Jorge Faljo
El 16 de abril saltó a las primeras páginas de varios periódicos, con algún grado de alarmismo, que el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos comenzó a vigilar las prácticas monetarias de México. Algunos periódicos señalaron que Estados Unidos “puso a México en la mira”, o que era un “primer aviso” por la cotización del peso frente al dólar. Prontamente la Secretaría de Hacienda señaló que el reporte no significaba que habría sanciones contra México.
El hecho es que Departamento del Tesoro norteamericano les da seguimiento permanente a las políticas macroeconómicas, y en particular a la política cambiaria de sus principales socios comerciales porque ello impacta su comercio exterior. Su preocupación es que, si un país sigue una estrategia de moneda barata, es decir competitiva, entonces sus exportaciones son más baratas. Una moneda barata también implica que el dólar es más caro dentro de ese país, y por tanto compra menos productos norteamericanos. Por otra parte, a Estados Unidos no le importa que un país encarezca su moneda porque pierde competitividad; con una moneda cara, le compra más a Estados Unidos.
Muchas de las variaciones fuertes en la balanza comercial de Estados Unidos se deben a cambios acentuados de la paridad cambiaria de las monedas. Un ejemplo que salta a la vista es que entre 1994 y 1996 México, en plena crisis y con una fuerte devaluación del peso, incrementó sus exportaciones de manufacturas a los Estados Unidos en un 80 por ciento. Algo verdaderamente inusitado que un país en crisis, sin recibir inversión extranjera y sin inversión interna, sin que los bancos dieran créditos, pudiera elevar de manera casi increíble sus exportaciones. Pero así sucedió porque con la devaluación el peso se volvió sumamente competitivo, barato, y la demanda externa se acentuó.
No hubo inversión productiva, ni nacional ni extranjera, pero las empresas existentes pusieron a trabajar toda su capacidad instalada y elevaron sus exportaciones. Mientras tanto el resto de la economía nacional se debatía en una profunda crisis que impactó severamente los ingresos de los trabajadores y la recaudación, así que no hubo demanda interna que favoreciera a las empresas no exportadoras.
La crisis alteró la paridad cambiaria peso dólar por una doble vía. Por un lado, muchos capitales buscaron seguridad comprando dólares y lo fortalecieron. Con un dólar fuerte los consumidores y empresas norteamericanos vieron abaratarse los bienes e insumos importados.
A México le ocurrió lo contrario; el doble golpe de la paralización de sectores productivos, sobre todo los de mayor contacto físico y, además, de caída brutal de la demanda de la mayoría de la población empobrecida ha hecho que compremos bastante menos del exterior.
El caso es que, en 2020 México, según el reporte del Tesoro, tuvo un superávit comercial de 113 mil millones de dólares con los Estados Unidos. Un 11 por ciento mayor que el del año anterior. Además, el envío de remesas de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos subió también en un 11 por ciento y llegó a los 40 mil millones de dólares.
El incremento del déficit norteamericano con México les encendió una señal de alerta y de manera automática colocó a nuestro país en la mira para revisar si ese déficit se debió a un abaratamiento deliberado del peso provocado por el Banco de México. Pero no fue así.
De hecho, Banxico y el gobierno de México durante décadas han procurado tener un peso fuerte y esto lamentablemente se ha convertido en un mantra político en nuestro país. No se comprende que este es un fuerte lastre al crecimiento económico.
Lo que el reporte del Tesoro encontró no fue manipulación monetaria sino ausencia fiscal. Para combatir la crisis del Covid los Estados Unidos han inyectado apoyos al consumo de su población y a la supervivencia de sus empresas por un monto equivalente al 24 por ciento de su producto interno. El mismo reporte señala que en México tales apoyos han sido inferiores al uno por ciento.
Es decir que mientras los consumidores y empresas norteamericanos pudieron, más o menos, sostener su consumo de productos importados abaratados; en México el empobrecimiento de la población y la crisis de las empresas (excepto el sector exportador) nos hicieron comprar menos.
Así que no hubo manipulación monetaria pero aun así hay preocupación norteamericana. Estados Unidos espera, desea, que México vuelva a una normalidad en la que regresemos a importar de su país los montos acostumbrados.
Pero salir del empobrecimiento no será sencillo. Para empezar el Fondo Monetario Internacional proyecta que la recuperación del PIB per cápita de México no ocurrirá antes del 2026, después de que acabe el sexenio. Y la recuperación se concentra en los sectores exportadores; no en la producción para el mercado interno y menos en ocupaciones bien remuneradas. La crisis ha volcado a los mexicanos a trabajar cómo sea, en la informalidad y con ingresos reducidos.
Alfredo Coutiño, de Moody´s Analytics, un reconocido analista, señala que la política fiscal austera, que mantiene deprimidas la demanda y las importaciones evita el rebalance esperado por Estados Unidos y advierte que México corre el riesgo de ser considerado no un manipulador de la moneda, pero si un manipulador fiscal.
México se encuentra entre dos fuegos. En 2020 tuvimos un superávit comercial histórico con los Estados Unidos, algo que no les gusta y quisieran aminorar. Pero al mismo tiempo seguimos con un enorme déficit con Asia, que fue, de acuerdo a Banxico, de 122 mil millones de dólares –mmd-, además de otros 22 mmd con Europa. Hemos sido un país crónicamente deficitario en su comercio y eso no cambió en 2020, cuando el déficit comercial global de México fue de 34.5 mmd.
Una vez superada esta crisis seguiremos en la situación de que para los Estados Unidos nuestra moneda es competitiva, barata; por otro lado, nuestro déficit global indica que tenemos moneda fuerte, pero cara y poco competitiva.
Un dilema que no podría resolverse rompiendo el tabú de la manipulación monetaria, pero si mediante medidas de administración del comercio. Lo cual es también tabú para nuestro neoliberalismo ortodoxo, pero igual lo digo como medidas algo utópicas.
El enorme déficit con Asia requiere imponerles aranceles a algunas importaciones en el contexto de una política industrial consensada con el sector privado mexicano. Sería una estrategia de substitución de importaciones.
El superávit con los Estados Unidos requiere lo contrario; consensar con ellos el establecimiento de algunos impuestos a las exportaciones de México antes de que ellos nos impongan restricciones para reducir su déficit. Recordemos que los Estados Unidos ya nos han amenazado con algunos aranceles, o han presionado para subir el precio de algunas de nuestras exportaciones.