Faljoritmo
Jorge Faljo
No es que estemos enfrentando algunos baches en la economía mexicana; es que estamos iniciando un largo camino empedrado.
Las claves del crecimiento económico de México han sido las exportaciones a Estados Unidos (83 por ciento del total); También la atracción de capitales externos, en parte para fortalecer la producción y en parte simplemente para tener consumir productos importados, sobre todo chinos, y hacernos a la idea de que somos modernos. Una apariencia que consumió la mayor parte del patrimonio nacional, que ahora es extranjero.
Un crecimiento altamente excluyente que depende de que millones de mexicanos sean aceptados del otro lado de nuestra frontera y que, además, ellos mismos se hagan cargo de la supervivencia de sus familias mediante el envío de remesas.
Es un modelo que se cae a pedazos.
La economía norteamericana no va a “jalar” a la mexicana en el 2017. Este año su crecimiento fue de tan solo 1.6 por ciento, con un importante declive de su producción manufacturera. Hay además indicios de deterioro del consumo norteamericano.
Para un país como los Estados Unidos, rico y con una amplia clase media, la construcción de hogares es uno de los mejores indicadores de su evolución económica. Al construir una casa se emplea madera, vidrio, aluminio, concreto; implica comprar muebles, electrodomésticos de cocina y de entretenimiento, todo tipo de enseres e incluso automóvil. En la casa se concreta lo grueso del consumo duradero de las familias.
En 1972 en los Estados Unidos se autorizó la construcción de 2 millones 219 mil casas. Una cifra nunca antes vista y que reflejó un largo periodo de mejoramiento del bienestar de las familias norteamericanas. A partir de entonces el deterioro salarial y la concentración del ingreso incidieron negativamente en la construcción de vivienda hasta el repunte de los primeros años del nuevo siglo. En 2005 se autoriza la construcción de 2 millones 155 mil casas; sin embargo es un auge sustentado en el endeudamiento masivo de la población. Una burbuja que estalla poco después.
En 2009 el número de nuevas viviendas se reduce a 583 mil; apenas algo más de la cuarta parte de las construidas en 1972 y en 2005. Lo que nos dice mucho acerca del enorme potencial productivo paralizado por un mercado caracterizado, también allá, por el rezago salarial y la inequidad.
Ahora la última cifra mensual de construcción de casas en los Estados Unidos refleja una fuerte caída respecto del mes anterior lo que solo puede empeorar el bajo desempeño económico de este año y constituye un mal augurio para el siguiente.
La única posibilidad de mayor dinamismo de la economía norteamericana en 2017 sería en el contexto de una nueva estrategia proteccionista y de fuerte inversión en infraestructura. Lo que no sería favorable a las exportaciones de México.
Esa posible mejoría del crecimiento norteamericano llevaría a la reserva federal a elevar en por lo menos tres ocasiones su tasa de interés básica. Lo que prácticamente nos obliga a imitarlos; como recientemente lo ha hecho el Banco de México al subir su tasa de interés de referencia en medio punto porcentual, el doble que en los Estados Unidos. Lo que parece necesario para seguir siendo atractivos al capital y mitigar la devaluación del peso.
A final de cuentas se protege a los grandes capitales que se encuentran en México pero se desalienta el consumo y la inversión y, con ello, los ejes del crecimiento en el mediano plazo. De ahora en adelante las buenas noticias allá serán malas aquí.
Es posible que a lo anterior tengamos que añadir que ya no acepten nuestros excedentes de mano de obra y hasta obstaculicen el envío de las remesas de los trabajadores migrantes; un componente vital del consumo de millones de mexicanos económicamente vulnerables.
Basta lo anterior para asegurar el final de la estrategia económica de las últimas tres décadas. Pero hay dos tipos de fin. Uno es el pasivo, que no comprende lo que ocurre y aunque se queje no hace nada. El otro es el de los que reflexionan, participan y diseñan alternativas. Hasta ahora nos ubicamos en el primero.
Hemos iniciado un nuevo camino empedrado, por donde figurativamente no podrán correr las empresas tipo Ferrari que tanto hemos apapachado pero en las que pocos podían viajar. Para este nuevo camino necesitamos otro tipo de vehículos; empresas nacionales, tal vez de modelito no tan aerodinámico, pero capaces de acomodar a muchos, de levantar la producción y de orientarse a satisfacer las necesidades de la mayoría.
El verdadero problema es que los conductores que se encaramaron al volante del país lo hicieron con un discurso neoliberal que denostaba al modelo nacionalista, el de la substitución de importaciones, y que ellos llamaron paternalista e ineficiente. Pero ahora que se acabó la carretera para la élite financiera no lo aceptan, porque el fracaso del modelo hace irracional su permanencia en el poder. Es hora de un fuerte empuje democratizador.
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