Jorge Faljo
En las últimas semanas el presidente Trump, la clase política y los medios norteamericanos nos han brindado todo un gran espectáculo, del que podríamos resaltar el interés enorme que suscita en la población norteamericana y mundial. Un espectáculo que se desarrolla de manera vertiginosa; prácticamente no pasa día en el que los twits de Trump, o nuevas revelaciones sobre una posible (y sin comprobar) colusión de su equipo con Rusia o el intento de interferir en estas investigaciones, no generen sorpresa o fascinación.
Un espectáculo insólito con gran atractivo mediático, tan rico en detalles que resulta imposible presentarlo adecuadamente en un espacio breve. En lo personal le he dado seguimiento durante una o dos horas al día viendo sus programas de noticias y análisis político, sin excluir a sus ingeniosos comediantes políticos. Estos últimos no solo en la cresta de la información de último momentos sino del filoso sarcasmo que revela con precisión y pocas palabras lo que está en juego.
Y lo que está en juego, para nuestra sorpresa, se acerca peligrosamente a la posibilidad de que Trump termine por ser echado de la presidencia norteamericana en un proceso que en inglés se conoce por “impeachment”.
Me parece que los mexicanos deberíamos darle mucho mayor seguimiento a ese proceso. No por mero entretenimientos sino porque para nosotros debería ser motivo de reflexión e incluso de aprendizaje. Es como una tragedia griega no solo por su complejidad sino porque revela una cultura radicalmente diferente a la nuestra.
Para empezar encontramos una enorme fuerza en los medios; el derecho a informar, a investigar y a presionar al poder político es incuestionable. Y lo hacen desde la diversidad. No es que sean muchas las cadenas informativas; lo importante es que tienen enfoques y filiaciones políticas diversas. Y además todas ellas están en algún grado comprometidas con la presentación de puntos de vista plurales.
Además está el rico filón de los comentaristas y comediantes políticos que verdaderamente no tienen pelos en la lengua y se atreven a decir, y burlarse, de las limitaciones de su presidente. Aquí pensaríamos que se trata de insolencia; allá es parte natural de la exigencia de rendición de cuentas de un servidor de la nación.
Este viernes pasado el presidente Trump se vio obligado por la tradición a dar una conferencia de prensa conjunta con el presidente de Rumanía de visita en el país. Estaba en su poder limitar el número de preguntas y de periodistas que podrían hacerlas. Pero era muy claro que no habría preguntas a modo. A lo largo del día los medios fueron decantando cuales eran las preguntas más importantes, y ciertamente difíciles, que se le deberían hacer. La oportunidad era limitada y me pareció impresionante como se construyó un consenso sobre la base de que sería inaceptable hacerle preguntas de lucimiento.
Así que al momento de la verdad Trump no tuvo más remedio que seleccionar periodistas serios que le preguntaron donde más dolía. ¿Se graban las conversaciones en sus oficinas? Dado que declaró que el exdirector del FBI, Comey, había mentido, ¿estaba dispuesto a declarar bajo juramento? Ambas preguntas con enormes implicaciones judiciales; es decir que le ponen la soga al cuello y ciertamente no le gustaron.
Dijo que lo de las grabaciones lo aclararía más tarde; pero ya hay comisiones investigadoras en el senado que le están solicitando que, si hay grabaciones, las entregue. Y aceptó ante los medios declarar bajo juramento. Si lo llega a hacer tiene que estar consciente de que la menor mentirilla sería delito.
Lo segundo que quiero destacar en este breve espacio. Es que Trump está en graves problemas porque se sospecha, o se puede interpretar, que le pidió a Comey, su subordinado, que abandonara la investigación sobre nexos de un miembro de su equipo con agentes rusos. En una de esas conversaciones Trump le pidió lealtad al director del FBI; este contestó que lo que podría ofrecerle era honestidad. Posteriormente fue despedido aparentemente por su negativa a abandonar la investigación.
Lo que llama la atención es que en la cultura política norteamericana la petición de lealtad es muy inapropiada; prácticamente una solicitud de corrupción. No es un caso aislado; enfrentados a circunstancias similares la explicación que dan los funcionarios es que ellos al tomar posesión del puesto juran cumplir con la constitución y de ninguna manera esto es compatible con lealtades personales.
Trump contaba con el poder para despedir a Comey sin que fuera cuestionado; era su derecho. Lo que no debió hacer es decirle como hacer su trabajo; mucho menos si estaba investigando algo del interés personal del presidente y su equipo. Por esto último Trump se acerca peligrosamente a ser echado de la presidencia.
En contraste aquí en México creamos instituciones supuestamente ciudadanizadas sin embargo no logran escapar a las influencias de los poderes políticos. Allá los muy altos funcionarios, incluso los del poder ejecutivo, se encuentran altamente ciudadanizados. Saben que su lealtad es hacia la constitución y las instituciones y no hacia una persona; aunque sea el jefe. En Estados Unidos se lleva a cabo un combate rudo contra el culto a la personalidad.
De casualidad leí la declaración de despedida de Castillejos a la Consejería jurídica de la presidencia. En ella se dice que el presidente valora profundamente la lealtad personal e institucional que este demostró. ¿Es que en México si son compatibles esas dos lealtades?
Finalmente y como mera anécdota les cuento que entré a la página de la presidencia de la república para ver, y comparar la entrevista a los medios del presidente Peña y la canciller Merkel en comparación con la similar ocurrida en Estados Unidos. Hubo carnita en las palabras de la canciller visitante al ofrecer su apoyo a México para la promoción del estado de derecho, castigar a los culpables de desapariciones y proteger a los periodistas.
Pero en el video ocurrió un descuido, lo dicho en alemán se tradujo al español y fue posible entender a la Merkel y algunas preguntas interesantes para el Presidente de México. Pero el sonido continuó con la traducción y lo que se habló en español solo se escuchó traducido al alemán. Así que al presidente no le entendí.
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