Jorge Faljo
Salarios, transferencias sociales y paridad cambiaria parecen en principio tres asuntos distintos y con baja relación entre ellos. Cada uno de ellos tiene fuerte incidencia en cuanto al modelo económico nacional y al tipo de sociedad que estamos construyendo. Estos tres elementos interactúan entre sí, por lo que no es conveniente verlos como separados e independientes.
Por otra parte, además de abordarlos en conjunto, tenemos que ubicarlos en un contexto complejo que no es el de la mera inercia de nuestra historia reciente. La perspectiva es distinta; dos motores o impulsos transformadores, uno interno y otro externo, nos obligarán a instrumentar cambios substanciales, incluso a nuestro pesar y al deseo de muchos de una evolución muy suave.
Un primer impulso transformador es la reciente decisión ciudadana, expresada en los mayores comicios de la historia del país, de dirigirnos decididamente a conseguir un estado de derecho, en paz interna, que corrija los extremos de riqueza y de miseria y priorice el crecimiento económico incluyente. Lo cual requiere, además una administración eficaz. Todo ello es una gran tarea.
El segundo impulso transformador nos lo impone el mundo. Este se expresa sobre todo como importantes avances tecnológicos y de productividad que desplazarán millones de ocupaciones en los próximos años; un planeta que ha entrado en un proceso de cambio climático que, por vez primera, parece causado por un ser humano confrontado con la naturaleza; condiciones de sobreproducción, rezago de la demanda y empobrecimiento generalizado que se traducen en convulsiones sociales que cuestionan los modelos políticos y el surgimiento de guerras comerciales en substitución del tradicional libre mercado.
Hemos entrado en un proceso de transformación inevitable que me trae a la mente la visión de una pequeña embarcación en la que sus tripulantes palean para sortear los remolinos y rocas de un rio embravecido.
Tomemos como primer hilo de esta madeja el asunto de los salarios. Pretendimos convertirnos en una potencia exportadora sustentada en el pago de bajos salarios, tan bajos que pueden calificarse como de hambre. Subir el salario mínimo a 102 pesos diarios como quiere la Coparmex, y se opone el gobierno peñista, no es suficiente para cumplir el precepto constitucional de un ingreso suficiente para el bienestar de la familia.
Una de las discrepancias no resueltas en la renegociación del TLCAN es precisamente el asunto salarial en México. Estados Unidos y Canadá no aceptan que México compita con salarios muy por debajo de los que se pagan en esos países.
Aceptar pagar mayores salarios de manera selectiva, en tan solo algunas industrias de exportación reduciría el margen de competitividad. Hay que ver que Incluso pagando tan mal a los trabajadores no conseguimos ser potencia exportadora. Los déficits crónicos, comercial y de cuenta corriente lo atestiguan.
Ajustar a la baja la competitividad salarial solo haría trastabillar más un esquema que ya no funciona ni para los sectores globalizados. Mucho menos para el resto de la economía y la gran mayoría de la población. Tendremos que buscar otro mecanismo y ese solo puede ser una paridad cambiaria competitiva.
Solo hay dos maneras de competir en el exterior: salarios bajos o una paridad c cambiaria que nos obligue a comprar menos en el exterior y a entrar en una ruta de substitución de importaciones. China lo aprendió de cuando este país crecía a tasas de seis por ciento anual y más. Habrá que reaprenderlo de nuestra propia experiencia histórica.
Una paridad competitiva nos ubicaría en posibilidad de desarrollarnos dentro y fuera del marco del TLCAN y conseguir algo que muchos proponen: diversificar mercados de exportación. Pero lo más importante es que permitiría elevar salarios y colocar la demanda interna como impulso central del crecimiento económico.
Exportar como eje del crecimiento no dio para más allá de una evolución raquítica, sobre una base productiva altamente concentrada y sacrificando sectores y regiones no globalizables.
La exigencia ahora es crecer de manera generalizada y eso demanda un mercado interno en crecimiento. Pero no basta. No se trata tan solo de que todos consuman más y así abatir la inequidad y revertir el empobrecimiento de las últimas décadas. Es imprescindible que todos produzcan más, que el fortalecimiento del mercado implique demanda sobre todos los sectores y regiones.
Para empezar las transferencias sociales, que crecerán en importancia deberán ser la semilla de una administración del consumo en favor de la producción de los rezagados. La propuesta es sencilla; que las transferencias se otorguen en cupones para consumir productos locales, regionales y nacionales. Será una manera para que, desde el Estado, en su papel constitucional de rector de la economía, se organice un gran esfuerzo de inclusión productiva de los rezagados.
Mejores salarios, paridad competitiva y transferencias sociales generadoras de demanda sobre la producción no globalizable parecen ser los ejes de la transformación que ha decidido emprender la nación.
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