Faljoritmo
Jorge Faljo
Hace un par de décadas se puso de moda la idea de que habíamos llegado al fin de la historia. No quería decir que no fueran a ocurrir eventos importantes; pero sí que la humanidad había alcanzado su punto más alto de evolución política, sociocultural y de mercado. Esto se refería a la democracia liberal, el acatamiento de normas internacionales y el libre comercio. Con el fin del comunismo se pregonó el fin de los conflictos ideológicos.
No obstante me atrevo a aventurar que existe uno de este tipo y es el que se da entre los Estados Unidos, Europa, Japón y otros países (incluyendo a México) de un lado y un país hermano del otro. Se trata de… Argentina.
La Organización Mundial del Comercio –OMC- acaba de concluir que Argentina incurrió en desacato a las reglas internacionales al obstaculizar importaciones y tratar de controlar la salida de divisas. Señala que Buenos Aires debe cambiar sus políticas y cumplir con la legalidad del comercio internacional.
Para el representante norteamericano la resolución fue una gran victoria de los trabajadores industriales y agrícolas norteamericanos que serán favorecidos por el incremento de miles de millones de dólares en exportaciones a Argentina. Para el representante europeo fue una señal de que el proteccionismo es inaceptable y conminó al país sudamericano a abrir las puertas a los productos europeos.
La cosa no será fácil, sobre todo porque Argentina sufre de escasez de dólares. De 2009 a la fecha ese país, lejano pero hermano, ha visto reducirse sus exportaciones en parte por el estancamiento mundial y en parte por problemas climáticos que afectaron su producción agrícola.
En contraste los argentinos han elevado sus niveles de vida y viajan más al extranjero y se han incrementado fuertemente los costos de sus fuertes importaciones de hidrocarburos y energía. Vende menos, gasta más dólares y se han reducido notablemente sus reservas internacionales. Hay que recordar que, además, es un país excluido del financiamiento internacional.
Eso ha generado una fuerte escasez de dólares dentro del país y la creación de un mercado negro donde la divisa se compra, de manera ilegal pero extendida, mucho más cara que el cambio oficial. A pesar de esta situación el gobierno se niega a devaluar para evitar presiones inflacionarias y prefiere imponer lo que sería el equivalente a un racionamiento de dólares y el control de importaciones.
Hay dos ejemplos emblemáticos de lo que hace el gobierno argentino. Uno es el caso del fabricante alemán de autos Porsche que para exportar un centenar de sus unidades se vio obligado a comprometerse a comprar el equivalente en vino y aceite de oliva argentinos. En opinión de la empresa es muy problemático compensar el precio de 100 autos de 150 mil dólares cada uno comprando vino y aceite que, por cierto, Europa no acepta importar.
Otro caso es el de la empresa canadiense RiM que se vio presionada a montar una fábrica en el país para poder vender sus celulares Blackberry.
Sin embargo estos ejemplos muy difundidos para ilustrar la mala actitud argentina pueden ser vistos en otra perspectiva. Si escasean los dólares y el gobierno no quiere devaluar solo le quedan dos opciones. Dejar que sea el libre mercado el que decida que se hace con los dólares. En este caso los muy ricos podrán comprar Porsches y las clases medias Blackberris. Pero se corre el riesgo de no poder hacer importaciones de refacciones para las fábricas o de café.
O, por otro lado, que sea el gobierno el que decida cuales son las prioridades y las no prioridades, como las importaciones de autos de lujo, les imponga un mecanismo de intercambio equilibrado. Por cierto que México se sumó a la demanda contra Argentina porque también nos exigió equilibrar el comercio automovilístico.
Es un dato curioso que Argentina importa más de Europa y de los Estados Unidos de lo que les exporta. Es decir que con ellos tiene déficit comercial. Pero en las reglas del libre comercio el equilibrio comercial no importa; si es necesario el país deficitario deberá gastar sus reservas e incluso endeudarse. Solo que a Argentina no le prestan.
Aquí si tenemos una disputa ideológica, la que se da entre el libre comercio o su contrario, el comercio “gestionado”. En uno deciden los que tienen más dinero, en el otro el gobierno impone prioridades para un intercambio equilibrado.
De momento Argentina puede apelar y prolongar por un año más el litigio. Después lo más probable es que vuelva a perder y entonces sus opciones serán: sufrir represalias comerciales, devaluar o acatar las reglas del libre comercio. En las tres su población sufrirá consecuencias; solo que estas podrían ser menos malas que los beneficios que ya le da el comercio controlado.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
lunes, 25 de agosto de 2014
lunes, 18 de agosto de 2014
Recesión global permanente y cambio de norte
Jorge Faljo
Faljoritmo
Las noticias económicas de la última semana no son buenas; y no me refiero al país sino a buena parte del planeta: Europa, Rusia, Japón, China y los Estados Unidos tropiezan y tanta mala noticia no puede ser casualidad.
El Producto Interno Bruto de Alemania retrocedió a menos 0.2 por ciento en el segundo trimestre del año. Uno de los factores principales es la baja de sus exportaciones a Rusia, Francia, Italia y al resto de Europa. Como es una economía fuertemente exportadora funciona como termómetro económico de su entorno.
Rusia se encuentra, según el Banco Mundial, entre la expectativa de un bajo crecimiento (1.1 por ciento) y una franca recesión (menos 1.8 por ciento). La volatilidad de su situación es alta y de momento sus empresarios no invierten y prefieren sacar sus capitales. La naciente guerra comercial entre Rusia y Europa va a pegarle todavía más a ambas economías.
Francia lleva dos trimestres en crecimiento cero e Italia está en recesión; su producción disminuye. Holanda tendrá un muy pequeño crecimiento; por lo menos no repetirá la recesión del año pasado.
En conjunto Europa se encuentra paralizada. Parecía salir, muy lentamente de las crisis del 2008 y del 2011. Pero ya ni siquiera eso. Su estancamiento económico implica que continúa la destrucción de empresas, empleo y bienestar. Se ha puesto de moda llamarla la “Europa triste”.
Del otro lado del planeta la situación no es mejor. Japón tuvo en el segundo trimestre una contracción de menos 6.8 por ciento; algo más que su crecimiento inicial, lo que deja su economía en ceros. Se ve afectado por un incremento del impuesto al consumo y por la caída de sus exportaciones. Lo afecta fuertemente la debilidad económica de sus clientes.
China es de alguna manera una excepción. Reduce su ritmo de crecimiento a un 7.4 por ciento anual. Para cualquier otro país sería extraordinariamente bueno; pero para un país acostumbrado a décadas de crecimiento al 10 por ciento anual es una caída. Su menor crecimiento se asocia, como para Alemania y Japón, al estancamiento de la economía global y tendrá, a su vez, repercusiones en sus proveedores de materias primas.
China pretende transitar hacia un crecimiento mayormente basado en la demanda interna. Es el país que más ha reducido la pobreza y más ha elevado los ingresos de sus trabajadores. Sin embargo una parte importante del incremento de la demanda la ha generado mediante crédito.
Los países industrializados agotaron la capacidad de endeudamiento de sus clases medias y trabajadores y de sus distintos niveles de gobierno (ciudades, estados y país). Al reducirse la demanda crediticia entraron en crisis. Ocurrió en los Estados Unidos con la crisis hipotecaria y en los países europeos con las crisis de deuda gubernamental. China todavía se encuentra en una fase de creación de demanda crediticia; pero se acerca a su agotamiento.
Dejo para el final a los Estados Unidos. El Fondo Monetario Internacional redujo hace unas semanas su expectativa de crecimiento a solo 1.7 por ciento anual.
El vicepresidente de su banco central, el Sistema de la Reserva Federal, Stanley Fisher, señaló que la Gran Recesión del 2007 – 2009 ha dejado consecuencias con las que muchos países todavía tienen que luchar. Dijo que el crecimiento económico en los últimos cuatro años ha sido insuficiente y frustrante.
Lo más interesante de la declaración de Fisher es que esta Gran Recesión, por su amplitud y profundidad, parece haber cambiado el contexto económico de maneras que hacen impredecible el futuro. En su opinión es posible que el bajo crecimiento sea simple consecuencia de la crisis financiera y la recesión, pero “también es posible que ese bajo crecimiento refleje un cambio más estructural, una alteración de largo plazo en la economía global”.
O sea que no sabe y tiene la sinceridad de plantear una posibilidad inquietante; la entrada a un nuevo periodo de permanente estancamiento. Le tomo la palabra para señalar que otros economistas, incluso premios Nobel, ya han señalado que la teoría económica no explica y no brinda salidas a esta especie de crisis permanente que Stanley considera posible. La fase exitosa de la globalización ya terminó. Los sectores globalizados crecieron endeudando a todos los demás pero ahora, con los países industriales a la cabeza, no repuntan.
La estrategia pregonada por los industrializados ya no puede ser nuestro norte; la brújula ya no funciona y tendremos que pensar por nosotros mismos. Empecemos por darnos por enterados que producir para exportar ya no es la respuesta; nunca lo fue, ahora menos.
Hay que producir para nosotros, amarrar a la demanda con la producción nacional. Necesitamos una estrategia de equidad para crecer y mejorar todos, una política de reindustrialización y seguridad alimentaria basadas en la reactivación de capacidades disponible y no en la atracción de capitales externos.
Tenemos la experiencia histórica de las décadas de buen crecimiento y aumento del bienestar. De estado fuerte y soberano. Esa memoria debe ser un ingrediente para corregir el rumbo.
Faljoritmo
Las noticias económicas de la última semana no son buenas; y no me refiero al país sino a buena parte del planeta: Europa, Rusia, Japón, China y los Estados Unidos tropiezan y tanta mala noticia no puede ser casualidad.
El Producto Interno Bruto de Alemania retrocedió a menos 0.2 por ciento en el segundo trimestre del año. Uno de los factores principales es la baja de sus exportaciones a Rusia, Francia, Italia y al resto de Europa. Como es una economía fuertemente exportadora funciona como termómetro económico de su entorno.
Rusia se encuentra, según el Banco Mundial, entre la expectativa de un bajo crecimiento (1.1 por ciento) y una franca recesión (menos 1.8 por ciento). La volatilidad de su situación es alta y de momento sus empresarios no invierten y prefieren sacar sus capitales. La naciente guerra comercial entre Rusia y Europa va a pegarle todavía más a ambas economías.
Francia lleva dos trimestres en crecimiento cero e Italia está en recesión; su producción disminuye. Holanda tendrá un muy pequeño crecimiento; por lo menos no repetirá la recesión del año pasado.
En conjunto Europa se encuentra paralizada. Parecía salir, muy lentamente de las crisis del 2008 y del 2011. Pero ya ni siquiera eso. Su estancamiento económico implica que continúa la destrucción de empresas, empleo y bienestar. Se ha puesto de moda llamarla la “Europa triste”.
Del otro lado del planeta la situación no es mejor. Japón tuvo en el segundo trimestre una contracción de menos 6.8 por ciento; algo más que su crecimiento inicial, lo que deja su economía en ceros. Se ve afectado por un incremento del impuesto al consumo y por la caída de sus exportaciones. Lo afecta fuertemente la debilidad económica de sus clientes.
China es de alguna manera una excepción. Reduce su ritmo de crecimiento a un 7.4 por ciento anual. Para cualquier otro país sería extraordinariamente bueno; pero para un país acostumbrado a décadas de crecimiento al 10 por ciento anual es una caída. Su menor crecimiento se asocia, como para Alemania y Japón, al estancamiento de la economía global y tendrá, a su vez, repercusiones en sus proveedores de materias primas.
China pretende transitar hacia un crecimiento mayormente basado en la demanda interna. Es el país que más ha reducido la pobreza y más ha elevado los ingresos de sus trabajadores. Sin embargo una parte importante del incremento de la demanda la ha generado mediante crédito.
Los países industrializados agotaron la capacidad de endeudamiento de sus clases medias y trabajadores y de sus distintos niveles de gobierno (ciudades, estados y país). Al reducirse la demanda crediticia entraron en crisis. Ocurrió en los Estados Unidos con la crisis hipotecaria y en los países europeos con las crisis de deuda gubernamental. China todavía se encuentra en una fase de creación de demanda crediticia; pero se acerca a su agotamiento.
Dejo para el final a los Estados Unidos. El Fondo Monetario Internacional redujo hace unas semanas su expectativa de crecimiento a solo 1.7 por ciento anual.
El vicepresidente de su banco central, el Sistema de la Reserva Federal, Stanley Fisher, señaló que la Gran Recesión del 2007 – 2009 ha dejado consecuencias con las que muchos países todavía tienen que luchar. Dijo que el crecimiento económico en los últimos cuatro años ha sido insuficiente y frustrante.
Lo más interesante de la declaración de Fisher es que esta Gran Recesión, por su amplitud y profundidad, parece haber cambiado el contexto económico de maneras que hacen impredecible el futuro. En su opinión es posible que el bajo crecimiento sea simple consecuencia de la crisis financiera y la recesión, pero “también es posible que ese bajo crecimiento refleje un cambio más estructural, una alteración de largo plazo en la economía global”.
O sea que no sabe y tiene la sinceridad de plantear una posibilidad inquietante; la entrada a un nuevo periodo de permanente estancamiento. Le tomo la palabra para señalar que otros economistas, incluso premios Nobel, ya han señalado que la teoría económica no explica y no brinda salidas a esta especie de crisis permanente que Stanley considera posible. La fase exitosa de la globalización ya terminó. Los sectores globalizados crecieron endeudando a todos los demás pero ahora, con los países industriales a la cabeza, no repuntan.
La estrategia pregonada por los industrializados ya no puede ser nuestro norte; la brújula ya no funciona y tendremos que pensar por nosotros mismos. Empecemos por darnos por enterados que producir para exportar ya no es la respuesta; nunca lo fue, ahora menos.
Hay que producir para nosotros, amarrar a la demanda con la producción nacional. Necesitamos una estrategia de equidad para crecer y mejorar todos, una política de reindustrialización y seguridad alimentaria basadas en la reactivación de capacidades disponible y no en la atracción de capitales externos.
Tenemos la experiencia histórica de las décadas de buen crecimiento y aumento del bienestar. De estado fuerte y soberano. Esa memoria debe ser un ingrediente para corregir el rumbo.
lunes, 11 de agosto de 2014
El Miserable Planeta en que Vivimos
Faljoritmo
Jorge Faljo
En los últimos 35 años se dio uno de los mayores y más rápidos avances tecnológicos y en productividad en la historia de la humanidad. En un tiempo muy breve pasamos de hacer cola en el telégrafo para enviar diez palabras que se entregarían al día siguiente a la comunicación intercontinental, en tiempo real, con sonido y video a color.
Múltiples avances tecnológicos extraordinarios tuvieron como columna vertebral a la electrónica y el manejo digital de la información. Pero además se crearon nuevos materiales, como plásticos y cerámicas con los que se pueden hacer desde armas hasta motores. La información que corría mediante impulsos eléctricos en alambres de cobre se transformó en luz transportada en cables del más transparente cristal, o en ondas electromagnéticas reenviadas por satélites espaciales. Se ha llegado a manipular la vida misma, la configuración genética y biológica de los seres vivos para adaptar especies o darles nuevas funciones.
El avance es evidente en la oficina, la escuela, los bancos, el comercio, el hogar y la calle. Pero no es sino la punta del iceberg. Sale de las fábricas con nuevas tecnologías que pueden producir más rápidamente, aprovechando mejor las materias primas, con menor gasto de energía y con muchos menos empleados. Pueden producir miles o millones de veces más que antes a mucho menores costos.
Pero este lado maravilloso de la historia tiene también un lado obscuro. Los nuevos poderosos decidieron que no había razón para pagar más a sus empleados. Ahora un empleado puede producir cientos de veces más en una fábrica moderna pero no por eso va a ganar más. Al contrario, la nueva producción destruye continuamente a la anterior y crea cada vez más desempleo. Sobran los trabajadores y ahora las empresas bajan los salarios reales.
El mejoramiento del aprovechamiento energético y el transporte permitió relocalizar la producción en prácticamente cualquier lugar del mundo. Así que las empresas dejaron morir a las viejas ciudades industriales como Detroit y se fueron a producir donde hubiera mano de obra más barata, donde pagaran menos impuestos, donde recibieran subsidios e incentivos. De este modo, gradualmente se han ido reduciendo los salarios e impuestos, destruyendo la producción “histórica” y generando miseria, cuando debiera haber abundancia. Este es el planeta en que vivimos.
En México decenas de miles de unidades de producción de todo tamaño han sido destruidas. Cierto que se han creado otras más modernas, pero generan poco empleo y pagan salarios menores a los que pagaban las anteriores hace treinta y cinco años. La tacañería y la ambición han generado riquezas inmensas mientras crece la pobreza, se destruye la producción histórica y el país se estanca.
Hoy en México el salario mínimo tiene un poder de compra de apenas la cuarta parte del de 1976. Las décadas de buen crecimiento con el modelo de desarrollo estabilizador fueron substituidas por remedos de estabilidad con crisis recurrentes. Pero lo peor es el empobrecimiento brutal.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social indica que la alimentación de un mes de una persona cuesta 1,227 pesos. Para que un padre de familia alimente a cuatro necesita casi cinco mil pesos. Aparte están los costos de vivienda, ropa, transporte, gastos del hogar y más. Más de seis millones de mexicanos ganan un salario mínimo al día; son afortunados porque tienen empleo. Pero no les alcanza ni para alimentar bien a sus hijos.
En este contexto, con timidez, el jefe de gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, dijo que la Ciudad de México hará un ejercicio, probablemente en el 2015, para incrementar el salario mínimo. Lo haría mediante acuerdos e incentivos a las empresas. Mientras tanto organiza foros, promueve estudios y pide cumplir con el mandato constitucional de que el salario mínimo sea suficiente para una vida digna. Plantea que elevar los salarios es esencial para fortalecer el mercado interno, crear demanda y fortalecer la economía.
Lo que consiguió es que se le fueran a la yugular. Para empezar el secretario federal del trabajo, Alfonso Navarrete Prida advirtió que es peligroso “andar jugando” a aumentar los salarios mínimos. O sea que trató a Mancera de chamaco, de infante irresponsable. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani dijo que el tema debe revisarse con absoluta responsabilidad para no manejarlo de manera política o populista, ni por decreto porque sería una afectación terrible para la economía. (Su economía, supongo).
En la misma línea el presidente del Consejo Mexicano de Negocios, Claudio X González dijo que es razonable que la gente gane más pero que la mejora no debe darse por decreto porque se corre el riesgo de repetir épocas aciagas de elevada inflación. Pienso que es curioso que estas gentes no se hayan dado cuenta que durante más de treinta años los salarios se han elevado por decreto. Lo que ocurre, pienso, es que les gustan unos decretos si y otros no.
Del gobernador del Banco de México podía esperarse lo que dijo; que elevar los salarios mínimos representa un riesgo de inflación. Habría que preguntarse cómo es que ha habido inflación todo el tiempo en que los salarios se han castigado fuertemente.
Han hecho bien los gobiernos de la Ciudad de México y Chihuahua, en plantear la necesidad social y la conveniencia económica de elevar los salarios. Esta elevación sería inflacionaria si las empresas no pudieran producir más. Pero el aparato productivo nacional está operando a media capacidad y eso mismo permitiría elevar la producción de inmediato en respuesta a un incremento de demanda.
Elevar los salarios podría traducirse en que las empresas puedan vender más, producir más, generar más empleo, tener mayores ganancias y, por supuesto, volver a elevar salarios. Podría sí; pero tal vez no ocurra porque los empresarios podrían decidir elevar los precios para maximizar sus ganancias inmediatas y volver a dar al traste con las posibilidades de crecimiento del país y de mejoría del bienestar de la población.
Jorge Faljo
En los últimos 35 años se dio uno de los mayores y más rápidos avances tecnológicos y en productividad en la historia de la humanidad. En un tiempo muy breve pasamos de hacer cola en el telégrafo para enviar diez palabras que se entregarían al día siguiente a la comunicación intercontinental, en tiempo real, con sonido y video a color.
Múltiples avances tecnológicos extraordinarios tuvieron como columna vertebral a la electrónica y el manejo digital de la información. Pero además se crearon nuevos materiales, como plásticos y cerámicas con los que se pueden hacer desde armas hasta motores. La información que corría mediante impulsos eléctricos en alambres de cobre se transformó en luz transportada en cables del más transparente cristal, o en ondas electromagnéticas reenviadas por satélites espaciales. Se ha llegado a manipular la vida misma, la configuración genética y biológica de los seres vivos para adaptar especies o darles nuevas funciones.
El avance es evidente en la oficina, la escuela, los bancos, el comercio, el hogar y la calle. Pero no es sino la punta del iceberg. Sale de las fábricas con nuevas tecnologías que pueden producir más rápidamente, aprovechando mejor las materias primas, con menor gasto de energía y con muchos menos empleados. Pueden producir miles o millones de veces más que antes a mucho menores costos.
Pero este lado maravilloso de la historia tiene también un lado obscuro. Los nuevos poderosos decidieron que no había razón para pagar más a sus empleados. Ahora un empleado puede producir cientos de veces más en una fábrica moderna pero no por eso va a ganar más. Al contrario, la nueva producción destruye continuamente a la anterior y crea cada vez más desempleo. Sobran los trabajadores y ahora las empresas bajan los salarios reales.
El mejoramiento del aprovechamiento energético y el transporte permitió relocalizar la producción en prácticamente cualquier lugar del mundo. Así que las empresas dejaron morir a las viejas ciudades industriales como Detroit y se fueron a producir donde hubiera mano de obra más barata, donde pagaran menos impuestos, donde recibieran subsidios e incentivos. De este modo, gradualmente se han ido reduciendo los salarios e impuestos, destruyendo la producción “histórica” y generando miseria, cuando debiera haber abundancia. Este es el planeta en que vivimos.
En México decenas de miles de unidades de producción de todo tamaño han sido destruidas. Cierto que se han creado otras más modernas, pero generan poco empleo y pagan salarios menores a los que pagaban las anteriores hace treinta y cinco años. La tacañería y la ambición han generado riquezas inmensas mientras crece la pobreza, se destruye la producción histórica y el país se estanca.
Hoy en México el salario mínimo tiene un poder de compra de apenas la cuarta parte del de 1976. Las décadas de buen crecimiento con el modelo de desarrollo estabilizador fueron substituidas por remedos de estabilidad con crisis recurrentes. Pero lo peor es el empobrecimiento brutal.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social indica que la alimentación de un mes de una persona cuesta 1,227 pesos. Para que un padre de familia alimente a cuatro necesita casi cinco mil pesos. Aparte están los costos de vivienda, ropa, transporte, gastos del hogar y más. Más de seis millones de mexicanos ganan un salario mínimo al día; son afortunados porque tienen empleo. Pero no les alcanza ni para alimentar bien a sus hijos.
En este contexto, con timidez, el jefe de gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, dijo que la Ciudad de México hará un ejercicio, probablemente en el 2015, para incrementar el salario mínimo. Lo haría mediante acuerdos e incentivos a las empresas. Mientras tanto organiza foros, promueve estudios y pide cumplir con el mandato constitucional de que el salario mínimo sea suficiente para una vida digna. Plantea que elevar los salarios es esencial para fortalecer el mercado interno, crear demanda y fortalecer la economía.
Lo que consiguió es que se le fueran a la yugular. Para empezar el secretario federal del trabajo, Alfonso Navarrete Prida advirtió que es peligroso “andar jugando” a aumentar los salarios mínimos. O sea que trató a Mancera de chamaco, de infante irresponsable. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani dijo que el tema debe revisarse con absoluta responsabilidad para no manejarlo de manera política o populista, ni por decreto porque sería una afectación terrible para la economía. (Su economía, supongo).
En la misma línea el presidente del Consejo Mexicano de Negocios, Claudio X González dijo que es razonable que la gente gane más pero que la mejora no debe darse por decreto porque se corre el riesgo de repetir épocas aciagas de elevada inflación. Pienso que es curioso que estas gentes no se hayan dado cuenta que durante más de treinta años los salarios se han elevado por decreto. Lo que ocurre, pienso, es que les gustan unos decretos si y otros no.
Del gobernador del Banco de México podía esperarse lo que dijo; que elevar los salarios mínimos representa un riesgo de inflación. Habría que preguntarse cómo es que ha habido inflación todo el tiempo en que los salarios se han castigado fuertemente.
Han hecho bien los gobiernos de la Ciudad de México y Chihuahua, en plantear la necesidad social y la conveniencia económica de elevar los salarios. Esta elevación sería inflacionaria si las empresas no pudieran producir más. Pero el aparato productivo nacional está operando a media capacidad y eso mismo permitiría elevar la producción de inmediato en respuesta a un incremento de demanda.
Elevar los salarios podría traducirse en que las empresas puedan vender más, producir más, generar más empleo, tener mayores ganancias y, por supuesto, volver a elevar salarios. Podría sí; pero tal vez no ocurra porque los empresarios podrían decidir elevar los precios para maximizar sus ganancias inmediatas y volver a dar al traste con las posibilidades de crecimiento del país y de mejoría del bienestar de la población.
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