domingo, 15 de diciembre de 2019

Ante el estancamiento global

Jorge Faljo

El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, describe la expansión del estancamiento en la economía mundial y América Latina es de las más afectadas. En este 2019 el promedio de crecimiento económico de la región se calcula en 0.1 por ciento; eso y nada es prácticamente lo mismo. Si consideramos el crecimiento de la población lo que tenemos es un resultado per cápita negativo.

Para 2020 la proyección del organismo no es mucho mejor; el crecimiento estimado promedio será de 1.3 por ciento. Lo que podemos ver con una pisca de desconfianza; lo usual es que las estimaciones a futuro sean optimistas y a medida que el futuro se vuelve presente va empeorando.

Por otra parte, América Latina no está sola. El contexto global es de bajo dinamismo y la región se ve afectada por la debilidad de la demanda externa y su impacto en reducción de precios de los productos primarios que constituyen las principales exportaciones de la región.

Se calcula que en este 2019 la economía mundial ha crecido en un 2.5 por ciento. Uno de sus principales componentes presenta un dato mucho peor. Entre enero y septiembre el volumen del comercio mundial cayó un 0.4 por ciento comparado con el mismo periodo del año anterior. A falta de un repunte de último momento que no se ha dado, el dato para todo el año es negativo. Es algo particularmente significativo porque el incremento del intercambio comercial entre países ha sido el motor del crecimiento global liderado por las grandes corporaciones.

La proyección de la CEPAL es que el comercio mundial crecerá en un 2.7 por ciento en 2020. Es una cifra baja y sin embargo optimista; la misma organización señala que presenta esa cifra con un considerable sesgo a la baja de prolongarse las tensiones comerciales.

Habría que señalar que las guerras comerciales y ahora monetarias (devaluaciones competitivas) surgen precisamente de un contexto en el que se sigue elevando el potencial productivo, derivado sobre todo de avances tecnológicos y de productividad, sin que en paralelo se incremente la demanda. De hecho, sus tres componentes, el consumo de la población, el gasto de los gobiernos y la inversión, se encuentran a la baja en prácticamente toda América Latina.

Además el consumo de la población, que depende de sus ingresos, se ve afectado por el deterioro en la composición del empleo; sube la informalidad, no se generan empleos de calidad y medianamente bien pagados y los salarios están estancados. Habría que señalar que México es una excepción por el crecimiento reciente del salario mínimo, si bien desde una base muy baja.

¿Qué haría falta para crecer?

Algo que no falta, sino que sobra en el mundo, es capital financiero que no se traduce en inversión productiva. A mediados de 2019 unos 17 billones de dólares (millones de millones), equivalentes al 20 por ciento del Producto mundial, estaban colocados a tasas de interés negativas. Es decir que los inversionistas pagan porque les guarden el dinero bancos, países, incluso empresas, que se consideran altamente seguras. Esto se debe a la ausencia de oportunidades de inversión atractivas en un mundo que produce más de lo que se puede vender en el mercado.

Pero otros muchos capitales van en otra dirección. Lo que quieren son ganancias atractivas y eso hace que se coloquen precisamente en empresas y países con mayores e incluso elevados niveles de riesgo. Recordemos que la Gran Recesión del 2008 se originó en que millones de casas se habían vendido con préstamos hipotecarios a personas con empleos inseguros o de bajo ingreso. Y ese riesgo no se había detectado; o peor los bancos fingieron que no existía y recolocaron la deuda por todo el mundo. Así que cuando estalló la crisis se expandió por todas partes.

A lo que llegamos es que no falta capital, no faltan trabajadores y no faltan medios naturales que podrían ser aprovechados de manera sustentable. Lo que no hay es demanda suficiente. Esta situación se disimula parcialmente mediante préstamos. De un lado hay capitales dispuestos a asumir riesgos y del otro lado gobiernos, inversionistas y consumidores dispuestos a endeudarse y eso crea una demanda tramposa que substituye, por un tiempo, a las demandas más firmes creadas por buenos salarios, mejores precios a los productores agrícolas y por impuestos bien empleados.

La predicción para México es que este año tendrá crecimiento cero y el año que entra podría no ser mejor. Esto dificulta elevar el bienestar de los sectores sociales en peores condiciones porque solo se podrá dar a costa de quitarles a otros y eso aumenta las tensiones internas. En otras regiones de América Latina la revuelta social es el orden del día; como recién ocurrió en Chile. Aquí no porque en gran medida el nuevo régimen ha suscitado grandes esperanzas; que deberá cumplir.

No puede esperarse que sea el mercado el que atienda las expectativas de mejora de la población. A nivel global e interno el mercado no está conectando a los factores de la producción existentes; capitales en busca de oportunidades de inversión, población dispuesta a trabajar y otros recursos disponibles. Deberá ser el gobierno el que los conecte impulsando el buen funcionamiento del mercado.

Una condición para poder hacerlo es seguir el consejo de la CEPAL de elevar la captación fiscal mejorando la progresividad de la estructura tributaria, fortaleciendo los impuestos a la renta personal y a la propiedad. Hay que captar con impuestos una porción de los capitales improductivos para generar dinamismo y oportunidades de inversión para otros capitales y esto no basta. Hay que proteger la producción interna y generar espacios de inversión substituyendo importaciones. Hay que elevar los ingresos y fortalecer la demanda de la población asegurando que se conecte a la producción interna.

Hay mucho por hacer si queremos superar con éxito una etapa que se ve poco promisoria.

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