Jorge Faljo
Según la Asociación Mexicana de Capital Privado -Amexcap-, México no aprovecha el capital privado. Lo dicen porque en su óptica existen unas 40 mil empresas con potencial para recibir apoyo de fondos de capital privado y no obstante solo se reportan alrededor de 130 transacciones al año.
Esta organización agrupa inversionistas y consultores cuya propuesta es entrar como socios de empresas a las que les ven posibilidades para un crecimiento exponencial. Se trataría de inversiones temporales por un ciclo de unos siete años al cabo de los cuales venderían su participación y se retiraría. No obstante, señala la Amexcap, la desconfianza es un obstáculo importante. Tal vez, imagino, porque el dueño de la empresa ya relativamente exitosa teme perder el control de la misma.
La Amexcap cuenta con 20 mil millones de dólares disponibles y en síntesis, puede decirse que le sobra capital y le faltan oportunidades de inversión. Sobre todo en un contexto caracterizado por la debilidad del crecimiento. Por cierto que el análisis de la Cuenta Pública 2016 que recién publicó la SHCP reseña las expectativas de buen crecimiento generadas por las reformas estructurales para, a renglón seguido decirnos que no se cumplieron debido a la “materialización” de algunos riesgos, unos previstos y otros no. Habrá que dar por terminada esa fantasía.
En busca de soluciones para invertir su dinero la Amexcap dialoga con el ministro de Hacienda, Meade Kuribreña sobre el diseño de posibles puentes que permitieran a estos capitales encontrar un aterrizaje productivo. Tal vez facilitando fiscalmente la inversión en empresas existentes, tal vez orientándose a la inversión en infraestructura, donde el gobierno tiene una historia de ser el socio que termina asumiendo los costos de los fracasos.
No hay soluciones sencillas. El problema de la Amexcap es el de los inversionistas en todo el planeta: sobra dinero, faltan oportunidades de inversión. Verlo como un problema de diseño de proyectos, echarles la culpa a empresarios desconfiados o buscar renegociaciones favorables con el gobierno no va a resolver el problema. Lo que se requiere es un diagnóstico distinto.
Si no hay en que invertir es porque no crece el mercado. En medio del estancamiento el crecimiento de una empresa solo puede darse a costa de la quiebra de la competencia; es decir el avance posible es hacia la monopolización creciente. Lo que no favorece la competencia, la generación de empleo o los precios accesibles.
Marchamos en sentido contrario al fortalecimiento del mercado; lo que tenemos es el empobrecimiento de la clase media. Entendida para México cómo básicamente conformada por los empleados que ganan más de 5 salarios mínimos. Conviene señalar que los ricos no lo son por sus ingresos salariales sino por lo que reciben en forma de herencias, donaciones, ganancias empresariales y, en muchos casos, corrupción de elite burocrática.
El hecho es que el número de ocupados con ingresos de más de 12 mil pesos se ha reducido en 42 por ciento en los últimos ocho años y hoy en día son tan solo el 5.2 por ciento del total de asalariados. Esta es una proporción inferior al 11.6 por ciento que tenía ese sector de ingreso en el 2008.
Las reducciones salariales más fuertes no se han dado entre los estratos más pobres, donde hay estancamiento o incluso una insignificante mejoría. En cambio el 10 por ciento de los empleados de mayor salario redujo su ingreso promedio de 18 mil 760 pesos en 2007 a 14 mil 900 pesos mensuales en el primer trimestre de este año.
De acuerdo al Banco Mundial estudiar una carrera en México es ahora mucho menos redituable que en el año 2000; lo que contribuye a explicar la frustración que lleva a mayores tasas de abandono de los estudios por parte de los jóvenes.
Hace tiempo que las universidades privadas de elite han dejado de prometer a sus estudiantes que obtendrán buenos empleos y se han refugiado en el discurso de que están formando “emprendedores”; es decir egresados que habrán de crear su propia empresa, o changarro. Para la mayoría esta opción es mera fantasía; o por lo menos una ruta para la que no les aporta mucho el haber estudiado en una universidad de elite.
La inequidad en México es brutal; va de los millones de mexicanos que no tienen una nutrición mínimamente adecuada, y los trabajadores que a pesar de ser formales no pueden adquirir la canasta de consumo básica para una familia de cuatro personas, hasta aquellos cuyas fortunas ascienden a cientos y miles de millones de dólares. Es una tragedia dolorosa que, sin embargo, no debe hacernos perder de vista otro hecho también muy grave: el empobrecimiento acelerado de la clase media mexicana.
Estamos hablando del estrato de población de ingresos y educación media que configura la demanda para bienes y servicios algo más sofisticados que los meramente básicos. La debilidad económica creciente de la clase media, en números absolutos y promedio de ingresos, determina la ausencia de oportunidades de inversión que preocupa a los dueños de esos veinte mil millones de dólares disponibles.
Se equivocan los que creen que la tarea de un gobierno es atraer inversiones y confiar en el mercado para que este cree y distribuya riqueza que se derrame hacia abajo. Eso no ha ocurrido y no pasará en el futuro. Hay que leer los diagnósticos de las grandes instituciones internacionales y centrar la mira en el combate a la inequidad. Revertir el empobrecimiento salarial es indispensable para generar crecimiento y empleos en un contexto de paz social.
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