lunes, 12 de noviembre de 2018

La inevitable inestabilidad

Jorge Faljo

Recuerdo una amiga psicoterapeuta a la que invitaron a dar una plática sobre “cómo evitar los conflictos de pareja.” Lo primero que dijo es que estos eran de algún modo naturales en toda relación. Después dio una estupenda charla sobre qué hacer para, sin evitarlos, resolver los problemas de fondo de la mejor manera posible y así superarlos.

Me acordé porque a unos amigos les preocupa la inestabilidad cambiaria y su visión se alinea con la idea de que como es mala hay que evitarla. Estoy convencido de que eso no es posible; lo que hay que hacer es manejar los altibajos del dólar lo mejor posible. Aunque esta es una expresión incorrecta.

Todos los días cambia el valor del peso respecto al dólar, aunque la apariencia es la contraria, cómo que es el dólar el que modifica su precio. Es como la percepción de que el sol sale por la mañana y se oculta por la noche; aunque aprendimos en primaria que en realidad es la tierra la que se mueve.

El caso es que es inevitable que la inestabilidad empeore en los próximos meses. Aparte de lo meramente coyuntural hay dos problemas de fondo que se generaron y afianzaron a lo largo de décadas de neoliberalismo patito.

Lo primero es que nos volvimos importadores extremos. No solo de lo lujoso para el consumo de la minoría rica, sino incluso de lo básico para el consumo mayoritario y de los más pobres. Necesitamos muchos dólares para comprar, además de los iPhones, insumos industriales, gasolina, y también maíz, arroz, carnes, frutas.

La adicción a lo importado va de la mano de la dependencia a los dólares “fáciles”. No los que provienen de ser un país exitosamente exportador, que no lo somos. El déficit comercial es crónico. Solo las maquiladoras extranjeras, e incluyo a las empresas automotrices, nos permiten tener un superávit con los Estados Unidos que cubre a medias nuestros grandes déficits con China y el resto del mundo.

Los dólares fáciles provenían de la venta de petróleo que cuando era caro, era nuestro y teníamos mucho, también llegaron miles de millones de dólares de la venta – país (siderurgia, cerveceras, minería, manufacturas, banca y otras), además del endeudamiento externo. Todos estos ingresos permitieron mantener por décadas un dólar barato (es decir, un peso caro) con una grave consecuencia; el desmantelamiento de la producción interna y mayor adicción a las importaciones.

Pero todo ha cambiado. La venta – país se ha agotado; en sus estertores llevó al remate del subsuelo (petróleo y minería) pero ni así dio mucho.

Del exterior el Fondo Monetario nos advirtió contra la excesiva entrada de capitales volátiles, que terminarían saliendo. Incluso podría, dijeron, hacerse uso de controles al capital. Pero decidimos que lo mejor era atraer capitales especulativos cuya entrada permitió que por una temporada la bolsa de valores de México fuera la de mejor rendimiento del mundo. Y el dólar siguiera barato y las importaciones nos dieran un maquillaje de país moderno y exitoso.

Ahora estamos en los límites de la capacidad de endeudamiento al mismo tiempo que Trump les ofrece a estos capitales una mejor oferta de rentabilidad, que no podemos ni debemos igualar.

El precario equilibrio en que se encuentra el país hace que unos cuantos grandes empresarios puedan jugar a la confianza o desconfianza y con sus movimientos de capital incidir en la paridad cambiaria.

Ante esta situación la disyuntiva es dramática. O se sigue haciendo todo lo posible por ganarse todos los días la confianza de los capitales, apuntalando los negocios y ganancias de pocos. En donde atraer y mantener la rentabilidad de esos capitales ha sido la manera de prevenir la inestabilidad en las últimas décadas. Pero el costo para la sociedad en términos de producción y empleo ha sido demasiado fuerte. Contra eso es que votó la mayoría en julio pasado.

La otra posibilidad es iniciar una desintoxicación llena de nauseas, sudores y escalofríos. Recuperar gradualmente la capacidad de producir internamente el grueso del consumo y ya no promover la atracción de dólares fáciles. En pocas palabras es aceptar, aunque suene paradójico, una inestabilidad controlada; mantenida dentro de ciertos límites.

La prevención de la inestabilidad debe ser una negociación que nos conduzca a otra estrategia económica. En la que puedan crecer a un mayor ritmo la producción, el empleo y el mercado interno. Solo es posible si en lugar de vender al país tratamos de exportar y de substituir importaciones. Esto último es la clave y requiere contar con una paridad competitiva.

La devaluación nos daña en lo inmediato, como daña al adicto dejar la droga. Pero solo hay dos maneras de competir globalmente. Con moneda barata o con salarios miserables. Elegimos el mal camino, el de salarios miserables. China es exitosa porque desde hace décadas eligió mantener a su moneda barata.

Si cambiamos de carril la posibilidad inmediata es reactivar, con políticas adecuadas, muchas de las enormes capacidades que se han visto parcialmente inutilizadas en las últimas décadas, en el campo y la ciudad.

Creo que más que temer a la inevitable inestabilidad lo que nos debe preocupar es como resolverla a fondo, sin aspavientos pero con una dirección clara. Lo preocupante es no saber actuar.

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