Jorge Faljo
Una monja que conocí en mi infancia decía, “cuando dios dice a fregar, del cielo llueven escobetas.” Parece que en eso estamos.
Batallamos para salir de la situación desastrosa que nos dejó la mezcla mexicana de neoliberalismo y corrupción cuando nos llegan las oleadas de migrantes centroamericanos rumbo a un paraíso inexistente. Y ahora resulta que Trump quiere cobrarnos la factura de ese desastre provocado por su país.
Hace unos meses Trump anunció que cerraría su frontera sur para impedir de tajo la entrada de migrantes pidiendo asilo. Le hicieron ver que sería desastroso y entonces dijo que le daba un año de plazo a México para resolver el problema.
Ahora Donald vuelve a la carga haciendo uso de un poder presidencial diseñado para situaciones de guerra y graves emergencias.
El anuncio de la imposición de tarifas a todas las importaciones procedentes de México es un asunto grave. Hacia los Estados Unidos va el 80 por ciento de nuestras exportaciones. Es el resultado de una globalización patito en la que no se tomaron medidas para contar con una producción industrial propia y competitiva a nivel internacional.
La estrategia de los grandes conglomerados de producir en el exterior para los consumidores norteamericanos daba la impresión de ser exitosa. Pero destruyó buena parte de la base industrial y los empleos bien pagados en los Estados Unidos.
En México jugamos como comparsas. Aprovechamos el endeudamiento internacional norteamericano, que los hizo deficitarios, para exportarle con gran éxito y tener un superávit. Al mismo tiempo nuestra industria de ensamble generó déficit a favor de China.
Desde su campaña presidencial Trump prometió reducir los enormes déficits comerciales que su país tiene con China y con México. Habría que preguntarnos si el golpe que nos da con la imposición de aranceles tiene que ver solo con el problema migratorio o es un mero pretexto para insistir en el propósito de conseguir un intercambio comercial equilibrado con China y con el gran ensamblador de productos chinos que es México.
Resolver el problema de los migrantes provenientes de Centroamérica, Cuba, Haití y África no está dentro de las capacidades de México. Ni convirtiéndonos en un estado policiaco, con grandes campos de concentración, podría conseguirse. Lo que además no está en el ADN nacional. Se requiere cambiar el modelo económico de los países de origen de estos migrantes. Lo que solo un gobierno norteamericano ilustrado, que los ha habido, podría lograr.
Pero es posible que el problema de fondo sea otro y eso nos permita explorar otra salida. Políticos y medios norteamericanos de alto nivel señalan que el tema migratorio y el del comercio exterior deben correr por canales separados.
La respuesta de Trump ante esas críticas, y a la carta que le dirigió AMLO, es que México ha hecho una fortuna aprovechándose de los Estados Unidos durante décadas. Y resaltó: “tenemos un déficit comercial de 100 mil millones de dólares con México”.
Es decir, que para Donald el problema no es nuevo y si es comercial. Y esto es posiblemente lo que más pesa en su decisión. De ser así, los negociadores mexicanos que van rumbo a Washington deben entender que la posición del presidente norteamericano no es nueva, sino que la planteó desde que visitó a México cuando era candidato a la presidencia norteamericana.
Y tal vez nuestros negociadores deberían revisar lo que Trump le propuso al presidente Peña. Pedía una alianza frente a China, que ambos países concertarán una estrategia proteccionista conjunta en defensa de la industria y el empleo en los dos países. Peña ignoró la propuesta.
Pero Trump siguió adelante y en la negociación del nuevo tratado, el T-MEC se introdujo la exigencia de que las armadoras automotrices de México emplean más partes de origen norteamericano en lugar de chinas. Pide que no aceptemos inversiones chinas. Y quitó los aranceles al aluminio y al acero mexicanos bajo la condición de que no seamos puente para la entrada de aluminio y acero chinos al mercado norteamericano. En esta perspectiva su posición ha sido congruente.
La actual situación nos impone una difícil disyuntiva. Reaccionar en un bíblico ojo por ojo ante los aranceles norteamericanos sería devastador para la economía mexicana. Un patriotismo mal encaminado no permitiría avanzar en los planes de este gobierno ni garantizaría estabilidad. Habrá que negociar con un buen entendimiento para una negociación en que ambos países ganen.
Un proteccionismo dual concertado implicaría que sigamos el ejemplo gringo y le impongamos aranceles a las importaciones chinas. Al mismo tiempo habría que diseñar una estrategia de substitución de importaciones chinas; en parte con importaciones norteamericanas y en parte con producción nacional. Lo cual requiere una política industrial nacional y, también, un tratado de libre comercio diseñado para las nuevas circunstancias.
Los críticos me dirán que poner aranceles a las importaciones chinas sería un duro golpe a la industria y al consumo nacional de chácharas. Cierto. Pero lo mismo, o peor, va a ocurrir con una devaluación inducida por los aranceles gringos. Y hubo una primera señal, ¿Qué pasará cuando se impongan y vayan creciendo los aranceles que anuncia Trump?
Una estrategia de proteccionismo conjunto protegería lo que ya existe. No podemos darnos el lujo de repetir la experiencia de destruir el aparato industrial, como se hizo a la entrada del neoliberalismo.
Lo más importante es que ese proteccionismo concertado con Trump abriría en México muchas oportunidades de substitución de importaciones chinas; en parte rehabilitando y creando producción nacional, y en parte con importaciones norteamericanas. Se generaría empleo aquí y allá.
Así que ofrezcamos ya, en Washington, ponerles aranceles a las importaciones chinas a cambio de que Trump abandone su mala idea.
Todo cambio de modelo económico es traumático; las circunstancias externas nos imponen un gran cambio. Podemos esperarlo pasivamente y aguantar las consecuencias; o tomar la iniciativa y elegir el mal menor.
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