Faljoritmo
Jorge Faljo
Se encuentra a discusión una reforma energética y petrolera de gran importancia. Pero temo que se realiza en medio de una especie de euforia inexplicable en donde parecen predominar las cuentas del gran capitán. Como si nuestro petróleo fuera inacabable.
Apenas a principios de este año el Presidente Peña Nieto declaraba que teníamos reservas probadas para diez años; probables para veinte y posibles para treinta. De lo cual se desprendía que había que explorar más y conseguir incrementar las probadas, seguramente a costa de las probables y posibles. En cualquier caso los límites de esta riqueza no solo se encuentran a la vista sino que ya nos impactan. Las exportaciones de crudo a los Estados Unidos han caído a la mitad en los últimos diez años. Solo que como el precio aumentó el impacto no ha sido notable.
El asunto es que la humanidad se encuentra, años más o años menos, al final de la era del petróleo. Esto implica que en algún momento, en el México de nuestros hijos o nietos, bien puede ocurrir que nos convenga más conservar lo que tenemos que venderlo al exterior. Para ello es vital dejar bien establecido en la reforma energética este derecho; el de no vender petróleo.
Puede parecer absurdo pero estoy seguro de que no lo digo de balde.
Hace unos años China decidió restringir sus exportaciones de “tierras raras”. Se les llama así a un conjunto de 17 metales casi innombrables (como el Itrio, Neodimio, Europio e Iterbio), que son indispensables en la fabricación de componentes electrónicos de alta tecnología. Son realmente escasos, su extracción es muy dispersa y altamente contaminante.
China concentra la producción mundial de estos metales y cuando restringió su exportación sus precios se elevaron notablemente lo que provocó una demanda ante la Organización Mundial del Comercio –OMC-, por parte de los Estados Unidos, Japón y Europa.
China alega que las restricciones a la exportación son necesarias para controlar la alta contaminación que genera esa producción. Pero el caso es que acaba de perder el juicio y deberá eliminar tales restricciones o se verá sancionada.
No es una novedad el ataque a las restricciones de este tipo. Cuando la Organización de Países Exportadores de Petróleo –OPEP- restringía sus exportaciones y conseguía negociar mejores precios eso desataba la furia de las grandes naciones industrializadas.
El tema de la restricción a las exportaciones no fue por mucho tiempo relevante debido a que en general todos los países intentan exportar lo más posible. Sin embargo la reciente crisis alimentaria del 2007 – 2008 cambió esta percepción entre los fundamentalistas neoliberales.
Argentina ha sido duramente criticada por establecer impuestos a sus exportaciones agropecuarias, otros países, como la India por limitar sus exportaciones de arroz. No son casos aislados. Distintos países han decidido priorizar la seguridad alimentaria de sus pueblos antes que permitir que las grandes empresas que controlan la comercialización internacional de granos vacíen las bodegas nacionales.
Las reglas del comercio mundial prohíben, desde 1994 con el GATT, las restricciones a la exportación de productos sujetos a las reglas del libre comercio. Se aceptan restricciones temporales y de otra índole pero no obstante se considera que los países pueden ser demandados por tomar esas medidas.
Existe ahora una creciente presión para “apretar” las reglas del libre comercio ya no solo en contra de los obstáculos a las importaciones, sino de las restricciones a las exportaciones. Para la mentalidad neoliberal un país no tiene derecho a impedir que las empresas (sobre todo los gigantescos conglomerados de la globalización) exporten libremente. Todo es mercancía y prácticamente todo debe ser libre comercio.
Hasta ahora los energéticos de México han sido un caso aparte. No fueron incluidos en las negociaciones del TLC ni en la adhesión de México a la OMC; nuestra soberanía ha sido ilimitada sobre ellos. La reforma energética habrá de cambiar esta situación y quedarán sujetos al comportamiento y reglas del libre mercado.
Pero estoy convencido de que hay que marcar un límite que preserve el derecho de nuestros hijos y nietos para que más adelante puedan decidir no vender este recurso. Creo que la reforma energética, aún si abre paso a la inversión privada y sobre todo si lo hace con empresas de gran poderío, debe especificar con todas su letras que la nación se reserva el derecho a fijar el monto exportable de sus energéticos.
Podría para ello determinarse un régimen particular en el que sea el Congreso de la Unión el que cada año autorice el monto exportable. Definitivamente quiero la prioridad para mis hijos y nietos en el uso de nuestros recursos. Preservemos su derecho.
Estoy a favor de las energías alternativas, no contaminantes.
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