Jorge Faljo
Cada año, en la tercera semana de enero, la crema y nata de las elites del planeta se reúnen en Davos, un apacible pueblito turístico orientado a deportes de invierno. Un lugar ideal para el gran evento anual de los ricos y poderosos sin las molestias que podría causar la presencia de los menos afortunados. Está aislado, con un único camino de acceso, con temperaturas bajo cero a la intemperie y con todas las posibilidades de alojamiento reservadas. Y sobre todo que no es posible participar en sus actividades por menos de un millón y medio de pesos el boleto sencillo hasta los 9 millones que cuesta el acceso a los eventos, cenas, cocteles y entrevistas más selectos.
Este año el Foro Económico Mundial recibirá a unos 3 mil participantes de los que unos 50 son jefes de estado y otros 1700 son dirigentes de los más grandes consorcios del planeta. En pocos días se llevarán a cabo más de 350 talleres, sesiones, encuentros y presentaciones sobre los temas de mayor relevancia planetaria.
Cierto que las elites gustan de encontrarse y codearse entre ellos mismos, sobre todo planear acuerdos, alianzas y negocios, disfrutando de excelentes platillos y bebidas. A ese costo no podrían esperar menos.
Davos no es, sin embargo, un mero espacio de autocomplacencia, sino de confrontación con los problemas reales del planeta. Y para ello, más allá de la presencia de los más ricos y poderosos, se invita a los más destacados representantes del pensamiento crítico e intelectual. Sobre todo, a aquellos cuyo mensaje ha logrado impactar en la cultura, los medios y los movimientos sociales. Son estos últimos, los que no pertenecen a las elites del dinero y el poder político, los que confrontan con mayor dureza la situación y el rumbo del planeta.
No todo es pan con miel; hay mensajes que duelen. El año pasado destacó la critica a los ricachones que quieren disfrazarse de filántropos, de benefactores de la humanidad cuando en realidad sus actividades especulativas, la evasión de impuestos y la explotación de sus trabajadores son las mayores generadoras de pobreza.
Este año el Reporte de Riesgos Globales preparado con antelación apunta que los mayores riesgos de los próximos diez años son los climas extremos y el fracaso al hacerles frente, los desastres naturales y los causados por el hombre, y la pérdida de biodiversidad. Todos tienen que ver con el cambio climático.
En los centenares de eventos del encuentro se abordaron docenas de asuntos importantes. Por ejemplo, las crecientes confrontaciones económicas entre naciones, la expansión del descontento social y la polarización política dentro de los países, la profundización de la inequidad en el mundo, el impacto laboral y social de los avances tecnológicos y muchos más.
No obstante, desde el principio hasta el mensaje final del foro el tema de mayor resonancia fue el del deterioro ambiental. Fue en este terreno que resaltó la mayor discrepancia del foro. Por un lado, el Presidente norteamericano Donald J. Trump que empleó su mensaje para presumir sus supuestos logros, decir que tiene toda la información pertinente al juicio político que se le sigue y sus adversarios nada. Lo que nos recuerda que el pez por su boca muere. Finalmente, lo más relevante que dijo es seguir negando la existencia del cambio climático, preocupación que atribuyó a grupos de izquierda y a los profetas del apocalipsis. Él se ubicó a sí mismo como optimista; es decir despreocupado de lo que fue el mensaje central del foro.
Por otra parte, su gran rival, sin que ocurriera un encuentro directo entre los dos, resultó ser una jovencita de 17 años, Greta Thunberg. Ella fue nombrada personaje del año por la revista Time. Una distinción muy codiciada, entre otros por el mismo Trump. Esta todavía casi niña se ha convertido en la voz e imagen de la preocupación de muchos, sobre todo los jóvenes, por el mundo caótico que los mayores les van a heredar. A menos que se tomen acciones inmediatas y drásticas para limitar las emisiones de carbono y modificar todo el modelo de producción y consumo actual.
Greta tiene una gran capacidad para mandar un mensaje sencillo e impactante: “ustedes, los ricos y poderosos, no han hecho nada”. Dijo que estaba bien preservar y/o plantar un billón de árboles, un ofrecimiento de Trump para los próximos 30 años, pero que eso no bastaba. El llamado de Greta es a eliminar de inmediato todos los subsidios al uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo) y a desinvertir en las empresas con esas actividades. No se trata, dice, de tener una economía con baja emisión de carbono, sino de eliminarlas si queremos limitar el calentamiento global a menos de 1.5 grados centígrados. Ustedes deben entrar en pánico si es que aman a sus hijos por encima de todo lo demás.
Steven Minuchin, secretario del tesoro norteamericano y dueño de una fortunita de unos 300 millones de dólares, salió al quite en favor de Trump y en un mensaje le dijo a Greta que primero estudiara economía antes de hablar. Lo que ocasionó que distinguidos economistas le recomendaran callarse sobre todo por el fracaso de su política de reducción de impuestos para dinamizar la economía norteamericana.
El Foro Económico Mundial aborda asuntos de enorme importancia y les da una gran resonancia. Pero su última gran propuesta es frustrante. Ahora el mensaje es pasar del capitalismo de accionistas, en el que lo único que importa es maximizar las ganancias de los propietarios, a otro capitalismo en el que las empresas toman en cuenta a todos los “interesados”: empleados, clientes, las comunidades en que operan y a la humanidad.
Comparemos: hace un par de años, en 2018, Mark Zuckerberg y Elon Musk, grandes innovadores tecnológicos y con fortunas del orden de los miles de millones de dólares, dijeron en el Foro que era inevitable instrumentar el ingreso básico universal como respuesta a la inequidad y el estancamiento económico. Algo que marcharía de la mano con los avances democráticos y el reforzamiento de las capacidades redistributivas de los gobiernos. Algo que de manera parcial se instrumenta con los vales de comida en los Estados Unidos o las transferencias sociales en México.
Pero una supuesta reinvención del capitalismo que parece sacada de la manga y deja la solución de los más grandes problemas como el deterioro del ambiente y la inequidad, en manos de la voluntad individual de los dueños del capital. Con esa propuesta Davos retrocede y habrá que buscar en otros lados las respuestas transformadoras para el bienestar de la humanidad.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 26 de enero de 2020
domingo, 19 de enero de 2020
México, el tratado y el comercio con China.
Jorge Faljo
El senado norteamericano acaba de ratificar el nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá conocido como T-MEC o USMCA (en inglés). Solo falta que el presidente norteamericano lo firme y que Canadá, su parlamento y primer ministro hagan lo mismo.
El T-MEC abandona el concepto de libre comercio ante la exigencia de Trump pasar a un “comercio justo”; es decir un intercambio comercial esencialmente equilibrado. Bajo el TLC México pudo venderle a los Estados Unidos mucho más de lo que le compraba; en los últimos años hemos tenido un superávit comercial (más ventas que compras) de alrededor de 80 mil millones de dólares.
Con el T-MEC se establecen no solo condiciones a las exportaciones mexicanas, sino al funcionamiento de toda la economía nacional, que apuntan a corregir ese desequilibrio comercial. Dos son las vertientes principales de cambio. Una es la exigencia de un mayor contenido regional, es decir generado en cualquiera de los tres países del tratado, en las exportaciones mexicanas a los Estados Unidos.
Esto afecta de manera importante al modelo exportador de México que en buena medida lo que hace es ensamblar materiales y componentes provenientes del sureste asiático. Hemos empleado los dólares del superávit con los Estados Unidos para financiar un déficit de tamaño similar en el comercio con China.
Una segunda vertiente de cambio inscrita en el T-MEC es reducir la diferencia de ingresos entre la mano de obra norteamericana y la mexicana, donde la segunda a duras penas gana alrededor de la décima parte que la primera. El nuevo acuerdo establece cuotas de producción de automóviles en las que los trabajadores deben ganar un mínimo de 16 dólares la hora; lo que solo se cumple en los otros dos países.
Otra medida orientada a la nivelación salarial tendrá un impacto más generalizado; es la exigencia de que en México se acaben los contratos de protección, los sindicatos blancos y evolucionemos hacia una transparente democracia sindical y un marco de justicia más favorable a los trabajadores.
Dado el grado de integración de la economía mexicana a la norteamericana es mejor cualquier acuerdo que ninguno. El presidente López Obrador festejó la aprobación norteamericana diciendo que con este tratado habrá más confianza para invertir e instalar empresas en México, para que haya trabajo con buenos salarios y bienestar para el pueblo.
Tal vez una condición necesaria, pero, de acuerdo al secretario de Hacienda, Arturo Herrera, el nuevo tratado no es suficiente para impulsar la economía. Sobre todo si vemos que en 2019 México tuvo un crecimiento cero y aunque el pronóstico para este año es ligeramente positivo, no deja de estar basado en el optimismo simplista de costumbre.
Tampoco son muy buenas las perspectivas de crecimiento de la economía mundial. Y en este contexto Trump acaba de firmar con China la fase uno de un acuerdo comercial con una orientación similar a la del T-MEC. El acuerdo básico es que China se compromete a elevar sus compras de productos norteamericanos en 200 mil millones de dólares en los próximos dos años. De este modo se reducirá en una porción substancial el gran déficit norteamericano con ese país que en 2018 fue de 419 mil millones de dólares. Aunque los aranceles impuestos por Trump lo redujeron en casi 70 mil millones en 2019.
Con este acuerdo lo que recibe China es que no se cumpla la amenaza de imponer aranceles a 160 mil millones de dólares de importaciones electrónicas (celulares y laptops), y que se reduzcan los aranceles del 15 al 7.5 por ciento en otros 112 mil millones de dólares de importaciones. Importa señalar que Estados Unidos mantendrá altos aranceles, del 25 por ciento para 250 mil millones de dólares de otras importaciones chinas.
Tanto el T-MEC como el acuerdo fase uno con China establecen reglas de administración del comercio favorables a los productores norteamericanos. Esto supuestamente revertiría, al menos en parte, la pérdida de unos 5 millones de empleos industriales norteamericanos bien pagados en los últimos treinta años, y también revitalizaría a su sector agropecuario, sobre todo por mayores ventas de soya y carne de cerdo.
Los dos tratados introducen modificaciones sísmicas que impactarán en los próximos años el comercio internacional y la economía mexicana.
No se prevé que las mayores compras de China a los Estados Unidos revitalicen un comercio mundial en decadencia. Lo más probable es que China reduzca sus compras provenientes de otros países.
De manera paradójica puede afirmarse que el acuerdo entre Estados Unidos y China es más favorable para México que el T-MEC. Ya la disminución del déficit norteamericano con China en 2019 colocó a México como el principal país proveedor norteamericano. Es una señal de la oportunidad que se abre para nosotros en la medida en que Estados Unidos fuerza la reducción de su déficit con China.
Solo que esa oportunidad no será aprovechable sin una estrategia definida de crecimiento industrial esencialmente substitutivo de las importaciones de componentes chinos. A eso nos lleva el T-MEC y, si cumplimos sus requisitos, podría fortalecer las exportaciones mexicanas.
Solo que el costo de avanzar en la substitución gradual de China como proveedor norteamericano es hacer lo que hace el país asiático; elevar sus compras de productos norteamericanos. Lo que no puede hacerse bajo la ya rebasada filosofía del libre comercio y requiere de un intercambio administrado.
En una perspectiva mundial de bajo crecimiento, sobreproducción y debilidad de la demanda necesitaremos de medidas audaces de transformación de la economía nacional. Debemos perder la ventaja comparativa que nos han dado los salarios de hambre y pasar a una estrategia de fortalecimiento del mercado interno asociada al incremento de la producción nacional.
Las transformaciones en puerta y el aprovechamiento de sus oportunidades requieren de un Estado fuerte, rector de la economía, que abra oportunidades a la inversión privada en una estrategia de substitución de importaciones orientales tanto por producción interna como por el incremento de importaciones trinacionales que impone el T-MEC.
El senado norteamericano acaba de ratificar el nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá conocido como T-MEC o USMCA (en inglés). Solo falta que el presidente norteamericano lo firme y que Canadá, su parlamento y primer ministro hagan lo mismo.
El T-MEC abandona el concepto de libre comercio ante la exigencia de Trump pasar a un “comercio justo”; es decir un intercambio comercial esencialmente equilibrado. Bajo el TLC México pudo venderle a los Estados Unidos mucho más de lo que le compraba; en los últimos años hemos tenido un superávit comercial (más ventas que compras) de alrededor de 80 mil millones de dólares.
Con el T-MEC se establecen no solo condiciones a las exportaciones mexicanas, sino al funcionamiento de toda la economía nacional, que apuntan a corregir ese desequilibrio comercial. Dos son las vertientes principales de cambio. Una es la exigencia de un mayor contenido regional, es decir generado en cualquiera de los tres países del tratado, en las exportaciones mexicanas a los Estados Unidos.
Esto afecta de manera importante al modelo exportador de México que en buena medida lo que hace es ensamblar materiales y componentes provenientes del sureste asiático. Hemos empleado los dólares del superávit con los Estados Unidos para financiar un déficit de tamaño similar en el comercio con China.
Una segunda vertiente de cambio inscrita en el T-MEC es reducir la diferencia de ingresos entre la mano de obra norteamericana y la mexicana, donde la segunda a duras penas gana alrededor de la décima parte que la primera. El nuevo acuerdo establece cuotas de producción de automóviles en las que los trabajadores deben ganar un mínimo de 16 dólares la hora; lo que solo se cumple en los otros dos países.
Otra medida orientada a la nivelación salarial tendrá un impacto más generalizado; es la exigencia de que en México se acaben los contratos de protección, los sindicatos blancos y evolucionemos hacia una transparente democracia sindical y un marco de justicia más favorable a los trabajadores.
Dado el grado de integración de la economía mexicana a la norteamericana es mejor cualquier acuerdo que ninguno. El presidente López Obrador festejó la aprobación norteamericana diciendo que con este tratado habrá más confianza para invertir e instalar empresas en México, para que haya trabajo con buenos salarios y bienestar para el pueblo.
Tal vez una condición necesaria, pero, de acuerdo al secretario de Hacienda, Arturo Herrera, el nuevo tratado no es suficiente para impulsar la economía. Sobre todo si vemos que en 2019 México tuvo un crecimiento cero y aunque el pronóstico para este año es ligeramente positivo, no deja de estar basado en el optimismo simplista de costumbre.
Tampoco son muy buenas las perspectivas de crecimiento de la economía mundial. Y en este contexto Trump acaba de firmar con China la fase uno de un acuerdo comercial con una orientación similar a la del T-MEC. El acuerdo básico es que China se compromete a elevar sus compras de productos norteamericanos en 200 mil millones de dólares en los próximos dos años. De este modo se reducirá en una porción substancial el gran déficit norteamericano con ese país que en 2018 fue de 419 mil millones de dólares. Aunque los aranceles impuestos por Trump lo redujeron en casi 70 mil millones en 2019.
Con este acuerdo lo que recibe China es que no se cumpla la amenaza de imponer aranceles a 160 mil millones de dólares de importaciones electrónicas (celulares y laptops), y que se reduzcan los aranceles del 15 al 7.5 por ciento en otros 112 mil millones de dólares de importaciones. Importa señalar que Estados Unidos mantendrá altos aranceles, del 25 por ciento para 250 mil millones de dólares de otras importaciones chinas.
Tanto el T-MEC como el acuerdo fase uno con China establecen reglas de administración del comercio favorables a los productores norteamericanos. Esto supuestamente revertiría, al menos en parte, la pérdida de unos 5 millones de empleos industriales norteamericanos bien pagados en los últimos treinta años, y también revitalizaría a su sector agropecuario, sobre todo por mayores ventas de soya y carne de cerdo.
Los dos tratados introducen modificaciones sísmicas que impactarán en los próximos años el comercio internacional y la economía mexicana.
No se prevé que las mayores compras de China a los Estados Unidos revitalicen un comercio mundial en decadencia. Lo más probable es que China reduzca sus compras provenientes de otros países.
De manera paradójica puede afirmarse que el acuerdo entre Estados Unidos y China es más favorable para México que el T-MEC. Ya la disminución del déficit norteamericano con China en 2019 colocó a México como el principal país proveedor norteamericano. Es una señal de la oportunidad que se abre para nosotros en la medida en que Estados Unidos fuerza la reducción de su déficit con China.
Solo que esa oportunidad no será aprovechable sin una estrategia definida de crecimiento industrial esencialmente substitutivo de las importaciones de componentes chinos. A eso nos lleva el T-MEC y, si cumplimos sus requisitos, podría fortalecer las exportaciones mexicanas.
Solo que el costo de avanzar en la substitución gradual de China como proveedor norteamericano es hacer lo que hace el país asiático; elevar sus compras de productos norteamericanos. Lo que no puede hacerse bajo la ya rebasada filosofía del libre comercio y requiere de un intercambio administrado.
En una perspectiva mundial de bajo crecimiento, sobreproducción y debilidad de la demanda necesitaremos de medidas audaces de transformación de la economía nacional. Debemos perder la ventaja comparativa que nos han dado los salarios de hambre y pasar a una estrategia de fortalecimiento del mercado interno asociada al incremento de la producción nacional.
Las transformaciones en puerta y el aprovechamiento de sus oportunidades requieren de un Estado fuerte, rector de la economía, que abra oportunidades a la inversión privada en una estrategia de substitución de importaciones orientales tanto por producción interna como por el incremento de importaciones trinacionales que impone el T-MEC.
domingo, 12 de enero de 2020
Trumpismo puro, y sigue la mata dando.
Jorge Faljo
Hubo una importante interferencia rusa en las elecciones norteamericanas del 2016 claramente sesgada a favor de la candidatura de Donald Trump. Se trató de algo novedoso en la historia electoral de los Estados Unidos y del mundo; una intensa campaña mediática aprovechando redes sociales en las que expertos rusos inyectaron grandes cantidades de información tendenciosa y falsa. Este material, diseñado para distintos grupos de población, apelaba a las pasiones, instintos y prejuicios de cada uno y conseguía ser ampliamente reproducido en Facebook, Twitter, Whatsapp y similares. El origen ruso de esos materiales se ocultaba bajo el nombre de numerosas organizaciones y falsos personajes norteamericanos.
Estados Unidos se convirtió así en un gran campo de batalla donde se puso a prueba la capacidad de usar como armas ideológicas y electorales a los nuevos medios sociales. Una estrategia de manipulación muy difícil de contrarrestar debido a que tomó a todos por sorpresa, a la necesidad de respetar la libertad de expresión y a que el material era reproducido con entusiasmo por la misma población.
La novedosa interferencia fue objeto de una cuidadosa investigación, que duró dos años y culminó en el Reporte Mueller. Ahí se comprueba la interferencia rusa; pero ninguna evidencia de colusión con la campaña republicana. Trump obstaculizó la investigación lo más posible para borrar la idea de que recibió ayuda rusa.
El Reporte Mueller encontró ilegalidades varias, entre ellas la obstrucción a la investigación, que derivaron en 33 indiciados, varios de ellos rusos; siete aceptaciones de culpabilidad y penas de cárcel para gente muy cercana a Donald Trump. Entre ellos su jefe de campaña y otro alto dirigente, un operador político y amigo, su abogado personal, su asesor en seguridad nacional y varios más. Trump se salvó debido a la política interna de no indiciar a un presidente en funciones.
Sin embargo, parecía posible iniciarle al presidente norteamericano un juicio político orientado a su destitución. Pero entiéndase que un juicio de este tipo es político y no criminal. Es decir que depende del voto de representantes y senadores, y en última instancia de la opinión pública. Y a final de cuentas la ciudadanía norteamericana no se interesó en un asunto presentado en un lenguaje complejo y legaloide. Así que no se avanzó hacia el juicio político.
Tiempo después Donald Trump le pidió al presidente de Ucrania, Zelenski, que hiciera una declaración pública diciendo que se investigaría por posible corrupción a Hunter Biden. Un anuncio que por si solo, sin pruebas, desprestigiaría a Joe Biden, su padre y candidato demócrata puntero en la actual campaña presidencial norteamericana. Es decir, chantaje: Se interpreta, si quieres la asistencia militar a cambio tienes que desprestigiar a mi rival político.
Pero alguien lanzó una alerta refugiándose en el mecanismo institucional de protección para este tipo de denuncias anónimas. Pronto comprobaron su veracidad varios testigos. Uno de ellos, el embajador norteamericano para Europa que, sin antecedentes diplomáticos fue nombrado por Trump tras un donativo de un millón de dólares a los gastos de la campaña electoral presidencial.
Se trata ahora de un hecho sencillo, irrefutable y de fácil comprensión para el público norteamericano y que pudo, por lo tanto, sustentar una acusación definida, por chantaje y obstrucción de justicia, en la Cámara de Representantes. La obstrucción se refiere a que Trump negó la entrega de cualquier documentación e impidió que comparecieran testigos convocados legalmente. Con lo cual niega las facultades del Congreso para supervisar las actividades del ejecutivo.
Las dos acusaciones, ya definidas en la Cámara de Representantes, no han sido enviadas a la Cámara de Senadores que deber ser la que juzgue, debido a que en ésta última el líder republicano se niega a establecer características esenciales del futuro juicio. Ha declarado incluso que coordinará sus actividades con el acusado, la Casa Blanca, y que no tiene caso convocar a testigos o solicitar más información. Al mismo tiempo sostiene que los Representantes hicieron un mal trabajo, con poca información, sin considerar que eso se debió a la obstrucción de Trump.
El juicio político está en puerta. El chantaje y la obstrucción son irrefutables; pero eso no quiere decir en automático que Trump vaya a ser condenado y destituido. Una buena parte de los senadores republicanos, y de la población piensa que el presidente actuó de manera inapropiada, pero sin que esto sea suficientemente grave para quitarlo del poder.
Trump cuenta con un alto grado de inmunidad personal ante casi la mitad del electorado norteamericano. No lo consideran honesto, políticamente bien educado y bien informado; pero tiene a su favor que lo ven como un hombre “natural”, culturalmente muy cercano a la mayoría de la población, con un lenguaje muy limitado, esencial, y cuyos defectos son los del hombre común. Esto lo contrapone a políticos como Obama cuya expresión refinada, académica y su pensamiento complejo, lo hace aparecer extraño. También contraponen a Trump con toda una clase política que consideran hipócrita y que a fin de cuentas ha sido afín al empobrecimiento mayoritario.
Fiel a su estilo, a punto del juicio político, Trump subió la apuesta con una acción espectacular; el asesinato del más alto mando militar iraní, el general Soleimani. Lo hizo alegando que este preparaba un ataque inminente; lo que más bien hace que los medios norteamericanos recuerden aquellas mentiras de hace trece años de que Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva.
A continuación Trump copió de nuevo al cómico mexicano clavillazo con su amenaza de “agárrenme porque lo mato”, si acaso Irán respondía a la provocación. Irán respondió lanzando 22 misiles contra bases norteamericanas en Iraq. Tuvo la cortesía de avisarle al gobierno de Iraq y una excelente puntería para no matar o herir a nadie; incluso con daños menores a las instalaciones.
Ahora el gobierno de Iraq exige la salida de tropas norteamericanas del país y Trump responde que antes tendría que pagar los 50 mil millones de dólares que costó construirlas. O sea, son nuestras y nos quedamos.
Afortunadamente para el mundo, el medio oriente, Irán e Iraq, y los propios Estados Unidos la amenaza de guerra abierta se ha pospuesto. Trump se limitará a apretar más a Irán con nuevas sanciones económicas y convoca a los “países civilizados” a apoyarlo. Pinta una raya en la que de un lado están los civilizados y del otro los que se opongan a sus intenciones.
La provocación a Irán es consistente con un juicio político en el que lo importante es la opinión pública. Trump apela a sus bases apareciendo como un líder decidido, un hombre fuerte y patriota. La respuesta prudente de Irán la presenta como un triunfo propio.
Así las cosas en este momento. Pero nada garantiza la estabilidad; Irán puede hacer algo inesperado. Pero es más probable que lo haga el mismo Donald.
Hubo una importante interferencia rusa en las elecciones norteamericanas del 2016 claramente sesgada a favor de la candidatura de Donald Trump. Se trató de algo novedoso en la historia electoral de los Estados Unidos y del mundo; una intensa campaña mediática aprovechando redes sociales en las que expertos rusos inyectaron grandes cantidades de información tendenciosa y falsa. Este material, diseñado para distintos grupos de población, apelaba a las pasiones, instintos y prejuicios de cada uno y conseguía ser ampliamente reproducido en Facebook, Twitter, Whatsapp y similares. El origen ruso de esos materiales se ocultaba bajo el nombre de numerosas organizaciones y falsos personajes norteamericanos.
Estados Unidos se convirtió así en un gran campo de batalla donde se puso a prueba la capacidad de usar como armas ideológicas y electorales a los nuevos medios sociales. Una estrategia de manipulación muy difícil de contrarrestar debido a que tomó a todos por sorpresa, a la necesidad de respetar la libertad de expresión y a que el material era reproducido con entusiasmo por la misma población.
La novedosa interferencia fue objeto de una cuidadosa investigación, que duró dos años y culminó en el Reporte Mueller. Ahí se comprueba la interferencia rusa; pero ninguna evidencia de colusión con la campaña republicana. Trump obstaculizó la investigación lo más posible para borrar la idea de que recibió ayuda rusa.
El Reporte Mueller encontró ilegalidades varias, entre ellas la obstrucción a la investigación, que derivaron en 33 indiciados, varios de ellos rusos; siete aceptaciones de culpabilidad y penas de cárcel para gente muy cercana a Donald Trump. Entre ellos su jefe de campaña y otro alto dirigente, un operador político y amigo, su abogado personal, su asesor en seguridad nacional y varios más. Trump se salvó debido a la política interna de no indiciar a un presidente en funciones.
Sin embargo, parecía posible iniciarle al presidente norteamericano un juicio político orientado a su destitución. Pero entiéndase que un juicio de este tipo es político y no criminal. Es decir que depende del voto de representantes y senadores, y en última instancia de la opinión pública. Y a final de cuentas la ciudadanía norteamericana no se interesó en un asunto presentado en un lenguaje complejo y legaloide. Así que no se avanzó hacia el juicio político.
Tiempo después Donald Trump le pidió al presidente de Ucrania, Zelenski, que hiciera una declaración pública diciendo que se investigaría por posible corrupción a Hunter Biden. Un anuncio que por si solo, sin pruebas, desprestigiaría a Joe Biden, su padre y candidato demócrata puntero en la actual campaña presidencial norteamericana. Es decir, chantaje: Se interpreta, si quieres la asistencia militar a cambio tienes que desprestigiar a mi rival político.
Pero alguien lanzó una alerta refugiándose en el mecanismo institucional de protección para este tipo de denuncias anónimas. Pronto comprobaron su veracidad varios testigos. Uno de ellos, el embajador norteamericano para Europa que, sin antecedentes diplomáticos fue nombrado por Trump tras un donativo de un millón de dólares a los gastos de la campaña electoral presidencial.
Se trata ahora de un hecho sencillo, irrefutable y de fácil comprensión para el público norteamericano y que pudo, por lo tanto, sustentar una acusación definida, por chantaje y obstrucción de justicia, en la Cámara de Representantes. La obstrucción se refiere a que Trump negó la entrega de cualquier documentación e impidió que comparecieran testigos convocados legalmente. Con lo cual niega las facultades del Congreso para supervisar las actividades del ejecutivo.
Las dos acusaciones, ya definidas en la Cámara de Representantes, no han sido enviadas a la Cámara de Senadores que deber ser la que juzgue, debido a que en ésta última el líder republicano se niega a establecer características esenciales del futuro juicio. Ha declarado incluso que coordinará sus actividades con el acusado, la Casa Blanca, y que no tiene caso convocar a testigos o solicitar más información. Al mismo tiempo sostiene que los Representantes hicieron un mal trabajo, con poca información, sin considerar que eso se debió a la obstrucción de Trump.
El juicio político está en puerta. El chantaje y la obstrucción son irrefutables; pero eso no quiere decir en automático que Trump vaya a ser condenado y destituido. Una buena parte de los senadores republicanos, y de la población piensa que el presidente actuó de manera inapropiada, pero sin que esto sea suficientemente grave para quitarlo del poder.
Trump cuenta con un alto grado de inmunidad personal ante casi la mitad del electorado norteamericano. No lo consideran honesto, políticamente bien educado y bien informado; pero tiene a su favor que lo ven como un hombre “natural”, culturalmente muy cercano a la mayoría de la población, con un lenguaje muy limitado, esencial, y cuyos defectos son los del hombre común. Esto lo contrapone a políticos como Obama cuya expresión refinada, académica y su pensamiento complejo, lo hace aparecer extraño. También contraponen a Trump con toda una clase política que consideran hipócrita y que a fin de cuentas ha sido afín al empobrecimiento mayoritario.
Fiel a su estilo, a punto del juicio político, Trump subió la apuesta con una acción espectacular; el asesinato del más alto mando militar iraní, el general Soleimani. Lo hizo alegando que este preparaba un ataque inminente; lo que más bien hace que los medios norteamericanos recuerden aquellas mentiras de hace trece años de que Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva.
A continuación Trump copió de nuevo al cómico mexicano clavillazo con su amenaza de “agárrenme porque lo mato”, si acaso Irán respondía a la provocación. Irán respondió lanzando 22 misiles contra bases norteamericanas en Iraq. Tuvo la cortesía de avisarle al gobierno de Iraq y una excelente puntería para no matar o herir a nadie; incluso con daños menores a las instalaciones.
Ahora el gobierno de Iraq exige la salida de tropas norteamericanas del país y Trump responde que antes tendría que pagar los 50 mil millones de dólares que costó construirlas. O sea, son nuestras y nos quedamos.
Afortunadamente para el mundo, el medio oriente, Irán e Iraq, y los propios Estados Unidos la amenaza de guerra abierta se ha pospuesto. Trump se limitará a apretar más a Irán con nuevas sanciones económicas y convoca a los “países civilizados” a apoyarlo. Pinta una raya en la que de un lado están los civilizados y del otro los que se opongan a sus intenciones.
La provocación a Irán es consistente con un juicio político en el que lo importante es la opinión pública. Trump apela a sus bases apareciendo como un líder decidido, un hombre fuerte y patriota. La respuesta prudente de Irán la presenta como un triunfo propio.
Así las cosas en este momento. Pero nada garantiza la estabilidad; Irán puede hacer algo inesperado. Pero es más probable que lo haga el mismo Donald.
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