Jorge Faljo
Este pasado martes 23 de mayo el Presidente de la República nos dijo, por medio de un video difundido en redes sociales, que a México les está yendo bien, ya que no solo su economía es fuerte, sino, además, el mundo confía cada vez más en él.
Tras meses de incertidumbre, en buena medida generada por el cambio de gobierno en los Estados Unidos, la futura renegociación del TLC, la elevación del precio de la gasolina y una catarata de malas noticias relacionadas con corrupción y criminalidad parecía que, por fin, había buenas noticias que dar.
Así que prontamente el Presidente se apresuró a decirlo. Para sustentar su afirmación de que el mundo confía cada vez más en nuestro país, y por inferencia podría pensarse que en su administración, señaló que ese martes la Secretaría de Economía presentó la cifra preliminar de que entre enero y marzo México recibió 7 mil 945 millones de dólares de inversión extranjera directa. La cifra preliminar más alta para un primer trimestre desde que se lleva registro hace veinte años.
Hubo otros datos alentadores pero la cereza del pastel fue la cifra de crecimiento del Producto Interno Bruto. Resulta que en el primer trimestre del año, el PIB creció 2.8 por ciento anual, comparado con el año anterior. Una cifra que aunque muy lejana de las promesas de crecimiento al 6 por ciento anual que se hicieron al principio del sexenio, de cualquier manera sería mejor al promedio de los últimos cuatro años.
Eso dijo, repito, el martes 23 de mayo. Poco nos habría de durar el gusto, a nosotros y a él, en lo referente a la inversión extranjera directa. Se adelantó con las cifras preliminares optimistas de la Secretaría de Economía, en lugar de esperar un par de días a los datos del Banco de México.
Resulta que dos días después, el 25 de mayo, Banxico publico la información de la balanza de pagos del primer trimestre de 2017 con el dato de 6 mil 776 millones de dólares de inversión extranjera directa. Cifra que es inferior a la del mismo trimestre del año anterior, con lo que a pesar de que la cifra preliminar batía récord la definitiva no demuestra la confianza extranjera mencionada.
Tampoco parecen haber asesorado bien al Presidente en cuanto al buen desempeño del PIB y que, según él, superó a lo que esperaban los especialistas. No era así. Ese mismo martes 23 el subgobernador del Banco de México, Lic. Javier Guzmán Calafell, analizaba ante un selecto foro de inversionistas la situación económica con menos entusiasmo y señaló una verdad tamaño montaña: los resultados del primer trimestre están influenciados por “factores de naturaleza aritmética” y que al diluirse ese efecto la desaceleración de la actividad económica se haría más evidente.
¿Acaso señaló un error aritmético en el buen dato del crecimiento del PIB? Pues no, no hubo error malintencionado pero si pareciera existir un problemilla astrológico. Cómo Ud. sabe la semana santa se determina por el calendario lunar y eso hace que cada año ocurra en un momento distinto del calendario solar. En 2016 la Semana Santa y la de Pascua ocurrieron en el mes de marzo, es decir durante el primer trimestre del año; en 2017 ambas cayeron en el mes de abril, fuera del primer trimestre. Y el hecho es que esas dos semanas religiosas y festivas marcan una baja en la actividad económica de los mexicanos. Supongo, porque no se me ocurre otra cosa, que este sería el factor aritmético que favoreció la buena cifra.
El subgobernador Guzmán Calafell continuó su alocución diciendo que las proyecciones de crecimiento del PIB para 2017 apuntan a una desaceleración gradual de la economía, con tasas de crecimiento para los siguientes tres trimestres del año significativamente inferiores a las observadas en 2016. Un factor de desaceleración que mencionó es que el consumo privado podría verse afectado por la disminución de los salarios reales; disminución derivada de la inflación combinada con los bajos niveles de confianza de los hogares.
En base a esa información la Secretaría de Hacienda aumentó su estimación de crecimiento del PIB para 2017 a un rango de 1.5 a 2.5 por ciento. Lo cual muestra a las claras que no espera que ese 2.8 por ciento sea sostenible más allá del primer trimestre. Con esa amplitud de rango cualquiera le atina. La última proyección del Fondo Monetario Internacional para el crecimiento de México este año fue de 1.7 por ciento; cifra que se ubicaría cómodamente tanto en el rango original como en el mejorado.
Nos acercamos a una renegociación del TLC con los Estados Unidos que puede ser fundamental para la redefinición de una estrategia económica y social en México. Todo indica que los dos países lo harán con actitudes fundamentalmente contrapuestas.
Para los Estados Unidos el TLC ha sido un fracaso por sus efectos en la manufactura y el empleo, a pesar de sus buenos datos en materia agropecuaria. Su principal negociador, el recién nombrado embajador para negociaciones comerciales Robert Lightizer, ha declarado que el libre comercio ha sido una aberración histórica para la ideología republicana. En paralelo el secretario de comercio Wilbur Ross ha reiterado que su objetivo es eliminar el déficit comercial con México.
Del nuestro lado lo que se reitera es el interés de no cambiar la estrategia económica del país y de aferrarnos a cualquier mínima y maquillada buena noticia para indicar que no hay necesidad de hacerlo. Aquí se reafirman los dogmas neoliberales y todavía coqueteamos con un posible y absurdo tratado transpacífico. Le exigimos claridad a los gringos sobre sus intenciones esperando, tal vez, que estas cambien sobre la marcha, y nosotros solo nos limitamos a reiterar una posición meramente defensiva.
Es una posición equivocada. La apertura comercial indiscriminada con el Oriente le ha hecho un notable daño a este país, a su manufactura, a su agricultura, a sus empleos y a los ingresos de la población. Renegociar el tratado a la defensiva nos hace correr el riesgo de sacrificar aún más a la agricultura y a los restos de industrialización orientada al mercado interno que aún quedan. Al renegociar el TLC debemos repensar toda la economía. Urgen ideas que salgan de la participación de universidades, empresarios industriales, grupos organizados del campo y la ciudad sobre el futuro de país que queremos, la estrategia económica y las relaciones comerciales con el exterior.
Solo así podremos renegociar con fuerza y abandonar un modelo económico moribundo dirigido por una burocracia desinteresada en el fortalecimiento productivo.
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