domingo, 27 de octubre de 2019

Chile. No son alienígenas, es el pueblo.

Jorge Faljo

Hace poco el presidente de Chile, Sebastián Piñera, declaró al diario Financial Times que su país es un oasis en la región, con democracia estable, economía en crecimiento, generación de empleos y mejora de salarios.

Esa entrevista ha adquirido cierto parecido con la que el presidente Porfirio Díaz le dio al periodista James Creelman en marzo de 1908. En ella justificaba su gobierno dictatorial y aseguraba, más bien para lectores del extranjero, que los mexicanos ya estaban preparados para la democracia. No esperaba, Porfirio, que sus declaraciones provocarían una fuerte turbulencia y contribuirían a desatar la revolución.

Piñera no esperaba que a pocas semanas de presentar a su país como paraíso se desataría una de las más fuertes revueltas sociales en América Latina. El contraste entre los que pintan a Chile como ejemplo de un neoliberalismo exitoso y lo que ahora sale a la luz, es extremo.

La revuelta empezó con la convocatoria de los estudiantes a saltarse los torniquetes del metro en respuesta a un aumento del precio del boleto. Un aumento que podríamos pensar más bien pequeño, de 800 a 830 pesos chilenos; es decir poco menos de un 4 por ciento. Pero hay contextos en los que una chispa puede incendiar la pradera. Y en este caso la represión de la revuelta estudiantil atizó el fuego.

Ya antes los estudiantes habían protestado debido a que la educación, privatizada, es cara y tienen que endeudarse para después encontrar un empleo mal pagado.

Al descontento se sumaron los jubilados, cuyas pensiones los tienen en la pobreza. Hace unos días leí en una publicación financiera que el sistema pensionario de Chile es uno de los mejores del mundo. México lo copió y pronto empezaremos a ver cómo nos va.

Los sindicatos convocaron a una huelga general. Los transportistas cerraron casetas de pago en las carreteras porque las consideran caras. Y todos se sienten afectados por el alto costo de las medicinas y la privatización del sistema de salud.

Inicialmente Piñera reaccionó con medidas de fuerza. Declaró: estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, dispuesto a usar la violencia y quemar hospitales, el metro y los supermercados. Son vándalos criminales.

Cierto, hubo episodios de violencia, saqueos, quema de autobuses y han ocurrido unas veinte muertes. Son las fotos, videos y notas de hechos lamentables las que destacan en los medios y ocultan los problemas de fondo.

Uno de los lemas destacados de la revuelta es “no se trata de 30 pesos, sino de 30 años”, refiriéndose a los decenios de neoliberalismo depredador.

El hecho es que la revuelta tomó por sorpresa a la clase política. No la podían entender. El ministro del interior habló de una escalada organizada, sin aclarar quienes la organizan. La primera dama, Cecilia Morel, dijo “Estamos absolutamente sobrepasados. Es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirla”.

Difícil que la primera familia entienda el malestar popular cuando el presidente Piñera ha amasado una fortuna calculada en 2 mil 800 millones de dólares de los años de la dictadura de Pinochet a la fecha.

A los señores que tienen este nivel de fortunas les gusta mostrarse como filántropos y ambientalistas. Piñera compró 118 mil hectáreas con propósitos de conservación y servicios para 100 mil visitantes al año. Lo hizo con capital de una de sus empresas radicada en Panamá para evadir impuestos. Lo más controvertido surge del reclamo de la población indígena de que parte de esa zona son tierras ancestrales sobre las que no logran el reconocimiento de sus derechos.

Piñera ejemplifica mejor que nadie el problema de fondo, la inequidad. A su favor está que cambió de posición y a unos días de iniciada la revuelta lanzó una agenda social de unidad nacional que da marcha atrás al alza del metro y la electricidad. También elevó el salario mínimo, redujo la semana laboral de 45 a 40 horas, creó un fondo para complementar las pensiones más bajas y se comprometió a negociar con las farmacéuticas bajar el precio de las medicinas.

Para solventar estos gastos anunció que se eleva al 40 por ciento el impuesto sobre la renta de los que ganen más de 11 mil dólares al mes. Cabe suponer que el presidente mismo y las grandes familias seguirán guardando capitales en paraísos fiscales extranjeros.

Sin embargo, estos cambios podrían no ser suficientes para enfrentar el cansancio de una mayoría de la población que percibe claramente la inequidad económica y social, en mucho asociada a la corrupción y a componendas legaloides entre el poder público y la minoría enriquecida a niveles fantásticos.

A partir de una revuelta en un principio desordenada y sin cabezas visibles está ocurriendo un proceso de creciente organización y nuevas demandas. Según encuestas el 83 por ciento de la ciudadanía apoya las protestas y el 7 por ciento las rechaza. Este viernes más de un millón de personas marcharon en la capital exigiendo cambios. Destaca el llamado a convocar a una Asamblea Constituyente que anule la Constitución neoliberal heredada de la dictadura sangrienta de Augusto Pinochet y que deja el timón del país en manos del mercado; es decir del dinero.

Aquí en México, parece que vemos los toros desde la barrera, pero nos vendría bien algún aprendizaje. Este sería, entre otros, que la democracia convencional no es adecuada para detectar resentimientos largamente acumulados que pueden explotar de manera sorpresiva. Las pasadas elecciones presidenciales expresaron y desfogaron algo de ese malestar; también crearon expectativas que requieren ser satisfechas. A veces dar poco a destiempo exacerba el problema.

El mejor antídoto es propiciar una real democracia participativa. Afortunadamente contamos con una Constitución con medula social. Infortunadamente décadas de neoliberalismo nos dejan un país en el que la medición de la inequidad arroja el mismo dato que el de la República de Chile.

domingo, 20 de octubre de 2019

Culiacán, punto de inflexión

Jorge Faljo

Lo ocurrido este pasado jueves en Culiacán cimbró al país. La población local vivió horas de terror encerrada en los lugares donde estaban al iniciarse las balaceras. Estas fueron desatadas por el crimen organizado que se enseñoreo de buena parte de la ciudad; circulaban exhibiendo armas de alto calibre, cerraron los puntos de acceso a la ciudad, el aeropuerto, y derrumbaron el muro de un penal provocando una fuga de reos. Fue su respuesta a la detención de Ovidio Guzmán, un hijo del Chapo, preso en los Estados Unidos.

el resto del país seguíamos con alarma y desconcierto lo que ocurría en la capital de uno de los estados con mayor pujanza económica. La situación era confusa y hasta este momento muchos detalles de lo ocurrido siguen siendo inciertos o borrosos.

Lo que es seguro y sorprendente es la capacidad de organización y respuesta inmediata de estas bandas que en un par de horas pusieron en jaque no solo al gobierno local, sino incluso al federal. La confrontación de fuerzas fue totalmente favorable a los seguidores y aliados del Chapo en detrimento de las fuerzas institucionales.

Finalmente, el gobierno retrocedió en su intención de detener y, posiblemente, extraditar a Ovidio y, puesto que ya estaba en sus manos, lo liberó. Fue una decisión del gabinete de seguridad federal, con la aprobación del Presidente López Obrador de la que se responsabiliza plenamente.

AMLO explica que era mucho más importante preservar la vida de los seres humanos que la detención de un presunto delincuente. Decide no enfrentar la violencia con la violencia, y está por la paz, la fraternidad y el amor. Menciona en favor de esta actitud al nuevo testamento. Es decir que se vuelve a declarar cristiano.

No obstante, la decisión presidencial es muy controvertida y algunas de sus expresiones, del fuchi guacala, al papel de las madres y abuelas en el control de los delincuentes son objeto de franco pitorreo en las redes sociales. Pero hacer chistes no le quita seriedad al asunto, buena parte de la población se siente insegura y este es un tema mayor de la vida nacional.

Los adversarios políticos del Presidente hablan de una rendición ante el crimen y de un estado fallido. Argumentan que se debió dar una fuerte demostración de poder por parte de las fuerzas armadas institucionales.

Pero si se hubiera seguido ese camino el costo en vidas humanas podría haber sido inmenso. Se amenazó en particular a un conjunto habitacional de militares, es decir a sus familias, incluyendo niños.

El presidente tomó la decisión que en ese momento era la correcta. Pero no deja de preocupar que, más allá de su convicción cristiana, exista en esta administración la percepción de que en una guerra contra el crimen organizado saldríamos perdiendo.

Los que exigen someter al crimen organizado por la fuerza de las armas asumen que el gobierno ganaría en corto tiempo y a un bajo costo en sangre tanto de militares como de civiles. Culiacán, y Aguilillas, nos demuestran que no es así. Y este es un diagnóstico terrible, tenemos un estado débil y eso no se remediaría mediante enfrentamientos que más bien podrían demostrar su debilidad y un costo inaceptable en vidas.

El camino planteado por este régimen es el del desarrollo, la inclusión de los jóvenes con educación y preparación para el trabajo; elevar el bienestar de los más vulnerables mediante transferencias sociales; conseguir la autosuficiencia alimentaria sustentada en la producción campesina e indígenas, entre otras medidas.

Pero Culiacán es un parteaguas. Demuestra la inaceptable debilidad heredada del Estado y la convierte en argumento político en contra de toda la cuarta transformación. Abre una herida que se irá ensanchando y que se convierte en una de las principales amenazas a la propuesta de desarrollo del régimen.

Reconocer la debilidad obliga a acciones de fortalecimiento rápido; hay que acelerar el paso. Con una captación fiscal de nivel paraíso no hemos podido crecer. Urge elevar la captación. Si no se hace pronto y se traduce en desarrollo social se perderá la oportunidad de la actual alta popularidad del régimen. Entre más se tarde será más difícil.

El Fondo Monetario Internacional sugiere fortalecer al sector privado. Pero el problema de fondo de la inversión privada es que el entorno mundial es crecientemente hostil, y al interior tenemos un mercado empobrecido. El mejor impulso a la inversión privada es una política industrial que le abra vertientes de producción en substitución de importaciones chinas tanto para el mercado interno como para elevar el contenido nacional de las exportaciones.

Lo principal es configurar un fuerte sector social. Y el primer paso es que las transferencias sociales se amarren al consumo de productos nacionales. No a un mecanismo de transferencias que favorece la globalización del consumo.

Acelerar la transformación requiere promover a las organizaciones sociales independientes y democráticas y dejar de verlas como adversarias.

Culiacán obliga a redoblar el paso transformador; aún hay tiempo y sustento social. Solo acelerando el crecimiento de los elementos sanos de la economía y de la sociedad podrá irse desplazando y debilitando el poder del crimen organizado y también los argumentos de aquellos que quieren una confrontación que hundiría en sangre la transformación de México.

domingo, 13 de octubre de 2019

Política industrial; cualquier taco es cena

Jorge Faljo

Las perspectivas de crecimiento de la economía mundial se han venido enfriando. Ahora se calcula que el crecimiento global será un modesto 2.6 por ciento en 2019. Estados Unidos crecerá un 2.3 por ciento y México estaría de nuevo a la zaga con un crecimiento proyectado por el Banco Mundial de tan solo 0.6 por ciento para este año.

El crecimiento de nuestro país estará por abajo del incremento de la población. Es decir que en términos per cápita será negativo. Estadísticamente hablando todos nos empobreceríamos un poco; en la práctica unos más que otros, y muy probablemente con las excepciones de costumbre en donde una selecta minoría podrá seguir enriqueciéndose.

Dentro del agregado de bajo crecimiento destaca que la actividad industrial registra una contracción del uno por ciento respecto al año pasado. Y que la manufactura crecerá en apenas un 0.3 por ciento.

Ante expectativas que a lo largo del año han evolucionado de malas a peores la Secretaría de Economía, Graciela Márquez, declaró que nuestro país está bajo la sombra de la recesión económica pero que tiene la capacidad de resistir y enfrentar las dificultades económicas latentes a nivel mundial. También dijo que el panorama mundial ofrece formas y modelos distintos para hacerle frente a esos desafíos. En esto último tiene toda la razón; la globalización se resquebraja, el comercio mundial ya no es el motor del crecimiento global y el proteccionismo avanza, en particular en los Estados Unidos.

Diseñar nuevos modelos y estrategias no solo es cosa de aprovechar oportunidades, sino que es un imperativo de supervivencia. Somos un país híper globalizado, nuestro cliente básico son los Estados Unidos y si este tiene un crecimiento raquítico y, además, un presidente que continuamente nos amenaza con aranceles y restricciones comerciales, es hora de jugar a la defensiva.

Por eso, el anuncio de la Sra. Secretaría de Economía de que tendríamos una nueva política industrial sonó muy alentador. Una estrategia de ese tipo tendría la mayor relevancia después de que durante varias décadas se sostuvo abiertamente que la mejor política industrial era simplemente no tener ninguna. Es decir que la conducción del crecimiento se dejó enteramente en manos del papel que el mercado global le asignó a la economía nacional.

Contar con una política industrial es un viejo reclamo empresarial. El presidente de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin), Francisco Cervantes Díaz, señaló que México no tiene una política industrial desde hace 30 años. En palabras de otro líder empresarial, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, somos un gran país exportador pero el contenido mexicano de lo que vendemos es escaso. Lo que se podemos traducir en lo que ya sabemos, que tenemos una industria de ensamblado de componentes importados y orientada a la exportación. En sentido contrario la vieja base industrial orientada al mercado interno fue en su mayor parte destruida.

Así que es imperativo cambiar de rumbo y al mismo tiempo podemos aprovechar las oportunidades que surgen del evidente fracaso neoliberal en México y el mundo, y el cambio de estrategias en otras latitudes.

Pero el entusiasmo ante el anuncio de una política industrial se desvaneció casi de inmediato cuando la Sra. Secretaria Graciela Márquez apunta como parte de nuestras fortalezas que somos una de las economías más abiertas; que tenemos tratados comerciales con 48 países y que estamos tratando de agilizar la aprobación del T-MEC y entretanto se mantiene en vigor el TLCAN que ha mostrado ser una palanca de crecimiento desde hace más de 25 años. Una visión que no se distingue del neoliberalismo ramplón de las anteriores administraciones.

La nueva política industrial la presentan como un decálogo con los siguientes planteamientos: Promover una mayor competencia económica, aprovechar la apertura comercial; mejora regulatoria que reduzca costos, generar un entorno de negocios amigable que dé certidumbre y atraiga inversiones nacionales y extranjeras. Estas y otras más cucharadas de lo mismo.

No basta. Es el momento de lanzar una estrategia decidida de substitución de importaciones que eleve el componente nacional en la producción de exportación y en la destinada al mercado interno. De hecho, avanzamos en ese sentido, pero a regañadientes y porque lo impone el gobierno norteamericano que exige que substituyamos importaciones del sureste asiático por componentes originados en la región de América del Norte.

Habría que aprovechar las exigencias de los Estados Unidos y Canadá para ir más lejos. Estados Unidos demanda un comercio más equilibrado con México. Nosotros aprovechamos nuestro superávit comercial con los Estados Unidos para financiar un déficit comercial con China de más de 75 mil millones de dólares al año. Lo peor es que le compramos productos tecnológicos sofisticados y componentes industriales y le vendemos materias primas de bajo valor agregado. Nos hemos posicionado como país bananero frente al gigante asiático.

Hay que reorientar la relación comercial con los Estados Unidos y Canadá para convertirnos en proveedor substituto de insumos chinos y al mismo tiempo en un mejor cliente. Ese espacio nos lo puede abrir el conflicto comercial entre Estados Unidos y China. Una estrategia industrial de substitución de importaciones no podría ser criticada desde el norte porque es justo lo que se están planteando en los Estados Unidos tanto demócratas como republicanos.

La política industrial planteada habla de competencia en lenguaje de política globalizada; lo que no ha llevado a nada. Necesitamos una fuerte inyección de competencia inmediata originada en una devaluación moderada combinada con regulación del comercio exterior. Se trata si, de instrumentar nuevas tecnologías, pero sobre todo de emplear el total de las capacidades instaladas y de reactivar mucho de lo que ya hacíamos.

La industrialización de los Estados Unidos, Japón, Alemania y otros se caracterizó por la conducción estatal y no por el neoliberalismo a ultranza.

domingo, 6 de octubre de 2019

El Truco de Trump

Jorge Faljo

Varios meses antes de que el entonces candidato Trump fuera elegido presidente de los Estados Unidos, en un discurso de campaña le pidió a Rusia encontrar y difundir los correos de su rival Hillary Clinton. Pedirle ayuda a Rusia era un delito, pero al hacerlo descaradamente frente a las cámaras y salir en los noticiarios de todo el país, pasó como broma o inocencia. Así Trump logró algo que repetiría innumerables veces en adelante; convertir un delito en la nueva normalidad mediante el “truco” de hacerlo a plena luz.

Antes, en enero de 2016, en otro acto de campaña electoral, dijo que podría dispararle un balazo a cualquier persona a la mitad de la quinta avenida y no perdería ni un solo voto. Un público de fans le aplaudió tal y como un sector de la población le sigue aplaudiendo cualquier barbaridad, infamia o chiste que diga. Infamia por ejemplo haber dicho durante años que Obama, el primer presidente afroamericano, no había nacido en los Estados Unidos y su acta de nacimiento era falsa.

Me remonto a cuando Trump no era presidente para señalar que en realidad no engañó al pueblo norteamericano. A las claras les hizo saber a sus seguidores que era mentiroso, farsante, inmoral y decidido a quebrantar las normas; todo abiertamente. Su mensaje de fondo, subliminal, es que él, el truhán, enfrentaría a otros truhanes, a los políticos melosos, que eran peores por ser hipócritas.

Cuando Bill Clinton fue presidente se le hizo juicio político y estuvo cerca de ser defenestrado (impeachment en inglés), aparentemente el problema era que había mentido acerca de su relación sexual con una becaria de la Casa Blanca. Trump que le pagó 130 mil dólares a una “estrella porno” para que cerrara la boca habría hecho algo peor. Pero Clinton y Trump fueron juzgados desde dos estándares distintos; Clinton engaño al infringir sus normas de decencia; pero lo que hizo Trump parecía normalito en un truhan multimillonario.

Cuando Nixon fue presidente estuvo al borde de ser defenestrado y tuvo que renunciar. Su problema es que había sido el candidato de la justicia y el orden y le falló a su propio estándar.

Trump ha cometido múltiples delitos que a otro personaje le hubieran costado el puesto, pero a los que el parece invulnerable; sus fans todo se lo permiten y se lo celebran. Eso porque Trump no fue el candidato adalid de la justicia, el orden, la rectitud, el conocimiento y el buen juicio. Lo que prometió fue el caos, comportarse como chivo en cristalería.

Aquí el punto es, ¿Por qué buena parte de la población norteamericana quiere el caos? Tal vez porque el orden anterior les resultaba insoportable. Millones perdieron sus empleos cuando los grandes conglomerados se fueron a contratar trabajadores más baratos en el tercer mundo; millones perdieron sus casas a resultas de la ruptura de la burbuja inmobiliaria en el 2008; millones tienen ahora menos años de esperanza de vida y viven aquejados de alcoholismo, drogadicción y depresión; millones ganan menos de lo que ganaban sus padres 30 años antes.

Para esos muchos millones el “sueño americano” se volvió pesadilla al mismo tiempo que sus dirigentes les aseguraban que no había otro camino, que esa era la nueva normalidad. Que de hecho las cosas no estaban tan mal. Que incluso iban bien. Eso cuando el uno por ciento de la población se enriquecía desmesuradamente; y los orquestadores de los mega fraudes no recibían castigo y nadie entre los grandes gurús de la economía supo predecir el desastre, y menos solucionarlo.

Así que en 2016 ganaron los que le apostaron al campeón del caos.

Ya antes el pueblo norteamericano había elegido a un actor: Ronald Reagan. Ese era al menos un actor serio que en sus papeles encarnaba a los buenos, a los justos. Con Trump eligieron a otro actor, en este caso de “reality show” que se encarnaba a sí mismo como un cabrón despiadado y que para mantener su “rating” tenía que ser cada vez más extremo. Si no el público se aburriría.

Eso, el escandalo creciente, era la capacitación previa de Trump, el tipo de “sabiduría” que lo llevó a la presidencia. Para sus fans no se trataba de elegir a otro representante del fraudulento neoliberalismo honesto y de principios; tampoco a un héroe defensor del pueblo, ya habían perdido esa esperanza. Solo quedaba aquello de que pa’ los toros del jaral los caballos de allá mesmo.

Trump destaca por una ignorancia descarada que le hace negar el calentamiento global, proponer arrojar una bomba atómica para desintegrar un huracán, o que los aerogeneradores de electricidad producen cáncer. Es en extremo cruel contra los más vulnerables, niños, mujeres, pobres. Llegó a proponer que les dispararan a las piernas a los migrantes; solo que le dijeron que sería ilegal. Y está dispuesto a la ilegalidad. Es también un mentiroso redomado.

Trump sorteó el escollo de la investigación de Mueller que claramente concluyó que obstruyó la investigación y la justicia en torno a la interferencia rusa que le ayudó a ganar las elecciones. Varios de sus más cercanos colaboradores están en la cárcel. Pero el la libró.

Ahora, por fin, los demócratas se han decidido a iniciar la investigación inicial a un juicio político que podría conducir a su defenestración. Insisto en que es un juicio político, no criminal, y por tanto depende de la relación de fuerzas políticas en las dos cámaras del congreso norteamericano. Y esas fuerzas dependen a su vez de la opinión pública y su comportamiento previsible en las próximas elecciones presidenciales y para senadores y representantes en el 2020.

Los republicanos han defendido a capa y espada a su presidente porque dependen de su base política, sus fans, para reelegirse. Y los demócratas no se atrevían a formalizar una investigación porque si no ganaban el juicio político en el senado, mayoritariamente republicano, podrían fortalecer a Trump para la reelección.

Pero surgió un nuevo escándalo; Trump pidió ayuda al gobierno de Ucrania, a cambio de desbloquearle la ayuda militar que le asignó el congreso, para desprestigiar al hijo de Joe Biden, el precandidato demócrata favorito para las elecciones presidenciales del 2020. Eso convenció a los demócratas de lanzar los preliminares del juicio político en la idea de que esto ya no lo aceptaría la opinión pública.

En respuesta Trump ha recurrido a su truco básico; hacer normal el delito. Frente a micrófonos y videocámaras le pidió al gobierno chino que investigue a los Biden, padre e hijo. Reincide abiertamente y niega que sea incorrecto. ¿Le volverá a dar resultado?

Creo que Trump será defenestrado, si no ahora, más adelante. Ha salido políticamente airoso de varias acusaciones graves y sí cambiara a un comportamiento mesurado tal vez no le pasaría nada. Pero Trump se siente impune y lleva en la sangre la cultura del “reality show”, que lo hace reincidir en escándalos crecientes. Eso lo llevó al triunfo y parece que terminará por hundirlo.