanto los países más industrializados como los de mayor potencial agropecuario. Sobre esta base de intereses complementarios y negociación se fueron añadiendo más países hasta configurar la actual Unión Europea con sus 28 países miembros.

La Política Agrícola Común se administra de manera centralizada por los órganos de gobierno de la Unión Europea radicados en Bruselas (Bélgica). Implica un mecanismo de transferencia en el que cada país aporta de acuerdo a su peso económico general y cada país recibe de acuerdo a la importancia de su propia agricultura. Esto ha implicado un continuo conflicto de interés porque algunos países aportan bastante más de lo que reciben (Alemania, Inglaterra, Italia, Holanda) mientras que otros son receptores netos (Polonia, Grecia, Rumania, Hungría e Irlanda). Otros, como Francia y se encuentran más o menos en situación de equilibrio. A pesar de ello las encuestas señalan que la mayor parte de la población europea apoya el PAC.

El objetivo central de la PAC es la seguridad alimentaria y sus objetivos derivados son la rentabilidad de la producción interna y el bienestar de los productores. Para ello Europa instrumentó una estrategia que en nada se parece a la que seguimos en este país.

En su primera etapa, a partir de 1962, Europa aseguró que sus productores pudieran vender a precios rentables. Para conseguir que esos precios no bajen de ciertos mínimos establecieron cuotas y aranceles a las importaciones. Además si el precio cae por debajo de lo establecido el gobierno europeo entra a comprar directamente a los productores hasta restablecer el precio. Esas compras se almacenan o exportan. Podemos hablar de precios de garantía.

La lista de los productos con precios garantizados y que el gobierno entra a comprar directamente en caso necesario incluye cereales, arroz, azúcar, papas, aceite, leche y otros alimentos básicos. También hay esas garantías en cosas que a nosotros nos podrían parecer extrañas, tales como miel, carnes, huevos, frutas y vegetales, flores, aceitunas, chicharos, forrajes, algodón y más. Es decir que es muy amplia la garantía al productor de que lo que produzca podrá venderlo a buen precio.

Al asegurar la rentabilidad tanto de grandes como de pequeños productores, el resultado fue un ritmo de incremento notable de la producción que en pocos años se tradujo en “montañas y lagos” de excedentes alimentarios acumulados en los almacenes públicos. En 2007, por ejemplo, se almacenaban 13.5 millones de toneladas de cereales, arroz, azúcar y derivados lácteos (quesos sobre todo) y de 3.5 millones de hectolitros de alcohol y vino.

Ante tal volumen de excedentes la PAC ha ido cambiando e incluyendo nuevos instrumentos de política. Para deshacerse de los excedentes se subsidiaron las ventas al exterior, se emplearon para apoyo nutricional a grupos vulnerables de adentro y fuera del continente, incluso se destruye lo que se considera invendible al precio adecuado. Los excedentes son un problema para la PAC; aunque un problema de los que ya quisiéramos tener por acá.

La política europea ha sido muy criticada por países del tercer mundo. Su alto nivel de protección de sus productores y de subsidios a la exportación la han convertido en el segundo exportador mundial de productos agropecuarios (después de los Estados Unidos). Pero dado que sus ventas son subsidiadas son vistas como competencia desleal y factor de destrucción de los sectores agropecuarios de otros países. Lo cual es cierto, aunque lo que no entiendo es porque esos países no ponen aranceles a sus importaciones y protegen a sus productores.

Debido a lo difícil de vender sus excedentes la PAC ha transitado a una segunda etapa en la que se desincentiva la producción excesiva por la vía de subsidios directos a los productores a condición de tener prácticas ecológicas.

También se sigue una estrategia de asignación de cuotas de producción por producto, región y productor individual. De este modo cada productor sabe que tiene derecho a producir tanta leche, queso, o vino, por ejemplo. En caso de excederse en más del seis por ciento de su cuota enfrenta diversas penalizaciones.

La Política Agrícola Común ha tenido un éxito resonante en proporcionar seguridad alimentaria a Europa. De hecho ha ido mucho más allá al generar altos volúmenes de producción. Ha logrado notables incrementos de la productividad; solo que para ello empezaron por asegurar la competitividad y la rentabilidad de sus productores. Sobre esa base se consiguió la eficiencia productiva.

Encuestas recientes señalan que el 75 por ciento de la población considera que la PAC conviene a todos los ciudadanos.

Tendríamos mucho que aprender de la estrategia europea y entender cuáles son los verdaderos “secretos” productivos de los poderosos del planeta.

lunes, 21 de abril de 2014

Putin: Un patriotismo a la rusa.


Faljoritmo

Jorge Faljo

Rusia es el país más grande del mundo y uno de los que tiene menor densidad de población. Sus 17 millones de kilómetros cuadrados, más de ocho veces el tamaño de México, contrastan con tan solo 143 millones de habitantes concentrados en la parte europea. Eso deja a todo el norte de Asia como una zona muy poco poblada y con las mayores reservas energéticas, minerales, de agua dulce y recursos forestales del planeta. Una riqueza que muchos anhelan tener al alcance.

Los pueblos tienen memoria histórica, y en el alma del pueblo ruso existen traumas que provienen de lo más grave que puede ocurrir. Haber estado al borde de la muerte como individuos e incluso como pueblo. Una sensación de que para sobrevivir se requiere de audacia.

Rusia perdió entre 26 y 43 millones de habitantes en la segunda guerra mundial. El cálculo suena muy incierto pero es explicable. Durante décadas esta mortandad fue un secreto de guerra para no revelar el estado de debilidad en que quedó. Además entre 12 y 15 millones de muertos no fueron por causas directas sino asociada a la guerra: como el hambre.

Pero hay otra herida, mucho más cercana y también muy grave. Es la que corresponde al periodo muy traumático de disolución de la Unión Soviética.

Hacia 1985 el sistema de planificación burocrática ya no funcionaba debido a que sus excesos de control impedían el desarrollo de iniciativas personales y locales. El presidente Gorbachov inició un periodo de transformación estructural incluía la apertura al exterior, el retiro de apoyos a sectores y empresas de baja productividad y la apertura política interna (Perestroika y Glasnot). Con ello se aceleró el final del comunismo centralizado.

A fines de 1991 se declaró la disolución de la unión de las trece repúblicas socialistas; lo que se plasmó simbólicamente con el traspaso de los códigos de lanzamiento de los misiles nucleares del presidente soviético al presidente de Rusia el 25 de diciembre de 1991.

Rusia pasó de ser una economía socialista a una del más salvaje capitalismo. Yeltsin, presidente de Rusia de 1991 a 1999 instrumento un choque económico centrado en la liberación de precios y la privatización en gran escala. Por ejemplo, y esto es verídico, el más grande y lujoso hotel de Moscú fue privatizado a un precio inferior al valor del candelabro que colgaba en el vestíbulo de entrada.

Y aún más importante: en 1995 se vendió la empresa petrolera Yukos al ruso Mikhail Khodorkovsky en menos del uno por ciento de su valor real. De burócrata socialista pasó a tener una fortuna calculada en 72 mil millones de dólares. Se privatizó a precios de regalo el 70 por ciento de los bienes públicos de lo que había sido una gran nación. Los beneficiarios fueron una docena de oligarcas que pasaron a controlar la economía, los medios y la política del país.

La gran promesa del periodo fue que la privatización, la liberalización económica, la llegada de capitales externos y la asociación con empresas internacionales de alta tecnología crearían empleos y bienestar generalizado. Pero esta historia ya la conocemos y la estamos viviendo.

Simplemente no se materializó aquel engaño y el resultado fue que la economía rusa se autodestruyó a menos de la mitad de su tamaño previo. Algunas de las riquezas privadas más grandes del planeta se crearon en medio del cierre de empresas y la pérdida de millones de empleos. Los ingresos de la población se hundieron a un nivel de mera supervivencia. Más de 30 millones de rusos subsistían en los noventa con menos de 50 dólares al mes y en 2002 más de cuarenta millones sufrían desnutrición. Se incrementó la mortalidad y la vida media de los rusos se redujo en cinco años; lo que se compara a un periodo de guerra o hambruna.

La caída de la economía y el desmantelamiento del estado ruso abrieron la puerta a una oleada de cambios de gobiernos pro rusos a pro norteamericanos en la esfera de interés ruso (Polonia, Serbia, Hungría, Rumanía, Libia, Checoeslovaquia) o incluso en países que eran parte de la Unión Soviética (Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Kyrgistan, Uzbekistán, Tadjikistan. Buena parte de estos países se inscribieron en la OTAN, la alianza militar entre Europa y los Estados Unidos e incluso en ellos se establecieron bases militares norteamericanas. Sin olvidar las invasiones a Irak y Afganistán y el asedio a Irán y Siria.

En 1999 ascendió al poder Vladimir Putin, un desconocido que parecía estar en buenos términos con los oligarcas pero que poco a poco fue instrumentando un cambio fundamental. Uno por uno arrestó o expulsó a los grandes oligarcas. En 2000 a Guzinsky, que controlaba los medios privados; en 2003 a Khodorkovsky que había comprado la gigantesca empresa petrolera y planeaba venderla a la Chevron y Exxon norteamericanas sin consultar al gobierno. De hecho la estrategia de los oligarcas era abrir las inmensas riquezas naturales del país a sus asociados externos.

Pero Putin se les atravesó en el camino con una estrategia de recambio de los oligarcas por otros grandes capitalistas que pueden conservar sus riquezas de origen sospechoso siempre y cuando se subordinen al interés del estado ruso y a sus mecanismos de intervención en la economía.

Este cambio de modelo dio lugar al periodo de alto crecimiento económico de 1999 a 2008; (con crisis en 2009 y crecimiento moderado después), que sustentó una importante recuperación de los niveles de bienestar. La desilusión de la etapa de neoliberalismo salvaje, quedó atrás y la mejora económica reforzó la popularidad de la nueva estrategia.

Vladimir Putin enfrentó los grandes poderes fácticos de Rusia y consiguió revertir el modelo oligárquico extranjerizante. Hay que ser claros; no digo que su modelo es democrático, igualitario, transparente y honesto. Pero hay un cambio radical por el hecho de ser un capitalismo ruso más que globalizado, dirigido por un estado fuerte que ha sido capaz de conseguir crecimiento económico y trasminar sus beneficios a la mayoría de la población.

Para un pueblo que se ha sentido al borde de la desaparición la exigencia se reduce a lo elemental: El patriotismo. Y Putin se ha revelado en el momento oportuno de la historia como el líder que encarna una característica clave: un patriotismo audaz que puede enfrentar a los poderes fácticos internos, contener a los internacionales y evitar la desintegración nacional.

Cierto que en el discurso occidental, el de Europa y los Estados Unidos, la confrontación en torno a Crimea y Ucrania se plantea como la defensa de valores democráticos y de libre mercado. Sin embargo en la perspectiva rusa el tema es más elemental: sobrevivencia.

lunes, 14 de abril de 2014

Ucrania; ¿Quién da más?

Faljoritmo

Jorge Faljo

En Ucrania conviven dos grandes grupos: la mayoría de la población de habla ucraniana ubicada sobre todo en el centro, norte y occidente del país y una importante minoría de alrededor del 30 por ciento de ruso parlantes que se concentran en el sur y oriente, en las regiones más cercanas a Rusia. Tal vez la mayoría habla los dos idiomas que a fin de cuentas son muy similares.

Fue en 1991 con la disolución de la Unión Soviética que el país alcanzó la independencia. Su economía se contrajo en un 15 por ciento en la crisis mundial del 2009 y a partir de entonces se estancó. Lo que disminuyó los niveles de vida de la población.

Su economía es predominantemente rural en las regiones de habla ucraniana y sus mayores exportaciones son agropecuarias y minerales. Por otra parte las regiones cercanas a Rusia tienen alguna industria y comercian sobre todo con ese vecino. La balanza comercial tiene un fuerte déficit que es financiado por capitales rusos, endeudamiento externo y medidas insólitas, como rentarle tres millones de hectáreas agrícolas a China. Algo patético que otros países se han negado a aceptar.

Hace seis semanas las manifestaciones masivas derrumbaron al gobierno del presidente Yanukovich. Los motivos del descontento eran fuertes: el deterioro de los niveles de vida y la corrupción rampante por una parte. Pero también la decisión de suspender el proceso de integración a la Unión Europea y virar a favor de la alianza económica con Rusia. En ello influyeron las exigencias de Europa y el Fondo Monetario Internacional de transitar a una economía mayormente privatizada, con ajustes al gasto público, que habría de implicar mayor sacrificio social.

Sin embargo gran parte de la población, tal vez la mayoría, ve en la integración a Europa una ruta de salida del estancamiento económico, la corrupción y el autoritarismo.

En este contexto caótico Rusia se anexó la península de Crimea, de mayoría rusa y donde se encuentra su gran base naval de Sebastopol en un área que era rentada a Ucrania. Un referéndum inmediato mostró que la gran mayoría de la población aprobaba la anexión. Estados Unidos ha repudiado como ilegitima esa votación y anexión.

Ucrania vive fuertes tensiones internas y es factor de disputa internacional. La convivencia interna se ve amenazada. En algunas ciudades de mayoría ruso parlante centenares de manifestantes han tomado edificios públicos en una estrategia que remeda el modo en que fue derribado el gobierno pro ruso de Yanukovich; solo que ellos exigen anexarse a Rusia o, por lo menos, conseguir un mayor grado de autonomía respecto del gobierno central de Ucrania.

El gobierno ucraniano, receloso de las peticiones de autonomía, amenaza con reprimir a los manifestantes pro rusos. El presidente Putin, de Rusia, dijo que no permitiría que se lastime a la población de origen ruso. Algo que es denunciado por los Estados Unidos como amenaza de invasión.
Afortunadamente predominó la prudencia y la ocupación de Crimea no derivó en violencia. Puestos frente a frente ambos bandos llegaron a tratarse con respeto y hay anécdotas de que en algunos puntos hasta compartieron alimentos o jugaron futbol.

Rusia provee alrededor del 30 por ciento de las necesidades energéticas de Europa y casi la mitad de este suministro transcurre por ductos que atraviesan el territorio ucraniano. Como parte del alquiler de la base militar naval de Sebastopol en Crimea Rusia le vendía gas a Ucrania a un precio subsidiado. En las nuevas condiciones le subió el precio del gas en un 80 por ciento.

El presidente ruso, Putin, acusa a Europa de tratar a Ucrania como mero proveedor agropecuario y minero al tiempo que le venden productos químicos e industriales; lo cual le generó un déficit comercial estructural. Así remarca que Rusia si le compra a Ucrania productos industriales dando lugar a un intercambio más equilibrado con las regiones ruso parlantes.

Las potencias han acordado un encuentro, la semana que entra, entre Estados Unidos, Europa, Rusia y el gobierno provisional de Ucrania (que ha convocado a elecciones en el mes de mayo). La negociación será difícil.

Putin les escribió a 18 gobiernos europeos que exige el inmediato pago de la deuda de gas de Ucrania que alcanza los 2.2 mil millones de dólares. Les recuerda que durante años subsidió el consumo de gas de Ucrania pero que ahora esto debe ser una responsabilidad compartida. Y señala que en caso de que no se pague esta deuda podrá llegar a la suspensión del suministro. Exige seguridad en el paso del gas a Europa sin que Ucrania “ordeñe” este abasto. En la práctica le exige a Europa que pague la deuda de Ucrania o se quedan sin gas. La amenaza es fuerte.

Lo que Europa y los Estados Unidos van a encontrar es que atraer a Ucrania a su esfera de influencia les va a salir sumamente costoso: cubrir sus deudas, financiar su déficit y levantar su economía es algo que no hicieron por Grecia, Portugal o España. ¿Por qué lo van a hacer por Ucrania? Alemania, la de mayor capacidad económica no lo aceptará.

Creo que inevitablemente tendrán que avanzar en el sentido de la propuesta rusa para crear un estado federado con regiones bastante autónomas en las que unas se inclinarían hacia Europa, que por cierto no levanta el vuelo y su población se empobrece. Así que muy posiblemente los ucranianos se desilusionarán. Otras regiones fortalecerían sus lazos con Rusia en un comercio marcado por la conveniencia geopolítica y decisiones de estado, no de mercado. Les podría ir mejor.

lunes, 7 de abril de 2014

Europa: entre la espada y la pared

Faljoritmo

Jorge Faljo

Europa sigue mal. No logra recuperarse de la crisis del 2009. La media de desempleo es superior al 12 por ciento y llega a casi el doble en algunos países del sur. Los salarios reales han bajado para, supuestamente, adquirir competitividad y exportar más; lo que habría de generar más empleo e inversión. Sin embargo en 2012 su economía se redujo en un 0.4 por ciento y en 2013 creció a apenas un 0.1 por ciento. Este año empieza creciendo al 0.3 por ciento lo que no es suficiente para salir del agujero.

Sus gobiernos se encuentran entre la espada y la pared: pagar su deuda o proporcionar servicios básicos a la población. Aunque han hecho esfuerzos por desendeudarse, a un alto costo social, la deuda gubernamental del continente se ubica en un nivel histórico, equivale al 93 por ciento del Producto Interno Bruto.

Ahora un nuevo peligro amenaza esa endeble recuperación: Su nivel de inflación es demasiado bajo, de apenas el 0.5 por ciento anual y podría llegar a una situación de deflación. El riesgo es que produzca una situación de baja generalizada y permanente de los precios en una espiral sin fondo. De hecho en España el año pasado los precios se redujeron en un 0.2 por ciento.

A primera vista esto no suena tan mal sobre todo si nos han hecho creer que el verdadero mal es la inflación. Pero resulta que una inflación moderada puede ser muy positiva y la deflación es en cambio muy peligrosa, sobre todo en una situación como la que vive Europa y de hecho el mundo entero.

Cuando la inflación es alta todos corremos a comprar apenas antes de que nos suban los precios. La situación es desagradable pero el hecho es que en épocas de inflación se vende aceleradamente y eso mismo significa fábricas trabajando y empleo. El riesgo es quedarse rezagado en el aumento de precios.

Pero cuando los precios van a la baja todo mundo, sobre todo si de por si tiene poco dinero, prefiere esperar las ofertas y estas ocurren pero no porque todo vaya bien sino porque las empresas al no poder vender reducen sus precios en una competencia feroz en la que todas pierden. Más que ofertas son remates y quiebras; se genera desempleo. Obviamente tampoco hay inversión productiva cuando lo que se tiene es un mercado saturado con mercancía invendible.

La situación es tan amenazante que todos los lideres financieros de Europa, el presidente del banco central y los de los bancos centrales nacionales, así como el Fondo Monetario Internacional, declaran la necesidad de poner en marcha políticas monetarias no convencionales. Es decir aquello que los neoliberales bien portados no harían.

Una de estas políticas sería bajar aún más la tasa de interés de referencia que ahora es de 0.25 por ciento y llevar los intereses que paga el banco central a los bancos privados a márgenes negativos. Esto podría forzar a los bancos a prestar en lugar de almacenar el dinero y tener pérdidas.

Pero la perla madre de todas las políticas no convencionales y que ahora es aceptada incluso por el presidente del banco central alemán, el más conservador, es lo que se llama “quantitative easing”. Lo que en lenguaje llano significa simplemente echar a andar la máquina de imprimir dinero. Produciendo dinero el banco central puede comprar la deuda pública en manos de los inversionistas privados que se verían obligados a buscarse otro negocio. La abundancia de dinero en el sistema reduciría su valor a prácticamente cero, lo que facilitaría el desendeudamiento de gobiernos y familias.

Tal vez lo más importante es que muchos capitales buscarían salirse del euro y esto provocaría alguna devaluación. De este modo las importaciones costarían más caras y se daría un proceso de substitución de importaciones con producción interna. No sería un experimento loco. El quantitative easing se ha puesto a prueba en Estados Unidos, Europa y Japón y les ha resultado muy positivo; los ha alejado del borde del abismo.

Las decisiones que hay que tomar y su instrumentación son simples pero conciernen a intereses contrarios. De un lado seguir protegiendo una acumulación de capital financiero excesiva y cada vez más destructiva de la economía real; del otro transferir capacidades de compra a la mayoría para que su demanda reactive la producción y el empleo.

Tal vez el problema de fondo es que la solución está en manos de tecnócratas blindados en sus autonomías en lugar de aquellos elegidos por el voto popular y que le deben rendir cuentas a la población.