Jorge Faljo
Donald Trump alcanzó, con notable éxito, su investidura como candidato del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos. Su triunfo no es un triunfo cualquiera; arrolló en su camino a otros 16 precandidatos representantes del “establishment” político y lo hizo con un estilo peculiar y desafiando valores tradicionales de la derecha ideológica norteamericana. Hace un año su candidatura era de chiste, todavía hace unas semanas se rumoraba la posibilidad de una jugada de las estructuras partidarias para arrebatarle la candidatura.
Su estilo es rudo, alejado de lo políticamente correcto y despojado de las buenas maneras, con un frecuente toque de hipocresía, que caracterizan a la élite política. Muchas de sus afirmaciones resultaron insultantes para las mujeres, las minorías raciales, los inmigrantes, sobre todo mexicanos, los musulmanes y otros. Lo paradójico es que este estilo le abrió el camino a la candidatura, primero porque acaparó la información política a un costo muy bajo. Segundo porque en ese estilo se vio representado una gran parte del electorado que se encuentra realmente encabronado por el deterioro de sus niveles de vida.
Es un hecho que la gran mayoría de los hogares norteamericanos han reducido sus ingresos por debajo de los niveles de hace 15 y 30 años. Eso a pesar de que la presión económica los hace trabajar horas extras y ha empujado para que más mujeres y adolescentes entren al mercado de trabajo. Es mucho más cara la educación universitaria y los egresados se encuentran con una carga de deuda prácticamente impagable con los bajos sueldos que les ofrece el mercado de trabajo.
Peor aún, el deterioro económico se traduce en un hecho casi inconcebible: la reducción de los niveles de salud y de la esperanza de vida de la población blanca sin estudios universitarios, mientras que otros grupos étnicos, al correr de los años, han mejorado en su bienestar.
Trump con su estilo grosero, fuertemente crítico, aunque vago y escaso de propuestas, supo acercarse a las víctimas del libre mercado y que exportó los empleos manufactureros al exterior. Que, además, hizo competir a los trabajadores norteamericanos de baja calificación con los expulsados por México y Centroamérica. Prisioneros de esta pinza y del retroceso democrático que colocó el sistema político en manos del gran dinero, los norteamericanos no pudieron enfrentar el deterioro salarial y el crecimiento extremo de la inequidad. Ahora los más golpeados se han rebelado siguiendo al peor de los líderes posibles. Un empresario depredador acostumbrado a la negociación ruda y al pragmatismo extremo, más que a principios y valores explícitos.
El hecho es que Trump puede llegar a la presidencia norteamericana. Las encuestas hablan de una ligera ventaja para Hillary Clinton. Pero este candidato ha superado las mayores adversidades y se caracteriza por una extraordinaria capacidad para sintonizarse con los descontentos; así que puede hacer los ajustes necesarios para la siguiente etapa.
Hay otro argumento, tal vez más importante, a favor de esta posibilidad. Y es que muchos no admiten que lo prefieren, pero que en la intimidad de la casilla votarán por él. Por ejemplo, en Inglaterra las encuestas no favorecían el Brexit, pero ganó. En México las encuestas no mostraban el descontento que se expresó el cinco de junio en las elecciones estatales. Ocurre que ante la intimidación mediática, el riesgo real o intuido, el sentirse en minoría, o incluso la vergüenza, muchos no revelan su verdadera preferencia. Sospecho que en los Estados Unidos hay muchos pro Trump de closet. Ya veremos.
El fracaso de la globalización neoliberal se han traducido en empobrecimiento generalizado a nivel planetario. Mientras se golpeaba a la población de los países periféricos, supuestamente en desarrollo, el problema no era reconocido. Ahora que la lumbre les llega a los aparejos a los países ricos su población exige cambios de fondo.
En los países con muchos trabajadores inmigrantes, como Europa central y los Estados Unidos, el enojo popular se orienta en contra de estos competidores por puestos de trabajo escasos. Situación que está siendo encauzada políticamente por la ultraderecha, tipo Trump.
Por otro lado, en países con bajo perfil de inmigrantes, como América Latina, España y Grecia, el descontento popular ha sido encauzado por partidos de izquierda neoliberal. Una izquierda que instrumenta políticas populistas de reparto del ingreso por la vía de programas sociales. Solo que estos programas en los hechos amarran el consumo popular a la producción globalizada y la distribución monopólica, con lo que destruyen la base productiva de pueblos y barrios y acrecientan la desigualdad y el empobrecimiento.
La población norteamericana se plantea una disyuntiva, la continuidad neoliberal o un pragmatismo sin principios que resulta amenazador hasta para sus aliados. La continuidad sería insoportable y enfrentaría cada vez más descontentos. Las soluciones que propone Trump dejarán muchos heridos en el camino.
Entre los heridos podríamos estar nosotros si no nos preparamos. Cuando en los años treinta los Estados Unidos expulsaron a cientos de miles de mexicanos, de este lado hubo una respuesta nacionalista y estabilizadora; Cárdenas aceleró el reparto agrario y creo un fuerte aparato institucional de apoyo al desarrollo rural. Eran otros tiempos pero siguen siendo un ejemplo.
Si Trump gana la presidencia norteamericana necesitaremos un cambio de timón en México. No bastará el populismo neoliberal que trata a docenas de millones como meros pobres y marginados. Platear una simple redistribución del ingreso en situación de estancamiento económico es inviable.
Requerimos repensar a los excluidos como población que puede producir lo que requieren en una estrategia de autosuficiencias crecientes de lo local, a lo regional, a lo nacional. Hay que construir un fuerte sector social de la economía con un aparato productivo fundado en la movilización de las capacidades de trabajo y producción que tiene en sus manos la población. De este modo podría construirse una fuerte gobernabilidad asociada a la seguridad, la paz, y la liberación del hambre y la pobreza. Solo así podrán convivir los ahora excluidos con los incluidos.
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