Jorge Faljo
Con gran dignidad y firmeza la presidente de Brasil, Dilma Roussef, condenó el espionaje norteamericano. No lo hizo en casita o en una reunión privada, sino que se presentó en el foro de mayor resonancia mundial, la apertura hace unos días de la Asamblea General número 68 de las Naciones Unidas.
Fue la primera vez que una mujer inauguraba una asamblea de este nivel. Le seguiría otro presidente, Barack Obama y se encontraban presentes alrededor de otros 130 líderes mundiales, en su mayoría jefes de estado.
La presidente brasileña aprovechó la presencia de Obama, que la tenía que escuchar para, sin medias tintas, decirle sus verdades: que el espionaje norteamericano es ilegal, va en contra de los derechos humanos, la democracia y las relaciones internacionales.
Sin rodeos señaló que la embajada de Brasil ante la Organización de las Naciones Unidas –ONU-, y su misma presidencia de la república habían sido espiadas. Indicó que interferir de esa manera en la vida y asuntos de otros países, va en contra del derecho internacional y es una afronta a los principios que deben regir las relaciones entre naciones. La soberanía de un país no se fortalece cuando en detrimento de los demás.
Argumentó que sin el derecho a la privacidad de los individuos no hay verdadera libertad de expresión y por tanto no existe la democracia efectiva. Sin el respeto a la soberanía no existen bases para las relaciones entre países. Añadió que los gobiernos y sociedades amigas que buscan consolidar relaciones de cooperación estratégica no pueden permitir que acciones ilegales, recurrentes, se presenten como si fuesen normales. Son inadmisibles.
Rechazó el argumento de que el espionaje se dirige a combatir el terrorismo. No lo es cuando se efectúa contra el gobierno de un país democrático, rodeado de otros países democráticos, todos ellos en contra del terrorismo y que han estado en paz por más de 150 años. Señaló que el derecho a la seguridad de los ciudadanos de un país no puede basarse en la violación de los derechos humanos fundamentales de otro país.
Sostuvo que Brasil sabe cómo protegerse a sí mismo. No necesita que otros lo hagan y adelantó que redoblará esfuerzos para equiparse con la legislación, las tecnologías y los mecanismos para protegerse de las escuchas ilegales de comunicaciones e información. Añadió que lo haría para defender los derechos humanos de sus ciudadanos y los de todo el mundo a la vez que defendería los frutos del trabajo y la inventiva de los trabajadores y empresas de su país. Así dejó en claro que el espionaje tenía objetivos económicos y tecnológicos.
La presidenta de Brasil remarcó su posición cancelando una cena de estado con el presidente norteamericano. De esa manera dejó en claro que no era un asunto para tratar en lo oscurito, en privado.
En su opinión el asunto no se no se limita a la relación bilateral entre dos países. Es un problema de la comunidad internacional y es ella la que debe tomar cartas en el asunto. Adelantó que presentará ante la ONU un plan para que desde esa instancia se protejan el derecho a la privacidad y la seguridad de las comunicaciones. Para ella el internet debe ser un instrumento de paz y democracia; no de guerra.
De manera inesperada este discurso coincidió con otras dos noticias que lo reforzaron. Una fue el descubrimiento de la intercepción de las comunicaciones entre el gobierno de la India y sus embajadas ante la ONU y Washington. El gobierno Indio está evaluando la magnitud de este espionaje incluyendo la posibilidad de que se hubieran infiltrado aparatos de escucha e intercepción dentro de sus instalaciones. La segunda es la revelación de por lo menos 12 casos en que empleados de la NSA interceptaron los correos y escuchaban las llamadas telefónicas de sus esposas, amantes y otras gentes de su interés personal.
El discurso de la presidente de Brasil es hasta el momento la reacción de mayor fuerza e impacto desde que el analista Snowden dio a conocer al mundo la amplitud del espionaje norteamericano con el respaldo de miles de documentos digitalizados.
Obama escuchó el discurso de Dilma Roussef y fue el siguiente orador de la apertura de la Asamblea. Enfocó sus palabras en el tema sirio, sin referirse en lo más mínimo a lo que acababa de escuchar. No hubo encuentro entre ambos.
Lo que hasta ahora se puede considerar más cercano a una respuesta oficial norteamericana son las declaraciones de un vocero del departamento de estado al afirmar que los Estados Unidos recolectan información de inteligencia (es decir secreta) del tipo que lo hacen todas las otras naciones.
Tal afirmación es muy controvertida. Si la justificación de una actividad que la presidente de Brasil denuncia como ilegal se basa en el hecho de que otros también lo hacen, eso abre la puerta a todo tipo de peligros. Equivale a decir que las costumbres o el mal ejemplo de unos hace admisible que otros cometan las mismas o similares barbaridades.
Dado que unos tienen más capacidades tecnológicas, económicas y militares que otros, y por tanto cuentan con mayor impunidad, lo que se estaría justificando es el predominio de la fuerza sobre la justicia y el avance al tipo de salvajismo contra el que precisamente se creó la ONU.
Las posiciones son encontradas. Brasil convoca a que la comunidad internacional establezca un marco legal y se construyan instrumentos garantes de la privacidad y la soberanía de cada país. La respuesta norteamericana expresa la prepotencia imperial, el argumento de la fuerza.
Lo que se encuentra en juego es enorme a nivel de países y personas. Se ha puesto en duda la soberanía nacional en la toma de decisiones de importancia estratégica. Por otro lado en lugar de construir una sociedad de libertades sustentada en el acceso al conocimiento y la comunicación se corre el riesgo de ser espiados en todas nuestras actividades. Información que ya se almacena de manera permanente y que en cualquier momento puede ser empleada en contra nuestra.
La posición de la presidente de Brasil es un ejemplo a seguir.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
lunes, 30 de septiembre de 2013
viernes, 27 de septiembre de 2013
Inequidad y estancamiento en los Estados Unidos
Jorge Faljo
Las últimas estadísticas en Los Estados Unidos de Norte América muestran que la familia promedio de hoy en día gana menos que en 1989. Cierto que prácticamente todas redujeron su ingreso con la crisis hipotecaria. Pero para la mayoría el estancamiento venía desde antes y en la crisis del 2008 el ingreso del 99 por ciento de la población se redujo en un 11.6 por ciento.
Ahora lo que existe es una recuperación muy desigual. El uno por ciento más rico ha elevado sus ingresos en los últimos tres años en un 31.4 por ciento. El 99 por ciento restante en tan solo un 0.4 por ciento y mal distribuido. Los primeros se quedaron con el 95 por ciento de todo el aumento del ingreso; la gran mayoría, casi todos se repartieron las migajas sobrantes.
Esta tendencia es encabezada por un grupo aún más pequeño de la población: los 400 norteamericanos de mayor fortuna. Para pertenecer a este selecto club se requiere tener de mil trescientos millones de dólares para arriba. Bill Gates, el más rico de todos, cuenta con 72 mil millones. La suma de las fortunas de este grupo equivale al total de la producción anual de Rusia y es superior a la de Canadá.
Por vez primera en su historia el 10 por ciento más rico se queda con más de la mitad de todo el ingreso norteamericano. Lo que acerca a los Estados Unidos a los índices de inequidad de las economías subdesarrolladas. La inequidad por sí sola no sería tan grave si no fuera porque en este caso se asocia al empobrecimiento de buena parte de la población.
Hay dos razones principales para la mayor concentración del ingreso. Por un lado un mercado laboral en el que los trabajadores se encuentran desorganizados y no tienen capacidad de negociación. La “flexibilización” los empuja a aceptar menos salario, más horas de trabajo, un ritmo más acelerado en su quehacer y ausencia de seguridad. Las recientes crisis financieras de las grandes ciudades incluso ponen en riesgo sus sistemas de pensiones.
Por otro lado se encuentra una estrategia de salida de la crisis que consiste en crear, de la nada, enormes riquezas financieras a partir de la impresión de moneda. Decenas de miles de millones de dólares se inyectan a la economía cada mes con el argumento de que la abundancia de crédito impulsaría el consumo. Lo ha hecho en poca medida; pero ha elevado notablemente los precios de las acciones, valores y bienes financieros en general.
Es paradójico que precisamente la ausencia de una buena recuperación y creación de empleos sea el argumento para que el sistema de la reserva federal norteamericana siga emitiendo moneda.
Muy distinto sería si la creación de riqueza financiera se destinara directamente a los bolsillos de la población, de manera tal que pudieran consumir el enorme potencial de producción de sus empresas subutilizadas.
El enorme incremento de la riqueza nominal de la minoría es una fantasía que terminará costando mucho. Se está creando una burbuja de incremento de precios que no tiene relación con la fortaleza de la economía real.
No se entiende aún que la crisis hipotecaria marcó un cambio de fondo. El crecimiento económico de las últimas tres décadas se fincó en el endeudamiento de las familias y del gobierno. En 2008 explotó esa burbuja, muchos de los endeudados eran insolventes y no pudieron seguir pagando sus casas, autos, tarjetas y más. Con ello arrastraron a toda la economía a la recesión.
Ahora la concentración de la riqueza se manifiesta más improductiva que nunca. Los muy ricos no consumen más; no invierten en la producción porque no hay demanda y no pueden prestarle a una población y a un gobierno que se encuentran, ambos, al límite de su capacidad de pago.
La estrategia de creación de demanda crediticia se ha agotado y para crecer hay que crear demanda real, sólida y sustentable. Lo que significa pagar impuestos y salarios de manera que el consumo generado ponga en marcha la producción y el empleo.
Mientras no se haga este gran cambio seguirán en una economía gran cangrejo. Nosotros estamos en lo mismo, la economía cangrejito.
Las últimas estadísticas en Los Estados Unidos de Norte América muestran que la familia promedio de hoy en día gana menos que en 1989. Cierto que prácticamente todas redujeron su ingreso con la crisis hipotecaria. Pero para la mayoría el estancamiento venía desde antes y en la crisis del 2008 el ingreso del 99 por ciento de la población se redujo en un 11.6 por ciento.
Ahora lo que existe es una recuperación muy desigual. El uno por ciento más rico ha elevado sus ingresos en los últimos tres años en un 31.4 por ciento. El 99 por ciento restante en tan solo un 0.4 por ciento y mal distribuido. Los primeros se quedaron con el 95 por ciento de todo el aumento del ingreso; la gran mayoría, casi todos se repartieron las migajas sobrantes.
Esta tendencia es encabezada por un grupo aún más pequeño de la población: los 400 norteamericanos de mayor fortuna. Para pertenecer a este selecto club se requiere tener de mil trescientos millones de dólares para arriba. Bill Gates, el más rico de todos, cuenta con 72 mil millones. La suma de las fortunas de este grupo equivale al total de la producción anual de Rusia y es superior a la de Canadá.
Por vez primera en su historia el 10 por ciento más rico se queda con más de la mitad de todo el ingreso norteamericano. Lo que acerca a los Estados Unidos a los índices de inequidad de las economías subdesarrolladas. La inequidad por sí sola no sería tan grave si no fuera porque en este caso se asocia al empobrecimiento de buena parte de la población.
Hay dos razones principales para la mayor concentración del ingreso. Por un lado un mercado laboral en el que los trabajadores se encuentran desorganizados y no tienen capacidad de negociación. La “flexibilización” los empuja a aceptar menos salario, más horas de trabajo, un ritmo más acelerado en su quehacer y ausencia de seguridad. Las recientes crisis financieras de las grandes ciudades incluso ponen en riesgo sus sistemas de pensiones.
Por otro lado se encuentra una estrategia de salida de la crisis que consiste en crear, de la nada, enormes riquezas financieras a partir de la impresión de moneda. Decenas de miles de millones de dólares se inyectan a la economía cada mes con el argumento de que la abundancia de crédito impulsaría el consumo. Lo ha hecho en poca medida; pero ha elevado notablemente los precios de las acciones, valores y bienes financieros en general.
Es paradójico que precisamente la ausencia de una buena recuperación y creación de empleos sea el argumento para que el sistema de la reserva federal norteamericana siga emitiendo moneda.
Muy distinto sería si la creación de riqueza financiera se destinara directamente a los bolsillos de la población, de manera tal que pudieran consumir el enorme potencial de producción de sus empresas subutilizadas.
El enorme incremento de la riqueza nominal de la minoría es una fantasía que terminará costando mucho. Se está creando una burbuja de incremento de precios que no tiene relación con la fortaleza de la economía real.
No se entiende aún que la crisis hipotecaria marcó un cambio de fondo. El crecimiento económico de las últimas tres décadas se fincó en el endeudamiento de las familias y del gobierno. En 2008 explotó esa burbuja, muchos de los endeudados eran insolventes y no pudieron seguir pagando sus casas, autos, tarjetas y más. Con ello arrastraron a toda la economía a la recesión.
Ahora la concentración de la riqueza se manifiesta más improductiva que nunca. Los muy ricos no consumen más; no invierten en la producción porque no hay demanda y no pueden prestarle a una población y a un gobierno que se encuentran, ambos, al límite de su capacidad de pago.
La estrategia de creación de demanda crediticia se ha agotado y para crecer hay que crear demanda real, sólida y sustentable. Lo que significa pagar impuestos y salarios de manera que el consumo generado ponga en marcha la producción y el empleo.
Mientras no se haga este gran cambio seguirán en una economía gran cangrejo. Nosotros estamos en lo mismo, la economía cangrejito.
Europa no sale a flote
Jorge Faljo
Los últimos datos indican que Europa no sale de la recesión. En el conjunto de los 17 países que comparten la moneda común la producción fabril cayó en un 1.5 por ciento en el mes de julio y con ello acumulan una baja de 2.1 por ciento en el año.
No se trata tan de un problema de la periferia, del sur del continente. Sino de sus tres más grandes economías. La producción industrial alemana se redujo en un 2.3 por ciento, la de Francia en 0.6 y la de Italia en 1.1 por ciento. Con ello se llegó a los niveles más bajos de los últimos tres años y la perspectiva para el resto del año es negativa. El Banco central europeo plantea como expectativa de contracción del 0.4 por ciento para el total del año. Es, como de costumbre, optimista.
Son condiciones en las que no se espera alivio para el desempleo antes del 2015. Y señalar tal fecha no parece sino mera retórica en busca de conseguir que la población aguante por más tiempo una situación de empeoramiento continuado.
Casi se podría pensar que esta es la “nueva normalidad” para un tiempo indefinido. Pero incluso esta mala situación es frágil y tiene riesgos de empeorar.
La caída del consumo y del bienestar de las familias se origina en un severo apretón del cinturón inducido por los gobiernos con el objetivo de reducir sus niveles de endeudamiento. Conforme se acercaban a sus niveles de insolvencia los inversionistas exigían cada vez más altas tasas de interés.
Hubo países que de plano no pudieron seguir pagando y se les impuso una “ayuda” esencialmente dedicada no a su recuperación sino a pagarles a los prestamistas. Hubo en los casos de Grecia y Chipre que renegociar fuertes quitas a la deuda e incluso a los depósitos bancarios. Todo ello con el apoyo, incluso la exigencia del Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
El hecho es que toda Europa entró, en mayor o menor grado, en una austeridad que se tradujo en despedir trabajadores, reducir el gasto en salud, educación y transporte y los apoyos a la población vulnerable; además de elevar impuestos. Todo lo cual impactó negativamente el consumo y por ende la producción. El resultado es cierre de empresas, desempleo y recesión.
La situación es absurda: fabricas paradas o trabajando por debajo de su capacidad; empresarios que quieren vender; obreros que quieren trabajar y población que desearía consumir. Pero con gobiernos atados a dogmas e incapaces de liderar transformaciones de fondo.
Paradójicamente la austeridad no logró su objetivo central. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional la deuda pública de la eurozona subirá del 70 al 95 por ciento del producto interno bruto del 2008 al final del 2013. La causa es doble. La recesión misma implica cobrar menos impuesto; por otro lado el aumento de tasas de interés para aquellos de solvencia dudosa.
Si Europa no recupera pronto un nivel de crecimiento dinámico podría adentrarse en otra crisis financiera por incapacidad de pago. Pero ¿Cómo crecer si la población no tiene capacidad de demanda? Son los gobiernos los que tendrían que impulsar la recuperación económica.
Francia lo intenta mediante una política industrial centrada en la promoción de energías renovables, redes digitales, biotecnologías y carros altamente eficientes en el uso de combustibles. Intenta revertir un proceso de desindustrialización que en los últimos diez años le ha costado 750 mil empleos industriales y que la llevó a un déficit de 93 mil millones de dólares el año pasado.
Pero su problema es que muchas de las grandes industrias privadas que apoyó fuertemente en el pasado decidieron radicar el grueso de su producción en otros países con mano de obra más barata. Incluso si se quedaran en el país las tecnologías de punta son cada vez menos generadoras de empleo. Así que no parece que esta sea la solución.
Las elites de Europa en la ciega defensa de sus intereses se tardan en entender que conducen a sus pueblos al abismo. La única salida posible les resulta demasiado radical. Consiste, en mi opinión en derrumbar la ortodoxia y orientarse hacia tres ejes de una nueva política económica.
Dicho de manera telegráfica: Cada gobierno debe ser un fuerte redistribuidor del ingreso poniendo impuestos a la ganancia improductiva y derivándolos a garantizar un ingreso mínimo ciudadano. Se trata de que la población pueda comprar todo lo que puede producir.
Pero es necesario evitar que la demanda se escape del país. Por lo tanto se necesita un comercio externo equilibrado. Importar tanto como se exporte y no más. Finalmente esto permitiría reactivar las capacidades productivas ya existentes y emplearlas a plena capacidad; incluso podría pensarse en reabrir las miles de empresas que en ese continente han cerrado en los últimos años. Una política de administración del comercio y de generación de empleo que no requeriría de enormes capitales, mucho menos de financiamiento usurero.
Los últimos datos indican que Europa no sale de la recesión. En el conjunto de los 17 países que comparten la moneda común la producción fabril cayó en un 1.5 por ciento en el mes de julio y con ello acumulan una baja de 2.1 por ciento en el año.
No se trata tan de un problema de la periferia, del sur del continente. Sino de sus tres más grandes economías. La producción industrial alemana se redujo en un 2.3 por ciento, la de Francia en 0.6 y la de Italia en 1.1 por ciento. Con ello se llegó a los niveles más bajos de los últimos tres años y la perspectiva para el resto del año es negativa. El Banco central europeo plantea como expectativa de contracción del 0.4 por ciento para el total del año. Es, como de costumbre, optimista.
Son condiciones en las que no se espera alivio para el desempleo antes del 2015. Y señalar tal fecha no parece sino mera retórica en busca de conseguir que la población aguante por más tiempo una situación de empeoramiento continuado.
Casi se podría pensar que esta es la “nueva normalidad” para un tiempo indefinido. Pero incluso esta mala situación es frágil y tiene riesgos de empeorar.
La caída del consumo y del bienestar de las familias se origina en un severo apretón del cinturón inducido por los gobiernos con el objetivo de reducir sus niveles de endeudamiento. Conforme se acercaban a sus niveles de insolvencia los inversionistas exigían cada vez más altas tasas de interés.
Hubo países que de plano no pudieron seguir pagando y se les impuso una “ayuda” esencialmente dedicada no a su recuperación sino a pagarles a los prestamistas. Hubo en los casos de Grecia y Chipre que renegociar fuertes quitas a la deuda e incluso a los depósitos bancarios. Todo ello con el apoyo, incluso la exigencia del Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
El hecho es que toda Europa entró, en mayor o menor grado, en una austeridad que se tradujo en despedir trabajadores, reducir el gasto en salud, educación y transporte y los apoyos a la población vulnerable; además de elevar impuestos. Todo lo cual impactó negativamente el consumo y por ende la producción. El resultado es cierre de empresas, desempleo y recesión.
La situación es absurda: fabricas paradas o trabajando por debajo de su capacidad; empresarios que quieren vender; obreros que quieren trabajar y población que desearía consumir. Pero con gobiernos atados a dogmas e incapaces de liderar transformaciones de fondo.
Paradójicamente la austeridad no logró su objetivo central. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional la deuda pública de la eurozona subirá del 70 al 95 por ciento del producto interno bruto del 2008 al final del 2013. La causa es doble. La recesión misma implica cobrar menos impuesto; por otro lado el aumento de tasas de interés para aquellos de solvencia dudosa.
Si Europa no recupera pronto un nivel de crecimiento dinámico podría adentrarse en otra crisis financiera por incapacidad de pago. Pero ¿Cómo crecer si la población no tiene capacidad de demanda? Son los gobiernos los que tendrían que impulsar la recuperación económica.
Francia lo intenta mediante una política industrial centrada en la promoción de energías renovables, redes digitales, biotecnologías y carros altamente eficientes en el uso de combustibles. Intenta revertir un proceso de desindustrialización que en los últimos diez años le ha costado 750 mil empleos industriales y que la llevó a un déficit de 93 mil millones de dólares el año pasado.
Pero su problema es que muchas de las grandes industrias privadas que apoyó fuertemente en el pasado decidieron radicar el grueso de su producción en otros países con mano de obra más barata. Incluso si se quedaran en el país las tecnologías de punta son cada vez menos generadoras de empleo. Así que no parece que esta sea la solución.
Las elites de Europa en la ciega defensa de sus intereses se tardan en entender que conducen a sus pueblos al abismo. La única salida posible les resulta demasiado radical. Consiste, en mi opinión en derrumbar la ortodoxia y orientarse hacia tres ejes de una nueva política económica.
Dicho de manera telegráfica: Cada gobierno debe ser un fuerte redistribuidor del ingreso poniendo impuestos a la ganancia improductiva y derivándolos a garantizar un ingreso mínimo ciudadano. Se trata de que la población pueda comprar todo lo que puede producir.
Pero es necesario evitar que la demanda se escape del país. Por lo tanto se necesita un comercio externo equilibrado. Importar tanto como se exporte y no más. Finalmente esto permitiría reactivar las capacidades productivas ya existentes y emplearlas a plena capacidad; incluso podría pensarse en reabrir las miles de empresas que en ese continente han cerrado en los últimos años. Una política de administración del comercio y de generación de empleo que no requeriría de enormes capitales, mucho menos de financiamiento usurero.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Reforma Hacendaria; una de cal.
Jorge Faljo
La reforma hacendaria recién enviada por el presidente Peña Nieto a la Cámara de Diputados ha sido un paso en la dirección correcta. El gusto que nos ha dado a muchos se origina en buena medida en que esperábamos algo bastante malo y en lugar de eso se presentó algo bueno. No tanto como para echar las campanas al vuelo pero si con correcciones importantes en la inercia de una política económica hasta el momento bastante retrograda.
Para empezar no se propone elevar el IVA a los alimentos y medicinas. Esto habría sido brutal y sin embargo era lo esperado: incrementar la carga fiscal de los consumidores mayoritarios para compensar la caída de los ingresos del gobierno. Afortunadamente el gobierno reconoce que la caída del 6.9 por ciento en la recaudación del IVA durante el primer semestre refleja una fuerte crisis de la economía familiar cuya disminución de la demanda impacta negativamente a las empresas y a la creación de empleos. Así que el fortalecimiento de las finanzas públicas debía sustentarse en otros lados.
Una segunda cosa buena es que se ofrece reactivar moderadamente el gasto público. Este se redujo en un 4.5 por ciento durante el primer semestre derivado de una visión dogmática insistente en conseguir un déficit cero para este año fiscal. Lo que no entraba en sus cálculos optimistas es que esta política nos conduciría a la recesión. Ahora se dice que habrá un déficit de transición equivalente al 0.4 por ciento del PIB en 2013 y se planea un déficit público de 1.5 por ciento para el 2014. Con ello se supone que el gobierno pagará lo que adeuda a 40 mil proveedores privados; muchos de ellos al punto de la quiebra y despidiendo empleados.
Se plantea en contrapartida elevar el impuesto sobre la renta de 30 a 32 por ciento para los ingresos superiores a los 500 mil pesos al año. Por un lado es positivo que la carga fiscal vaya hacia los más altos ingresos. Sin embargo es una medida tibia en cuanto a que no va más allá y prácticamente no toca a los ingresos verdaderamente fuertes. ¿Por qué va a pagar el mismo porcentaje el que gana 600 mil al año que el que gana 6 millones o el que gana 60?
Es un notable avance que por fin las ganancias en la bolsa de valores paguen impuestos. Revela lo absurdo de que hasta ahora la principal fuente de ganancias del país, la especulación bursátil, fuera un paraíso fiscal para un grupo de la población muy pequeño y muy rico. Sin embargo imponerles un impuesto del 10 por ciento es ciertamente poco. ¿Por qué no el 32 por ciento que van a pagar los que ganan más de 500 mil al año? ¿Por qué el salario paga mucho más que la ganancia improductiva?
Una medida que llama la atención es el impuesto de un peso por litro a las bebidas azucaradas. Si consideramos que el 30 por ciento de nuestros adultos son obesos, el fuerte gasto público destinado a tratar las enfermedades asociadas y los problemas de bienestar que origina en individuos y familias habrá que considerarla una medida atinada. Es pronto para decir si el monto de ese impuesto es el adecuado; habrá que ver sus efectos. Lo que es cierto es que debe inducir una baja substancial del consumo de azúcar, del porcentaje de obesidad y de enfermedades como diabetes y problemas cardiacos.
Algunos impuestos serán vistos con particular desagrado por las clases medias. Supongo que será el caso de la venta y renta de casas habitación; el pago de educación privada y el transporte terrestre de pasajeros foráneos. En lo personal no los veo con simpatía. Aquí espero que haya criterios adecuados de progresividad en cuanto al monto de las rentas y el precio de las casas, de la educación y del transporte.
Se modifica la condición fiscal de PEMEX con un discurso que pregona que se fortalecerá la empresa que es y seguirá siendo de todos los mexicanos. El cambio apunta a que esta empresa recibirá un trato fiscal de empresa privada. Un cambio que se plantea como gradual y vinculado a “nuevos desarrollos” y a partir del 2015.
Del lado de los egresos se ofrece seguro de desempleo, pensión universal a los mayores de 65 años y reforzamiento del gasto social. Habrá que ver como se instrumenta.
Visto de conjunto insisto en lo dicho al principio: es la dirección correcta pero son pasitos muy cortitos. Basta ver los datos que proporciona Videgaray, el secretario de Hacienda: El gasto público de México equivale al 19.5 por ciento del PIB mientras que en el resto de América Latina alcanza en promedio 27.1 por ciento y en los países de la OCDE es de 46.5 por ciento. Partiendo de esta base elevar la recaudación en un 1.4 por ciento nos sigue dejando con un sector público muy pequeño, económicamente débil y a fin de cuentas incapaz de liderar la recuperación económica que necesitamos y cumplir con sus responsabilidades sociales y económicas.
Se trata de cualquier modo de un viraje que no satisface al PAN ni al gran capital financiero y que solo puede explicarse por alguna dosis de sensibilidad política ante los reclamos del pequeño y mediano empresariado productivo e incluso de las voces de la calle. Hay que incrementar esa sensibilidad.
La reforma hacendaria recién enviada por el presidente Peña Nieto a la Cámara de Diputados ha sido un paso en la dirección correcta. El gusto que nos ha dado a muchos se origina en buena medida en que esperábamos algo bastante malo y en lugar de eso se presentó algo bueno. No tanto como para echar las campanas al vuelo pero si con correcciones importantes en la inercia de una política económica hasta el momento bastante retrograda.
Para empezar no se propone elevar el IVA a los alimentos y medicinas. Esto habría sido brutal y sin embargo era lo esperado: incrementar la carga fiscal de los consumidores mayoritarios para compensar la caída de los ingresos del gobierno. Afortunadamente el gobierno reconoce que la caída del 6.9 por ciento en la recaudación del IVA durante el primer semestre refleja una fuerte crisis de la economía familiar cuya disminución de la demanda impacta negativamente a las empresas y a la creación de empleos. Así que el fortalecimiento de las finanzas públicas debía sustentarse en otros lados.
Una segunda cosa buena es que se ofrece reactivar moderadamente el gasto público. Este se redujo en un 4.5 por ciento durante el primer semestre derivado de una visión dogmática insistente en conseguir un déficit cero para este año fiscal. Lo que no entraba en sus cálculos optimistas es que esta política nos conduciría a la recesión. Ahora se dice que habrá un déficit de transición equivalente al 0.4 por ciento del PIB en 2013 y se planea un déficit público de 1.5 por ciento para el 2014. Con ello se supone que el gobierno pagará lo que adeuda a 40 mil proveedores privados; muchos de ellos al punto de la quiebra y despidiendo empleados.
Se plantea en contrapartida elevar el impuesto sobre la renta de 30 a 32 por ciento para los ingresos superiores a los 500 mil pesos al año. Por un lado es positivo que la carga fiscal vaya hacia los más altos ingresos. Sin embargo es una medida tibia en cuanto a que no va más allá y prácticamente no toca a los ingresos verdaderamente fuertes. ¿Por qué va a pagar el mismo porcentaje el que gana 600 mil al año que el que gana 6 millones o el que gana 60?
Es un notable avance que por fin las ganancias en la bolsa de valores paguen impuestos. Revela lo absurdo de que hasta ahora la principal fuente de ganancias del país, la especulación bursátil, fuera un paraíso fiscal para un grupo de la población muy pequeño y muy rico. Sin embargo imponerles un impuesto del 10 por ciento es ciertamente poco. ¿Por qué no el 32 por ciento que van a pagar los que ganan más de 500 mil al año? ¿Por qué el salario paga mucho más que la ganancia improductiva?
Una medida que llama la atención es el impuesto de un peso por litro a las bebidas azucaradas. Si consideramos que el 30 por ciento de nuestros adultos son obesos, el fuerte gasto público destinado a tratar las enfermedades asociadas y los problemas de bienestar que origina en individuos y familias habrá que considerarla una medida atinada. Es pronto para decir si el monto de ese impuesto es el adecuado; habrá que ver sus efectos. Lo que es cierto es que debe inducir una baja substancial del consumo de azúcar, del porcentaje de obesidad y de enfermedades como diabetes y problemas cardiacos.
Algunos impuestos serán vistos con particular desagrado por las clases medias. Supongo que será el caso de la venta y renta de casas habitación; el pago de educación privada y el transporte terrestre de pasajeros foráneos. En lo personal no los veo con simpatía. Aquí espero que haya criterios adecuados de progresividad en cuanto al monto de las rentas y el precio de las casas, de la educación y del transporte.
Se modifica la condición fiscal de PEMEX con un discurso que pregona que se fortalecerá la empresa que es y seguirá siendo de todos los mexicanos. El cambio apunta a que esta empresa recibirá un trato fiscal de empresa privada. Un cambio que se plantea como gradual y vinculado a “nuevos desarrollos” y a partir del 2015.
Del lado de los egresos se ofrece seguro de desempleo, pensión universal a los mayores de 65 años y reforzamiento del gasto social. Habrá que ver como se instrumenta.
Visto de conjunto insisto en lo dicho al principio: es la dirección correcta pero son pasitos muy cortitos. Basta ver los datos que proporciona Videgaray, el secretario de Hacienda: El gasto público de México equivale al 19.5 por ciento del PIB mientras que en el resto de América Latina alcanza en promedio 27.1 por ciento y en los países de la OCDE es de 46.5 por ciento. Partiendo de esta base elevar la recaudación en un 1.4 por ciento nos sigue dejando con un sector público muy pequeño, económicamente débil y a fin de cuentas incapaz de liderar la recuperación económica que necesitamos y cumplir con sus responsabilidades sociales y económicas.
Se trata de cualquier modo de un viraje que no satisface al PAN ni al gran capital financiero y que solo puede explicarse por alguna dosis de sensibilidad política ante los reclamos del pequeño y mediano empresariado productivo e incluso de las voces de la calle. Hay que incrementar esa sensibilidad.
lunes, 9 de septiembre de 2013
No gastar empobrece
Jorge Faljo
Durante el primer semestre de este 2013 el sector público mexicano redujo su gasto en un 4.5 por ciento lo que le permitió disminuir notablemente su déficit en ese periodo. De continuar esta tendencia este año el gobierno podría registrar un déficit cero. Es decir que el monto total de sus ingresos sería equivalente al de sus gastos.
Si el sector público fuera una empresa privada esto sería de celebrarse. Toda empresa busca gastar por debajo de sus ingresos; lo que implica que tiene ganancias. Por lo contrario, gastar más de lo que recibe le significa pérdidas y deudas.
Pero el sector público no es una empresa privada y su nivel de gasto impacta fuertemente al conjunto de la economía. No hay mejor evidencia que lo ocurrido este año. El equilibrio de las finanzas públicas nos está costando muy caro. Se desplomó el ritmo de crecimiento, baja la producción de manufacturas, quiebran empresas y se pierden empleos. Tras décadas de estancamiento, baja generación de empleos y deterioro del ingreso mayoritario una recesión inducida es demasiado.
La experiencia europea y ahora la nuestra nos señalan que la reducción del gasto público, a la que podemos llamar austeridad, resulta contraproducente. Al gastar menos el gobierno, en generación de salarios y en obras de infraestructura, reduce el ritmo de crecimiento y eso rebota en menor pago de algunos impuestos. Así que el gobierno reduce sus gastos pero también ve reducidos sus ingresos.
En nuestro caso la reducción del gasto público fue determinante en la disminución de los ingresos del IVA en 6.9 por ciento. Así que la austeridad del gobierno se convirtió en un apretón de cinturón generalizado.
Ante tal situación se alza la inconformidad de muchos. Sobre todo proveedores a los que no se les paga lo que se les adeuda; el empresariado productivo que ve su mercado disminuido; diputados del PRI que reclaman que no se cumplen sus promesas de campaña en cuanto a construcción de infraestructura. Otros con menos voz también sufren las consecuencias: usuarios de servicios públicos, decenas de miles de despedidos, aquellos que ven alejarse aún más sus posibilidades de encontrar un empleo y la mayoría que termina siempre pagando en su nivel de vida los costos de las recesiones.
Se encuentra a punto de salir la propuesta del ejecutivo para el presupuesto del 2014 y la solicitud empresarial es que contemple un déficit moderado del 3 por ciento del PIB, incluso algo más. El temor es que otro presupuesto equilibrado profundice el estancamiento, incluso la recesión en la que estamos cayendo.
Debemos entender que en este modelo económico el endeudamiento público es imprescindible. La deuda se ha convertido en un mecanismo clave de generación de demanda sin el cual no marcha la producción, el empleo y el poco bienestar que es capaz de generar esta estrategia. Para explicarlo hay que ir al fondo del asunto.
Las empresas de mayor tamaño y tecnología de punta, competitivas en el mercado globalizado, se distinguen por dos cosas: muy alta productividad y muy baja generación de demanda. Por un lado hacen el mejor aprovechamiento posible de materias primas, energía y mano de obra. Por el otro pagan muy bajos salarios y muy bajos impuestos.
Estas empresas, a las que podemos agrupar en el gran sector globalizado del planeta, colocan mucha producción en el mercado pero generan muy baja capacidad de demanda. Simple y llanamente no podrían vender su producción con los salarios y los impuestos que pagan; se quedarían con las mercancías en las bodegas.
Para poder vender los globalizados tienen que apoderarse de la demanda que generan los no globalizados; pero en este proceso los destruyen. Así que recurren a un segundo mecanismo: prestar sus ganancias al gobierno y a los consumidores de clase media.
Cuando el gobierno se endeuda cumple una doble función: por una parte consume más allá de sus ingresos con lo cual crea una “demanda extra” fundamental al buen funcionamiento de una economía globalizada. Por otro lado al pagar intereses por el financiamiento apoya una importante fuente de ganancias de los sectores globalizados, lo que ganan por prestar.
Hemos visto, sobre todo en Europa, que este esquema se aplica hasta que el gobierno no se puede endeudar más porque excede su capacidad de pago. Entonces se adoptan políticas de austeridad que sumen a la economía en el estancamiento y empobrecen a la población.
En México el reclamo empresarial se origina en la convicción de que este año sufrimos una austeridad prematura: todavía hay espacio para mayor endeudamiento público y este es necesario para que las empresas globalizadas sigan vendiendo sin generar más demanda. Es decir, sin que tengan que pagar más salarios o más impuestos.
El gobierno se encuentra acorralado. Hay un fuerte rezago en infraestructura (hospitalaria, educativa, de transporte, de servicios urbanos y más), el crecimiento económico requiere que gaste y la estabilidad social y política también lo aconsejan. Pero tiene a la vista lo ocurrido por endeudamiento excesivo en muchos países y se decidió por una austeridad temprana que nos hunde en una recesión también prematura.
Claro que hay otra salida compatible con un gobierno con finanzas sanas y con una economía en crecimiento vigoroso: hacer que las grandes empresas, el sector globalizado, genere suficiente demanda para que pueda por sí mismo vender su producción. Eso significaría promover una rápida recuperación de los salarios reales, empezando por el mínimo, y pasarle la factura gubernamental, vía impuestos, a los sectores globalizados de altas ganancias.
Durante el primer semestre de este 2013 el sector público mexicano redujo su gasto en un 4.5 por ciento lo que le permitió disminuir notablemente su déficit en ese periodo. De continuar esta tendencia este año el gobierno podría registrar un déficit cero. Es decir que el monto total de sus ingresos sería equivalente al de sus gastos.
Si el sector público fuera una empresa privada esto sería de celebrarse. Toda empresa busca gastar por debajo de sus ingresos; lo que implica que tiene ganancias. Por lo contrario, gastar más de lo que recibe le significa pérdidas y deudas.
Pero el sector público no es una empresa privada y su nivel de gasto impacta fuertemente al conjunto de la economía. No hay mejor evidencia que lo ocurrido este año. El equilibrio de las finanzas públicas nos está costando muy caro. Se desplomó el ritmo de crecimiento, baja la producción de manufacturas, quiebran empresas y se pierden empleos. Tras décadas de estancamiento, baja generación de empleos y deterioro del ingreso mayoritario una recesión inducida es demasiado.
La experiencia europea y ahora la nuestra nos señalan que la reducción del gasto público, a la que podemos llamar austeridad, resulta contraproducente. Al gastar menos el gobierno, en generación de salarios y en obras de infraestructura, reduce el ritmo de crecimiento y eso rebota en menor pago de algunos impuestos. Así que el gobierno reduce sus gastos pero también ve reducidos sus ingresos.
En nuestro caso la reducción del gasto público fue determinante en la disminución de los ingresos del IVA en 6.9 por ciento. Así que la austeridad del gobierno se convirtió en un apretón de cinturón generalizado.
Ante tal situación se alza la inconformidad de muchos. Sobre todo proveedores a los que no se les paga lo que se les adeuda; el empresariado productivo que ve su mercado disminuido; diputados del PRI que reclaman que no se cumplen sus promesas de campaña en cuanto a construcción de infraestructura. Otros con menos voz también sufren las consecuencias: usuarios de servicios públicos, decenas de miles de despedidos, aquellos que ven alejarse aún más sus posibilidades de encontrar un empleo y la mayoría que termina siempre pagando en su nivel de vida los costos de las recesiones.
Se encuentra a punto de salir la propuesta del ejecutivo para el presupuesto del 2014 y la solicitud empresarial es que contemple un déficit moderado del 3 por ciento del PIB, incluso algo más. El temor es que otro presupuesto equilibrado profundice el estancamiento, incluso la recesión en la que estamos cayendo.
Debemos entender que en este modelo económico el endeudamiento público es imprescindible. La deuda se ha convertido en un mecanismo clave de generación de demanda sin el cual no marcha la producción, el empleo y el poco bienestar que es capaz de generar esta estrategia. Para explicarlo hay que ir al fondo del asunto.
Las empresas de mayor tamaño y tecnología de punta, competitivas en el mercado globalizado, se distinguen por dos cosas: muy alta productividad y muy baja generación de demanda. Por un lado hacen el mejor aprovechamiento posible de materias primas, energía y mano de obra. Por el otro pagan muy bajos salarios y muy bajos impuestos.
Estas empresas, a las que podemos agrupar en el gran sector globalizado del planeta, colocan mucha producción en el mercado pero generan muy baja capacidad de demanda. Simple y llanamente no podrían vender su producción con los salarios y los impuestos que pagan; se quedarían con las mercancías en las bodegas.
Para poder vender los globalizados tienen que apoderarse de la demanda que generan los no globalizados; pero en este proceso los destruyen. Así que recurren a un segundo mecanismo: prestar sus ganancias al gobierno y a los consumidores de clase media.
Cuando el gobierno se endeuda cumple una doble función: por una parte consume más allá de sus ingresos con lo cual crea una “demanda extra” fundamental al buen funcionamiento de una economía globalizada. Por otro lado al pagar intereses por el financiamiento apoya una importante fuente de ganancias de los sectores globalizados, lo que ganan por prestar.
Hemos visto, sobre todo en Europa, que este esquema se aplica hasta que el gobierno no se puede endeudar más porque excede su capacidad de pago. Entonces se adoptan políticas de austeridad que sumen a la economía en el estancamiento y empobrecen a la población.
En México el reclamo empresarial se origina en la convicción de que este año sufrimos una austeridad prematura: todavía hay espacio para mayor endeudamiento público y este es necesario para que las empresas globalizadas sigan vendiendo sin generar más demanda. Es decir, sin que tengan que pagar más salarios o más impuestos.
El gobierno se encuentra acorralado. Hay un fuerte rezago en infraestructura (hospitalaria, educativa, de transporte, de servicios urbanos y más), el crecimiento económico requiere que gaste y la estabilidad social y política también lo aconsejan. Pero tiene a la vista lo ocurrido por endeudamiento excesivo en muchos países y se decidió por una austeridad temprana que nos hunde en una recesión también prematura.
Claro que hay otra salida compatible con un gobierno con finanzas sanas y con una economía en crecimiento vigoroso: hacer que las grandes empresas, el sector globalizado, genere suficiente demanda para que pueda por sí mismo vender su producción. Eso significaría promover una rápida recuperación de los salarios reales, empezando por el mínimo, y pasarle la factura gubernamental, vía impuestos, a los sectores globalizados de altas ganancias.
martes, 3 de septiembre de 2013
Es de sabios cambiar de opinión
Jorge Faljo
El Secretario de Hacienda, Luis Videgaray acaba de declarar que venimos de años de crecimiento francamente mediocre y las cifras de este 2013 son altamente insatisfactorias. Pues sí, este primer año de gobierno fue un fracaso. Así, sin atenuantes. Ya no repitió alguna de las viejas cantinelas de que aunque la producción, el empleo y el bienestar van mal, las finanzas se muestran estables, las ganancias en la bolsa son buenas, hay confianza en X, Y o W y el país se encuentra en paz.
Videgaray no mencionó atenuantes porque todos parecen agotados: las finanzas, la estabilidad del peso y la bolsa de valores, traquetean; no hay salidas a la vista y el país parece al borde de la recesión, la conmoción social e incluso la violencia institucional en substitución de la negociación cívica.
Se agotó el argumento del vaso medio lleno. El desempleo, subempleo y empleos sin prestaciones ni dignidad; la reducción del salario real; el cierre de empresas; la venta del patrimonio nacional y el abandono de las responsabilidades del estado; y la expansión del crimen lo llenan todo.
Por su lado Carstens, gobernador del Banco de México dijo que es muy poco probable que la situación económica internacional mejore al grado de impulsar a la economía mexicana a un crecimiento suficiente para reducir la tasa de desempleo, mejorar remuneraciones y abatir la pobreza. Así que de afuera no vendrá la solución.
En el mismo foro en que hablaron los dos anteriores se encontraba el expresidente de Colombia, César Gaviria, que queriendo o no se aventó una excelente reflexión al decir que “si hay alguna cosa compleja de entender en la economía mundial es por qué México no ha crecido más con las reformas de los ochenta, con la vecindad de Estados Unidos y su Tratado de Libre Comercio”.
Exacto señor Gaviria; después de imponernos la transformación neoliberal y la apertura comercial bajo la promesa de crecimiento acelerado, el resultado fue un fracaso. Lo dijo Videgaray al hablar de tres décadas de crecimiento mediocre y caída de la productividad al 0.7 por ciento anual (sus cálculos).
Sin embargo estamos a tiempo de corregir el rumbo antes de que el rumbo sea el que nos vapulee a nosotros. Es de sabios cambiar de opinión y ciertamente no se requieren conocimientos esotéricos para saber que hay opciones. Se puede aprender de los demás todos los días.
Por ejemplo. La semana pasada una delegación de alto nivel del gobierno argentino vino a resolver lo que para ellos es un problema inaceptable: un déficit comercial de mil millones de dólares con México. Argentina sigue una política de intercambio exterior equilibrado. No es mera palabrería; su búsqueda de soluciones bilaterales es respaldada con decisiones soberanas que pueden incluir firmar y romper tratados comerciales; poner y quitar aranceles; aceptar o no importaciones excesivas.
En nuestra propia perspectiva tan solo resolver el déficit comercial de 51 mil millones de dólares que tenemos con China se traduciría en una importante reactivación manufacturera y la creación de millones de empleos. Con un buen dialogo que explique la situación a nuestros socios del TLC y mano firme con los orientales encontraríamos una buena veta de crecimiento de la producción y el mercado interno.
De Europa nos llegan claras señales de que el exceso de austeridad los sumió en la recesión y ahora su aligeramiento les empieza a permitir un poco de respiro. En los hechos el rezago del gasto público en este año fue una especie de austeridad de graves resultados. Hay que evitarla; hay que aligerar el gasto público y hacer funcionar el estado de manera contraciclica como promotor de la demanda y la producción.
De Estados Unidos y Japón podemos aprender que una política monetaria expansiva (creación de moneda por el Banco Central) puede ser la mejor manera de comprar la deuda pública (el Fobaproa y anexas) y dinamizar el gasto público sin endeudarse. Solo que hay que procurar que esa expansión de la demanda se quede dentro del país y dinamice nuestra producción y empleo y no las de otros países.
De numerosos países, incluyendo a Estados Unidos, Francia, Japón, Turquía y más podríamos aprender la conveniencia de tasas de interés muy bajas, incluso negativas (por debajo de la tasa de inflación) como mecanismos de desendeudamiento generalizado y de impulso a la inversión productiva (a diferencia de la financiera). Un poco más de inflación, a la manera de una copa de vino al día, nos vendría muy bien. Solo habrá que cuidar de que no se rezaguen los ingresos reales de la población y de remendar o ampliar las redes de seguridad social.
Es hora de cambiar de estrategia económica hacia un modelo de intercambio equilibrado, centrado en incentivos a la producción y el empleo, basado en el fortalecimiento del mercado interno y cuyo eje sea la demanda mayoritaria.
El Secretario de Hacienda, Luis Videgaray acaba de declarar que venimos de años de crecimiento francamente mediocre y las cifras de este 2013 son altamente insatisfactorias. Pues sí, este primer año de gobierno fue un fracaso. Así, sin atenuantes. Ya no repitió alguna de las viejas cantinelas de que aunque la producción, el empleo y el bienestar van mal, las finanzas se muestran estables, las ganancias en la bolsa son buenas, hay confianza en X, Y o W y el país se encuentra en paz.
Videgaray no mencionó atenuantes porque todos parecen agotados: las finanzas, la estabilidad del peso y la bolsa de valores, traquetean; no hay salidas a la vista y el país parece al borde de la recesión, la conmoción social e incluso la violencia institucional en substitución de la negociación cívica.
Se agotó el argumento del vaso medio lleno. El desempleo, subempleo y empleos sin prestaciones ni dignidad; la reducción del salario real; el cierre de empresas; la venta del patrimonio nacional y el abandono de las responsabilidades del estado; y la expansión del crimen lo llenan todo.
Por su lado Carstens, gobernador del Banco de México dijo que es muy poco probable que la situación económica internacional mejore al grado de impulsar a la economía mexicana a un crecimiento suficiente para reducir la tasa de desempleo, mejorar remuneraciones y abatir la pobreza. Así que de afuera no vendrá la solución.
En el mismo foro en que hablaron los dos anteriores se encontraba el expresidente de Colombia, César Gaviria, que queriendo o no se aventó una excelente reflexión al decir que “si hay alguna cosa compleja de entender en la economía mundial es por qué México no ha crecido más con las reformas de los ochenta, con la vecindad de Estados Unidos y su Tratado de Libre Comercio”.
Exacto señor Gaviria; después de imponernos la transformación neoliberal y la apertura comercial bajo la promesa de crecimiento acelerado, el resultado fue un fracaso. Lo dijo Videgaray al hablar de tres décadas de crecimiento mediocre y caída de la productividad al 0.7 por ciento anual (sus cálculos).
Sin embargo estamos a tiempo de corregir el rumbo antes de que el rumbo sea el que nos vapulee a nosotros. Es de sabios cambiar de opinión y ciertamente no se requieren conocimientos esotéricos para saber que hay opciones. Se puede aprender de los demás todos los días.
Por ejemplo. La semana pasada una delegación de alto nivel del gobierno argentino vino a resolver lo que para ellos es un problema inaceptable: un déficit comercial de mil millones de dólares con México. Argentina sigue una política de intercambio exterior equilibrado. No es mera palabrería; su búsqueda de soluciones bilaterales es respaldada con decisiones soberanas que pueden incluir firmar y romper tratados comerciales; poner y quitar aranceles; aceptar o no importaciones excesivas.
En nuestra propia perspectiva tan solo resolver el déficit comercial de 51 mil millones de dólares que tenemos con China se traduciría en una importante reactivación manufacturera y la creación de millones de empleos. Con un buen dialogo que explique la situación a nuestros socios del TLC y mano firme con los orientales encontraríamos una buena veta de crecimiento de la producción y el mercado interno.
De Europa nos llegan claras señales de que el exceso de austeridad los sumió en la recesión y ahora su aligeramiento les empieza a permitir un poco de respiro. En los hechos el rezago del gasto público en este año fue una especie de austeridad de graves resultados. Hay que evitarla; hay que aligerar el gasto público y hacer funcionar el estado de manera contraciclica como promotor de la demanda y la producción.
De Estados Unidos y Japón podemos aprender que una política monetaria expansiva (creación de moneda por el Banco Central) puede ser la mejor manera de comprar la deuda pública (el Fobaproa y anexas) y dinamizar el gasto público sin endeudarse. Solo que hay que procurar que esa expansión de la demanda se quede dentro del país y dinamice nuestra producción y empleo y no las de otros países.
De numerosos países, incluyendo a Estados Unidos, Francia, Japón, Turquía y más podríamos aprender la conveniencia de tasas de interés muy bajas, incluso negativas (por debajo de la tasa de inflación) como mecanismos de desendeudamiento generalizado y de impulso a la inversión productiva (a diferencia de la financiera). Un poco más de inflación, a la manera de una copa de vino al día, nos vendría muy bien. Solo habrá que cuidar de que no se rezaguen los ingresos reales de la población y de remendar o ampliar las redes de seguridad social.
Es hora de cambiar de estrategia económica hacia un modelo de intercambio equilibrado, centrado en incentivos a la producción y el empleo, basado en el fortalecimiento del mercado interno y cuyo eje sea la demanda mayoritaria.
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