Jorge Faljo
Es conocido el mal funcionamiento de la justicia cotidiana en México. La mayoría de los ciudadanos no reporta delitos mayores por que no confían en que obtendrán justicia, o incluso porque se colocarían en riesgo. Mucho menos denuncian problemas menores originados en delitos, abusos o accidentes. Lo que subyace en una cultura de irresponsabilidad generalizada.
Entre los incidentes menos graves pienso en casos como el del perro del vecino que muerde a un transeúnte; el conductor de un vehículo que golpea a un discapacitado en silla de ruedas por no prestar suficiente atención al; la tienda que se promociona con altavoces a medianoche; o mi vecina que desde su azotea arrojó unos fierros al recolector de basura, con tan mala suerte que desprendió un cable y me dejó sin electricidad.
Son casos de mi conocimiento directo en los que no se contempló denunciar y derivaron en arreglos personales, o en nada. El que arrolló al discapacitado le compró una silla de ruedas nueva. Las más de las veces el afectado simplemente se aguanta.
Nuestro sistema legal confunde delitos y accidentes, los relativamente leves y los graves. No hay suficientes puntos intermedios; la rara denuncia entra en un laberinto legal que apunta a extremos, inocencia o cárcel, para el perpetrador y usualmente nada, o muy poco, para la víctima.
En otros sistemas, anglosajones por ejemplo, existen vías intermedias en las que independientemente de si hubo o no delito, las victimas pueden demandar compensaciones monetarias relevantes. Son, comparados con el nuestro, sistemas más ágiles y flexibles, que recorren una vía alterna a la denuncia penal y en el que entran en consideración elementos como el nivel de imprudencia, el daño causado, los recursos del perpetrador y el riesgo de reincidencia.
Asumir la responsabilidad incurrida mediante una compensación monetaria resulta una disuasión efectiva. Es algo que debería jugar un papel mucho mayor en nuestro sistema de justicia.
El caso de los bebés quemados en la guardería ABC debió dar lugar a una muy elevada compensación económica; seguro así habría sido en los Estados Unidos. La agresión a Ana Gabriela Guevara debería, independientemente del hecho delictivo, ser compensada a un alto costo. No hablo solo de los responsables directos, sino, en particular, con énfasis, en los indirectos, los dueños del negocio, los patrones de los guaruras.
Hay dos asuntos que deberían ser prioritarios; en primer lugar la mitigación del daño causado y, en segundo lugar pero tanto o más importante, desalentar de manera efectiva las conductas irresponsables y/o abusivas.
Nuestro sistema es deficiente y no lleva a los responsables indirectos a la cárcel; las más de las veces hasta los directamente responsables escapan de ella. Pero ir a la cárcel no es el mejor desincentivo. Lo es el pago de compensaciones monetarias serias.
La tragedia de Tultepec tiene un costo altísimo. No es posible ponerle precio a la muerte de más de treinta personas; pero aparte de ellas hay más de sesenta heridos y muchas familias, incluyendo niños huérfanos, que sufrirán enormemente, en lo económico y en lo emocional durante años. Es un enorme costo que no se compensa con “becas” para los huérfanos, subsidio a los comerciantes y reconstrucción del mercado. El punto es que alguien debe pagar en serio para mitigar el costo del sufrimiento económico y emocional de los afectados.
Lo principal no es que las autoridades o los locatarios de Tultepec, o los dueños de la guardería ABC, incluso los guaruras agresores, pasen años en la cárcel. Lo realmente importante es disuadir y compensar. Un mecanismo es recurrir a los seguros; hay que ampliar la cultura del aseguramiento. Deben ser exigibles y proveer compensaciones adecuadas.
Cierto que tener un seguro, como en el caso de un mercado de pólvora, encarecería el negocio. Pero en realidad lo que hace es distribuir en el tiempo y entre los que deben asumir la responsabilidad del riesgo el costo de un posible accidente. Tener un seguro apropiado, suficiente, para cubrir el costo de la tragedia de Tultepec obligaría a que la empresa aseguradora evaluara el riesgo e impusiera condiciones. La convertiría en supervisora del riesgo, como ocurre en otras culturas. Hay que entender que no fue un mero “accidente”, sino una suma de irresponsabilidades.
Los mexicanos, y en particular las victimas de estratos vulnerables, tenemos una actitud contraria al cobro de una compensación. Pareciera ser algo que rebaja la legitimidad de la demanda de justicia. Se acerca incluso a lo inmoral. Con frecuencia las victimas expresan, presionadas o no, que no buscan dinero. Cierto que en casos extremos, los bebés, o Tultepec, el dolor es enorme y no se alivia con dinero. Nos resistimos a mercantilizar el dolor. Pero el hecho es que los costos económicos también producirán sufrimiento.
No acostumbramos demandar compensaciones económicas y las leyes no se prestan para ello. No obstante si los padres de los bebitos quemados, las víctimas directas e indirectas de Tultepec, la senadora Guevara, los atropellados, demandaran compensaciones muy altas, millonarias, como ocurre en los Estados Unidos, nos estarían haciendo un favor a todos los demás, a la sociedad.
Volvernos “materialistas”, en lugar de victimas sufridas y aguantadoras, sería una real contribución para acabar con la impunidad de una amplia variedad de abusos e irresponsabilidades. No se vale generar riesgos para terceros sin contar con medios para asumir plenamente la propia responsabilidad.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 25 de diciembre de 2016
sábado, 17 de diciembre de 2016
No son baches; es un camino empedrado
Faljoritmo
Jorge Faljo
No es que estemos enfrentando algunos baches en la economía mexicana; es que estamos iniciando un largo camino empedrado.
Las claves del crecimiento económico de México han sido las exportaciones a Estados Unidos (83 por ciento del total); También la atracción de capitales externos, en parte para fortalecer la producción y en parte simplemente para tener consumir productos importados, sobre todo chinos, y hacernos a la idea de que somos modernos. Una apariencia que consumió la mayor parte del patrimonio nacional, que ahora es extranjero.
Un crecimiento altamente excluyente que depende de que millones de mexicanos sean aceptados del otro lado de nuestra frontera y que, además, ellos mismos se hagan cargo de la supervivencia de sus familias mediante el envío de remesas.
Es un modelo que se cae a pedazos.
La economía norteamericana no va a “jalar” a la mexicana en el 2017. Este año su crecimiento fue de tan solo 1.6 por ciento, con un importante declive de su producción manufacturera. Hay además indicios de deterioro del consumo norteamericano.
Para un país como los Estados Unidos, rico y con una amplia clase media, la construcción de hogares es uno de los mejores indicadores de su evolución económica. Al construir una casa se emplea madera, vidrio, aluminio, concreto; implica comprar muebles, electrodomésticos de cocina y de entretenimiento, todo tipo de enseres e incluso automóvil. En la casa se concreta lo grueso del consumo duradero de las familias.
En 1972 en los Estados Unidos se autorizó la construcción de 2 millones 219 mil casas. Una cifra nunca antes vista y que reflejó un largo periodo de mejoramiento del bienestar de las familias norteamericanas. A partir de entonces el deterioro salarial y la concentración del ingreso incidieron negativamente en la construcción de vivienda hasta el repunte de los primeros años del nuevo siglo. En 2005 se autoriza la construcción de 2 millones 155 mil casas; sin embargo es un auge sustentado en el endeudamiento masivo de la población. Una burbuja que estalla poco después.
En 2009 el número de nuevas viviendas se reduce a 583 mil; apenas algo más de la cuarta parte de las construidas en 1972 y en 2005. Lo que nos dice mucho acerca del enorme potencial productivo paralizado por un mercado caracterizado, también allá, por el rezago salarial y la inequidad.
Ahora la última cifra mensual de construcción de casas en los Estados Unidos refleja una fuerte caída respecto del mes anterior lo que solo puede empeorar el bajo desempeño económico de este año y constituye un mal augurio para el siguiente.
La única posibilidad de mayor dinamismo de la economía norteamericana en 2017 sería en el contexto de una nueva estrategia proteccionista y de fuerte inversión en infraestructura. Lo que no sería favorable a las exportaciones de México.
Esa posible mejoría del crecimiento norteamericano llevaría a la reserva federal a elevar en por lo menos tres ocasiones su tasa de interés básica. Lo que prácticamente nos obliga a imitarlos; como recientemente lo ha hecho el Banco de México al subir su tasa de interés de referencia en medio punto porcentual, el doble que en los Estados Unidos. Lo que parece necesario para seguir siendo atractivos al capital y mitigar la devaluación del peso.
A final de cuentas se protege a los grandes capitales que se encuentran en México pero se desalienta el consumo y la inversión y, con ello, los ejes del crecimiento en el mediano plazo. De ahora en adelante las buenas noticias allá serán malas aquí.
Es posible que a lo anterior tengamos que añadir que ya no acepten nuestros excedentes de mano de obra y hasta obstaculicen el envío de las remesas de los trabajadores migrantes; un componente vital del consumo de millones de mexicanos económicamente vulnerables.
Basta lo anterior para asegurar el final de la estrategia económica de las últimas tres décadas. Pero hay dos tipos de fin. Uno es el pasivo, que no comprende lo que ocurre y aunque se queje no hace nada. El otro es el de los que reflexionan, participan y diseñan alternativas. Hasta ahora nos ubicamos en el primero.
Hemos iniciado un nuevo camino empedrado, por donde figurativamente no podrán correr las empresas tipo Ferrari que tanto hemos apapachado pero en las que pocos podían viajar. Para este nuevo camino necesitamos otro tipo de vehículos; empresas nacionales, tal vez de modelito no tan aerodinámico, pero capaces de acomodar a muchos, de levantar la producción y de orientarse a satisfacer las necesidades de la mayoría.
El verdadero problema es que los conductores que se encaramaron al volante del país lo hicieron con un discurso neoliberal que denostaba al modelo nacionalista, el de la substitución de importaciones, y que ellos llamaron paternalista e ineficiente. Pero ahora que se acabó la carretera para la élite financiera no lo aceptan, porque el fracaso del modelo hace irracional su permanencia en el poder. Es hora de un fuerte empuje democratizador.
Jorge Faljo
No es que estemos enfrentando algunos baches en la economía mexicana; es que estamos iniciando un largo camino empedrado.
Las claves del crecimiento económico de México han sido las exportaciones a Estados Unidos (83 por ciento del total); También la atracción de capitales externos, en parte para fortalecer la producción y en parte simplemente para tener consumir productos importados, sobre todo chinos, y hacernos a la idea de que somos modernos. Una apariencia que consumió la mayor parte del patrimonio nacional, que ahora es extranjero.
Un crecimiento altamente excluyente que depende de que millones de mexicanos sean aceptados del otro lado de nuestra frontera y que, además, ellos mismos se hagan cargo de la supervivencia de sus familias mediante el envío de remesas.
Es un modelo que se cae a pedazos.
La economía norteamericana no va a “jalar” a la mexicana en el 2017. Este año su crecimiento fue de tan solo 1.6 por ciento, con un importante declive de su producción manufacturera. Hay además indicios de deterioro del consumo norteamericano.
Para un país como los Estados Unidos, rico y con una amplia clase media, la construcción de hogares es uno de los mejores indicadores de su evolución económica. Al construir una casa se emplea madera, vidrio, aluminio, concreto; implica comprar muebles, electrodomésticos de cocina y de entretenimiento, todo tipo de enseres e incluso automóvil. En la casa se concreta lo grueso del consumo duradero de las familias.
En 1972 en los Estados Unidos se autorizó la construcción de 2 millones 219 mil casas. Una cifra nunca antes vista y que reflejó un largo periodo de mejoramiento del bienestar de las familias norteamericanas. A partir de entonces el deterioro salarial y la concentración del ingreso incidieron negativamente en la construcción de vivienda hasta el repunte de los primeros años del nuevo siglo. En 2005 se autoriza la construcción de 2 millones 155 mil casas; sin embargo es un auge sustentado en el endeudamiento masivo de la población. Una burbuja que estalla poco después.
En 2009 el número de nuevas viviendas se reduce a 583 mil; apenas algo más de la cuarta parte de las construidas en 1972 y en 2005. Lo que nos dice mucho acerca del enorme potencial productivo paralizado por un mercado caracterizado, también allá, por el rezago salarial y la inequidad.
Ahora la última cifra mensual de construcción de casas en los Estados Unidos refleja una fuerte caída respecto del mes anterior lo que solo puede empeorar el bajo desempeño económico de este año y constituye un mal augurio para el siguiente.
La única posibilidad de mayor dinamismo de la economía norteamericana en 2017 sería en el contexto de una nueva estrategia proteccionista y de fuerte inversión en infraestructura. Lo que no sería favorable a las exportaciones de México.
Esa posible mejoría del crecimiento norteamericano llevaría a la reserva federal a elevar en por lo menos tres ocasiones su tasa de interés básica. Lo que prácticamente nos obliga a imitarlos; como recientemente lo ha hecho el Banco de México al subir su tasa de interés de referencia en medio punto porcentual, el doble que en los Estados Unidos. Lo que parece necesario para seguir siendo atractivos al capital y mitigar la devaluación del peso.
A final de cuentas se protege a los grandes capitales que se encuentran en México pero se desalienta el consumo y la inversión y, con ello, los ejes del crecimiento en el mediano plazo. De ahora en adelante las buenas noticias allá serán malas aquí.
Es posible que a lo anterior tengamos que añadir que ya no acepten nuestros excedentes de mano de obra y hasta obstaculicen el envío de las remesas de los trabajadores migrantes; un componente vital del consumo de millones de mexicanos económicamente vulnerables.
Basta lo anterior para asegurar el final de la estrategia económica de las últimas tres décadas. Pero hay dos tipos de fin. Uno es el pasivo, que no comprende lo que ocurre y aunque se queje no hace nada. El otro es el de los que reflexionan, participan y diseñan alternativas. Hasta ahora nos ubicamos en el primero.
Hemos iniciado un nuevo camino empedrado, por donde figurativamente no podrán correr las empresas tipo Ferrari que tanto hemos apapachado pero en las que pocos podían viajar. Para este nuevo camino necesitamos otro tipo de vehículos; empresas nacionales, tal vez de modelito no tan aerodinámico, pero capaces de acomodar a muchos, de levantar la producción y de orientarse a satisfacer las necesidades de la mayoría.
El verdadero problema es que los conductores que se encaramaron al volante del país lo hicieron con un discurso neoliberal que denostaba al modelo nacionalista, el de la substitución de importaciones, y que ellos llamaron paternalista e ineficiente. Pero ahora que se acabó la carretera para la élite financiera no lo aceptan, porque el fracaso del modelo hace irracional su permanencia en el poder. Es hora de un fuerte empuje democratizador.
sábado, 10 de diciembre de 2016
Frente a Trump, aferramiento… o audacia
Jorge Faljo
Muchos esperaban que Trump suavizaría sus posiciones después de haber ganado las elecciones; ahora esperan que lo hará ya estando en la presidencia. La elección de su gabinete apunta a lo contrario; se prepara para arremeter con dureza en las diversas direcciones que apuntó en su campaña. Su lenguaje es agresivo y sus posiciones parecen cambiar. No es por incoherencia o estupidez. Es el estilo de negociación que él conoce y que empieza por golpear en muchos frentes, exigir demasiado y no revelar todas sus cartas. Actúa agresivamente pero sabe que está negociando.
Es vital descifrar a Trump y no estamos haciendo la tarea. También es necesario entender cuál es nuestra verdadera realidad y no cometer el error del auto engaño en la negociación en la que ya deberíamos estar inmersos.
Hemos dicho que tenemos una economía globalizada; es una palabra engañosa. Le vendemos el 83 por ciento de nuestras exportaciones a los Estados Unidos y tenemos un fuerte déficit comercial con China, de alrededor de 64 mil millones de dólares anuales.
Esas son las dos conexiones fuertes del país con el exterior; solo dos. Lo que da más idea de país puente, como dijo el presidente Peña, en el que de un lado (de Asia sobre todo) entran insumos que se ensamblan con mano de obra barata y del otro salen exportaciones a los Estados Unidos. Una verdadera globalización se representaría como una telaraña con hilos tendidos hacia todos lados de manera más o menos equilibrada.
Dependemos mucho más del comercio exterior que los Estados Unidos. Las exportaciones de México equivalen al 35 por ciento de nuestro producto, las de Estados Unidos al 12.5 por ciento del suyo. La nueva perspectiva mundial de bajo crecimiento del comercio internacional nos agarra en una posición de mayor fragilidad.
No solo Trump, sino todo el contexto internacional nos impone la necesidad de un viraje; solo que aquí parece que no sabemos leer las señales, más bien nos enojan y nos aferramos a pensar que regresaremos, algún día, al entorno de crecimiento previo a las grandes crisis centrales en los Estados Unidos (2008) y Europa (2010). Pero esas crisis y el hecho de que el planeta no se recupera de ellas, fueron las convulsiones y el rigor mortis de la globalización.
Aferrarnos a una estrategia condenada al fracaso es patético y arriesgado. Creer que podemos seguir en el rumbo globalizador sin los Estados Unidos es absurdo. China no tiene nada que ofrecernos.
Ante la emergencia se creó un grupo de alto nivel con varios secretarios de estado y líderes del senado y de los diputados para “dar seguimiento” al TLC, a la defensa de los migrantes y al comercio. Pero es un planteamiento meramente reactivo y no se enfoca en una estrategia de cambio de rumbo negociado.
El punto central del planteamiento de Trump es que no está dispuesto a tolerar un déficit de más de 50 mil millones de dólares anuales con México. Esto es lo que debe corregirse; lo demás, aunque importante, ocupa un segundo plano.
Ese déficit, que para nosotros es superávit, solo puede equilibrarse de dos maneras posibles. O México les compra más, o ellos, los norteamericanos, nos compran menos. Lo primero sería reforzar el TLC, lo segundo sería destruirlo. Trump ya planteó su propuesta en el encuentro con Peña: una estrategia de proteccionismo compartido para la defensa de los empleos en Norteamérica. Incluiría el incremento de salarios en México para desalentar la emigración. Nosotros le añadiríamos el rescate del campo.
Pero la respuesta que le hemos dado a Trump va de ignorar sus propuestas a insultarlo. Ante ello lo que hace es elevar la presión, y lo hará aún más.
Hay que tomar en cuenta que las exportaciones a Estados Unidos generan en México 2.7 millones de empleos directos y otros 7 millones indirectos. Perder una parte de ellos y que además nos regresen indocumentados sería un desastre. Proteger esas exportaciones, esos empleos, es prioritario y solo puede hacerse dentro del marco que Trump propuso. Nos guste o no.
Así que la solución va por el lado de comprarles mucho más a los Estados Unidos para equilibrar ese lado del puente. Sin embargo no podemos simplemente incrementar nuestras importaciones, no estamos en condiciones para ello. Así que tendríamos que comprar menos en el otro lado del puente. Lo que significa decirle a China que ya no toleramos el déficit de más de 60 mil millones de dólares. O ese país nos compra más, o nosotros tendremos que comprarles mucho menos. China no va a comprarnos más; es incompatible con su exitosa estrategia de substitución de importaciones.
El gran dilema se refleja en que no entendemos si Trump quiere fortalecer o destruir el TLC. La respuesta es que quiere equilibrar el comercio y eso se puede hacer de cualquiera de las dos maneras: fortaleciendo o destruyendo la relación comercial. Puede equilibrarse hacia arriba o hacia abajo. Las dos opciones implican transformaciones de gran magnitud.
Decidamos. Podemos aferrarnos a la ortodoxia neoliberal en una estrategia de mera resistencia ante golpes brutales para los que no estamos preparados.
O enviamos pronto, con hechos, el mensaje de que preferimos a los Estados Unidos como gran proveedor en substitución de China. Tendría que ir acompañada de una estrategia de fortalecimiento del mercado interno generadora de empleos urbanos y rurales. Desde esa perspectiva es posible negociar con Trump los puntos que son secundarios.
Aferramiento o audacia, los dos requieren planes y proyectos. No se negocia quebrando piñatas e insultando. Eso nos debilita.
Muchos esperaban que Trump suavizaría sus posiciones después de haber ganado las elecciones; ahora esperan que lo hará ya estando en la presidencia. La elección de su gabinete apunta a lo contrario; se prepara para arremeter con dureza en las diversas direcciones que apuntó en su campaña. Su lenguaje es agresivo y sus posiciones parecen cambiar. No es por incoherencia o estupidez. Es el estilo de negociación que él conoce y que empieza por golpear en muchos frentes, exigir demasiado y no revelar todas sus cartas. Actúa agresivamente pero sabe que está negociando.
Es vital descifrar a Trump y no estamos haciendo la tarea. También es necesario entender cuál es nuestra verdadera realidad y no cometer el error del auto engaño en la negociación en la que ya deberíamos estar inmersos.
Hemos dicho que tenemos una economía globalizada; es una palabra engañosa. Le vendemos el 83 por ciento de nuestras exportaciones a los Estados Unidos y tenemos un fuerte déficit comercial con China, de alrededor de 64 mil millones de dólares anuales.
Esas son las dos conexiones fuertes del país con el exterior; solo dos. Lo que da más idea de país puente, como dijo el presidente Peña, en el que de un lado (de Asia sobre todo) entran insumos que se ensamblan con mano de obra barata y del otro salen exportaciones a los Estados Unidos. Una verdadera globalización se representaría como una telaraña con hilos tendidos hacia todos lados de manera más o menos equilibrada.
Dependemos mucho más del comercio exterior que los Estados Unidos. Las exportaciones de México equivalen al 35 por ciento de nuestro producto, las de Estados Unidos al 12.5 por ciento del suyo. La nueva perspectiva mundial de bajo crecimiento del comercio internacional nos agarra en una posición de mayor fragilidad.
No solo Trump, sino todo el contexto internacional nos impone la necesidad de un viraje; solo que aquí parece que no sabemos leer las señales, más bien nos enojan y nos aferramos a pensar que regresaremos, algún día, al entorno de crecimiento previo a las grandes crisis centrales en los Estados Unidos (2008) y Europa (2010). Pero esas crisis y el hecho de que el planeta no se recupera de ellas, fueron las convulsiones y el rigor mortis de la globalización.
Aferrarnos a una estrategia condenada al fracaso es patético y arriesgado. Creer que podemos seguir en el rumbo globalizador sin los Estados Unidos es absurdo. China no tiene nada que ofrecernos.
Ante la emergencia se creó un grupo de alto nivel con varios secretarios de estado y líderes del senado y de los diputados para “dar seguimiento” al TLC, a la defensa de los migrantes y al comercio. Pero es un planteamiento meramente reactivo y no se enfoca en una estrategia de cambio de rumbo negociado.
El punto central del planteamiento de Trump es que no está dispuesto a tolerar un déficit de más de 50 mil millones de dólares anuales con México. Esto es lo que debe corregirse; lo demás, aunque importante, ocupa un segundo plano.
Ese déficit, que para nosotros es superávit, solo puede equilibrarse de dos maneras posibles. O México les compra más, o ellos, los norteamericanos, nos compran menos. Lo primero sería reforzar el TLC, lo segundo sería destruirlo. Trump ya planteó su propuesta en el encuentro con Peña: una estrategia de proteccionismo compartido para la defensa de los empleos en Norteamérica. Incluiría el incremento de salarios en México para desalentar la emigración. Nosotros le añadiríamos el rescate del campo.
Pero la respuesta que le hemos dado a Trump va de ignorar sus propuestas a insultarlo. Ante ello lo que hace es elevar la presión, y lo hará aún más.
Hay que tomar en cuenta que las exportaciones a Estados Unidos generan en México 2.7 millones de empleos directos y otros 7 millones indirectos. Perder una parte de ellos y que además nos regresen indocumentados sería un desastre. Proteger esas exportaciones, esos empleos, es prioritario y solo puede hacerse dentro del marco que Trump propuso. Nos guste o no.
Así que la solución va por el lado de comprarles mucho más a los Estados Unidos para equilibrar ese lado del puente. Sin embargo no podemos simplemente incrementar nuestras importaciones, no estamos en condiciones para ello. Así que tendríamos que comprar menos en el otro lado del puente. Lo que significa decirle a China que ya no toleramos el déficit de más de 60 mil millones de dólares. O ese país nos compra más, o nosotros tendremos que comprarles mucho menos. China no va a comprarnos más; es incompatible con su exitosa estrategia de substitución de importaciones.
El gran dilema se refleja en que no entendemos si Trump quiere fortalecer o destruir el TLC. La respuesta es que quiere equilibrar el comercio y eso se puede hacer de cualquiera de las dos maneras: fortaleciendo o destruyendo la relación comercial. Puede equilibrarse hacia arriba o hacia abajo. Las dos opciones implican transformaciones de gran magnitud.
Decidamos. Podemos aferrarnos a la ortodoxia neoliberal en una estrategia de mera resistencia ante golpes brutales para los que no estamos preparados.
O enviamos pronto, con hechos, el mensaje de que preferimos a los Estados Unidos como gran proveedor en substitución de China. Tendría que ir acompañada de una estrategia de fortalecimiento del mercado interno generadora de empleos urbanos y rurales. Desde esa perspectiva es posible negociar con Trump los puntos que son secundarios.
Aferramiento o audacia, los dos requieren planes y proyectos. No se negocia quebrando piñatas e insultando. Eso nos debilita.
sábado, 3 de diciembre de 2016
Los trabajadores de Uber
Faljoritmo
Jorge Faljo
Uber nació en el 2009 para dar un servicio de transporte alternativo al de los taxis tradicionales. Su nacimiento se origina sobre todo en una buena idea. A partir de ella combinó las nuevas tecnologías de información digital que permiten que un gran número de personas cuente con teléfonos celulares y su localización, interconexión de internet continua, pago con tarjetas de crédito y más. Su plataforma conecta a quienes desean un servicio de transporte y a oferentes del mismo con la ventaja mutua de que ambos son plenamente identificables y carga el costo del servicio a la tarjeta de crédito que el usuario ha pre autorizado.
Sus ventajas son la mayor seguridad mutua entre chofer y usuario; el no requerir dinero en efectivo en el momento, el registro de la transacción, incluyendo horario y puntos de inicio y fin del recorrido, además de la posibilidad de emitir facturas.
El fundador de Uber escuchó la idea básica en una conferencia sobre el potencial de las nuevas tecnologías y la supo, con sus socios, instrumentar adecuadamente. Esto ha dado lugar a una empresa que se ha expandido exponencialmente, que hoy en día presta servicios en alrededor de sesenta países y está valorada en más de 70 mil millones de dólares.
Desde una perspectiva empresarial la idea es maravillosa. Un programa tecnológico conecta los celulares de choferes y usuarios y los primeros ofrecen el servicio de transporte con carros de su propiedad. Es decir que los principales elementos de la inversión, y el costo del servicio de internet y telefónico, no lo paga Uber. Pero el servicio de interconexión entre unos y otros le permite retener el 25 por ciento de la transacción con una inversión que en términos relativos es mínima.
Desde una perspectiva tecnológica el programa es comparable al Waze. Este último permite informar en tiempo real a un automovilista cual es la mejor ruta para llegar a su destino, el tiempo aproximado de llegada, la velocidad a que circula y si excede el máximo permitido, los obstáculos del camino, incluyendo policías, radares, cámaras de vigilancia y demás. Lo hace porque interconecta usuarios que con sus propios equipos proporcionan toda esa información. A diferencia de Uber, el Waze es gratuito; lo que da idea de los reales costos que tiene Uber y el generoso margen de ganancia con que opera.
La expansión de Uber no ha estado exenta de conflictos sociales y legales. Esa empresa revoluciona los servicios de transporte y es odiada por los taxistas tradicionales a los que hace competencia. También altera a fondo a la administración pública del transporte privado; en México sus choferes y autos no pagan por las placas de taxi, no se registran y pasan las pruebas de aquellos. De hecho substituye a la autoridad en los procesos de aceptación y registro de autos y choferes y en la fijación de reglas de admisión y uso.
Uber ha abierto el camino a nuevas formas de prestación de servicios y a nuevas formas de relación comercial y laboral. La empresa sostiene que lo que hace es interconectar agentes privados independientes y libres, cada uno con sus propios medios de trabajo.
Esto ha sido puesto en duda por aquellos que piensan que lo que ocurre es una nueva forma de relación laboral en detrimento de los trabajadores. No es exagerado decir que la discusión es mundial, porque Uber es ahora un fenómeno mundial.
En este contexto es de la mayor importancia la muy reciente decisión de la justicia británica en el sentido de que Uber es un patrón y los choferes cumplen con las características y condiciones suficientes para considerarse sus empleados. Los principales argumentos en que se basa la decisión jurídica son:
Uber decide si acepta o no solicitudes de servicio; entrevista y recluta a los choferes; controla, sin compartir con el chofer, la información clave del usuario; presiona a los choferes a aceptar viajes y destinos, incluso indeseables para ellos, excluye a los que no obedecen; fija la ruta de principio a fin (con ayuda de Waze o similares), establece la tarifa; impone el tipo de vehículo; instruye a los choferes sobre cómo hacer su tarea, incluyendo reglas de comportamiento social; califica su desempeño y ejerce procedimientos disciplinarios.
Es decir que para la justicia inglesa es innegable que los choferes de Uber son sus subordinados; empleados, para todos los efectos legales incluyendo las obligaciones patronales, de seguridad social y fiscales. Esto se aplica no solo a Uber y empresas de transporte similares; sino a nuevas formas de interconexión entre clientes y proveedores que se encuentran en rápida ampliación. Ejemplos de ellas son las empresas que surgen para dar servicios como recibir un carro, llevarlo a un estacionamiento y regresarlo al dueño en los puntos que el determina; también servicios de entrega de alimentos, de compras varias (flores o regalos por ejemplo), de paquetería rápida y demás.
La decisión de la justicia inglesa, ocurrida a principios de noviembre, habrá de pesar de manera substancial en el debate legal que se lleva a cabo en los Estados Unidos y en otros países en relación a estas nuevas formas de servicio y, dígase lo que se diga, de relación laboral.
Tan solo en Londres el asunto atañe a más de 30 mil choferes de Uber; dada la expansión de Uber en el mundo bien podríamos estar hablando de cientos de miles o millones de trabajadores.
La realidad se transforma a un ritmo acelerado y las normas deben por ello mismo modificarse de manera continua y también acelerada. Es tiempo de que en México vayamos tomando decisiones al respecto. Uber ha abierto una puerta que podría ser una caja de Pandora que desate males para los trabajadores más modernos. O, por el contrario, podría determinarse la manera en que una empresa tan moderna, exitosa y rentable, debe responsabilizarse de su relación laboral con trabajadores a los que controla a pesar de que son ellos los que ponen prácticamente toda la inversión.
Jorge Faljo
Uber nació en el 2009 para dar un servicio de transporte alternativo al de los taxis tradicionales. Su nacimiento se origina sobre todo en una buena idea. A partir de ella combinó las nuevas tecnologías de información digital que permiten que un gran número de personas cuente con teléfonos celulares y su localización, interconexión de internet continua, pago con tarjetas de crédito y más. Su plataforma conecta a quienes desean un servicio de transporte y a oferentes del mismo con la ventaja mutua de que ambos son plenamente identificables y carga el costo del servicio a la tarjeta de crédito que el usuario ha pre autorizado.
Sus ventajas son la mayor seguridad mutua entre chofer y usuario; el no requerir dinero en efectivo en el momento, el registro de la transacción, incluyendo horario y puntos de inicio y fin del recorrido, además de la posibilidad de emitir facturas.
El fundador de Uber escuchó la idea básica en una conferencia sobre el potencial de las nuevas tecnologías y la supo, con sus socios, instrumentar adecuadamente. Esto ha dado lugar a una empresa que se ha expandido exponencialmente, que hoy en día presta servicios en alrededor de sesenta países y está valorada en más de 70 mil millones de dólares.
Desde una perspectiva empresarial la idea es maravillosa. Un programa tecnológico conecta los celulares de choferes y usuarios y los primeros ofrecen el servicio de transporte con carros de su propiedad. Es decir que los principales elementos de la inversión, y el costo del servicio de internet y telefónico, no lo paga Uber. Pero el servicio de interconexión entre unos y otros le permite retener el 25 por ciento de la transacción con una inversión que en términos relativos es mínima.
Desde una perspectiva tecnológica el programa es comparable al Waze. Este último permite informar en tiempo real a un automovilista cual es la mejor ruta para llegar a su destino, el tiempo aproximado de llegada, la velocidad a que circula y si excede el máximo permitido, los obstáculos del camino, incluyendo policías, radares, cámaras de vigilancia y demás. Lo hace porque interconecta usuarios que con sus propios equipos proporcionan toda esa información. A diferencia de Uber, el Waze es gratuito; lo que da idea de los reales costos que tiene Uber y el generoso margen de ganancia con que opera.
La expansión de Uber no ha estado exenta de conflictos sociales y legales. Esa empresa revoluciona los servicios de transporte y es odiada por los taxistas tradicionales a los que hace competencia. También altera a fondo a la administración pública del transporte privado; en México sus choferes y autos no pagan por las placas de taxi, no se registran y pasan las pruebas de aquellos. De hecho substituye a la autoridad en los procesos de aceptación y registro de autos y choferes y en la fijación de reglas de admisión y uso.
Uber ha abierto el camino a nuevas formas de prestación de servicios y a nuevas formas de relación comercial y laboral. La empresa sostiene que lo que hace es interconectar agentes privados independientes y libres, cada uno con sus propios medios de trabajo.
Esto ha sido puesto en duda por aquellos que piensan que lo que ocurre es una nueva forma de relación laboral en detrimento de los trabajadores. No es exagerado decir que la discusión es mundial, porque Uber es ahora un fenómeno mundial.
En este contexto es de la mayor importancia la muy reciente decisión de la justicia británica en el sentido de que Uber es un patrón y los choferes cumplen con las características y condiciones suficientes para considerarse sus empleados. Los principales argumentos en que se basa la decisión jurídica son:
Uber decide si acepta o no solicitudes de servicio; entrevista y recluta a los choferes; controla, sin compartir con el chofer, la información clave del usuario; presiona a los choferes a aceptar viajes y destinos, incluso indeseables para ellos, excluye a los que no obedecen; fija la ruta de principio a fin (con ayuda de Waze o similares), establece la tarifa; impone el tipo de vehículo; instruye a los choferes sobre cómo hacer su tarea, incluyendo reglas de comportamiento social; califica su desempeño y ejerce procedimientos disciplinarios.
Es decir que para la justicia inglesa es innegable que los choferes de Uber son sus subordinados; empleados, para todos los efectos legales incluyendo las obligaciones patronales, de seguridad social y fiscales. Esto se aplica no solo a Uber y empresas de transporte similares; sino a nuevas formas de interconexión entre clientes y proveedores que se encuentran en rápida ampliación. Ejemplos de ellas son las empresas que surgen para dar servicios como recibir un carro, llevarlo a un estacionamiento y regresarlo al dueño en los puntos que el determina; también servicios de entrega de alimentos, de compras varias (flores o regalos por ejemplo), de paquetería rápida y demás.
La decisión de la justicia inglesa, ocurrida a principios de noviembre, habrá de pesar de manera substancial en el debate legal que se lleva a cabo en los Estados Unidos y en otros países en relación a estas nuevas formas de servicio y, dígase lo que se diga, de relación laboral.
Tan solo en Londres el asunto atañe a más de 30 mil choferes de Uber; dada la expansión de Uber en el mundo bien podríamos estar hablando de cientos de miles o millones de trabajadores.
La realidad se transforma a un ritmo acelerado y las normas deben por ello mismo modificarse de manera continua y también acelerada. Es tiempo de que en México vayamos tomando decisiones al respecto. Uber ha abierto una puerta que podría ser una caja de Pandora que desate males para los trabajadores más modernos. O, por el contrario, podría determinarse la manera en que una empresa tan moderna, exitosa y rentable, debe responsabilizarse de su relación laboral con trabajadores a los que controla a pesar de que son ellos los que ponen prácticamente toda la inversión.
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