Jorge Faljo
Este pasado miércoles el presidente Andrés Manuel López Obrador manifestó su molestia con el Banco de México, Banxico, porque no le entregó al gobierno federal una importante cantidad de dinero.
Banxico le ha entregado a la Secretaría de Hacienda en años anteriores (en 2015, 2016, y 2017; pero no en 2018, 2019, y 2020) el llamado remanente de operación, es decir ganancia, que ocurre cuando el dólar aumenta su precio y las reservas de Banxico, en su mayor parte en dólares, también suben su valor en pesos. La devaluación del peso le da a ganar a quien tiene dólares y en este caso el destino de esa ganancia está reglamentado.
Ahora, en 2021, el banco central declara que el remanente de operación del año pasado no fue substancial y tiene que dedicarse a cubrir adeudos y depositarse en un fondo de reserva.
La reacción del presidente ha sido anunciar con anticipación que, en diciembre próximo, cuando llegue a su término el mandato del actual gobernador del Banco de México, Alejandro Díaz de León, no propondrá su reelección. Lo que hará será postular como nuevo jefe de Banxico a un economista de mucho prestigio, con dimensión social y partidario de la economía moral.
Creo que es la segunda ocasión en que, hablando del Banco de México, se gasta la pólvora en infiernitos. Antes fue con el asunto del manejo de las divisas; ahora con el titular de la institución. Desde un lado se discuten migajas sin ir al fondo del asunto; desde otro lado se desgarran vestiduras y se denuncia el posible atentado a la sagrada autonomía de Banxico.
Discutir de ese modo la autonomía de Banxico es como si una pareja discutiera si quiere o no tener una vivienda, sin entrar a detallar sus características. Hay que discutir alternativas, tamaño, precio, lugar.
Sería tan absurdo discutir si se necesita o no una vivienda, sin hablar de los detalles, como discutir si se necesita una banca central sin abordar su misión y características. Estas son las que determinan su funcionalidad.
Es claro que necesitamos un Banco Central y que su autonomía juega un papel fundamental. Tiene que estar reglamentada y respetada; pero no es sacrosanta e intocable. Y un economista con dimensión social y partidario de la economía moral deberá, también, manejarse al frente de la institución de acuerdo a leyes y reglamentos
Las parejas tienen hijos; los ingresos evolucionan; las necesidades de vivienda cambian. Lo mismo le ocurre al país. ¿Necesitamos al mismo Banxico, con el mismo diseño institucional establecido hace 28 años?
Para la gran mayoría de la población el banco central es una entidad lejana que no incide en sus vidas. Sin embargo, sus políticas han sido y siguen siendo determinantes de la evolución general de la economía y del bienestar de la población.
La autonomía de Banxico fue diseñada durante el salinismo como bastión para la defensa de un modelo económico específico en el que la atracción de capital externo sería el eje de la modernización y el crecimiento. En el que el combate a la inflación se daba mediante el abaratamiento de las importaciones y la represión a los aumentos salariales, sin tomar en cuenta el incremento de la producción interna de los bienes de consumo mayoritario; lo importante era exportar.
Por eso la política monetaria de Banxico se orientó a sostener a toda costa un peso fuerte; a abaratar el dólar. El costo fue espantoso: la destrucción masiva de cientos de miles de empresas de la ciudad y el campo que producían para el mercado interno. Estas fueron satanizadas junto con las medidas que las protegían de la entrada de importaciones masivas artificialmente abaratadas por la política de peso fuerte.
El peso fuerte solo fue posible mediante la venta del patrimonio nacional. El que era de propiedad pública, de todos nosotros; y el que era de propiedad de mexicanos. Así se desnacionalizó la banca, la siderurgia, el gran comercio. Lo que no tuvo ese destino se destruyó: la producción de vacunas, de fertilizantes, de electrodomésticos.
Hubo excepciones, básicamente determinadas por el poder y las relaciones dentro de la elite, que favorecieron la creación algunos gigantescos monopolios propiedad de mexicanos.
La actual autonomía de Banxico es heredera de esa historia que no hemos dejado atrás. Es absurdo dudar si debe haber una banca central autónoma; eso es un hecho dado.
No obstante, es imprescindible discutir las características de su autonomía. Y eso podemos hacerlo viendo ejemplos cercanos. Propongo ver el caso de la autonomía de la banca central, la reserva federal –Fed-, de nuestro principal socio comercial: los Estados Unidos.
Banxico tiene como único objetivo institucional preservar el valor de la moneda. Muy importante, pero hay otros que pudieran adicionarse. La Fed tiene tres: preservar el valor de la moneda; el pleno empleo; y aprovechar el potencial de crecimiento de la economía. Podríamos pensar en un objetivo más que viene de una banca del oriente y que sustenta el sorprendente crecimiento de la economía de China: mantener una paridad competitiva en el contexto de la globalización.
Cuatro objetivos que pueden declararse incompatibles. Cierto que jalan en distintas direcciones. Pero estos cuatro objetivos podrían y deberían balancearse entre sí para determinar políticas más apropiadas a impulsar el crecimiento económico y la equidad.
No basta revisar los objetivos; hay que revisar la gobernanza, el manejo interno. Por reglamento salinista en Banxico solo puede haber gurús financieros, algunos provenientes de la banca privada. En la Fed hay representación del aparato productivo, el comercio y las regiones. La diferencia es grande.
Si tomamos a la Fed norteamericana como ejemplo bien podríamos pensar en subgobernadores que representen al sureste más pobre, igual que al norte; a la pequeña industria, al medio campesino, y a los obreros.
Una autonomía re-diseñada sería mil veces mejor que depender de un economista partidario de la economía moral pero amarrado por una normatividad diseñada para un modelo de desarrollo fracasado. El que nos hundió en la autodestrucción, la desnacionalización, el trabajo semi esclavo y el empobrecimiento continuado.