Jorge Faljo
La globalización económica tuvo un serio tropezón en la Gran Recesión de 2008 disparada por la incapacidad de millones de familias norteamericanas para pagar sus deudas hipotecarias. Millones perdieron sus hogares y sus ahorros. El problema de fondo fue que durante décadas el notable crecimiento de las capacidades productivas no se vio acompañado de mayores ingresos de los hogares y de los gobiernos. En Estados Unidos el ingreso de los hogares se sostuvo gracias a la entrada masiva de las mujeres al trabajo.
La brecha creciente entre mayor producción y que la gente no tenía mayor capacidad de compra se resolvió empleando las enormes ganancias acumuladas en pocas manos para prestar, es decir endeudar, a las clases medias y a los gobiernos de todo el planeta.
En 2008 el esquema tronó ya que el endeudamiento revolvente ya no generaba nueva capacidad de demanda, sino que al exigir su pago reducía la demanda.
La estrategia empobreció a la mayoría de la población y concentró enormemente la producción y las riquezas. Buena parte de la población pasó a depender de transferencias sociales en casi todos los países del mundo.
La escasez de demanda hizo subir las rivalidades comerciales entre países y obligó al abandono parcial del libre mercado para proteger industrias y empleos internos en los Estados Unidos y otros países.
Más adelante vendría la pandemia de Covid-19 que redujo el volumen del comercio internacional en 8 por ciento en 2020 sin que se haya recuperado plenamente en 2021. La pandemia dislocó las cadenas de producción y el transporte. La estrategia de confinamiento estricto en China disminuyó su producción industrial y la enfermedad disminuyó la capacidad operativa de los puertos y el transporte terrestre en casi todo el mundo.
Numerosos países descubrieron que dependían del comercio internacional para abastecerse lo mismo de mascarillas y jeringas que de partes electrónicas y componentes clave de su producción industrial. Con la globalización el intercambio productos terminados se había transformado en un complejo comercio de componentes parciales. La fabricación de un solo automóvil puede requerir miles de piezas producidas en centenares de fábricas de decenas de países.
La pandemia cimbró el comercio internacional e impulsó medidas de autosuficiencia en mercancías estratégicas.
La guerra en Ucrania le ha dado otro mazazo a la globalización. Las sanciones impuestas a Rusia, el congelamiento (apropiación) de 300 mil millones de dólares y euros de sus reservas internacionales y su exclusión parcial del sistema financiero global ha llevado a la suspensión de muchas de sus importaciones. Su respuesta refuerza lo que hizo tras las sanciones de 2014; volverse más autosuficiente.
Europa declara que lo más pronto posible dejará de depender de la compra de gas, energéticos, materias primas y productos agropecuarios rusos.
La guerra y las sanciones encarecen y obstaculizan las exportaciones rusas y ucranianas y amenazan generar una marejada de hambruna, en palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres. Es momento en que los países importadores de alimentos están profundamente consternados y diseñando estrategias para elevar su auto abasto.
La exigencia rusa de que se le pague el gas, y posiblemente más adelante otras mercancías, en rublos implica un cambio substancial en el sistema financiero global. El presidente Putin lo expone de esta manera: el sistema financiero se utiliza como arma y se han congelado los activos rusos en dólares y euros por lo que no tiene sentido aceptar esas divisas; cuando nos pagaron en euros y dólares y luego nos congelaron las reservas es como si hubiéramos suministrado prácticamente gratis el gas enviado a Europa.
El congelamiento de las reservas en dólares a Irán, Afganistán y ahora a Rusia genera desconfianza en el dólar. Tener reservas en dólares es ubicarse bajo la soberanía y las decisiones de los Estados Unidos.
India y Rusia están en dialogo para intercambiar en rupias y rublos. Como India le compra bastante más a Rusia este país va a tener un exceso de rupias cuya utilidad posible será comprarle más a India. China plantea pagar en yuanes las importaciones de petróleo de Arabia Saudita. Arabia usará esa moneda para incrementar sus importaciones chinas. En ambos casos la orientación es al fortalecimiento de la relación bilateral.
Cuando un país recibe un pago en dólares puede comprarle a cualquier otro país del mundo. Pero si recibe el pago en la moneda del país importador, solo la puede usar para comprarle al emisor de esa moneda. El uso de monedas nacionales amarra compras y ventas entre países.
Supongamos que México le paga a China con pesos; entonces China tendría que comprarle mucho más a México. Pero este es un sueño guajiro.
De manera gradual las rivalidades comerciales, el dislocamiento de las cadenas de producción por la pandemia, el encarecimiento del transporte, la guerra en Ucrania, las sanciones a Rusia, y el abandono gradual del dólar para las transacciones comerciales internacionales nos han ido alejando del libre comercio. Ahora las decisiones comerciales de mayor envergadura priorizan consideraciones de seguridad nacional (económica, militar o alimentaria) que a su vez dependen del alineamiento geoestratégico de cada país.
Debemos, en México, estar atentos a los riesgos globales que surgen. El encarecimiento del transporte marítimo, de los energéticos, de los fertilizantes y de los cereales nos representa un alto riesgo alimentario y de empobrecimiento masivo. El regreso de China al confinamiento en grandes ciudades industriales como Shenzhen y Shanghái puede volver a generar desabastos industriales.
Hay riesgos y oportunidades. Es momento de plantearnos un impulso vigoroso a la producción alimentaria interna como eje del combate a la inflación y una integración industrial protegida, menos vulnerable a los vaivenes externos.
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