Jorge Faljo
Estados Unidos, es decir Trump en este caso, eliminó los aranceles al acero y aluminio que le compran a México y a Canadá. Lo que me dio gusto por varios motivos. Uno es obvio; ya no se castigará la producción y los empleos de ese sector de la producción en México. Otro es que se abre el camino a la aprobación del nuevo tratado de libre comercio, el T-Mec (USMCA, en inglés). Un tercero es más personal; marcha exactamente en el rumbo que he estado anunciando como inevitable.
Sin embargo, hay algunos peros. Se levanta el arancel al acero mexicano, pero se puede reimponer en cualquier momento si ocurre un incremento de la exportación que ponga en riesgo un sector de la producción en los Estados Unidos. Existe una oportunidad para reemplazar acero chino tanto al interior de México como en nuestras exportaciones a Estados Unidos. Pero que tanto es eso posible habrá que negociarlo.
Cierto que se elimina un obstáculo a la ratificación del nuevo T-Mec. Pero no lo garantiza. El conflicto político entre los demócratas y un presidente que parece en la lógica de extender su autoridad de manera nunca antes vista se agudiza día a día y dificultará su aprobación. A más de que el mismo Trump amenaza hasta con la medida extrema de cerrar la frontera con México si este gobierno no detiene la avalancha migratoria que ya no es principalmente de mexicanos, sino de centroamericanos. Incluso firmado el nuevo tratado no habría garantía con Trump de que no se saque de la manga medidas proteccionistas originadas en motivos políticos.
No obstante, para el México sobre - globalizado que heredamos es mejor contar con un tratado que limite el alcance de los berrinches de Donald, o que el próximo habitante de la Casa Blanca si respete.
El que sea conveniente tener un tratado no quiere decir que el que se firmó sea el mejor posible. El T-Mec entrará en conflicto con objetivos centrales del Plan Nacional de Desarrollo. En el primero los gringos plantean incrementar sus importaciones agropecuarias; nuestro PND se propone conseguir la autosuficiencia alimentaria y elevar el bienestar rural. ¿Cuál prevalecerá?
La guerra comercial de Estados Unidos con China ya impacta las exportaciones agropecuarias norteamericanas. Los productores agropecuarios gringos reclaman que están siendo sacrificados. Para aliviar la situación Trump ofrece que adquirirá 16 mil millones de dólares de productos agropecuarios; los que, si no le vende a China, más adelante querrá vender a México.
Tendremos que ser firmes ante un reforzamiento del dumping agropecuario norteamericano que ningún gobierno mexicano ha enfrentado. Tal vez porque sacrificar a los campesinos (que antes podían emigrar) era parte del modelo económico de bajo precio de alimentos y salarios que favorecía a la industria.
Ahora es imprescindible impulsar la exportación de manufacturas de mayor contenido nacional y, al mismo tiempo, reactivar el campo. Nueva combinación que no será fácil negociar con Estados Unidos. Solo que le ofrezcamos comprarle más de las mercancías que le estamos comprando a China, con la que de cualquier manera tendremos que pelearnos.
Eliminar el arancel al acero no es señal de regreso al libre comercio. Más bien implica reconocer que para el equipo de Trump lo más conveniente es incluir a México y Canadá dentro de su esfera de protección. Una señal en ese sentido es que se eliminan los aranceles al acero y aluminio mexicanos bajo la condición de que no seamos puente de paso al acero chino. Lo que obliga al gobierno de México a establecer una barrera proteccionista contra el acero chino.
Otra señal es el arancel de 17.5 por ciento que Estados Unidos impuso el 7 de mayo a las importaciones de tomate mexicano. El motivo eran las quejas de los productores de Florida respecto a que los dañaban las importaciones de tomate mexicano por su cantidad y bajo precio.
Para una próxima ocasión, hago una propuesta heterodoxa. Ya que, desde el 6 de febrero, tres meses antes, se anunció que se impondría ese arancel, México habría podido adelantarse e imponer un impuesto a la exportación de tomate. El resultado para los productores de Florida habría sido el mismo; solo que los 350 millones de dólares en lugar de cobrarlos el gobierno gringo los cobraría el mexicano y podría destinarlo a apoyos al campo.
Cuando lo he mencionado antes algunos conocidos reaccionan en contra de otro impuesto. Solo que nuestros exportadores agropecuarios no pagan impuestos y en general se han visto favorecidos por la devaluación del peso de los últimos años. Si un fabricante de zapatos paga impuestos ¿porque el de tomate no? Pero aclaro, solo lo propongo para las exportaciones, y eso en algunos casos.
Y uno de esos casos es el aguacate, donde la producción se ha expandido en exceso y en detrimento ambiental, en buena medida por la ya mencionada devaluación. El caso es que el otro día me encontré el aguacate a 90 pesos el kilo y no puedo menos que echarle la culpa a que competimos con los consumidores norteamericanos. Planteado muy esquemáticamente: si se le pone un impuesto de 20 por ciento a la exportación de aguacate para el productor sería igual venderlo a 90 pesos en Estados Unidos o a 72 pesos en México. Igual sería rentable su producción; y no estaría mal que contribuyeran con un impuesto que, además de darle ingresos al gobierno serviría como un colchón de protección al consumidor nacional.
No es este el espacio adecuado para definir productos y porcentajes de impuesto a la exportación. Lo que debemos tener es el marco legal que permita hacerlo de acuerdo a distintas circunstancias.
Claro que eso de ponerle impuestos a la exportación lo prohíbe el T-Mec; pero también prohíbe otras cosas que hace Trump cuando tiene agruras.
Así que, si los demócratas exigen revisar el T-Mec, como es casi seguro, entonces esta administración debe también tener preparadas sus propuestas de afinación en defensa del campo y los consumidores mexicanos.
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