martes, 26 de marzo de 2013

El camino chipriota

El camino chipriota

Faljoritmo

Jorge Faljo

Chipre es una isla del tamaño de Puerto Rico con alrededor de un millón de habitantes. Se encuentra en el mar mediterráneo a unos 70 kilómetros al sur de Turquía y 105 de Líbano. Cerca de un 80 por ciento de su población habla griego y el resto turco. Se independizó de Inglaterra en 1960 pero en 1974 se separó violentamente en dos territorios y comunidades.

Aunque formalmente la República de Chipre tiene la soberanía sobre toda la isla en los hechos solo gobierna un 63 por ciento de este territorio; donde viven cerca de 800 mil greco chipriotas.

Es un país pequeño, de alto nivel de vida, integrado a la Unión Europea y su moneda es el euro. Su prosperidad se basaba en una economía de servicios financieros y turísticos, con un importante desarrollo inmobiliario. Exporta cítricos y prácticamente no tiene industria.

Sus matrimonios civiles exprés atraen europeos que quieren casarse en un lugar hermoso y a miles de parejas al año que no pueden casarse en su propio país por restricciones religiosas. Si algún día Israel acepta el matrimonio civil y entre personas de distinta religión las alcaldías chipriotas sufrirían un duro golpe económico.

Este pequeño paraíso sufre una crisis que conmociona a toda Europa. Chipre se aventuró a convertirse en un centro financiero regional. Operó como un paraíso fiscal que atrajo grandes capitales, sobre todo rusos, y los empleó para financiar no solo su propia expansión inmobiliaria y consumo interno sino, en particular, a los bancos griegos. Toda una receta para entrar en problemas.

La crisis en Grecia le provocó importantes pérdidas. La caída del turismo europeo se asoció a una fuerte caída en los precios inmobiliarios (como la “crisis del ladrillo” en España). Sus bancos tienen pérdidas por más de 17 mil millones de euros –mme-, sobre un total de 88 mme de depósitos.

El gobierno de Chipre no tiene más capacidad de endeudamiento. No puede salvar a sus bancos y menos les puede cargar este costo a sus ciudadanos. Así que pidió ayuda a la Unión Europea y al FMI.

Solo que estos pusieron un límite de 10 mme a su apoyo y el resto, dijeron, tendría que salir de una quita a los propios cuentahabientes. El presidente de Chipre se opuso rotundamente, pero terminó por aceptar. Sin embargo en el parlamento chipriota, en medio de discursos nacionalistas, no hubo un solo voto a favor de lo que se considera una imposición de Alemania.

De manera urgente el gobierno se lanzó la semana pasada a obtener financiamiento de otras fuentes. Pidió dinero a Rusia a cambio de derechos a la explotación de yacimientos de gas. No lo obtuvo. Nacionalizó los fondos de pensiones pero estos no dan más de 500 millones de euros. La Iglesia Ortodoxa Chipriota ofreció sus bienes, pero el gesto es más simbólico que efectivo.

Los bancos de Chipre llevan varios días cerrados para evitar la fuga de los depósitos. No hay transacciones electrónicas y la gente se forma frente a los cajeros para sacar un máximo de 100 euros por día. Los supermercados no tienen dinero para reabastecerse y todo empieza a escasear.

Entretanto el parlamento expidió leyes apresuradas para el control de transacciones financieras. Se teme que al reabrir los bancos la gente y los grandes inversionistas intenten masivamente sacar su dinero. Ya es legal limitar las transacciones. Es decir que se ha creado, como en la crisis Argentina, un “corralito” en el que el dinero se encuentra atrapado.

Tras duras negociaciones y no encontrar alternativas finalmente Chipre aceptó imponer una quita de 30 por ciento a los depósitos superiores a 100 mil euros. De otro modo los bancos quebrarían con incluso mayores pérdidas para los inversionistas. Habría tenido que abandonar el euro y poner en circulación de otra moneda. Todo en condiciones de emergencia y de manera muy traumática.

Los inversionistas y ciudadanos están impactados de que por vez primero se cargue los costos de un rescate a los cuentahabientes y dueños de capitales. Hasta ahora se convertían en deuda pública que pagaban los ciudadanos. Como nuestro Fobaproa.

Tal vez lo que provoca mayor azoro es que esto no fue la exigencia de una izquierda radical, sino de los grandes defensores del capital financiero: el Banco Central Europeo, el gobierno alemán, el FMI. Hay que entender que la situación es grave para haber llegado a este punto.

Después de décadas de apropiarse de los incrementos de productividad sin elevar salarios (o reduciéndolos) y pagando cada vez menos impuestos, el capital financiero industrial se encuentra enormemente sobredimensionado en medio del empobrecimiento creciente.

El agotamiento de la capacidad de endeudamiento de las economías industrializadas (gobiernos y ciudadanos) acabó con su fuente principal de ganancia. La recesión de las economías reales, el deterioro productivo asociado a la falta de poder de compra, ha cerrado también el espacio para la inversión productiva.

Ahora descubrimos que la globalización, tenía una cabeza de oro en la ganancia financiera, un torso de bronce en un aparato productivo monopólico, pero unos pies de barro en la codicia que le impide generar capacidad de demanda, en la población y en los gobiernos, para las enormes capacidades productivas existentes.

Grandes capitales están llegando a México en busca de refugio y ganancias financieras. Su entrada abarata el dólar y facilita el crédito al consumo con lo que crean una pequeña bonanza. En contrapartida erosionan los fundamentos de la economía real, el aparato productivo pierde competitividad y rentabilidad, las empresas quiebran y se fortalece el desempleo.

Avanzamos cada vez más rápido por el camino chipriota y lo vamos a pagar muy caro; tal vez en este mismo sexenio.

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