Jorge Faljo
El asesinato brutal de mujeres y niños de la familia LeBarón señala una terrible ausencia de límites, éticos, humanitarios, o de cualquier tipo en sus verdugos. El hecho ha conmocionado a la opinión pública de México y los Estados Unidos.
Los LeBarón son una extensa familia de cerca de 5 mil personas dedicadas a la agricultura en el norte de México. Sus antepasados vinieron de los Estados Unidos desde hace varias generaciones porque su religión, una rama independiente de la iglesia mormona, alentaba la poligamia, pero allá se prohibió. Encontraron que en México podían seguir practicándola.
Entre los antepasados no tan lejanos de esta familia varios tuvieron más de diez esposas. En un caso un abuelo tuvo más de 400 nietos. Lo cual explica que estas 5 mil personas estén cercanamente emparentadas.
Hago un paréntesis para decir que la poligamia genera situaciones muy conflictivas por la exclusión de los jóvenes menos adinerados. Pero ese es otro tema; además de que al parecer esa costumbre ya casi se ha extinguido.
Las víctimas LeBarón tenían una doble nacionalidad: mexicana y estadounidense. Es por ello que este horrendo crimen abre la puerta a la injerencia norteamericana y explica también el rápido apersonamiento de nuestro secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, en la escena del crimen. Declaró que se va a hacer justicia. Eso esperan con impaciencia los mexicanos y muchos norteamericanos; su gobierno incluido.
Trump ofreció ayuda militar y, aparte de que AMLO rechazo esta posibilidad, la mejor respuesta la dio un familiar de los asesinados. Alex LeBarón le envió un mensaje (tweet) al presidente Trump diciendo: ¿quieres ayudar? Baja el consumo de drogas en los Estados Unidos. ¿quieres ayudar más? Cambia las leyes que permiten la entrada sistemática de armas de alto poder a México.
Sin embargo, sería iluso esperar que los gringos reconozcan y corrijan su contribución al crimen organizado en México. Más bien anuncian fuertes presiones sobre México.
Varios senadores norteamericanos apuntan en esa dirección. Lindsey Graham, un importante senador republicano dijo que prefería viajar a Siria que a México. También dijo que las organizaciones criminales de México deberían ser declaradas como terroristas bajo la ley norteamericana; algo que no es inocente pues le daría al gobierno norteamericano, en particular a Trump, facultades de intervención en México en defensa de ciudadanos e intereses norteamericanos.
Otro senador, Tom Cotton esgrime que si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadounidenses en México tal vez ellos tengan que tomar el asunto en sus manos. Un tercer senador, Ben Sasse, supone que México se encuentra peligrosamente cerca de ser un estado fallido. Lo que ha sido ampliamente citado por los medios.
Afortunadamente Trump se encuentra entrampado en su juicio político. Pero si acaso libra su defenestración lo más probable es que esto le sirva de munición en su campaña electoral.
La situación obliga a México a combatir la inseguridad en dos vertientes; la inmediata es lo que prometió Ebrard, hacer justicia, ojalá que sea para todos, y la otra. La de mediano plazo es la propuesta de AMLO, combatir la criminalidad con desarrollo. No la continuidad del mero crecimiento, débil, sesgado, inequitativo y empobrecedor de los últimos treinta años; sino un desarrollo incluyente, generador de empleo, con equidad social. Ninguna de las dos maneras es sencilla y de bajo riesgo.
Reconstruir una senda de desarrollo requiere abandonar ortodoxias profundamente enraizadas que no generan suficiente empleo y bienestar.
El mercado mundial está saturado, nuestro mercado interno es muy débil tras décadas de empobrecimiento masivo y el gasto público no alcanza ni para lo esencial. Las transferencias sociales, educación, salud, seguridad e inversión compiten entre sí y al final todos son insuficientes. Tampoco alcanza para inyectar falsa competitividad en áreas clave de la producción.
Ahora que se reducen los apoyos gubernamentales a la agricultura comercial resulta que esta no puede nadar sin ese salvavidas. Y no es claro que los apoyos redirigidos a la producción campesina vayan a dar el resultado deseado en el corto plazo.
No obstante, requerimos que el grueso de la producción rural y urbana sea competitiva dentro del mercado interno frente a las importaciones de manufacturas asiáticas y la compra de granos norteamericanos. No se logrará con ilusorios y lentos incrementos de productividad que no se dieron en el pasado. Hay que voltear la ecuación: primero competitividad, luego productividad.
Y la competitividad se puede obtener abandonando la muy costosa defensa a ultranza de la paridad cambiaria. Presumimos la entrada de inversión especulativa que viene a aprovechar una de las tasas de interés más altas del mundo. Se le llama inversión, pero lo cierto es que no incrementa la producción, sino que la deteriora; abarata el dólar y fortalece nuestra vocación importadora.
Para echar a andar el potencial productivo del país, o por lo menos preservar la producción nacional, tendríamos que tener una paridad competitiva. La producción de maíz en la agricultura comercial es un buen referente. Si no se le va a apoyar con gasto público, y no es viable poner aranceles a las importaciones, la única alternativa a la destrucción es una paridad que le permita competir y ser rentable.
Hay señales crecientes de que una devaluación puede ser inevitable. Morgan Stanley, una importante firma financiera, aconseja desinvertir en pesos y en bonos de Pemex. El Fondo Monetario Internacional no da señales de renovar la línea de crédito flexible por cerca de 80 mil millones de dólares, que vence a fin de este mes. Las calificadoras desconfían de los cálculos financieros optimistas en torno a Pemex y las finanzas públicas.
Devaluar sería un trago amargo; pero nos acercamos a la disyuntiva entre conducir el proceso tomando el toro por los cuernos, o dejarnos arrastrar. Habrá que hacer de tripas corazón y convertir lo que parece inevitable en eje de un nuevo proyecto de desarrollo.
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