sábado, 3 de junio de 2017

Proteccionismo

Jorge Faljo

El último reporte del Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero –CESF-, entidad oficial encabezada por la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, está dedicado a los riesgos que corre la economía mexicana en este 2017. Se trata del análisis de las eventualidades que se espera que no ocurran pero que no se pueden ignorar. Las proyecciones del comportamiento económico no pueden basarse en mera inercia y buenos deseos cuando vivimos en un planeta convulsionado y un país globalizado y neoliberal al exceso.

De acuerdo al CESF los riesgos principales son seis y aquí trataremos de darle un vistazo al más importante.

Se trata del riesgo de un mayor proteccionismo global. Lo primero que hay que decir es que la economía global no recupera un ritmo de crecimiento parecido al de antes de la Gran Recesión del 2008. Nos encontramos en una especie de semi estancamiento asociado a la debilidad de la demanda. En las últimas décadas el incremento de la producción fue alto pero el de los salarios e impuestos fue negativo; así que sobra producto y falta poder de compra. Esto se solucionó temporalmente al generar capacidad de compra mediante el crédito a los gobiernos, a las clases medias y a los países en desarrollo. Pero el endeudamiento ya dejó de crear demanda y se ha convertido en un lastre adicional que disminuye el consumo.

Lo peor es que el comercio internacional crece todavía menos; desde hace un par de años se mueve por abajo del incremento de la producción global. Ahora lo que crece más son los mercados internos.

Para la economía mexicana el bajo crecimiento de la producción y el comercio mundiales traba los resultados de una estrategia de privilegios excesivos a la atracción de capitales y a los sectores exportadores.

Esto, que de por sí es malo, empeora notablemente cuando nuestro principal socio comercial, al que se dirige más del 80 por ciento de nuestras exportaciones, decide que ha sido estafado por la globalización y anuncia que abandona el libre comercio para exigir un comercio justo con el resto del mundo.

Hay que recordar que fueron las transnacionales norteamericanas las que decidieron dejar de producir en los Estados Unidos para ubicar sus plantas en subsidiarias o maquiladoras externas, por ejemplo en China y México, para pagar menos de la décima parte de los salarios que pagaban dentro de su país. Convirtieron a su propio país en un consumidor de importaciones baratas pero que no generan empleo interno. Contra eso se rebeló el pueblo norteamericano en las pasadas elecciones presidenciales; eligió a un candidato impresentable, absurdo y mentiroso que prometió arrasar con la globalización. Y lo está haciendo; de la peor manera posible.

La nueva estrategia comercial anunciada, a gritos escandalosos, por los Estados Unidos es acabar con el déficit comercial que tiene con el resto del mundo, en particular con China, Alemania y México. Ahora exige un comercio equilibrado en el que los dólares que pagan se usen por esos tres países para comprar productos norteamericanos. De ese modo se crearían empleos dentro de Estados Unidos.

México tiene un superávit de más de 122 mil millones de dólares con los Estados Unidos y esos dólares que ganamos al venderles más de lo que les compramos los empleamos para comprar insumos y bienes de consumo en el sureste asiático y en Europa. Nuestro modelo económico se acopló a los intereses de las transnacionales y nos convertimos en un país puente para las importaciones norteamericanas.

Es una estrategia moribunda por las dificultades de la producción y el comercio mundial que pueden ser agravadas rápidamente por la exigencia de un intercambio equilibrado con los Estados Unidos. Lo que acabaría con nuestro superávit y con la posibilidad de seguir siendo los grandes clientes de China, Corea, Japón, Taiwán y Europa. Dejar de ser país puente será un cambio traumático.

Esto nos obligaría a buscar alternativas y estas existen. Empezaríamos por recordar que mucho de lo que ahora importamos puede ser producido internamente; lo hacíamos antes cuando teníamos una industria en ascenso y sector agropecuario vigoroso, ambos orientados a la producción para el consumo interno.

Lo podíamos hacer porque éramos proteccionistas. Sin embargo nos doblegamos al interés transnacional y nos convertimos en títeres de la inversión extranjera como sinónimo de modernización. Demonizamos a los productores nacionales y a buena parte de ellos los destruimos, era el costo de regalarles el mercado interno a las transnacionales. La estrategia empobreció a mexicanos y norteamericanos y sus promesas resultaron falsas.

Cierto que el proteccionismo norteamericano representa un grave riesgo para México. Empeoraría lo que ya ocurre. Hay que enfrentarlo diseñando un gran plan B, la estrategia alternativa para recuperar un crecimiento profundo y no un mero maquillaje de modernización en medio del empobrecimiento general.

La nueva estrategia tendrá que basarse en el fortalecimiento del mercado interno; es decir centrar el crecimiento en producir para nosotros y orientar los ingresos a consumir lo hecho en México.

Nos es realmente una opción. Es solo cuestión de tiempo para que el riesgo se materialice. La globalización ha fracasado; tratemos de diseñar un proteccionismo inteligente. De todos modos tarde que temprano nos veremos obligados a hacerlo.

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