Jorge Faljo
Varios meses antes de que el entonces candidato Trump fuera elegido presidente de los Estados Unidos, en un discurso de campaña le pidió a Rusia encontrar y difundir los correos de su rival Hillary Clinton. Pedirle ayuda a Rusia era un delito, pero al hacerlo descaradamente frente a las cámaras y salir en los noticiarios de todo el país, pasó como broma o inocencia. Así Trump logró algo que repetiría innumerables veces en adelante; convertir un delito en la nueva normalidad mediante el “truco” de hacerlo a plena luz.
Antes, en enero de 2016, en otro acto de campaña electoral, dijo que podría dispararle un balazo a cualquier persona a la mitad de la quinta avenida y no perdería ni un solo voto. Un público de fans le aplaudió tal y como un sector de la población le sigue aplaudiendo cualquier barbaridad, infamia o chiste que diga. Infamia por ejemplo haber dicho durante años que Obama, el primer presidente afroamericano, no había nacido en los Estados Unidos y su acta de nacimiento era falsa.
Me remonto a cuando Trump no era presidente para señalar que en realidad no engañó al pueblo norteamericano. A las claras les hizo saber a sus seguidores que era mentiroso, farsante, inmoral y decidido a quebrantar las normas; todo abiertamente. Su mensaje de fondo, subliminal, es que él, el truhán, enfrentaría a otros truhanes, a los políticos melosos, que eran peores por ser hipócritas.
Cuando Bill Clinton fue presidente se le hizo juicio político y estuvo cerca de ser defenestrado (impeachment en inglés), aparentemente el problema era que había mentido acerca de su relación sexual con una becaria de la Casa Blanca. Trump que le pagó 130 mil dólares a una “estrella porno” para que cerrara la boca habría hecho algo peor. Pero Clinton y Trump fueron juzgados desde dos estándares distintos; Clinton engaño al infringir sus normas de decencia; pero lo que hizo Trump parecía normalito en un truhan multimillonario.
Cuando Nixon fue presidente estuvo al borde de ser defenestrado y tuvo que renunciar. Su problema es que había sido el candidato de la justicia y el orden y le falló a su propio estándar.
Trump ha cometido múltiples delitos que a otro personaje le hubieran costado el puesto, pero a los que el parece invulnerable; sus fans todo se lo permiten y se lo celebran. Eso porque Trump no fue el candidato adalid de la justicia, el orden, la rectitud, el conocimiento y el buen juicio. Lo que prometió fue el caos, comportarse como chivo en cristalería.
Aquí el punto es, ¿Por qué buena parte de la población norteamericana quiere el caos? Tal vez porque el orden anterior les resultaba insoportable. Millones perdieron sus empleos cuando los grandes conglomerados se fueron a contratar trabajadores más baratos en el tercer mundo; millones perdieron sus casas a resultas de la ruptura de la burbuja inmobiliaria en el 2008; millones tienen ahora menos años de esperanza de vida y viven aquejados de alcoholismo, drogadicción y depresión; millones ganan menos de lo que ganaban sus padres 30 años antes.
Para esos muchos millones el “sueño americano” se volvió pesadilla al mismo tiempo que sus dirigentes les aseguraban que no había otro camino, que esa era la nueva normalidad. Que de hecho las cosas no estaban tan mal. Que incluso iban bien. Eso cuando el uno por ciento de la población se enriquecía desmesuradamente; y los orquestadores de los mega fraudes no recibían castigo y nadie entre los grandes gurús de la economía supo predecir el desastre, y menos solucionarlo.
Así que en 2016 ganaron los que le apostaron al campeón del caos.
Ya antes el pueblo norteamericano había elegido a un actor: Ronald Reagan. Ese era al menos un actor serio que en sus papeles encarnaba a los buenos, a los justos. Con Trump eligieron a otro actor, en este caso de “reality show” que se encarnaba a sí mismo como un cabrón despiadado y que para mantener su “rating” tenía que ser cada vez más extremo. Si no el público se aburriría.
Eso, el escandalo creciente, era la capacitación previa de Trump, el tipo de “sabiduría” que lo llevó a la presidencia. Para sus fans no se trataba de elegir a otro representante del fraudulento neoliberalismo honesto y de principios; tampoco a un héroe defensor del pueblo, ya habían perdido esa esperanza. Solo quedaba aquello de que pa’ los toros del jaral los caballos de allá mesmo.
Trump destaca por una ignorancia descarada que le hace negar el calentamiento global, proponer arrojar una bomba atómica para desintegrar un huracán, o que los aerogeneradores de electricidad producen cáncer. Es en extremo cruel contra los más vulnerables, niños, mujeres, pobres. Llegó a proponer que les dispararan a las piernas a los migrantes; solo que le dijeron que sería ilegal. Y está dispuesto a la ilegalidad. Es también un mentiroso redomado.
Trump sorteó el escollo de la investigación de Mueller que claramente concluyó que obstruyó la investigación y la justicia en torno a la interferencia rusa que le ayudó a ganar las elecciones. Varios de sus más cercanos colaboradores están en la cárcel. Pero el la libró.
Ahora, por fin, los demócratas se han decidido a iniciar la investigación inicial a un juicio político que podría conducir a su defenestración. Insisto en que es un juicio político, no criminal, y por tanto depende de la relación de fuerzas políticas en las dos cámaras del congreso norteamericano. Y esas fuerzas dependen a su vez de la opinión pública y su comportamiento previsible en las próximas elecciones presidenciales y para senadores y representantes en el 2020.
Los republicanos han defendido a capa y espada a su presidente porque dependen de su base política, sus fans, para reelegirse. Y los demócratas no se atrevían a formalizar una investigación porque si no ganaban el juicio político en el senado, mayoritariamente republicano, podrían fortalecer a Trump para la reelección.
Pero surgió un nuevo escándalo; Trump pidió ayuda al gobierno de Ucrania, a cambio de desbloquearle la ayuda militar que le asignó el congreso, para desprestigiar al hijo de Joe Biden, el precandidato demócrata favorito para las elecciones presidenciales del 2020. Eso convenció a los demócratas de lanzar los preliminares del juicio político en la idea de que esto ya no lo aceptaría la opinión pública.
En respuesta Trump ha recurrido a su truco básico; hacer normal el delito. Frente a micrófonos y videocámaras le pidió al gobierno chino que investigue a los Biden, padre e hijo. Reincide abiertamente y niega que sea incorrecto. ¿Le volverá a dar resultado?
Creo que Trump será defenestrado, si no ahora, más adelante. Ha salido políticamente airoso de varias acusaciones graves y sí cambiara a un comportamiento mesurado tal vez no le pasaría nada. Pero Trump se siente impune y lleva en la sangre la cultura del “reality show”, que lo hace reincidir en escándalos crecientes. Eso lo llevó al triunfo y parece que terminará por hundirlo.
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