domingo, 1 de diciembre de 2019

Crecimiento cero; ¿no pasa nada?

Jorge Faljo

Al número cero le hemos conferido una capacidad excesiva. Ahora resulta que divide el día entre mañana y tarde con rigurosidad cronométrica. Cuando digo buenos días pasando un instante después de las 12, o sea en la hora cero, me responden buenas tardes. Algunos incluso me hacen ver mi error y me aclaran que ya son tardes.

Tan obsesivo guiarse por el reloj me sorprende. Sobre todo, porque recuerdo que en mi infancia en provincia el día se dividía en mañana y tarde, por la hora de comer. Antes de la comida eran buenos días; después de la comida eran buenas tardes y se comía entre las dos y las tres, más o menos.

Si seguimos el nuevo razonamiento pronto voy a tener que decir buenos días apenas pasen las doce de la noche. Es más, o menos como concluir que a menos cero grados centígrados hace frio y a más de cero grados hace calor. Así que voy a estar tiritando a 5 grados y con un criterio así, estaría haciendo calor.

Esta disquisición absurda me viene a la mente por que por vez primer el Banco de México ha bajado su proyección de crecimiento para el 2019 a un rango de entre menos 0.2 y más 0.2 por ciento del PIB. O sea que la producción puede bajar o subir; de cualquier modo, casi nada para arriba, o para abajo. Y estamos en la expectativa obsesiva de una diferencia de décimas de punto que les permitirá a algunos ser puntillosos y señalar que estamos en bajo crecimiento, o en franca recesión.

Décimas más, o menos, el estancamiento y no es bueno. La mente nos juega trampas y nos hace pensar que estancamiento o crecimiento cero es una inmovilidad en la que no pasa nada. Es todo lo contrario; es en el estancamiento económico donde bajo una falsa calma ocurren los más terribles jaloneos.

Hace unos días Agustín Carstens, antiguo Gobernador del Banco de México y ahora director de una importante agencia financiera internacional, advirtió que existe la posibilidad de que el año que entra la economía mundial caiga en recesión. Lo cual empeora la perspectiva de lo que puede ocurrir en México.

El estancamiento en México y el mundo se debe a la debilidad de la demanda. Los gobiernos se ponen austeros; los consumidores se vuelven más cautelosos; las empresas no contratan más personal; los salarios no suben, o incluso bajan y todos estos empiezan a ser parte de una espiral descendente.

Mientras que la economía se achica, las empresas ubicadas en las crestas de los avances tecnológicos y de productividad amplían su participación en el mercado. Entretanto muchas otras empresas, las de mayor rezago tecnológico son orilladas a la quiebra. Pero las que triunfan son las que menos empleo generan y las que son expulsadas del mercado son las mayores empleadoras. Lo cual es otra vuelta de tuerca a la espiral negativa de la recesión.

Lo anterior ocurre a nivel mundial. El pez grande se come al chico; el gran consorcio se expande devorando o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas.

En este contexto algunos países deciden proteger algunos sectores de su producción estableciendo controles al comercio internacional; aranceles o controles a la importación. Es lo que hace Trump con respecto a las importaciones norteamericanas de productos chinos. Y lo que ha amenazado hacer con algunas importaciones de productos mexicanos.

La recesión agudiza el exceso de producción, porque no hay quien compre y eso hace cerrar empresas. Se exacerban entonces las guerras comerciales porque en ellas, bajo la ley del más fuerte, se va a decidir qué países pierden sus empresas y cuales las logran proteger.

En un mundo cargado de excesos de producción muchos recurren al dumping; es decir a competir deslealmente y descargar su sobreproducción en otras economías. Ser una economía abierta en este contexto es peligroso porque puede ocurrir que la economía interna se encuentre estancada y, al mismo tiempo, el país se vea invadido de importaciones baratas destructoras de empresas internas.

Ser pobres y consumir importado no es algo contradictorio, sino que es la perfecta combinación sistémica perdedora.

Del estancamiento a la recesión hay un pequeño paso; con otro más podemos caer en una espiral negativa. Con bajo crecimiento el gobierno cobra menos impuestos y se pone más austero; las empresas despiden personal; los trabajadores se ven obligados a recontratarse con menos salario; los consumidores procuran no gastar. Todos contribuyen a acelerar la caída.

Alguien tiene que romper la espiral negativa. Y solo lo puede hacer el gobierno.

La CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe acaba de declarar que México tendrá que hacer una reforma tributaria en impuestos directos, es decir el impuesto sobre los ingresos de personas y empresas, o sobre el patrimonio acumulado, de los más ricos. No se trata simplemente de tapar el hoyo de la caída de ingresos por Pemex y el estancamiento, sino que tiene que ser suficiente para financiar la inversión productiva y el gasto social.

Hay que trasladar el dinero de donde no se ocupa para que el gobierno lo ponga a trabajar por la vía de la inversión generadora de empleos e ingreso, o de las transferencias sociales que eleven el gasto de los más pobres. Hay que añadir que la demanda que generan las transferencias sociales debe amarrarse al consumo de productos nacionales para que de ese modo se convierta en una espiral positiva, de crecimiento y desarrollo.

Para la CEPAL no se trata de una mera recomendación. Lo plantea como algo inevitable para evitar recrudecer el empobrecimiento en uno de los países de menor equidad, con más bajos salarios y, aunque se haga mucha alharaca, en realidad es muy baja la proporción de gasto social.

A nadie nos gusta oír que se elevan los impuestos; porque estamos acostumbrados a que se le carguen a los pobres y clases medias mediante incrementos al IVA, o subir el precio del transporte. Ojalá que no vaya a ser así, sería suicida; aceleraría la espiral negativa y podría llevarnos a un retroceso no solo económico sino político. No podemos ignorar la lección que nos está dando Chile donde de la calma chicha se pasó a la mayor de las tempestades en pocos días.

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