domingo, 7 de abril de 2013

Europa: raíces del odio

Europa: raíces del odio
Faljoritmo
Jorge Faljo

En octubre del año pasado la Unión Europea recibió el premio Nobel de la Paz. A la ceremonia acudieron sus más altos dirigentes y otros 21 jefes de estado. Entre ellos los de Alemania, Bélgica, España, Francia, Holanda y muchos más.

Hubo también importantes manifestaciones en contra de la entrega del premio. Tres premios Nobel de la Paz de años anteriores consideraron que Europa no era merecedora del galardón.

Tal vez quien mejor resumió la situación haya sido Elio di Rupo, el primer ministro de Bélgica. Dijo que el premio se concedía a la historia de la Unión, a la Europa de su fundación, a su espíritu original y a sus valores. Y aclaró, con duras palabras, “la Europa de hoy no merece laureles”.

Jagland, el presidente del comité noruego que entrega el Nobel había dicho en la ceremonia que “la paz no se puede dar por hecha” y que “conviene ganarla todos los días”.

Esto que ocurrió hace varios meses refleja bien la situación actual. Podría pensarse que entregar este premio en el 2012 es un llamado de atención para recuperar los valores de democracia y equidad, fundamentos de la paz, precisamente porque en estos tiempos parecen desmoronarse. Crecen los valores contrarios, inequidad y empobrecimiento, debilitamiento de la democracia y lo más preocupante, el odio.

Son ya cosa de todos los días las manifestaciones multitudinarias en las que en Nicosia (capital de Chipre), Atenas, Roma, Madrid, Lisboa o muchas otras ciudades, se queman banderas alemanas y nazis. También retratos de la canciller Merkel, muchas veces adornada con un bigotito hitleriano.

El malestar de hoy en día hace surgir recuerdos que son pesadillas. Grecia rememora el medio millón de gentes que murieron de hambre durante la ocupación alemana en la segunda guerra mundial y se pregunta ¿quién le debe a quién?

En España, Italia y Portugal crece la disputa política interna y una de sus banderas frecuentes es la acusación de que otros se doblegan ante las imposiciones del exterior. Lo cual en ocasiones sirve para distraer la atención de los errores internos o para dar a entender que tomaron duras medidas porque se vieron obligados desde afuera.

Lo que no se puede negar es que Europa se separa emocionalmente en un sur (España, Italia, Grecia y otros) que concentra su descontento en culpar a una Alemania exitosa pero imperialista.

En sentido inverso, desde el norte (Alemania, Holanda, Finlandia y otros) se acusa a los pueblos del sur de falta de disciplina, pocas ganas de trabajar, de despilfarro y un modo de vida desenfadado y sin previsión del futuro. Hay quienes dicen que un obrero alemán puede hacer el trabajo de tres españoles, o griegos o franceses.

Crecen los malentendidos. El problema del odio es que es muy simplista. Los pueblos del sur no ven la diferencia entre el gobierno y el pueblo alemán. Y es que la política alemana a los primeros que ha dañado es a sus propios ciudadanos.

Resulta que los trabajadores alemanes tienen uno de los menores niveles de bienestar de Europa. Mientras que el costo salarial medio de la Unión Europea creció en un 20 por ciento en los últimos ocho años; el de Alemania creció en solo un 7 por ciento. Es uno de los pocos países de Europa y de mundo donde no hay un salario mínimo legalmente obligatorio. Al mismo tiempo en este periodo Alemania redujo de manera importante los impuestos de los más ricos y de las empresas. Hoy en día es uno de los países europeos con mayor concentración de la riqueza.

El rezago en el ingreso de los trabajadores alemanes se ha traducido en un patrimonio familiar paradójicamente muy inferior al de la población de otros países en crisis. La mediana del patrimonio familiar en Francia es de 114 mil euros –me; en España es de 178 me. En Alemania es de tan solo 51 me. Peor aún, en su parte occidental es de 79 me mientras que en la zona oriental (anteriormente comunista) es de tan solo 21 me.

La potencia competitiva y exportadora alemana se ha basado en un fuerte control salarial y en el rezago del bienestar de su población. Hoy en día alrededor del 20 por ciento de sus trabajadores apenas ganan para sobrevivir con dificultades.

Esto sin duda genera malestar, incluso odio, de los alemanes hacia los ciudadanos de los países del sur de Europa que alcanzaron niveles de vida superiores a los de ellos mismos.

El trabajo esforzado y mal pagado de los alemanes enriqueció a sus grandes empresarios y banqueros y les permitió convertirse en prestamistas de los consumidores del sur, gobiernos y familias. La elite de Alemania, que no su pueblo, impuso una relación internacional desequilibrada en la que de un lado hubo prestamistas que gobernaban un pueblo muy trabajador y del otro consumidores endeudados que vivían la buena vida. Mientras les duró la capacidad de endeudamiento.

Tal esquema llega a su fin en medio del incremento del odio. La Europa equitativa y democrática fue socavada por la política económica alemana que primero golpeó a su propia población y ahora a la del resto del continente. Así que voy a hacer una propuesta utópica pero muy seria.

Propongo a los cientos de miles que queman banderas alemanas en los países del sur que cambien su mensaje. Les propongo que exijan que los trabajadores alemanes tengan un salario mínimo decente; que si son más productivos ganen más; que trabajen una semana de 25 o 30 horas; que puedan disfrutar de la enorme capacidad productiva que ellos mismos han creado y que merecen disfrutar. Que puedan vacacionar en el sur.

Sería un primer paso para componer este desastre. Eso, o disolver Europa.

4 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo en mayor parte con sus planteamientos en este artículo, pero deseo manifestarle que la disoluciòn de la Unión Europea, me parece imposible desde el âmbito de la Geopolítica, al menos por varias décadas.

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  2. Gracias por el comentario. No sabemos que va a pasar. Sin embargo una de las razones básicas de la integración de la Unión Europea, asegurar la paz, está dejando de operar. Un cordial saludo.

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  3. Yo no les pediría a los trabajadores alemanes tengan un salario mínimo decente, después de todo no depende de ellos el ganar más o menos salario, depende, como bien lo apunta en su artículo, de sus grandes empresarios y banqueros quienes al final se han aprovechado de la gran productividad de los trabajadores alemanes.
    ¿Y cómo les puedes exigir a empresarios y banqueros que den a sus trabajadores un salario decente de acuerdo a su productividad, si es lo que hace que las empresas alemanas sean competitivas? El objetivo de las empresas por definición es maximizar las ganancias, es su naturaleza, es lo que las mantiene dentro del mercado, luego entonces, no subirán los salarios a menos que esto conlleve una maximización de las utilidades, lo que implicaría un cambio de paradigma.

    Estoy de acuerdo que es un desastre y que la población alemana no quiere seguir financiando a pueblos que no han tenido la disciplina que ellos se han autoimpuesto, esto puede traer en mi opinión cambios internos y externos de la política económica alemana a mediano plazo y por lo tanto, el comiezo del desgranamiento de la Unión Europea.

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  4. Gracias por el comentario. No obstante insisto en que una de las causas del resentimiento, del lado alemán, se origina en el maltrato a su fuerza de trabajo a pesar de tratarse de la economía más exitosa de Europa. También creo que podrían dar una lucha sindical y política en ese sentido. Creo que eso todavía se vale. Saludos.

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