Jorge Faljo
Lo más selecto de las elites del planeta se volvió a reunir en Davos, el pequeño poblado suizo que es famoso por ser cada año la sede del Foro Económico Mundial. Ubicado entre montañas, a la mayor altitud de toda Europa y con una población fija de apenas 12 mil habitantes, es el lugar ideal para darles seguridad a sus connotados visitantes. Su acceso único por carretera es fácilmente controlable, los guardias en las azoteas vigilan las calles y las temperaturas invernales no permiten manifestaciones ni campamentos.
Por otro lado la mayor barrera de protección es el costo. Si no tiene mucho, mucho dinero, mejor olvídese. Lo que podríamos llamar boleto sencillo sale en unos 70 mil euros; de ahí para arriba. Porque Davos se caracteriza por un complejo sistema jerárquico basado en el dinero, el poder y la fama. Por 100 mil euros se puede ser “asociado”; por 200 mil “socio” y por 400 mil “socio estratégico”. Cada quien cuenta con un distintivo y un color específico que establece a cuales de los cerca de 300 eventos, encuentros, comidas y cenas se puede o no asistir; es decir con quienes se puede encontrar, dialogar o compartir una comida. En pesitos devaluados eso significa gastar de 1.2 a 8 milloncejos por cuatro días en el paraíso helado.
Hay otros costos. Alrededor de 1,700 jets privados compitieron oportunamente por las pistas de aterrizaje y hangares de los aeropuertos cercanos; y también cuesta el alquiler de limusinas. No se diga un buen hotel y comida gourmet.
Algo más de 2,800 dirigentes de las más grandes empresas, líderes nacionales, premios nobel, destacados pensadores e incluso artistas de renombre y con “mensaje” acudieron a reflexionar sobre los grandes temas planetarios y a encontrarse unos con otros. Durante cuatro días la elite intercambió puntos de vista, homogeneizo su visión del mundo, definió grandes rumbos y construyó oportunidades de negocios.
Entre los participantes estuvieron 40 jefes de gobierno; los dirigentes de las instituciones financieras internacionales; los presidentes de muchos bancos centrales; unos 1500 jefes de empresa; otros 300 representantes políticos de diversos niveles, artistas “con mensaje” y muchos invitados, incluso científicos y voceros de organizaciones sociales considerados relevantes. De ellos el 17 por ciento eran mujeres.
Algo que me gusta del foro es el énfasis que hace en el análisis de riesgos globales. Lejos de esconder la cabeza, ignorar los problemas y fingir que las cosas marchan bien, aquí las verdaderas elites del planeta sacan a relucir los trapos sucios. Dicen que para componer el mundo, lo que habría que poner en duda, pero por lo menos les sirve para entenderlo.
Este año el foro destacó como riesgo global inmediato el de los desplazamientos involuntarios que ya afectan a cerca de 60 millones de personas. Tan solo el año pasado más de un millón de ellos llegaron a Europa como refugiados; pocos en realidad lo consiguen. Se trata de emigrantes involuntarios que huyen de los conflictos étnicos y religiosos, del deterioro económico y el desempleo en sus países, de los estados fallidos y en general de un mundo que se despedaza.
Otros grandes riesgos son los del desempleo, en particular el juvenil; y los desastres climáticos cada vez más frecuentes. A mediano plazo se destacó el riesgo de no ser capaces de detener el calentamiento global; lo que requiere el control del uso de energías que sueltan carbono en la atmosfera.
Fue un encuentro caracterizado por un ambiente de pesimismo originado sobre todo por una preocupación cercana a los corazones financieros de las elites: el hecho de que la economía mundial no levanta el vuelo sino que, por lo contrario, hay nubarrones de recesión en el horizonte.
Pero el verdadero mensaje de fondo de la reunión; lo que constituyó su tema oficial y le dio nombre al encuentro fue “Conduciendo la Cuarta Revolución Industrial”. Según esto la primera revolución industrial empleó la energía del agua y el vapor para mecanizar la producción; la segunda uso la energía eléctrica para la producción en masa; la tercera se caracterizó por la electrónica y la tecnología de la información para automatizar procesos. Ahora la cuarta estaría caracterizada por la fusión de nuevas tecnologías físicas, biológicas y digitales.
El mensaje de Davos es que se aproxima un tsunami tecnológico en el que en los próximos diez años la transformación será mayor que en los últimos 50. Los avances en inteligencia artificial, robotización de la producción, interconexión informática, ingeniería genética, nanotecnología, impresión tridimensional, transporte por medio de drones, vehículos auto dirigidos y otros cambios en puerta son espectaculares.
Lo cual me recuerda que hace apenas unos días una computadora venció a un gran maestro de “go”. Este es un juego de estrategia oriental de mucha mayor complejidad que el ajedrez. Hace veinte años una computadora le ganó al campeón mundial de ajedrez y se suponía que para conseguirlo en el caso del go se necesitaban todavía unos 10 años más. Lo consiguió un equipo con un programa de autoaprendizaje al que se le introdujeron los resultados de millones de juegos de go, ajedrez y muchos otros. Es un enorme avance pero habría que dudar si es en la dirección correcta. Por lo menos Stephen Hawking, considerado el hombre más inteligente del planeta, dice que la inteligencia artificial es un enorme riesgo de autodestrucción de la humanidad. Si, como película de ciencia ficción, pero en serio.
Los avances tecnológicos en puerta plantean un problema para las grandes empresas: ¿cómo conseguir el personal altamente calificado que deberán contratar en los próximos años? Porque se supone que estas nuevas tecnologías habrán de crear unos dos millones de puestos de trabajo de muy alta especialidad. Ese es su problema.
El nuestro es que esas nuevas tecnologías habrán de destruir muchos más millones de empleos de clase media de los que habrán de crear. Desde los diagnósticos médicos automatizados hasta la substitución de ingenieros, trabajadores administrativos y muchos más. Si pensamos en como los cajeros automáticos han substituido empleados bancarios nos daríamos apenas una muy pálida idea de la revolución en puerta.
Visto en perspectiva de economista de país periférico (México que gira en torno a los Estados Unidos) esto crearía un diferencial de productividad que sería imposible compensar para nuestro país, aunque se intentaría hacerlo con salarios de hambre “para ser competitivos”. Estamos en el umbral de un avance en la misma dirección insana de enormes empresas altamente productivas que desplazarán a las que ya existen y destruirán empleos. Al mismo tiempo no generarán la demanda efectiva mediante la cual los consumidores puedan comprarles. Esto reforzaría los mecanismos de endeudamiento público y privado que les permita crear consumidores a modo a cambio de su apropiación creciente de recursos, espacios, gobiernos y control de nuestras vidas.
Urge reflexionar sobre nuevas (y viejas) formas de restablecer un equilibrio entre globalización y capacidad interna para producir de manera incluyente y con bienestar generalizado. Si la competencia amenaza arrasarnos, lo racional sería no competir.
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