Jorge Faljo
Le deseo a México y al mundo un mejor próximo año. No debiera ser difícil porque el 2019 fue un año de desencanto y frustración; tampoco será fácil porque algunas cosas tendrán que cambiar. En adelante me referiré a dos cambios indispensables en el mundo y otras dos transformaciones necesarias para México.
La economía mundial se encuentra en un bache de bajo crecimiento con perspectivas de recesión. Decreció el comercio internacional; una muy mala señal si consideramos que por varias décadas fue el principal factor de impulso del crecimiento globalizador; es decir de la expansión de las grandes corporaciones.
El diagnóstico no es difícil. Para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Organización Internacional del Trabajo, el problema es la debilidad de la demanda. Esta se fortalecía falsamente mediante demanda crediticia; es decir con endeudamientos que les permitieron a los gobiernos y población gastar más de lo que ingresaban. Algo que cada vez funciona menos.
Ahora, un primer gran cambio de orden mundial, es que aumenten los ingresos de la población y de los gobiernos, para que puedan realizar su consumo individual y colectivo al ritmo en que lo permite el potencial de producción. De no hacerlo se profundizará la destrucción de capacidades y las guerras comerciales que básicamente intentan esa destrucción caiga en el patio del vecino y no en el propio.
En 2019 se ha hecho mucho más claro que la humanidad se ha excedido en la explotación de la naturaleza y eso la conduce a su propio aniquilamiento. Huracanes, incendios, inundaciones, sequías y calentamiento global son las señales de un grave y creciente desorden. Lamentablemente el impacto del deterioro ambiental es muy disparejo; se ensaña con los que menos posibilidades tienen para protegerse y compensarlo mediante medidas económicas.
Mientras que, por ejemplo, la compra de seguros aminora los riesgos para las empresas, familias y gobiernos en mejor posición económica, en otros países conduce a la perdida irremediable de medios de vida y a la necesidad de migrar.
Necesitamos, como segundo gran cambio mundial, una nueva forma de relación entre la humanidad y la naturaleza de manera tal que suspendamos la destrucción brutal de nuestro entorno. Hay que suspender la emisión de desechos industriales que contaminan el aíre con carbono, las aguas con plásticos, la tierra con químicos, e incluso la genética de la naturaleza. De no hacerlo así seguiremos avanzando hacia el desastre.
El primer año del nuevo gobierno que tantas esperanzas ha levantado ha sido frustrante. Una nueva actitud solidaria hacia los más pobres es digna del mayor encomio. Pero esta ruta no podrá avanzar si no se acompaña de un nuevo dinamismo económico.
La CONCAMIN reclama política industrial, no el remedo presentado hace unos meses. Tienen razón, hay que abrir espacios de inversión para grandes, medianos y chicos y eso solo lo puede hacer el Estado mediante el fortalecimiento de sus capacidades y no por la vía de contraerse.
Habrá que hablar más concretamente de un dinamismo económico específicamente adecuado a la transformación social; en particular reactivar la economía social orientada a mercados locales y regionales fortalecidos por las transferencias sociales.
Requerimos inversión masiva, sí, pero que aterrice en forma no concentrada, sino dispersa en las decenas de miles de comunidades y barrios rurales y urbanos y en millones de micro pequeños y medianos productores. Lo que solo será posible mediante intervenciones reguladoras en los mercados. En otras palabras, hay que abandonar el omnipresente neoliberalismo. Este sería la primera transformación deseable para México en este próximo año.
Para hablar de la siguiente transformación hay que explicar que durante décadas los gobiernos de PRI y PAN crearon un entramado de falsas representaciones en el medio rural. Cada programa rural, ambiental, forestal o de desarrollo social creó en cada comunidad su propio grupo de interlocutores a modo. De este modo las entidades públicas simulaban dialogo con la población, es decir, con el micro grupo que en cada caso era beneficiario del programa. Construyeron así un entramado de falsas representaciones del interés popular que eran en realidad títeres de los programas.
De ese modo las entidades y programas operaban en el campo inmunes a las críticas y transfiriendo recursos que se caracterizaron por su escaso impacto positivo de carácter permanente y comunitario. La actual administración rechaza las organizaciones de todo tipo como representantes de los intereses de la población rural. En cierto sentido tiene razón, pero lo que debe rechazar es el entramado de simulación construido por los gobiernos anteriores.
A mediados de diciembre el Presidente López Obrador supervisó la operación del programa sembrando vida en Hidalgotitlán, Veracruz. En la visita se evidenciaron retrasos en la producción de semillas, simulaciones de los beneficiarios, incumplimientos, acusaciones de corrupción. Ante ello el presidente les pidió más empeño a los técnicos del programa para que los programas se apliquen y no se queden nada más en los documentos, con presupuesto, pero sin que lleguen los beneficios. Según la nota periodística, el presidente se mostraba desilusionado.
Me parece sumamente importante que el presidente haya acudido a ver la operación real del programa saltándose todos los filtros institucionales que le doran la píldora a los altos mandos. No se trata de una anécdota sin importancia; es una muestra de lo que distintas fuentes dicen que está ocurriendo no solo en este sino en varios programas.
La solución no es pedirle a la burocracia que se apresure, no es hablar con uno mismo en una especie de soliloquio, sino hablar con las verdaderas expresiones colectivas de la voluntad popular.
Los programas rurales, sociales, campesinos y ambientales podrán funcionar cuando se realicen tratos dignos con los pueblos, las comunidades, los ejidos. Cuando se les reconozca como los sujetos sociales de los programas públicos; los que pueden establecer y hacer cumplir compromisos. Esta sería la real democracia participativa y la segunda gran transformación que espero ocurra en el 2020.
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