Jorge Faljo
Hubo una importante interferencia rusa en las elecciones norteamericanas del 2016 claramente sesgada a favor de la candidatura de Donald Trump. Se trató de algo novedoso en la historia electoral de los Estados Unidos y del mundo; una intensa campaña mediática aprovechando redes sociales en las que expertos rusos inyectaron grandes cantidades de información tendenciosa y falsa. Este material, diseñado para distintos grupos de población, apelaba a las pasiones, instintos y prejuicios de cada uno y conseguía ser ampliamente reproducido en Facebook, Twitter, Whatsapp y similares. El origen ruso de esos materiales se ocultaba bajo el nombre de numerosas organizaciones y falsos personajes norteamericanos.
Estados Unidos se convirtió así en un gran campo de batalla donde se puso a prueba la capacidad de usar como armas ideológicas y electorales a los nuevos medios sociales. Una estrategia de manipulación muy difícil de contrarrestar debido a que tomó a todos por sorpresa, a la necesidad de respetar la libertad de expresión y a que el material era reproducido con entusiasmo por la misma población.
La novedosa interferencia fue objeto de una cuidadosa investigación, que duró dos años y culminó en el Reporte Mueller. Ahí se comprueba la interferencia rusa; pero ninguna evidencia de colusión con la campaña republicana. Trump obstaculizó la investigación lo más posible para borrar la idea de que recibió ayuda rusa.
El Reporte Mueller encontró ilegalidades varias, entre ellas la obstrucción a la investigación, que derivaron en 33 indiciados, varios de ellos rusos; siete aceptaciones de culpabilidad y penas de cárcel para gente muy cercana a Donald Trump. Entre ellos su jefe de campaña y otro alto dirigente, un operador político y amigo, su abogado personal, su asesor en seguridad nacional y varios más. Trump se salvó debido a la política interna de no indiciar a un presidente en funciones.
Sin embargo, parecía posible iniciarle al presidente norteamericano un juicio político orientado a su destitución. Pero entiéndase que un juicio de este tipo es político y no criminal. Es decir que depende del voto de representantes y senadores, y en última instancia de la opinión pública. Y a final de cuentas la ciudadanía norteamericana no se interesó en un asunto presentado en un lenguaje complejo y legaloide. Así que no se avanzó hacia el juicio político.
Tiempo después Donald Trump le pidió al presidente de Ucrania, Zelenski, que hiciera una declaración pública diciendo que se investigaría por posible corrupción a Hunter Biden. Un anuncio que por si solo, sin pruebas, desprestigiaría a Joe Biden, su padre y candidato demócrata puntero en la actual campaña presidencial norteamericana. Es decir, chantaje: Se interpreta, si quieres la asistencia militar a cambio tienes que desprestigiar a mi rival político.
Pero alguien lanzó una alerta refugiándose en el mecanismo institucional de protección para este tipo de denuncias anónimas. Pronto comprobaron su veracidad varios testigos. Uno de ellos, el embajador norteamericano para Europa que, sin antecedentes diplomáticos fue nombrado por Trump tras un donativo de un millón de dólares a los gastos de la campaña electoral presidencial.
Se trata ahora de un hecho sencillo, irrefutable y de fácil comprensión para el público norteamericano y que pudo, por lo tanto, sustentar una acusación definida, por chantaje y obstrucción de justicia, en la Cámara de Representantes. La obstrucción se refiere a que Trump negó la entrega de cualquier documentación e impidió que comparecieran testigos convocados legalmente. Con lo cual niega las facultades del Congreso para supervisar las actividades del ejecutivo.
Las dos acusaciones, ya definidas en la Cámara de Representantes, no han sido enviadas a la Cámara de Senadores que deber ser la que juzgue, debido a que en ésta última el líder republicano se niega a establecer características esenciales del futuro juicio. Ha declarado incluso que coordinará sus actividades con el acusado, la Casa Blanca, y que no tiene caso convocar a testigos o solicitar más información. Al mismo tiempo sostiene que los Representantes hicieron un mal trabajo, con poca información, sin considerar que eso se debió a la obstrucción de Trump.
El juicio político está en puerta. El chantaje y la obstrucción son irrefutables; pero eso no quiere decir en automático que Trump vaya a ser condenado y destituido. Una buena parte de los senadores republicanos, y de la población piensa que el presidente actuó de manera inapropiada, pero sin que esto sea suficientemente grave para quitarlo del poder.
Trump cuenta con un alto grado de inmunidad personal ante casi la mitad del electorado norteamericano. No lo consideran honesto, políticamente bien educado y bien informado; pero tiene a su favor que lo ven como un hombre “natural”, culturalmente muy cercano a la mayoría de la población, con un lenguaje muy limitado, esencial, y cuyos defectos son los del hombre común. Esto lo contrapone a políticos como Obama cuya expresión refinada, académica y su pensamiento complejo, lo hace aparecer extraño. También contraponen a Trump con toda una clase política que consideran hipócrita y que a fin de cuentas ha sido afín al empobrecimiento mayoritario.
Fiel a su estilo, a punto del juicio político, Trump subió la apuesta con una acción espectacular; el asesinato del más alto mando militar iraní, el general Soleimani. Lo hizo alegando que este preparaba un ataque inminente; lo que más bien hace que los medios norteamericanos recuerden aquellas mentiras de hace trece años de que Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva.
A continuación Trump copió de nuevo al cómico mexicano clavillazo con su amenaza de “agárrenme porque lo mato”, si acaso Irán respondía a la provocación. Irán respondió lanzando 22 misiles contra bases norteamericanas en Iraq. Tuvo la cortesía de avisarle al gobierno de Iraq y una excelente puntería para no matar o herir a nadie; incluso con daños menores a las instalaciones.
Ahora el gobierno de Iraq exige la salida de tropas norteamericanas del país y Trump responde que antes tendría que pagar los 50 mil millones de dólares que costó construirlas. O sea, son nuestras y nos quedamos.
Afortunadamente para el mundo, el medio oriente, Irán e Iraq, y los propios Estados Unidos la amenaza de guerra abierta se ha pospuesto. Trump se limitará a apretar más a Irán con nuevas sanciones económicas y convoca a los “países civilizados” a apoyarlo. Pinta una raya en la que de un lado están los civilizados y del otro los que se opongan a sus intenciones.
La provocación a Irán es consistente con un juicio político en el que lo importante es la opinión pública. Trump apela a sus bases apareciendo como un líder decidido, un hombre fuerte y patriota. La respuesta prudente de Irán la presenta como un triunfo propio.
Así las cosas en este momento. Pero nada garantiza la estabilidad; Irán puede hacer algo inesperado. Pero es más probable que lo haga el mismo Donald.
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