Jorge Faljo
El T-MEC es el nuevo tratado comercial en vía de substituir al TLC. Y por Fondo Monetario Internacional me refiero en particular a la Línea de Crédito Flexible. Son dos negociaciones importantes en proceso, de las que esperamos buenos resultados, pero podrían darnos algunas sorpresas.
México se apresuró a ratificar el T-MEC en el sexenio anterior. Ahora esperamos con optimismo su ratificación por los Estados Unidos y Canadá. Un buen deseo que tiene mucho que ver con la importancia que tiene para México dar una señal fuerte de certeza a los inversionistas nacionales y extranjeros.
Para Graciela Márquez, Secretaria de Economía, algunas empresas han detenido sus inversiones porque requieren la seguridad de un tratado internacional. Arturo Herrera, Secretario de Hacienda, dice que el nuevo tratado será un “estímulo increíble”, para mejorar el clima empresarial y la inversión, particularmente en un mundo que enfrenta incertidumbres.
Aparte de que la ratificación es importante, es viable sobre todo porque el T-MEC no es motivo de disputa entre los partidos demócrata y republicano en los Estados Unidos. Las cúpulas de ambos partidos en las dos cámaras del Congreso favorecen su firma.
Sin embargo, los demócratas no quieren ponerlo a votación sin antes contar con el visto bueno de la AFL-CIO que es la principal agrupación de sindicatos dentro de los Estados Unidos. Este organismo representa a alrededor de 12.5 millones de trabajadores. Su presidente, Richard Trumka acaba de declarar que los sindicatos no están convencidos de la disposición y capacidad de México para cumplir con los acuerdos laborales y ambientales que son parte del nuevo Tratado.
Es por eso que los negociadores mexicanos han centrado su atención en los demócratas y, en particular, en los temas laborales. A mediados de octubre pasado el presidente López Obrador envió una carta a Richard Neal, del partido demócrata y presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, asegurando que destinaría más de 900 millones de dólares para impulsar la reforma laboral en México.
Tal reforma está en marcha. Son modificaciones que obedecen a la convicción presidencial respecto a mejorar la situación de los trabajadores. Pero también es innegable que es fuertemente impulsada desde los Estados Unidos con exigencias tales como que en México haya democracia sindical, que se acaben los contratos de protección y se fortalezca la capacidad de negociación de los trabajadores.
La exigencia inicial expresada por Trump era elevar directamente los salarios en México. Pronto se dieron cuenta que eso no podría ocurrir sin fortalecer de raíz las capacidades de negociación de los trabajadores. Su objetivo permanece; que aquí se eleven los salarios de los trabajadores de manera tal que disminuya lo que consideran competencia desleal. Sobre todo les interesa no perder empleos en Estados Unidos porque las empresas se trasladen a nuestro país.
A Richard Trumka el gran líder sindical no le bastan las promesas mexicanas. Así que pide mayor seguridad no en cuanto a cambiar la letra de la ley; sino en su adecuada instrumentación. Eso es lo que cabildea con los legisladores demócratas y lo que puede desembocar en cambios al Tratado.
En caso de modificaciones México tendría que renegociar o aceptar los cambios y volver a ratificarlo en el senado. Pero la situación ya no es la que existía cuando lo ratificó un senado dominado por el PRI. Ahora podrían surgir críticas internas a un tratado que es básicamente similar al anterior TLC.
Al igual que el anterior el nuevo tratado no le otorga a México un lugar de socio privilegiado; no es favorable a que aquí pueda definirse una política industrial medianamente independiente; y no protege a la agricultura mexicana y al desarrollo rural. Una nueva discusión del tratado podría dar pie a desacuerdos como los que ha generado la discusión del presupuesto para el campo.
¿Qué tan importante es el tratado? Paradójicamente durante la vigencia del TLC el grueso del intercambio comercial y las inversiones externas norteamericanas se inclinaron a favor de China.
Lo que ocurrió es que China hizo algo mucho más importante que contar con un tratado. Mantuvo una paridad cambiaria competitiva asociada a la exportación de capitales y sin permitir la entrada de capitales especulativos. Pese a ser pobre, se convirtió en prestamista de Washington. Desarrolló una estrategia industrial independiente y un crecimiento basado en la substitución de importaciones. Esa estrategia fue mucho más efectiva que cualquier tratado.
En contraparte la continuidad del modelo mexicano de crecimiento basado en la inversión privada interna y externa, con un gobierno austero y reducido, demanda crear certezas de estabilidad. Tal es el argumento para esperar que el nuevo tratado se ratifique lo antes posible.
Hay otro asunto de importancia coyuntural. Acaba de vencer, a fin de octubre, la línea de crédito flexible entre México y el Fondo Monetario Internacional. Esa línea funciona como un crédito pre aprobado que se puede solicitar en caso de que ocurriera una contingencia cambiaria, digamos fuga de capitales.
Desde el FMI se dice que México solicitó reducir el monto de esa línea de crédito de los actuales 88 mil millones de dólares a algo así como 70 mil millones de dólares y eso es lo que se está renegociando. Puede sospecharse que esa solicitud de reducción es más bien la mejor alternativa ante la posible intención de la agencia financiera para simplemente eliminar la línea de crédito.
Esto puede asociarse a dos cosas. El Fondo otorgó un crédito desproporcionado a Argentina y ahora está en riesgo de no poder cobrarlo. Lo segundo es que en México se ha incrementado la incertidumbre financiera por varias razones: retraso en la firma del T-MEC; riesgo de caída del grado de inversión; temas de inseguridad y otras. Una de ellas es precisamente que no se renueve la línea de crédito flexible.
Hace unos años, para renovar la línea de crédito el Fondo exigió que Banco de México dejara de subastar grandes cantidades de dólares en una defensa a ultranza de la paridad cambiaria que resultaba peligrosa. Al reducir las reservas internacionales alentaba la volatilidad cambiaria y se acercaba a tener que emplear la línea de crédito.
Ahora más que antes el Fondo no quiere que México recurra a ese crédito. Pero es importante para el país porque otorga certidumbre a los capitales especulativos de que incluso en una circunstancia difícil podrán reconvertirse en dólares.
Lo mejor será que el Fondo renueve la línea de crédito para desalentar la volatilidad financiera; pero el compromiso implícito de México debe ser que no se recurrirá a ese crédito. Es decir que no habrá una defensa del peso a costa de agotar las reservas. No repetir lo que pasó en 1994.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
domingo, 17 de noviembre de 2019
Evo, Bolivia; vertientes de conflicto
Jorge Faljo
Evo Morales nació en 1959 en una familia indígena en pobreza extrema. Cuatro de sus seis hermanos no sobrevivieron la infancia. Cuando tenía seis años su familia emigró a Argentina para trabajar en la zafra de la caña de azúcar. Cada mañana la familia invocaba la protección de la Pachamama, la madre tierra.
En Argentina Evo ingresó a la primaria. Se sentaba atrás de todos porque no entendía el español. Gracias al trabajo en la zafra su padre pudo comprar un catre que más tarde le regalaría a su hija cuando se casó.
Después de un año la familia regresó a Bolivia y durante un tiempo Evo fue pastor de llamas. Cuenta que los pasajeros de los camiones arrojaban cascaras de naranja y de plátano por la ventana. El imaginaba que algún día él también podría viajar así, comiendo naranjas.
Completó sus estudios de secundaria mientras trabajaba como ladrillero, panadero, trompetista, entre otros oficios. Dejó la escuela para hacer el servicio militar. Evo, con dotes de líder y negociador, ascendió hasta dirigir a los productores de coca del país; luego sería diputado y más adelante líder nacional indígena.
Hago un paréntesis para aclarar que millones de habitantes de las regiones altas de Bolivia y Perú mastican o hacen infusión con las hojas de coca. Es un estimulante y analgésico ligero que ayuda a soportar el hambre, el cansancio, y el mal de altura. Se emplea desde hace milenios en rituales religiosos indígenas. En Perú su uso se ha declarado patrimonio cultural. En ambos países se controla la producción para desalentar su refinamiento en cocaína; un lujo de ricos.
En 2002 Evo perdió la presidencia de Bolivia por un pequeño margen (1.6 por ciento de los votos), en una elección teñida de sospechas de fraude. En 2006 volvió a ser candidato y ganó de manera abrumadora.
Bolivia ha sido un país de muy difícil gobernabilidad. En 1982 un presidente completó su mandato; desde entonces 10 presidentes no lo consiguieron. Los cuatro presidentes anteriores a Evo duraron en promedio 13 meses una semana, el inmediatamente anterior estuvo 227 días en la silla presidencial.
Así que ser presidente durante 14 años es un hecho histórico; nadie había logrado permanecer tanto tiempo y mucho menos manteniendo un clima predominantemente de paz social. Este largo periodo fue interrumpido por el golpe de estado número 189 en la historia de Bolivia.
¿Qué ocurrió en los 14 años del gobierno de Evo?
Dicen que Evo Morales ha sido el primer presidente de Bolivia que parece boliviano. Siendo indígena y con poca educación le vaticinaban un mal desempeño. Sin embargo su presidencia, en realidad tres periodos, se significó por el auge económico, con una tasa de crecimiento cercana al 4.5 por ciento anual mientras América Latina lo hacía al 1.6 por ciento. El producto per cápita se duplicó en los primeros ocho años de su gestión. Por eso el Banco Mundial reclasificó a Bolivia de país de ingresos bajos a medios.
Lo más importante es que los beneficios de ese crecimiento no se concentraron en pocas manos, sino que redujeron la pobreza mucho más que en ningún otro país latinoamericano. La pobreza extrema se redujo del 38.5 por ciento en 2005 al 15.2 por ciento en 2018; la pobreza moderada bajó de 60.6 a 34.6 por ciento de la población en el mismo periodo.
Ayudó mucho el auge internacional de los precios de las materias primas. Pero no se habría aprovechado sin la nacionalización de los recursos naturales: gas, otros hidrocarburos y minería. Y sin liberar a Bolivia de la tutela del Fondo Monetario Internacional.
Otro factor es que Bolivia evitó la apreciación de su moneda mediante la regulación de flujos financieros y un control flexible de la paridad cambiaria. El país contó con una moneda barata, competitiva, que le permitió elevar salarios. Bolivia acumuló importantes reservas internacionales generadas por sus exportaciones y no por endeudamiento financiero.
Su modelo de desarrollo, en palabras del vicepresidente, Álvaro García Linera (ahora en México), es heterodoxo, un capitalismo con fuerte presencia del Estado. Apostamos, dijo, a las exportaciones donde nos conviene y protegemos nuestra industria y mercado interno donde necesitamos.
Dos han sido los factores centrales del reciente golpe de Estado. La economía de Bolivia mantiene una alta dependencia de las exportaciones de materias primas. En un contexto de bajo crecimiento mundial y caída de precios de las materias primas, se redujeron los ingresos y el gasto público, así como la posibilidad de generar empleos. Esto en una sociedad donde el buen crecimiento ha generado altas expectativas.
Lo segundo es una disputa histórica de la sociedad boliviana; un conflicto económico, social y religioso asociado a un profundo racismo.
Evo se reconoce cristiano de base y también practica el culto a la Madre Tierra, Pachamama. Impulsó el laicismo y defendió que los estudiantes de las escuelas públicas pudieran optar por no estudiar catolicismo. En 2008 la iglesia católica apoyó públicamente un levantamiento armado en las zonas más ricas y blancas del país. En 2009 el catolicismo dejo de ser culto oficial del Estado y se reconoció la plurinacionalidad del país e importantes derechos indígenas.
En 2015 el Papa Francisco visitó Bolivia y dijo: queremos un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no lo aguantan los campesinos, los trabajadores, los pueblos. Y tampoco lo aguanta la hermana Madre Tierra. Entonces Evo declaró: Ahora si tengo Papa.
Esto no lo aceptan las elites bolivianas fundamentalmente blancas y católicas. Es muy representativo que la autoproclamada, es decir espuria, presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, dijera que con ella regresaba la biblia al palacio de gobierno. Y ciertamente llevaba una gran biblia en la mano. Más tarde tomó juramento a su gabinete frente a la biblia, velas encendidas y un crucifijo.
Jeanine Añez ha dicho que hay que desterrar a los ritos satánicos indígenas y que los indios no deben vivir en las ciudades. De ser por ella, Bolivia puede entrar en un grave conflicto racial y religioso.
Evo Morales en una actitud humanista y responsable renunció para evitar violencia y muertes. Escapó porque su vida estaba en fuerte riesgo. El gobierno de México se comportó con enorme dignidad frente a las presiones norteñas que tanto dificultaron la salida de Evo. La OEA quedó de nuevo cuestionada por su complicidad, declaraciones sesgadas y sin fundamento.
Ahora en México se publicita en los medios la mezquindad de nuestra derecha que se siente amenazada por el ejemplo de Evo.
Lamentablemente este evento golpista no ha terminado. Por un lado la agresión contra los indígenas apenas empieza. En una perspectiva legal la renuncia de Evo no ha sido aceptada por el congreso; al que se le impide reunirse. Y mientras las ciudades y barrios blancos celebran, las organizaciones indígenas no están amarradas de manos y se empiezan a movilizar.
Ojalá y en Bolivia se celebren las nuevas elecciones anunciadas y sea por la vía democrática que se resuelvan los diferendos y se restablezca el orden legal.
Evo Morales nació en 1959 en una familia indígena en pobreza extrema. Cuatro de sus seis hermanos no sobrevivieron la infancia. Cuando tenía seis años su familia emigró a Argentina para trabajar en la zafra de la caña de azúcar. Cada mañana la familia invocaba la protección de la Pachamama, la madre tierra.
En Argentina Evo ingresó a la primaria. Se sentaba atrás de todos porque no entendía el español. Gracias al trabajo en la zafra su padre pudo comprar un catre que más tarde le regalaría a su hija cuando se casó.
Después de un año la familia regresó a Bolivia y durante un tiempo Evo fue pastor de llamas. Cuenta que los pasajeros de los camiones arrojaban cascaras de naranja y de plátano por la ventana. El imaginaba que algún día él también podría viajar así, comiendo naranjas.
Completó sus estudios de secundaria mientras trabajaba como ladrillero, panadero, trompetista, entre otros oficios. Dejó la escuela para hacer el servicio militar. Evo, con dotes de líder y negociador, ascendió hasta dirigir a los productores de coca del país; luego sería diputado y más adelante líder nacional indígena.
Hago un paréntesis para aclarar que millones de habitantes de las regiones altas de Bolivia y Perú mastican o hacen infusión con las hojas de coca. Es un estimulante y analgésico ligero que ayuda a soportar el hambre, el cansancio, y el mal de altura. Se emplea desde hace milenios en rituales religiosos indígenas. En Perú su uso se ha declarado patrimonio cultural. En ambos países se controla la producción para desalentar su refinamiento en cocaína; un lujo de ricos.
En 2002 Evo perdió la presidencia de Bolivia por un pequeño margen (1.6 por ciento de los votos), en una elección teñida de sospechas de fraude. En 2006 volvió a ser candidato y ganó de manera abrumadora.
Bolivia ha sido un país de muy difícil gobernabilidad. En 1982 un presidente completó su mandato; desde entonces 10 presidentes no lo consiguieron. Los cuatro presidentes anteriores a Evo duraron en promedio 13 meses una semana, el inmediatamente anterior estuvo 227 días en la silla presidencial.
Así que ser presidente durante 14 años es un hecho histórico; nadie había logrado permanecer tanto tiempo y mucho menos manteniendo un clima predominantemente de paz social. Este largo periodo fue interrumpido por el golpe de estado número 189 en la historia de Bolivia.
¿Qué ocurrió en los 14 años del gobierno de Evo?
Dicen que Evo Morales ha sido el primer presidente de Bolivia que parece boliviano. Siendo indígena y con poca educación le vaticinaban un mal desempeño. Sin embargo su presidencia, en realidad tres periodos, se significó por el auge económico, con una tasa de crecimiento cercana al 4.5 por ciento anual mientras América Latina lo hacía al 1.6 por ciento. El producto per cápita se duplicó en los primeros ocho años de su gestión. Por eso el Banco Mundial reclasificó a Bolivia de país de ingresos bajos a medios.
Lo más importante es que los beneficios de ese crecimiento no se concentraron en pocas manos, sino que redujeron la pobreza mucho más que en ningún otro país latinoamericano. La pobreza extrema se redujo del 38.5 por ciento en 2005 al 15.2 por ciento en 2018; la pobreza moderada bajó de 60.6 a 34.6 por ciento de la población en el mismo periodo.
Ayudó mucho el auge internacional de los precios de las materias primas. Pero no se habría aprovechado sin la nacionalización de los recursos naturales: gas, otros hidrocarburos y minería. Y sin liberar a Bolivia de la tutela del Fondo Monetario Internacional.
Otro factor es que Bolivia evitó la apreciación de su moneda mediante la regulación de flujos financieros y un control flexible de la paridad cambiaria. El país contó con una moneda barata, competitiva, que le permitió elevar salarios. Bolivia acumuló importantes reservas internacionales generadas por sus exportaciones y no por endeudamiento financiero.
Su modelo de desarrollo, en palabras del vicepresidente, Álvaro García Linera (ahora en México), es heterodoxo, un capitalismo con fuerte presencia del Estado. Apostamos, dijo, a las exportaciones donde nos conviene y protegemos nuestra industria y mercado interno donde necesitamos.
Dos han sido los factores centrales del reciente golpe de Estado. La economía de Bolivia mantiene una alta dependencia de las exportaciones de materias primas. En un contexto de bajo crecimiento mundial y caída de precios de las materias primas, se redujeron los ingresos y el gasto público, así como la posibilidad de generar empleos. Esto en una sociedad donde el buen crecimiento ha generado altas expectativas.
Lo segundo es una disputa histórica de la sociedad boliviana; un conflicto económico, social y religioso asociado a un profundo racismo.
Evo se reconoce cristiano de base y también practica el culto a la Madre Tierra, Pachamama. Impulsó el laicismo y defendió que los estudiantes de las escuelas públicas pudieran optar por no estudiar catolicismo. En 2008 la iglesia católica apoyó públicamente un levantamiento armado en las zonas más ricas y blancas del país. En 2009 el catolicismo dejo de ser culto oficial del Estado y se reconoció la plurinacionalidad del país e importantes derechos indígenas.
En 2015 el Papa Francisco visitó Bolivia y dijo: queremos un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no lo aguantan los campesinos, los trabajadores, los pueblos. Y tampoco lo aguanta la hermana Madre Tierra. Entonces Evo declaró: Ahora si tengo Papa.
Esto no lo aceptan las elites bolivianas fundamentalmente blancas y católicas. Es muy representativo que la autoproclamada, es decir espuria, presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, dijera que con ella regresaba la biblia al palacio de gobierno. Y ciertamente llevaba una gran biblia en la mano. Más tarde tomó juramento a su gabinete frente a la biblia, velas encendidas y un crucifijo.
Jeanine Añez ha dicho que hay que desterrar a los ritos satánicos indígenas y que los indios no deben vivir en las ciudades. De ser por ella, Bolivia puede entrar en un grave conflicto racial y religioso.
Evo Morales en una actitud humanista y responsable renunció para evitar violencia y muertes. Escapó porque su vida estaba en fuerte riesgo. El gobierno de México se comportó con enorme dignidad frente a las presiones norteñas que tanto dificultaron la salida de Evo. La OEA quedó de nuevo cuestionada por su complicidad, declaraciones sesgadas y sin fundamento.
Ahora en México se publicita en los medios la mezquindad de nuestra derecha que se siente amenazada por el ejemplo de Evo.
Lamentablemente este evento golpista no ha terminado. Por un lado la agresión contra los indígenas apenas empieza. En una perspectiva legal la renuncia de Evo no ha sido aceptada por el congreso; al que se le impide reunirse. Y mientras las ciudades y barrios blancos celebran, las organizaciones indígenas no están amarradas de manos y se empiezan a movilizar.
Ojalá y en Bolivia se celebren las nuevas elecciones anunciadas y sea por la vía democrática que se resuelvan los diferendos y se restablezca el orden legal.
domingo, 10 de noviembre de 2019
Entre criminalidad y desarrollo
Jorge Faljo
El asesinato brutal de mujeres y niños de la familia LeBarón señala una terrible ausencia de límites, éticos, humanitarios, o de cualquier tipo en sus verdugos. El hecho ha conmocionado a la opinión pública de México y los Estados Unidos.
Los LeBarón son una extensa familia de cerca de 5 mil personas dedicadas a la agricultura en el norte de México. Sus antepasados vinieron de los Estados Unidos desde hace varias generaciones porque su religión, una rama independiente de la iglesia mormona, alentaba la poligamia, pero allá se prohibió. Encontraron que en México podían seguir practicándola.
Entre los antepasados no tan lejanos de esta familia varios tuvieron más de diez esposas. En un caso un abuelo tuvo más de 400 nietos. Lo cual explica que estas 5 mil personas estén cercanamente emparentadas.
Hago un paréntesis para decir que la poligamia genera situaciones muy conflictivas por la exclusión de los jóvenes menos adinerados. Pero ese es otro tema; además de que al parecer esa costumbre ya casi se ha extinguido.
Las víctimas LeBarón tenían una doble nacionalidad: mexicana y estadounidense. Es por ello que este horrendo crimen abre la puerta a la injerencia norteamericana y explica también el rápido apersonamiento de nuestro secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, en la escena del crimen. Declaró que se va a hacer justicia. Eso esperan con impaciencia los mexicanos y muchos norteamericanos; su gobierno incluido.
Trump ofreció ayuda militar y, aparte de que AMLO rechazo esta posibilidad, la mejor respuesta la dio un familiar de los asesinados. Alex LeBarón le envió un mensaje (tweet) al presidente Trump diciendo: ¿quieres ayudar? Baja el consumo de drogas en los Estados Unidos. ¿quieres ayudar más? Cambia las leyes que permiten la entrada sistemática de armas de alto poder a México.
Sin embargo, sería iluso esperar que los gringos reconozcan y corrijan su contribución al crimen organizado en México. Más bien anuncian fuertes presiones sobre México.
Varios senadores norteamericanos apuntan en esa dirección. Lindsey Graham, un importante senador republicano dijo que prefería viajar a Siria que a México. También dijo que las organizaciones criminales de México deberían ser declaradas como terroristas bajo la ley norteamericana; algo que no es inocente pues le daría al gobierno norteamericano, en particular a Trump, facultades de intervención en México en defensa de ciudadanos e intereses norteamericanos.
Otro senador, Tom Cotton esgrime que si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadounidenses en México tal vez ellos tengan que tomar el asunto en sus manos. Un tercer senador, Ben Sasse, supone que México se encuentra peligrosamente cerca de ser un estado fallido. Lo que ha sido ampliamente citado por los medios.
Afortunadamente Trump se encuentra entrampado en su juicio político. Pero si acaso libra su defenestración lo más probable es que esto le sirva de munición en su campaña electoral.
La situación obliga a México a combatir la inseguridad en dos vertientes; la inmediata es lo que prometió Ebrard, hacer justicia, ojalá que sea para todos, y la otra. La de mediano plazo es la propuesta de AMLO, combatir la criminalidad con desarrollo. No la continuidad del mero crecimiento, débil, sesgado, inequitativo y empobrecedor de los últimos treinta años; sino un desarrollo incluyente, generador de empleo, con equidad social. Ninguna de las dos maneras es sencilla y de bajo riesgo.
Reconstruir una senda de desarrollo requiere abandonar ortodoxias profundamente enraizadas que no generan suficiente empleo y bienestar.
El mercado mundial está saturado, nuestro mercado interno es muy débil tras décadas de empobrecimiento masivo y el gasto público no alcanza ni para lo esencial. Las transferencias sociales, educación, salud, seguridad e inversión compiten entre sí y al final todos son insuficientes. Tampoco alcanza para inyectar falsa competitividad en áreas clave de la producción.
Ahora que se reducen los apoyos gubernamentales a la agricultura comercial resulta que esta no puede nadar sin ese salvavidas. Y no es claro que los apoyos redirigidos a la producción campesina vayan a dar el resultado deseado en el corto plazo.
No obstante, requerimos que el grueso de la producción rural y urbana sea competitiva dentro del mercado interno frente a las importaciones de manufacturas asiáticas y la compra de granos norteamericanos. No se logrará con ilusorios y lentos incrementos de productividad que no se dieron en el pasado. Hay que voltear la ecuación: primero competitividad, luego productividad.
Y la competitividad se puede obtener abandonando la muy costosa defensa a ultranza de la paridad cambiaria. Presumimos la entrada de inversión especulativa que viene a aprovechar una de las tasas de interés más altas del mundo. Se le llama inversión, pero lo cierto es que no incrementa la producción, sino que la deteriora; abarata el dólar y fortalece nuestra vocación importadora.
Para echar a andar el potencial productivo del país, o por lo menos preservar la producción nacional, tendríamos que tener una paridad competitiva. La producción de maíz en la agricultura comercial es un buen referente. Si no se le va a apoyar con gasto público, y no es viable poner aranceles a las importaciones, la única alternativa a la destrucción es una paridad que le permita competir y ser rentable.
Hay señales crecientes de que una devaluación puede ser inevitable. Morgan Stanley, una importante firma financiera, aconseja desinvertir en pesos y en bonos de Pemex. El Fondo Monetario Internacional no da señales de renovar la línea de crédito flexible por cerca de 80 mil millones de dólares, que vence a fin de este mes. Las calificadoras desconfían de los cálculos financieros optimistas en torno a Pemex y las finanzas públicas.
Devaluar sería un trago amargo; pero nos acercamos a la disyuntiva entre conducir el proceso tomando el toro por los cuernos, o dejarnos arrastrar. Habrá que hacer de tripas corazón y convertir lo que parece inevitable en eje de un nuevo proyecto de desarrollo.
El asesinato brutal de mujeres y niños de la familia LeBarón señala una terrible ausencia de límites, éticos, humanitarios, o de cualquier tipo en sus verdugos. El hecho ha conmocionado a la opinión pública de México y los Estados Unidos.
Los LeBarón son una extensa familia de cerca de 5 mil personas dedicadas a la agricultura en el norte de México. Sus antepasados vinieron de los Estados Unidos desde hace varias generaciones porque su religión, una rama independiente de la iglesia mormona, alentaba la poligamia, pero allá se prohibió. Encontraron que en México podían seguir practicándola.
Entre los antepasados no tan lejanos de esta familia varios tuvieron más de diez esposas. En un caso un abuelo tuvo más de 400 nietos. Lo cual explica que estas 5 mil personas estén cercanamente emparentadas.
Hago un paréntesis para decir que la poligamia genera situaciones muy conflictivas por la exclusión de los jóvenes menos adinerados. Pero ese es otro tema; además de que al parecer esa costumbre ya casi se ha extinguido.
Las víctimas LeBarón tenían una doble nacionalidad: mexicana y estadounidense. Es por ello que este horrendo crimen abre la puerta a la injerencia norteamericana y explica también el rápido apersonamiento de nuestro secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, en la escena del crimen. Declaró que se va a hacer justicia. Eso esperan con impaciencia los mexicanos y muchos norteamericanos; su gobierno incluido.
Trump ofreció ayuda militar y, aparte de que AMLO rechazo esta posibilidad, la mejor respuesta la dio un familiar de los asesinados. Alex LeBarón le envió un mensaje (tweet) al presidente Trump diciendo: ¿quieres ayudar? Baja el consumo de drogas en los Estados Unidos. ¿quieres ayudar más? Cambia las leyes que permiten la entrada sistemática de armas de alto poder a México.
Sin embargo, sería iluso esperar que los gringos reconozcan y corrijan su contribución al crimen organizado en México. Más bien anuncian fuertes presiones sobre México.
Varios senadores norteamericanos apuntan en esa dirección. Lindsey Graham, un importante senador republicano dijo que prefería viajar a Siria que a México. También dijo que las organizaciones criminales de México deberían ser declaradas como terroristas bajo la ley norteamericana; algo que no es inocente pues le daría al gobierno norteamericano, en particular a Trump, facultades de intervención en México en defensa de ciudadanos e intereses norteamericanos.
Otro senador, Tom Cotton esgrime que si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadounidenses en México tal vez ellos tengan que tomar el asunto en sus manos. Un tercer senador, Ben Sasse, supone que México se encuentra peligrosamente cerca de ser un estado fallido. Lo que ha sido ampliamente citado por los medios.
Afortunadamente Trump se encuentra entrampado en su juicio político. Pero si acaso libra su defenestración lo más probable es que esto le sirva de munición en su campaña electoral.
La situación obliga a México a combatir la inseguridad en dos vertientes; la inmediata es lo que prometió Ebrard, hacer justicia, ojalá que sea para todos, y la otra. La de mediano plazo es la propuesta de AMLO, combatir la criminalidad con desarrollo. No la continuidad del mero crecimiento, débil, sesgado, inequitativo y empobrecedor de los últimos treinta años; sino un desarrollo incluyente, generador de empleo, con equidad social. Ninguna de las dos maneras es sencilla y de bajo riesgo.
Reconstruir una senda de desarrollo requiere abandonar ortodoxias profundamente enraizadas que no generan suficiente empleo y bienestar.
El mercado mundial está saturado, nuestro mercado interno es muy débil tras décadas de empobrecimiento masivo y el gasto público no alcanza ni para lo esencial. Las transferencias sociales, educación, salud, seguridad e inversión compiten entre sí y al final todos son insuficientes. Tampoco alcanza para inyectar falsa competitividad en áreas clave de la producción.
Ahora que se reducen los apoyos gubernamentales a la agricultura comercial resulta que esta no puede nadar sin ese salvavidas. Y no es claro que los apoyos redirigidos a la producción campesina vayan a dar el resultado deseado en el corto plazo.
No obstante, requerimos que el grueso de la producción rural y urbana sea competitiva dentro del mercado interno frente a las importaciones de manufacturas asiáticas y la compra de granos norteamericanos. No se logrará con ilusorios y lentos incrementos de productividad que no se dieron en el pasado. Hay que voltear la ecuación: primero competitividad, luego productividad.
Y la competitividad se puede obtener abandonando la muy costosa defensa a ultranza de la paridad cambiaria. Presumimos la entrada de inversión especulativa que viene a aprovechar una de las tasas de interés más altas del mundo. Se le llama inversión, pero lo cierto es que no incrementa la producción, sino que la deteriora; abarata el dólar y fortalece nuestra vocación importadora.
Para echar a andar el potencial productivo del país, o por lo menos preservar la producción nacional, tendríamos que tener una paridad competitiva. La producción de maíz en la agricultura comercial es un buen referente. Si no se le va a apoyar con gasto público, y no es viable poner aranceles a las importaciones, la única alternativa a la destrucción es una paridad que le permita competir y ser rentable.
Hay señales crecientes de que una devaluación puede ser inevitable. Morgan Stanley, una importante firma financiera, aconseja desinvertir en pesos y en bonos de Pemex. El Fondo Monetario Internacional no da señales de renovar la línea de crédito flexible por cerca de 80 mil millones de dólares, que vence a fin de este mes. Las calificadoras desconfían de los cálculos financieros optimistas en torno a Pemex y las finanzas públicas.
Devaluar sería un trago amargo; pero nos acercamos a la disyuntiva entre conducir el proceso tomando el toro por los cuernos, o dejarnos arrastrar. Habrá que hacer de tripas corazón y convertir lo que parece inevitable en eje de un nuevo proyecto de desarrollo.
domingo, 3 de noviembre de 2019
Globalización; una ruta que se cierra.
Jorge Faljo
El contexto económico internacional es cada vez menos favorable a la estrategia de crecimiento fincado en la globalización. Una ruta que no hemos abandonado pero que es cada vez más estrecha. De hecho, ya no parece funcionar para algunas de las más grandes potencias industriales.
Japón, la tercera economía más grande del mundo, después de los Estados Unidos y China, experimenta una contracción de su producción industrial que la retrae a cifras de hace tres años. Esta situación se asocia a dos factores; el primero es que elevó el impuesto a las ventas de ocho a diez por ciento y provocó una contracción del consumo. El segundo, más importante, es que sus exportaciones, fundamentalmente de manufacturas, llevan 10 meses a la baja y han caído en un 5.2 por ciento respecto al año anterior.
De acuerdo a su banco central Alemania podría encontrarse en recesión; su economía se contrajo en 0.1 por ciento de abril a junio y al parecer esta tendencia está a punto de confirmarse para el siguiente trimestre. Muy posiblemente su crecimiento en 2019 no rebasará el 0.3 por ciento. La causa principal de este bajo dinamismo es la caída en sus exportaciones de manufacturas que en agosto se redujo en 3.9 por ciento comparado con el mismo mes del año anterior.
Inglaterra por su parte también redujo su producción en un 0.2 por ciento durante el segundo trimestre y se calcula que habrá crecido en 0.3 por ciento en los siguientes tres meses. Escapa a la definición de recesión, pero son sus peores datos económicos de los últimos siete años. Sin embargo, de acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, su salida de la Unión Europea podría empujarla a la recesión en este y el siguiente año.
Italia tiene una perspectiva ligeramente peor a los anteriores. Un crecimiento de cero por ciento para 2019.
Una excepción dentro de este panorama oscuro beneficia a casi el 20 por ciento de la población mundial. Se trata de la economía de China que, aunque se desacelera, crecerá este año en un 6.1 por ciento. Esto a pesar de que sus exportaciones caerán en alrededor del 3 por ciento. Conviene aquí recordar los tres pilares básicos del notable crecimiento chino en las últimas décadas: uno, una moneda barata y altamente competitiva; dos, una fuerte estrategia de substitución de importaciones y; tres, un decidido fortalecimiento de su mercado interno sustentado sobre todo en alzas salariales que promedian el 8.2 por ciento anual en los últimos diez años.
En suma, de acuerdo a la OCDE este año será el peor desde el 2009. Un referente nefasto en el que la economía mundial retrocedió fuertemente dejando a cientos de millones empobrecidos y sin empleo.
Para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD, no solo 2019 será malo, sino que la situación apunta a que en 2020 pudiera ocurrir una recesión global.
La ruta que se cierra es la del crecimiento exportador en el que los mercados internos fueron despreciados y el esfuerzo se concentró en la conquista de mercados externos bajo un mecanismo esencialmente perverso. Me refiero a los préstamos al tercer mundo con los que múltiples países se endeudaron para obtener un superficial desarrollo importado. Y para pagar subastaron su patrimonio.
Bajo esa lógica México privatizó lo que era patrimonio del Estado y luego vendió al extranjero lo que incluso siendo privado era por lo menos nacional. A cambio consiguió crear un segmento moderno, exportador, que ahora se encuentra en un callejón sin salida.
Hay quienes consideran que las guerras comerciales y el creciente proteccionismo son los factores que ocasionan las dificultades para exportar y por tanto el estancamiento de la economía mundial. Lo que yo creo es que son las tendencias al estancamiento las que provocan las guerras comerciales.
El avance en las capacidades de producción ha ocurrido al mismo tiempo que crece la inequidad y se genera una triada maligna: no crecen los ingresos de la mayoría; el endeudamiento ya no aumenta el consumo y la incertidumbre obliga a la cautela en el gasto.
La recomendación de la OCDE a los gobiernos es que gasten, que generen ingreso. Los gobiernos industrializados reducen las tasas de interés hasta niveles negativos e incluso inyectan dinero fresco a sus economías. Pero no parece ser suficiente. Si algo debió enseñarnos la gran crisis económica de fines de los años veinte del siglo pasado es que la austeridad es venenosa.
No es de extrañar que también en México la producción amenaza con reducirse este año por vez primera desde el 2009. No estamos en condiciones de competir en un mercado mundial donde ni Japón, Alemania o China logran seguir vendiendo como en años anteriores.
Cierto que la economía norteamericana crecerá en cerca del 1.9 por ciento este año; pero ya no “jala” a la economía mexicana como antes. Y lo que era una relación provechosa en el esquema globalizador, ahora se convierte en fuente de incertidumbre y exigencias de cambio. ¿Firmarán el T-MEC este año? Y ¿qué hacer frente a sus exigencias donde pide democracia sindical y aumentos salariales en México?
Presumíamos de ser una de las economías más globalizadas del planeta por número de tratados internacionales y el peso del comercio exterior en la economía nacional. Seguimos siéndolo, pero lo que era ventaja ahora es pesada carga, sobre todo si no nos decidimos al abandono radical de esa inercia.
Que el mundo no crezca no justificará nuestro estancamiento. Es, por el contrario, un llamado a la acción decidida. Lo primero es una reforma fiscal que ponga en manos del Estado los recursos para invertir y dinamizar la economía, lo que implica abandonar la austeridad; lo segundo es una política industrial y agropecuaria que abra espacios a la inversión privada para sobre todo substituir importaciones; lo tercero es fortalecer el ingreso urbano y rural fuertemente reconectado al consumo de productos nacionales, lo que implica regular las importaciones y apoyar, como lo ofrece el Plan Nacional de Desarrollo, una economía social y solidaria. .
Hoy existe el apoyo popular que le permitiría a este gobierno convocar a los cambios de gran envergadura. ¿Ese apoyo lo seguirá teniendo en un par de años?
El contexto económico internacional es cada vez menos favorable a la estrategia de crecimiento fincado en la globalización. Una ruta que no hemos abandonado pero que es cada vez más estrecha. De hecho, ya no parece funcionar para algunas de las más grandes potencias industriales.
Japón, la tercera economía más grande del mundo, después de los Estados Unidos y China, experimenta una contracción de su producción industrial que la retrae a cifras de hace tres años. Esta situación se asocia a dos factores; el primero es que elevó el impuesto a las ventas de ocho a diez por ciento y provocó una contracción del consumo. El segundo, más importante, es que sus exportaciones, fundamentalmente de manufacturas, llevan 10 meses a la baja y han caído en un 5.2 por ciento respecto al año anterior.
De acuerdo a su banco central Alemania podría encontrarse en recesión; su economía se contrajo en 0.1 por ciento de abril a junio y al parecer esta tendencia está a punto de confirmarse para el siguiente trimestre. Muy posiblemente su crecimiento en 2019 no rebasará el 0.3 por ciento. La causa principal de este bajo dinamismo es la caída en sus exportaciones de manufacturas que en agosto se redujo en 3.9 por ciento comparado con el mismo mes del año anterior.
Inglaterra por su parte también redujo su producción en un 0.2 por ciento durante el segundo trimestre y se calcula que habrá crecido en 0.3 por ciento en los siguientes tres meses. Escapa a la definición de recesión, pero son sus peores datos económicos de los últimos siete años. Sin embargo, de acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, su salida de la Unión Europea podría empujarla a la recesión en este y el siguiente año.
Italia tiene una perspectiva ligeramente peor a los anteriores. Un crecimiento de cero por ciento para 2019.
Una excepción dentro de este panorama oscuro beneficia a casi el 20 por ciento de la población mundial. Se trata de la economía de China que, aunque se desacelera, crecerá este año en un 6.1 por ciento. Esto a pesar de que sus exportaciones caerán en alrededor del 3 por ciento. Conviene aquí recordar los tres pilares básicos del notable crecimiento chino en las últimas décadas: uno, una moneda barata y altamente competitiva; dos, una fuerte estrategia de substitución de importaciones y; tres, un decidido fortalecimiento de su mercado interno sustentado sobre todo en alzas salariales que promedian el 8.2 por ciento anual en los últimos diez años.
En suma, de acuerdo a la OCDE este año será el peor desde el 2009. Un referente nefasto en el que la economía mundial retrocedió fuertemente dejando a cientos de millones empobrecidos y sin empleo.
Para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD, no solo 2019 será malo, sino que la situación apunta a que en 2020 pudiera ocurrir una recesión global.
La ruta que se cierra es la del crecimiento exportador en el que los mercados internos fueron despreciados y el esfuerzo se concentró en la conquista de mercados externos bajo un mecanismo esencialmente perverso. Me refiero a los préstamos al tercer mundo con los que múltiples países se endeudaron para obtener un superficial desarrollo importado. Y para pagar subastaron su patrimonio.
Bajo esa lógica México privatizó lo que era patrimonio del Estado y luego vendió al extranjero lo que incluso siendo privado era por lo menos nacional. A cambio consiguió crear un segmento moderno, exportador, que ahora se encuentra en un callejón sin salida.
Hay quienes consideran que las guerras comerciales y el creciente proteccionismo son los factores que ocasionan las dificultades para exportar y por tanto el estancamiento de la economía mundial. Lo que yo creo es que son las tendencias al estancamiento las que provocan las guerras comerciales.
El avance en las capacidades de producción ha ocurrido al mismo tiempo que crece la inequidad y se genera una triada maligna: no crecen los ingresos de la mayoría; el endeudamiento ya no aumenta el consumo y la incertidumbre obliga a la cautela en el gasto.
La recomendación de la OCDE a los gobiernos es que gasten, que generen ingreso. Los gobiernos industrializados reducen las tasas de interés hasta niveles negativos e incluso inyectan dinero fresco a sus economías. Pero no parece ser suficiente. Si algo debió enseñarnos la gran crisis económica de fines de los años veinte del siglo pasado es que la austeridad es venenosa.
No es de extrañar que también en México la producción amenaza con reducirse este año por vez primera desde el 2009. No estamos en condiciones de competir en un mercado mundial donde ni Japón, Alemania o China logran seguir vendiendo como en años anteriores.
Cierto que la economía norteamericana crecerá en cerca del 1.9 por ciento este año; pero ya no “jala” a la economía mexicana como antes. Y lo que era una relación provechosa en el esquema globalizador, ahora se convierte en fuente de incertidumbre y exigencias de cambio. ¿Firmarán el T-MEC este año? Y ¿qué hacer frente a sus exigencias donde pide democracia sindical y aumentos salariales en México?
Presumíamos de ser una de las economías más globalizadas del planeta por número de tratados internacionales y el peso del comercio exterior en la economía nacional. Seguimos siéndolo, pero lo que era ventaja ahora es pesada carga, sobre todo si no nos decidimos al abandono radical de esa inercia.
Que el mundo no crezca no justificará nuestro estancamiento. Es, por el contrario, un llamado a la acción decidida. Lo primero es una reforma fiscal que ponga en manos del Estado los recursos para invertir y dinamizar la economía, lo que implica abandonar la austeridad; lo segundo es una política industrial y agropecuaria que abra espacios a la inversión privada para sobre todo substituir importaciones; lo tercero es fortalecer el ingreso urbano y rural fuertemente reconectado al consumo de productos nacionales, lo que implica regular las importaciones y apoyar, como lo ofrece el Plan Nacional de Desarrollo, una economía social y solidaria. .
Hoy existe el apoyo popular que le permitiría a este gobierno convocar a los cambios de gran envergadura. ¿Ese apoyo lo seguirá teniendo en un par de años?
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