Jorge Faljo
Al T-MEC, el tratado comercial que substituye al Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, o más sencillo, TLC, se le atribuyen propiedades casi mágicas. Su firma, ratificación y entrada en vigor habría de darle, dicen, un fuerte empuje a la economía porque crearía la certidumbre y confianza que son necesarias para que los empresarios inviertan. De lo contrario, su ausencia crearía desconfianza y pérdidas.
El acuerdo ya fue firmado por los presidentes de México, Estados Unidos y el primer ministro de Canadá. Pero no basta, para entrar en funciones es necesario que sea ratificado por los congresos de cada país. Falta que lo hagan los congresos de los Estados Unidos y Canadá. Hasta hace unas pocas semanas parecía estar a punto de ser aprobado por los legislativos correspondientes. Pero el asunto se ha complicado.
Pocos todavía sostienen que puede ser aprobado este año. En Estados Unidos lo hacen algunos congresistas republicanos que de ese modo quieren presionar a los demócratas para darle una victoria política a Donald Trump que fue quien exigió substituir el viejo TLC por el nuevo T-MEC. Es un cálculo político porque si los demócratas no lo ponen a votación, entonces los podrán acusar de debilitar la economía norteamericana y poner en riesgo millones de empleos.
Desde el lado mexicanos se ha sobrevendido al T-MEC como generador de confianza y con ello se ha acrecentado el riesgo de que si no se aprueba pronto propicie volatilidad cambiaria.
Lo real es que se están perfilando dos extremos en su aprobación. O esta se logra muy pronto, a fin de año o en enero, o bien podría ocurrir que simplemente se posponga hasta el 2021. Esto ocurriría porque el año que entra, el 2020, es un año de elecciones y el nuevo tratado puede ser foco de conflictos surgidos al calor de la contienda.
Si a Trump no lo corren próximamente es muy posible que en su campaña para reelegirse vuelva a acusar a México de sostener un comercio injusto, de robarse los empleos norteamericanos, de envíales gente malvada y drogas, y lindezas por el estilo. Repetirá los mensajes paranoicos de su campaña anterior. Eso será incompatible con impulsar la firma del nuevo tratado.
Hay que pensar en la posibilidad de que finalmente no se ratifique el T-MEC ni este año ni el que entra. Y mi conclusión es que eso no sería terrible, por varias razones. Aquí van.
En ese caso seguiría vigente el TLC, que no es tan diferente y que a fin de cuentas es Trump el que quiere cambiarlo y no México. El riesgo es que Trump en un berrinche rompa el TLC, pero es altamente improbable. Dudo que se atreva.
No creo que el T-MEC no dará más certidumbre que el TLC. Este último entró en vigor en enero de 1994 y no evitó el desastre de diciembre de ese año.
Cuando México firmó el TLC parecía que eso nos colocaba como socio privilegiado de los Estados Unidos; casi apuntaba a crear una zona de desarrollo similar a la de Europa. Pero los norteamericanos y luego México empezaron a firmar múltiples tratados con otros muchos países y se desvaneció la preferencia mutua.
Se dice que el TLC impulsó fuertemente las exportaciones de México. Falso. Cierto que de 1994 a 1996 las exportaciones de manufacturas se incrementaron en un 80 por ciento. Pero no fue por el tratado sino por la devaluación de fin de 1994 que nos hizo altamente competitivos durante unos cinco años. Hasta que el peso se revaluó y se volvió fuerte.
De hecho, las economías de los tres países se han integrado más con China, que entre ellos mismos. Los tres países de Norteamérica son muy deficitarios con el país asiático, es decir que le compran mucho, aunque le venden poco. El caso extremo es México que le compramos a China once veces más de lo que ella nos compra. Los consorcios norteamericanos han invertido mucho más allá que en México. El TLC no creó una efectiva preferencia mutua en el comercio de los tres países.
La explicación es que China ha contado con algo mucho mejor que un tratado comercial; una moneda barata que le da a su economía una fuerte competitividad. Esa ventaja fue superior a su rezago inicial en productividad y le permitió exportar, dinamizar toda su economía, vender y reinvertir, hasta convertirse en gran potencia. Pero no descuidó su mercado interno, sino que elevó continuamente los ingresos de su población.
Las exportaciones chinas constituyen el 19.8 por ciento de su producción; las de México son el 38 por ciento de nuestro producto. Estamos más globalizados, pero altamente desequilibrados; el descuido del mercado interno, es decir del bienestar de la población, nos ha hecho fracasar.
Que sea aprobado el T-MEC es importante en una perspectiva de continuidad del modelo económico del que ha sido emblemático el TLC. Pero ese modelo ya es inviable en un contexto mundial de sobreproducción. Lo que Estados Unidos espera del nuevo tratado es que podrán vendernos muchos más productos agropecuarios. Es un riesgo importante porque marcha en contra del rescate del campo que propone el Plan Nacional de Desarrollo y propiciaría mayor expulsión de mexicanos que irían a toparse con muros, desiertos mortales y si llegan a cruzar se toparán con campos de concentración.
Para invertir los inversionistas piden certidumbre; pero son realmente pocos los campos de inversión que abre el T-MEC. Habría mayores oportunidades en una política industrial de substitución de importaciones de manufacturas chinas, en una devaluación administrada que imprimiera competitividad inmediata a la producción nacional, en una política social que amarrara las transferencias sociales al consumo de la producción nacional, en un gobierno fuertemente inversionista en infraestructura y en rescate de sectores productivos estratégicos.
En este último caso el T-MEC podría ser la cereza del pastel. Pero lo importante sería que haya pastel y eso el nuevo tratado por sí solo no lo da.
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