Jorge Faljo
Son los días en que todos nos deseamos lo mejor para el 2016. Excepto Christine Lagarde, la directora general del Fondo Monetario Internacional que aprovechó el último día del 2015 para decirnos que el crecimiento económico global será frustrante y desigual en este año que recién empieza.
Ella señala cuatro indicadores preocupantes: Uno es el alza de las tasas de interés en los Estados Unidos, otro es el menor crecimiento económico en China, el tercero es la considerable reducción del crecimiento del comercio internacional y el cuarto es la caída de los precios de las materias primas. No se trata realmente de novedades pero sí de la continuidad de tendencias que ya desde antes señalaban problemas.
La ahora llamada Gran Recesión fue una crisis que en los Estados Unidos duró oficialmente dos años, 2008 y 2009, pero de cuyos estragos en empleo y bienestar apenas se está recuperando. Una manera de enfrentarla fue creando enormes cantidades de dólares lo que permitió bajar la tasa de interés de base a un nivel de casi cero y así facilitar el desendeudamiento de la población, de las empresas y bajar los costos del gobierno. También se abarató el consumo a crédito (hipotecas, autos y tarjetas) y la inversión de las empresas. Por último muchos dólares salieron a otros países donde crearon demanda de productos norteamericanos.
Esta estrategia puso en manos de los bancos grandes cantidades de dinero que deseaban prestar; las bajas tasas de interés hicieron que también las empresas, gobiernos y consumidores desearan endeudarse en esa moneda. Ahora muchos analistas señalan que probablemente esto ha generado, otra vez, un sobreendeudamiento. Ahora la elevación de las tasas de interés, muy demandada por los dueños del dinero, se considera el retorno a la normalidad. Lagarde la considera necesaria pero advierte la necesidad de hacerlo de manera gradual y cuidadosa por el riesgo de que las empresas, países y clases medias que se endeudaron con entusiasmo a tasas muy bajas vayan a tener dificultades para pagar a tasas más altas.
Muchas empresas de países en desarrollo se endeudaron en dólares baratos y ahora tendrán que pagar con dólares caros. En una situación extrema podría ocurrir una incapacidad de pago que se extendiera como mancha de aceite hasta configurar una nueva crisis.
China no crece al ritmo acelerado a que estaba acostumbrada en los últimos veinte años porque sus ventas al resto del planeta se han visto reducidas; eso repercute en que también compra menos materias primas. Lo cual se recrudece porque sigue una activa estrategia económica de substitución de importaciones; quiere exportar más pero comprando cada vez menos insumos importados; eleva los salarios y el bienestar de su población, pero lo hace con mayor contenido de producción interna.
Tal estrategia sin duda le conviene a China… pero a nadie más, porque se basa en tener un enorme superávit comercial y en financiar a los demás. Dólares que entraban dólares que prestaba en una espiral ascendente que le permitió crecer aceleradamente por mucho tiempo (y hasta la fecha). Pero al mismo tiempo contribuyo al problema de fondo: si los otros países no pueden vender su producción a buen precio, y además llegaron a su limite de endeudamiento, entonces tienen que reducir su ritmo de compras en el exterior. Es la falta de dinamismo de esa demanda internacional lo que ahora hace que China se vea obligada a reducir el uso de capacidades instaladas y entre en una crisis de repercusiones internacionales.
No es únicamente el gigante oriental sino en todo el mundo que las capacidades instaladas operan a media marcha, o de plano dejan de operar. Esto ocurre de menera permanente a un ritmo lento que da impresión de normalidad; y también en oleadas de destrucción acelerada como en 2008 – 2009. La recomendación de cautela es precisamente por el temor de a una nueva crisis.
China es un termómetro de la economía mundial. No solo ella sino todo el comercio internacional está creciendo menos que la economía en su conjunto. Es un cambio importante: ya no es el comercio transnacional el que jala al crecimiento. Los aumentos de la producción de muchos países se están centrando más en respuesta a la evolución de los mercados internos.
La cuarta mala señal es, de acuerdo a Lagarde, la persistente caída de los precios de las materias primas. Incluyendo petróleo, acero y otros metales, cereales y productos agropecuarios. El motivo es de lo más elemental: no hay demanda.
De acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo la brecha creciente entre productividad y salarios que ocurre en todos los países del planeta implica que la población no tiene el dinero suficiente para comprar lo que se produce. La escasez de demanda se solucionó, para las transnacinales, mediante la destrucción de la competencia que significaba la pequeña y mediana industria y el apoderamiento de prácticamente todo el mercado global por empresas y franquicias gigantescas. Esta expansión arrasadora se ayudó mediante préstamos a los consumidores (población y gobiernos) para sostener el consumo sin pagar más salarios o impuestos. Sin embargo estas formas de enfrentar el problema de la escasez de demanda ya no dan para más.
Sostengo que hemos entrado a la fase final, de pataleo agónico, de la globalización. Una etapa peligrosa si nos aferramos a los falsos dogmas con los cuales se le impulsó. La única salida saludable para la sociedad mundial requiere dos cambios fundamentales. Fortalecer la demanda de la población ya no mediante el truco del endeudamiento sino mediante el incremento de los ingresos efectivos y, en el mismo sentido, reconfigurar el comercio mundial en favor del intercambio con reciprocidad y no con desequilibrios estructurales basados, también, en el endeudamiento de los países fundamentalmente compradores y en el doble negocio de los países predominantemente vendedores, prestar y vender.
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