Jorge Faljo
El mejor antídoto de la guerra es el comercio. Lo entendieron muy bien los europeos cuando decidieron construir una unión económica que incluyó no solo flujos de mercancías, sino de personas. Tras dos guerras devastadoras decidieron que solo la integración de sus economías podría evitar otra más.
Con el comercio internacional se crean intereses mutuos, que en la etapa de globalización van más allá del consumo de bienes importados para crear una compleja red de cadenas productivas internacionales. Hoy en día los componentes de un bien pueden tener insumos de muchos países. Y eso construye una gran red de intereses compartidos.
Pero si el comercio internacional es esencialmente noble, no significa que sea equitativo y, en algunos casos pueda tener efectos contraproducentes. Viene a la mente, como caso extremo, el comercio entre España y América en el primer siglo tras la conquista. De México y Perú salieron grandes cantidades de oro en un comercio desigual y esencialmente favorable a España. Pero para la enorme mayoría del pueblo español la entrada de ese oro creo, entre 1500 y 1600, inflación, miseria y hambre.
Algo similar vivimos en México en las últimas décadas debido a las presiones inflacionarias inducidas por las entradas de capital externo y, sin embargo, combatidas mediante el ahorcamiento salarial de nuestra gente.
El neoliberalismo dio rienda suelta al crecimiento del comercio internacional, con muchos aspectos positivos, pero al mismo tiempo generó inequidad entre países y seres humanos. Un factor central de esta mala tendencia es que no cumple con lo que Adam Smith, el gran economista clásico, planteó como clave del buen comercio internacional: que cada país se especialice en exportar los bienes que puede producir con menos esfuerzo para comprar a cambio aquellos otros que le cuesta más trabajo producir. Cada país saldría ganando en un intercambio equilibrado de mercancías.
Pero la globalización impuso un intercambio muy distinto: mercancías a cambio de capitales. Somos un buen ejemplo; compramos endeudándonos y vendiendo nuestro patrimonio.
Alemania le vende mucho al resto de Europa, incluidos los países menos ricos como España y Grecia. Pero les compra poco; lo que hace es exportarles capitales para que esos países le puedan comprar.
Estados Unidos, el gran impulsor de la globalización se colocó a sí mismo en el lado incorrecto de la ecuación: compra mucho más de lo que vende. Es el resultado de atraer capitales de todo el mundo. China, en contraparte, crece gracias a ser exportadora de capitales.
El intercambio neoliberal, en el que unos exportan mercancías y otros se endeudan, no genera equidad, sino que fortalece a los exportadores superavitarios y empobrece a los que se endeudan para importar. Para estos últimos ha sido como para un consumidor usar tarjetas de crédito en exceso; al principio permite sentirse rico, más tarde empobrece.
La globalización creo fuertes cadenas de producción en un contexto de graves desequilibrios comerciales. Estados Unidos es un buen ejemplo. En 2018 compró 891 mil millones de dólares más de los que vendió; lo que se tradujo en menos empleos adentro y más empleos en los países con los que es deficitario. Entre ellos China, Japón, Alemania y… México. Esta es la situación que enfurece a las bases sociales y que Trump ha sabido encauzar a su favor.
Pero la situación comercial de México es paradójica. Superavitarios con los Estados Unidos, pero deficitarios con todos los demás.
La situación es difícil. Heredamos un embrollo comercial y productivo, un país y una administración que se endeudaron sin beneficios tangibles para los locales, pero si para otros países, facilitado por una cultura de corrupción. Además tenemos una posición geográfica que ahora nos convierte en paso de los cientos de miles que buscan huir de la pesadilla neoliberal centroamericana.
El oportunista Trump amagó con imponer aranceles generalizados a todas las importaciones mexicanas exigiendo que detengamos la migración que viene del sur y, además, medidas orientadas a disminuir el desequilibrio comercial.
Finalmente reculó, debido sobre todo a la insurgencia creciente entre las filas de los senadores republicanos, sus propios aliados, que amenazaron con bloquear la medida.
Lo hicieron porque los aranceles habrían afectado numerosas industrias y millones de empleos en los Estados Unidos. Habrían significado un costo directo, en la compra de verduras y aguacates, por ejemplo, e indirecto (en bienes manufacturados, autos, por ejemplo), para los consumidores. Se habrían creado presiones inflacionarias que podrían, más adelante, convertirse en demandas salariales. Dado lo imbricadas que se encuentran nuestras economías los dos países saldríamos perdiendo.
No confiemos en que se acabó el problema; fue un episodio dentro del periodo aciago que será la lucha electoral por la presidencia norteamericana que apenas comienza.
Hay señales de incertidumbre. Las versiones sobre lo acordado son muy distintas. Ebrard enumera cuatro acuerdos específicos: guardia nacional en la frontera sur para asegurar el cumplimiento de las leyes migratorias mexicanas; aceptar que las personas que soliciten asilo en los Estados Unidos esperen en México la resolución de su trámite; continuación de las pláticas y fortalecer la economía y el bienestar en Centroamérica.
Pero Trump se reserva el derecho, dice, a evaluar el cumplimiento de México. Además, al día siguiente del acuerdo lanzó una importante provocación. Dijo, en un tuit, que nuestro país aceptó iniciar de inmediato la compra de grandes cantidades de productos agropecuarios a sus patrióticos productores.
No podemos confiar en Trump; no cumple acuerdos, miente, y cuando obtiene algo siempre va por más. Esto asegura futuros enfrentamientos, sobre todo cuando de nuestro lado la 4T propone autosuficiencia alimentaria, seguridad energética y, propongo, menor dependencia de capitales externos.
Ahora sabemos que Donaldo enfrenta importantes limitaciones internas que podemos aprovechar. Nos defiende la imbricación de nuestras economías. No se trata de desmontarla; pero si de transformarla con cuidado.
Además, queramos o no, estamos inmiscuidos en la lucha mediática norteamericana. Habrá que saber presentar de manera adecuada las necesidades y propósitos de nuestro país ante la población de aquel país. Importa contrarrestar la imagen denigrante con la que Trump nos ataca.
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