Jorge Faljo
De acuerdo a datos de la Encuesta Industrial Mensual -EIM- del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, en el sector Textil, de Prendas de Vestir y Cuero, había en 1995 un total de mil 298 empresas que generaban el grueso de la producción manufacturera de estos rubros. Cierto que había muchas más empresas de menor tamaño, pero la Encuesta Industrial Mensual -EIM- capta solo las de mayor tamaño de modo que se cubra por lo menos el 80 por ciento de la producción y a estas, las más importantes, se les da un seguimiento anual.
Para el año 2008 las empresas de esta clasificación industrial se habían reducido a menos de la mitad, a tan solo 611. Un número menor que seguía abarcando por lo menos el 80 por ciento de la producción nacional. Lo que denota un importante proceso de concentración sin duda asociado tanto a avances tecnológicos como a mayores escalas de producción.
Pero lo que importa resaltar es que, de acuerdo a la metodología de la EIM, al menos 687 empresas habían dejado de existir, despedido a sus obreros y cerrado sus puertas. Digo por lo menos porque la EIM no nos informaba sobre el número de empresas nuevas que entraban a su base de datos y habría que suponer que en ese periodo se crearon y entraron al grupo encuestado algún número de ellas.
Vamos a suponer que para el 2008 había 150 nuevas empresas que no eran parte de las consideradas en 1995 y que substituyeron un número similar de las que salieron. Esto significaría que las empresas que desaparecieron entre 1995 y 2008 no fueron 687 sino (687 más 150) 837. Lo que nos llevaría a considerar que el 64 por ciento de las mayores empresas textiles de 1995 habían sucumbido trece años más tarde. Es también una suposición razonable, apoyada por abundante información no sistematizada, que la mortandad de las empresas más pequeñas, las no incluidas en la EIM, fue mucho mayor.
Elegí uno de los nueve rubros de la clasificación industrial pero aclaro que el comportamiento es similar en todos ellos. En el caso de Productos Metálicos, Maquinaria y Equipos la EIM registra mil 505 empresas en 1995 y 929 en 2008; 774 menos aunque, como ya dije, los datos no nos permiten conocer el número exacto, sin duda mayor, de empresas destruidas que eran parte del grupo original. Para el total de la industria manufacturera del país la EIM captaba seis mil 797 empresas en 1995 y solo cuatro mil 352 en 2008.
Con esta encuesta el INEGI proporcionaba información parcial pero muy útil. Hablo en pasado porque lamentablemente dejó de hacerlo después del 2008.
La destrucción de la manufactura nacional no se limita al periodo señalado; se asocia a la privatización de las empresas públicas y a la campaña de ataques al empresariado nacional orientado al mercado interno que caracteriza al giro neoliberal de los primeros años noventa. Por otro lado es un proceso que persiste hasta el presente en el que, aún sin estadísticas precisas, la información puntual de cierres de empresas es como una lluvia constante.
Ahora la situación puede agravarse. Una respuesta neoliberal convencional es que en esta coyuntura el estado y los ciudadanos deben amarrarse el cinturón. Otros pensamos que, por el contrario, este es el momento de buscar una alternativa distinta al dogmatismo religiosamente neoliberal. Ello depende en buena manera de tener un diagnóstico correcto de la situación.
Miles de empresas han cerrado por la falta de crecimiento del mercado interno. Los ingresos reales de la gran mayoría de los trabajadores de la ciudad y el campo se han reducido a tan solo la cuarta parte o menos de lo que eran en 1978. Es un contexto en el que el incremento de la producción debido a la creación de una nueva empresa, o al mejoramiento de una que ya existía, no se asocia a un incremento de la demanda sino que compite por la que ya existía. De hecho es típico que una empresa nueva desplace a otras y con ello haya una pérdida neta de empleos e ingresos de la población.
La debilidad del mercado provoca que si unos producen más otros tengan que producir menos, es decir que sean expulsados del mercado. Lo que se genera es un fenómeno de substitución de empresas, líneas de producción y tecnologías que pueden crear una fachada de modernidad de un lado y que por otro agravan el problema de la insuficiencia de demanda. Este es el principal lastre al crecimiento de la economía nacional. Cada empresa hace lo que es mejor para sí misma, pero entre todas ahorcan a su mercado y en muchos casos a sí mismas.
Un problema de fondo es la llamada enfermedad holandesa, recientemente citada por el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens. Es un diagnóstico atinado, con la lucidez de sus presentaciones e inglés, para expertos, y no la superficialidad de las que hace en español. El punto se refiere a la entrada de capitales externos que provocaron el abaratamiento excesivo del dólar y por tanto la entrada de importaciones substitutivas de la producción interna. La combinación de dólares baratos con insuficiente capacidad de compra de la población se tradujo en quiebras de empresas al grado de que podemos hablar de desindustrialización.
A pesar de las afirmaciones reiteradas por años sobre la supuesta firmeza y estabilidad de las finanzas nacionales, esta dependía, sobre todo en los últimos años, de la entrada de capitales volátiles. Ahora, frente a la escasez de dólares, y su encarecimiento, debemos pensar en revertir el rumbo: substituir importaciones con producción interna. Conviene diseñar una política de reactivación productiva conducida por el estado de manera tal que ciertamente evite abusos posibles pero que no por ello abandone el objetivo substancial: sostener y elevar los niveles de vida de la población en base a la producción y el trabajo de los mexicanos.
Sostengo que esto es posible porque, corrigiéndome, buena parte de las empresas y capacidades productivas que han dejado de operar no han sido realmente destruidas, sino simplemente inutilizadas. Es decir que una porción importante de ellas se pueden reactivar a muy bajo costo en términos de nueva inversión y créditos que en adelante habrán de escasear aún más que de costumbre.
Lo importante será realinear cuidadosamente la estrategia de reactivación productiva con la de recuperación salarial generando empleo, bienestar y evadiendo el fantasma de la inflación.
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