lunes, 11 de agosto de 2014

El Miserable Planeta en que Vivimos

Faljoritmo

Jorge Faljo

En los últimos 35 años se dio uno de los mayores y más rápidos avances tecnológicos y en productividad en la historia de la humanidad. En un tiempo muy breve pasamos de hacer cola en el telégrafo para enviar diez palabras que se entregarían al día siguiente a la comunicación intercontinental, en tiempo real, con sonido y video a color.

Múltiples avances tecnológicos extraordinarios tuvieron como columna vertebral a la electrónica y el manejo digital de la información. Pero además se crearon nuevos materiales, como plásticos y cerámicas con los que se pueden hacer desde armas hasta motores. La información que corría mediante impulsos eléctricos en alambres de cobre se transformó en luz transportada en cables del más transparente cristal, o en ondas electromagnéticas reenviadas por satélites espaciales. Se ha llegado a manipular la vida misma, la configuración genética y biológica de los seres vivos para adaptar especies o darles nuevas funciones.

El avance es evidente en la oficina, la escuela, los bancos, el comercio, el hogar y la calle. Pero no es sino la punta del iceberg. Sale de las fábricas con nuevas tecnologías que pueden producir más rápidamente, aprovechando mejor las materias primas, con menor gasto de energía y con muchos menos empleados. Pueden producir miles o millones de veces más que antes a mucho menores costos.

Pero este lado maravilloso de la historia tiene también un lado obscuro. Los nuevos poderosos decidieron que no había razón para pagar más a sus empleados. Ahora un empleado puede producir cientos de veces más en una fábrica moderna pero no por eso va a ganar más. Al contrario, la nueva producción destruye continuamente a la anterior y crea cada vez más desempleo. Sobran los trabajadores y ahora las empresas bajan los salarios reales.

El mejoramiento del aprovechamiento energético y el transporte permitió relocalizar la producción en prácticamente cualquier lugar del mundo. Así que las empresas dejaron morir a las viejas ciudades industriales como Detroit y se fueron a producir donde hubiera mano de obra más barata, donde pagaran menos impuestos, donde recibieran subsidios e incentivos. De este modo, gradualmente se han ido reduciendo los salarios e impuestos, destruyendo la producción “histórica” y generando miseria, cuando debiera haber abundancia. Este es el planeta en que vivimos.

En México decenas de miles de unidades de producción de todo tamaño han sido destruidas. Cierto que se han creado otras más modernas, pero generan poco empleo y pagan salarios menores a los que pagaban las anteriores hace treinta y cinco años. La tacañería y la ambición han generado riquezas inmensas mientras crece la pobreza, se destruye la producción histórica y el país se estanca.

Hoy en México el salario mínimo tiene un poder de compra de apenas la cuarta parte del de 1976. Las décadas de buen crecimiento con el modelo de desarrollo estabilizador fueron substituidas por remedos de estabilidad con crisis recurrentes. Pero lo peor es el empobrecimiento brutal.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social indica que la alimentación de un mes de una persona cuesta 1,227 pesos. Para que un padre de familia alimente a cuatro necesita casi cinco mil pesos. Aparte están los costos de vivienda, ropa, transporte, gastos del hogar y más. Más de seis millones de mexicanos ganan un salario mínimo al día; son afortunados porque tienen empleo. Pero no les alcanza ni para alimentar bien a sus hijos.

En este contexto, con timidez, el jefe de gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, dijo que la Ciudad de México hará un ejercicio, probablemente en el 2015, para incrementar el salario mínimo. Lo haría mediante acuerdos e incentivos a las empresas. Mientras tanto organiza foros, promueve estudios y pide cumplir con el mandato constitucional de que el salario mínimo sea suficiente para una vida digna. Plantea que elevar los salarios es esencial para fortalecer el mercado interno, crear demanda y fortalecer la economía.

Lo que consiguió es que se le fueran a la yugular. Para empezar el secretario federal del trabajo, Alfonso Navarrete Prida advirtió que es peligroso “andar jugando” a aumentar los salarios mínimos. O sea que trató a Mancera de chamaco, de infante irresponsable. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Gerardo Gutiérrez Candiani dijo que el tema debe revisarse con absoluta responsabilidad para no manejarlo de manera política o populista, ni por decreto porque sería una afectación terrible para la economía. (Su economía, supongo).

En la misma línea el presidente del Consejo Mexicano de Negocios, Claudio X González dijo que es razonable que la gente gane más pero que la mejora no debe darse por decreto porque se corre el riesgo de repetir épocas aciagas de elevada inflación. Pienso que es curioso que estas gentes no se hayan dado cuenta que durante más de treinta años los salarios se han elevado por decreto. Lo que ocurre, pienso, es que les gustan unos decretos si y otros no.

Del gobernador del Banco de México podía esperarse lo que dijo; que elevar los salarios mínimos representa un riesgo de inflación. Habría que preguntarse cómo es que ha habido inflación todo el tiempo en que los salarios se han castigado fuertemente.

Han hecho bien los gobiernos de la Ciudad de México y Chihuahua, en plantear la necesidad social y la conveniencia económica de elevar los salarios. Esta elevación sería inflacionaria si las empresas no pudieran producir más. Pero el aparato productivo nacional está operando a media capacidad y eso mismo permitiría elevar la producción de inmediato en respuesta a un incremento de demanda.

Elevar los salarios podría traducirse en que las empresas puedan vender más, producir más, generar más empleo, tener mayores ganancias y, por supuesto, volver a elevar salarios. Podría sí; pero tal vez no ocurra porque los empresarios podrían decidir elevar los precios para maximizar sus ganancias inmediatas y volver a dar al traste con las posibilidades de crecimiento del país y de mejoría del bienestar de la población.

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