domingo, 31 de marzo de 2013

El error de diciembre

El error de diciembre

Faljoritmo

Jorge Faljo

Se conoce como “error de diciembre” a lo ocurrido en diciembre de 1994 cuando los grandes capitales decidieron reconvertirse a dólares y salirse apresuradamente del país. Ello provocó una fuerte, desorganizada y supuestamente inesperada devaluación. La crisis fue muy traumática para todos nosotros y todavía la recordamos con horror.

No es ese error, el de 1994, el que me preocupa, sino el de diciembre de 2012. Para explicarme recordaré lo ocurrido antes y después de 1994.

Al llegar Salinas de Gortari a la presidencia teníamos una balanza comercial positiva. Exportábamos algo más de lo que comprábamos fuera del país. Pero seis años más tarde, en 1994 tuvimos un déficit de 18. 5 mil millones de dólares –mmd.

Esto fue posible por una política de privilegios al gran capital financiero. En 1993 se logró atraer al país 33 mmd de inversión externa, once veces más que cinco años antes. Solo que 29 mmd eran de capital no productivo, meramente atraído por una tasa de interés superior a la media internacional.

Así, con endeudamiento externo informal (sin contrato, con la posibilidad de retirarse en cualquier momento), se sobrevaluó al peso, se incrementaron las importaciones y se controló la inflación. Al costo de quebrar cientos de empresas y de mayor desempleo. Fueron años de crecimiento masivo de la emigración.

El problema fue que en 1994, asustados por la situación política (dice Banxico), ya no llegaron suficientes capitales volátiles. A lo largo del año se agotaron las reservas y al final del año el mercado impuso una drástica devaluación. Quedó en evidencia que la anterior prosperidad era una burbuja endeble.

Con la escasez de dólares y la devaluación del peso, el gran déficit comercial de 1994 se convirtió en un buen superávit de 7 mmd en 1995. Visto en la perspectiva de la población eso significó menos productos y encarecimiento; un golpe brutal al bienestar de la mayoría.

No obstante también se dieron avances notables en algunos frentes. México se convirtió por unos años en una potencia exportadora. En 1994 exportamos 61 mmd y en 1997 110 mmd. Un incremento de 80 por ciento es solo tres años. Y lo que más creció no fue el petróleo o la maquila, sino la manufactura nacional. Del 94 al 97 la participación mexicana en las importaciones norteamericanas subió del 7.4 al 10.4 por ciento. Éramos una potencia emergente que se ganaba el mercado norteamericano.

¿En qué condiciones se dio este autentico, aunque efímero, milagro mexicano? Había mucho en contra. No había crédito, inversión productiva o capitales externos. Buena parte de la industria tenía dificultades para abastecerse internamente de insumos intermedios. También jugó en contra la política pública. En medio de la severa crisis y el sufrimiento de la población el gobierno siguió las recomendaciones neoliberales y redujo su gasto.

Lo peor fue que se acentuó la opresión salarial. De 1987 a 1996, según Banxico, la productividad media del trabajo manufacturero creció un 68 por ciento; pero nada de este incremento favoreció a los trabajadores. Por el contrario, los salarios reales se redujeron. La política económica estaba radicalmente en contra de la ampliación del mercado interno.

Pero hubo elementos a favor. En primer lugar la paciencia de la población ante la adversidad. Luego la rápida reacción de empresarios y trabajadores para reactivar parte del gran potencial productivo adormilado. Se elevó substancialmente el uso de las capacidades productivas que ya existían; se reactivaron hasta talleres que ya habían cerrado. La devaluación fue traumática pero nos hizo internacionalmente competitivos de un día para otro y abrió grandes espacios para la substitución de importaciones.

Lamentablemente esta historia tiene un mal final. No aprendimos. Unos años más tarde regresamos al esfuerzo en atraer capitales volátiles y fortalecer el peso. Hemos pasado por doce años de estancamiento, quiebra de empresas y desempleo.

Pero eso sí, el capital financiero se ha visto ampliamente beneficiado y somos un centro de atracción mundial de capitales improductivos. Incluso se dice (El Financiero, 26 de marzo) que tenemos la moneda más fuerte del mundo. ¡qué desgracia!

Tenemos una moneda muy sobrevaluada mientras que China, por ejemplo, la tiene muy subvaluada. Con una moneda cara no somos competitivos, no crecemos, no podemos elevar salarios, las empresas no son rentables. La entrada abundante de capitales, el dólar barato y las importaciones crean la impresión de “estabilidad”, ya sin bienestar, sin empleo y con mucha violencia.

Necesitamos otro traspié, una devaluación que nos haga competitivos. Solo que ahora de una manera controlada; con una política anti cíclica de gasto público que alivie el trauma; conservando las reservas para importaciones estratégicas; con un decidido impulso y protección a la producción y el empleo nacionales.

El error de diciembre del 2012 fue no haber aprovechado la oportunidad para el cambio.

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